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La Muralla Roja de Bofill en Calpe cumple 50 años convertida en carne de Instagram
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ARQUITECTRA, TURISMO Y MODAS

La Muralla Roja de Bofill en Calpe cumple 50 años convertida en carne de Instagram

El éxito del edificio icónico del arquitecto catalán ha subvertido su función. ¿Es un conjunto de apartamentos para residir o un show por el que cobrar tickets?

Foto: Muralla roja, Calpe, 1972 (Casablancaphotography)
Muralla roja, Calpe, 1972 (Casablancaphotography)

La Muralla Roja cumple 50 años desde que Ricardo Bofill la concibiera, sin imaginar que cerca de medio siglo después sería carne de clickbait, escenario favorito del algoritmo y croma del mundo contemporáneo. Bofill solo pretendía obrar un trasunto de la construcción de las casbah norteafricanas, en el entorno residencial de La Manzanera, en la población alicantina de Calpe.

Foto: Proyecto de Metrovacesa para la Patacona, en el centro el 'Kremlin'. (Estudio Herreros)

La verticalidad que serpentea el relieve rocoso y colorado. La interpretación que el taller de Bofill quiso ofrecer sobre las construcciones populares del mediterráneo árabe: por eso hay una dualidad constante entre lo privado y lo público (“quería romper la división post-renacentista entre los espacios”, explicaba el arquitecto). A partir de su cruz griega se contorsiona como en un laberinto que organiza el medio centenar de apartamentos.

Pero, pasado todo este tiempo, quizá el vértigo mayor es el de entender que sus formas parecen reproducir el scroll infinito de internet antes de que internet se inventara. Por mucho que el mundo analógico intente hacerlo suyo, como la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, que hace unas semanas presentaba su homenaje filatélico a la muralla, su contemporaneidad tiene una base digital, una superposición de ventanas imposibles de minimizar.

placeholder Vista de La Muralla Roja de Bofill, en Calpe. (Cedida)
Vista de La Muralla Roja de Bofill, en Calpe. (Cedida)

Del complejo arquitectónico suele destacarse la infinidad de likes que acumula, cómo se convierte en escenario de anuncios y series, tomado por estereotipo visual de una era. Pero al igual que ocurre con las formas de la naturaleza, que acaban configurando arquitecturas, la Muralla Roja es en realidad un molde que acaba tomando el ser humano para ajustar el tiempo nuevo; un señuelo del pasado con el que simular el futuro. De la casbah marroquí al último grito de TikTok.

El legado de Bofill va más allá de las geometrías de la Muralla. Pone en jaque la relación entre su planteamiento como residencia (por tanto estable, fijada, capaz de crear relaciones humanas) y su destino como escaparate (inmediato, fugaz, no duradero). Una elevación que ejerce de metáfora de lo que ha terminado ocurriendo en buena parte de municipios costeros. ¿Son lugares de vida o lugares de consumo rápido?

Foto: La Pagoda de Valencia. (Alamy/Jeffrey Isaac Greenberg)

Esa bomba de relojería, activada con fuerza en la última década, ha venido a crujir el equilibrio frágil entre residentes y turistas. Los vecinos han terminado protestando al considerarse extras de una escenificación para terceros. “Antes éramos una comunidad. Ahora este sentimiento se ha estropeado: todo son selfies y dinero”, confesaba una de las vecinas a la revista Icon Design.

No es más que la manifestación epidérmica entre el uso pasajero de la costa frente a los derechos de sus habitantes. Es la misma expresión que sitúa a las áreas valencianas con mayor turismo a la cola del PIB.

Foto: Vista de la entrada principal del balneario Alameda de Valencia. (Cedida)

Cuando, en abril de 2020, el Ayuntamiento de Calpe solicitó la declaración de la Muralla Roja como Bien de Interés Cultural, la comunidad de propietarios salió al paso para aclarar que “en momento alguno hemos otorgado autorización al proceso de declaración como BIC”. Simplemente, el complejo arquitectónico estaba emancipándose de sus propios vecinos. De la misma manera que el pensador italiano Marco d’Eramo se refiere a las protecciones UNESCO como una forma de “taxidermia” (“se comete con una perfecta buena voluntad, para proteger un patrimonio de la humanidad. Pero proteger significa embalsamar, congelar”), el proceso de embalsamamiento de la Muralla Roja requiere de la evasión de sus vecinos.

¿Puede un espectáculo, la atracción definitiva de Calpe, ser al mismo tiempo una comunidad de vecinos? Sería como pedir a una familia que construya su vida en un piso piloto, en el escaparate.

placeholder Vista de La Muralla Roja de Bofill, en Calpe. (Cedida)
Vista de La Muralla Roja de Bofill, en Calpe. (Cedida)

Unos días atrás la Universidad de Alicante ofrecía una clase maestra en la que la profesora de arquitectura Adriana Figueiras explicaba la muralla bajo el título Cuando el valor de lo local se vuelve global. El problema, más allá de la internacionalización del producto, tiene que ver con lo que ocurre cuando justo deja ser un valor local, cuando se sustrae esa fuerza.

Bofill solo quería recrear la tradición norteafricana en su norte mediterráneo. Solo quería difuminar los límites del espacio privado frente al espacio público, y viceversa. Pero cincuenta años después ha legado un enorme símbolo con el que leer y entender infinidad de enfrentamientos comunes en el uso del territorio: la convivencia con el turismo de masas, la espectacularización de la arquitectura, el deseo de las sociedades locales de encontrar iconos de atracción con los que diferenciarse. Un mundo a todo color. No necesariamente rosa.

La Muralla Roja cumple 50 años desde que Ricardo Bofill la concibiera, sin imaginar que cerca de medio siglo después sería carne de clickbait, escenario favorito del algoritmo y croma del mundo contemporáneo. Bofill solo pretendía obrar un trasunto de la construcción de las casbah norteafricanas, en el entorno residencial de La Manzanera, en la población alicantina de Calpe.

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