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Qué significa que las barracas ya solo sean un 'souvenir' de Valencia
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Qué significa que las barracas ya solo sean un 'souvenir' de Valencia

Elemento idealizado de la identidad agrícola, y también símbolo de La Ruta, estas construcciones esconden la precariedad. El derribo de estas edificaciones es la antesala del abandono de la huerta valenciana

Foto: Estudiantes de la UPV reinventaron en 2019 la barraca tradicional valenciana. (EFE)
Estudiantes de la UPV reinventaron en 2019 la barraca tradicional valenciana. (EFE)

Con el esplendor de La Ruta como relato renovado del imaginario valenciano, podría darse el caso que la mención a la barraca transporte a la discoteca homónima de Les Palmeres, en Sueca. Es una de las incombustibles de un periodo enterrado que sobrevivió al tiempo, encajonando una sala musical pionera dentro de la vivienda agrícola. Su logo, puro primor gráfico, sostuvo en todo lo alto la geometría vernácula de las barracas, a modo de recordatorio.

Sin embargo, en todo ese tiempo desde que la discoteca Barraca abriera sus puertas —hace más de medio siglo— estas construcciones tradicionales han sido barridas de la faz de l’horta valenciana, en una mezcla entre avance urbano feroz y desmemoria.

Foto: Jóvenes valencianos se divierten a comienzos de los 90. (Getty/Cover/Carlos de Andrés)

Justo en ese período, cerca del 64% de las 15.000 hectáreas de huerta en el entorno de regadío del Túria desaparecieron, según el estudio con el que que el geógrafo valenciano Víctor Soriano cifró el declive a partir del análisis de las fotografías aéreas de 1956, 1977, 1991 y 2011. Esa desaparición tuvo dos picos intensos: en especial el último tramo del franquismo, donde el avance desarrollista pudo con hasta 6.000 hectáreas, mientras que el boom inmobiliario ya en el siglo XXI fulminó cerca de 1.600.

Como si se tratara de una especie aborigen que al perder su hábitat consuma su extinción, las barracas fueron colapsando una tras otra hasta ser rara avis. Supone el fin de una solución habitacional —precaria— para los habitantes de la huerta, víctima de una doble causa entrecruzada: la caída de la población en el ámbito agrícola y la falta de utilidad de este tipo de estructuras, obsoletas.

placeholder Dos personas intentan frenar el derribo de Forn Barraca. (EFE/Manuel Bruque)
Dos personas intentan frenar el derribo de Forn Barraca. (EFE/Manuel Bruque)

Pero es también la pérdida de una técnica de relación con el campo, un legado que comprende unos cuantos siglos y que ha desaparecido entre grandes dosis de desdén. Las barracas que a finales del XVIII el botánico Cavanilles describía al extenderse por toda la Valencia más allá de las murallas de la ciudad. Las que ya en la propia configuración tras la conquista de Jaume I delimitaba dos construcciones sociales: la alquería señorial y la casa popular, en forma de barraca o levantada en obra. Las que a partir del XIX se extendieron sin límite, emparejadas a un crecimiento veloz de los cultivos, y por tanto de la necesidad de una arquitectura espontánea. Participaron de esa explosión los barraquers, casi constructores modulares que, aupados por los núcleos familiares, levantaban las barracas.

El uso del barro para establecer los muros se combinaba con la técnica del cañizo, sofisticándose a partir del uso de argamasa. Bajo coste, materiales cotidianos y secado rápido. En cambio, su gran virtud fue también su gran debilidad: se trataba de construcciones demasiado expuestas. El fuego y el viento las ponían en jaque constantemente. También la amenaza de els teuladins, los pájaros hechos cuervos de la barraca cuyos nidos abrían entradas de agua.

Foto: Daniel Gascó, dueño del videoclub Stromboli de Valencia. (Cedida)

Su uso como souvenir, hecho síntesis de la identidad agrícola, ha podido idealizar el uso de la barraca y de las condiciones entre huertas, cuando por el contrario suponen un ejemplo de las condiciones al límite de quienes las habitaban. En 1884 el ayuntamiento de Valencia buscó ponerles freno y evitar las de nueva planta; pretendía limitar la infinidad de incendios e inundaciones que se las llevaban por delante.

En 2019, la ampliación de la V-21 para pasar de dos a tres carriles encontró en el paso de sus bulldozers un obstáculo incómodo. El Forn de la Barraca, en la huerta de Alboraya. A pesar de su nombre, se trataba de una alquería de inicios del siglo XX que servía de horno para proveer a la población de su entorno, aunque a finales de los setenta el horno cerró por la sencilla razón de que ya no tenía a quien servir. La edificación plantó cara a los planes del Ministerio de Fomento, dando una batalla simbólica para evitar el derribo y poner en cuestión las obras que preveían zamparse cerca de 80.000 m2 de huerta. En su fachada, el diseñador Diego Mir, dibujó uno de los iconos de la lucha, con una alcachofa que sangraba atravesada por una flecha. Finalmente al pasar el verano comenzó el derribo, y el primer boquete que se abrió coincidió con la gota de sangre sobre el muro. Tampoco el Forn de la Barraca resistió.

placeholder Un tractor trabaja en la huerta valenciana. (EFE/Kai Försterling)
Un tractor trabaja en la huerta valenciana. (EFE/Kai Försterling)

La visión folclorizada de la barraca la despojó de todo lo demás: de la visión crítica con la que analizar la forma de vida en el entorno agrícola, con la que formar parte de un mundo periurbano que apenas sucumbió pasado ayer. Su presencia masiva como elemento constructivo, el paso de cien a cero en apenas unas generaciones, representa a una sociedad que construyó su futuro sepultando buena parte de su pasado, incluido el de su territorio. Uno de aquellos canarios en la mina que servía de adverencia: la destrucción de su cañizo incluía la de miles de hectáreas de huerta.

Con el esplendor de La Ruta como relato renovado del imaginario valenciano, podría darse el caso que la mención a la barraca transporte a la discoteca homónima de Les Palmeres, en Sueca. Es una de las incombustibles de un periodo enterrado que sobrevivió al tiempo, encajonando una sala musical pionera dentro de la vivienda agrícola. Su logo, puro primor gráfico, sostuvo en todo lo alto la geometría vernácula de las barracas, a modo de recordatorio.

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