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El Tribunal de las Aguas: así acabó una institución histórica en simple reclamo turístico
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TURISMO Y PATRIMONIO

El Tribunal de las Aguas: así acabó una institución histórica en simple reclamo turístico

Durante siglos ha sido el organismo que a pie de calle ha dirimido la conflictividad en el riego del campo valenciano. Reconocido por premios Nobel y por la Unesco, se enfrenta a su reducción como atracción para los visitantes

Foto: Reunión del Tribunal de las Aguas en Valencia. (EFE/Kai Försterling)
Reunión del Tribunal de las Aguas en Valencia. (EFE/Kai Försterling)

Si en Valencia hubiera un símil del Cambio de Guardia del Palacio de Buckingham, sería la reunión que cada jueves a las doce del mediodía tiene lugar frente a la Puerta de los Apóstoles de la catedral. Se trata de un juicio más o menos espontáneo que, en torno a la fertilidad del campo valenciano, dirime a pie de calle las incidencias entre agricultores a propósito del riego ancestral de la huerta. Los representantes de las acequias de Quart, de Benàger y Faitanar, de Tormos, de Mislata, de Chirivella, de Mestalla, de Favara, de Rascanya y de Rovella, escuchan y dictaminan, sin necesidad de burocracias, en un intercambio de parecer soportado en la confianza sobre el organismo y sus síndicos.

Foto: Varias personas pasean por la huerta valenciana. (Cedida)

El tribunal, considerado una de las instituciones de justicia más antiguas de Europa, tiene sus orígenes en el gobierno de la dinastía omeya, prolongado con la llegada de Jaume I al Reino de Valencia. La liturgia de cada jueves remite al peso mitológico. Un ritual sencillo, aunque repleto de utilería, en el que la liga milenaria de la justicia comparece ante la puerta gótica dispuesta a escuchar al campo.

Su ascendencia, heredada de saga a saga de agricultores, ha permitido que perviva como uno de los contados usos que toma cuerpo en la ciudad al igual que desde hace siglos. Voces como la de la Nobel de Economía Elinor Ostrom han destacado su importancia ejemplar en la gestión colectiva de un recurso compartido, en este caso el agua.

placeholder Imagen de archivo del ebanista Carlos Soriano ultimando los sillones del Tribunal de las Aguas. (EFE/ Manuel Bruque)
Imagen de archivo del ebanista Carlos Soriano ultimando los sillones del Tribunal de las Aguas. (EFE/ Manuel Bruque)

Es una buena muestra de empoderamiento ciudadano con el que resolver cuitas cotidianas antes de llegar a instancias mayores. La agilidad que procura resulta más productiva en cuanto a que ofrece soluciones rápidas y neutrales. Quienes pretenden aumentar la participación ciudadana en la toma de decisiones harían bien fijándose en el Tribunal.

Y sin embargo una quiebra en su realidad revolotea desde hace años. El elefante en la habitación. ¿Sigue cumpliendo el Tribunal de las Aguas su función o es una representación de lo que fue? El propio organismo, en su presentación, viene a ser consciente y se adelanta a la amenaza: “No debemos llegar a la errónea conclusión de que se trata de un organismo folklórico e inoperante que la tradición nos ha legado…”. La caída en los casos que juzgar, la incomparecencia de litigantes agrícolas, sustituidos por la presencia de turistas y observadores casuales, evidencia una realidad incómoda: ¿existe un umbral suficiente de agricultores para que el Tribunal siga teniendo sentido?, ¿qué ocurriría si no hay casos que juzgar?

El Tribunal trata de encajar un cambio de paradigma: ante la reducción sensible de profesionales en la huerta valenciana corre el peligro de que su función pase más por cumplir con su sentido litúrgico que por cumplir su función.

Si hubiera un momento en el que datar el cambio, habría que situarlo en 2009. Ese 30 de septiembre la UNESCO, reunida en Abu Dabi, incluyó al Tribunal en el Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Destacó que lo hacía por tratarse de "una institución jurídica consuetudinaria de gestión del agua cuyos orígenes se remontan a la época de Al-Andalus (siglos IX-XIII)".

Foto: Estudiantes de la UPV reinventaron en 2019 la barraca tradicional valenciana. (EFE)

Es inevitable acudir a Marco d’Eramo y su mención -en el ensayo El selfie del mundo- a lo que llama "el toque de la UNESCO", considerado por el autor como “letal” porque “donde coloca su etiqueta, la ciudad literalmente muere, objeto de taxidermia. Se comete con una perfecta buena voluntad, para proteger (precisamente) un "patrimonio" de la humanidad. Pero proteger significa embalsamar, congelar”. Es justo el paso desde la función al souvenir que recorre al Tribunal de las Aguas.

Algunos gestos recalcan ese cambio. Antes del verano el organismo presentaba un vídeo promocional con la intención de “ilustrar a los visitantes que diariamente asisten a la sede del Tribunal de las Aguas”. Sus integrantes, los síndicos, explican en él “las razones de su perdurabilidad a lo largo de los siglos”.

El interrogante es sus próximos años pasa, precisamente, por comprobar si el Tribunal debe quedar como un recuerdo relicto, bien útil para interpretar el pasado agrícola de la ciudad, o si por el contrario tiene todavía fuerza para mantener con vida su fin último: ser juez del campo. La distancia entre si es el Cambio de Guardia del Palacio de Buckingham o conserva su función mediadora.

Si en Valencia hubiera un símil del Cambio de Guardia del Palacio de Buckingham, sería la reunión que cada jueves a las doce del mediodía tiene lugar frente a la Puerta de los Apóstoles de la catedral. Se trata de un juicio más o menos espontáneo que, en torno a la fertilidad del campo valenciano, dirime a pie de calle las incidencias entre agricultores a propósito del riego ancestral de la huerta. Los representantes de las acequias de Quart, de Benàger y Faitanar, de Tormos, de Mislata, de Chirivella, de Mestalla, de Favara, de Rascanya y de Rovella, escuchan y dictaminan, sin necesidad de burocracias, en un intercambio de parecer soportado en la confianza sobre el organismo y sus síndicos.

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