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La Pagoda de Valencia, del pelotazo urbanístico a los papeles de Zaplana
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SÍMBOLO DE LA VALENCIA MODERNA

La Pagoda de Valencia, del pelotazo urbanístico a los papeles de Zaplana

Es un edificio cumbre de la arquitectura moderna y casi siempre ha estado envuelto en la polémica. Primero, por haber reemplazado al Palacio de Ripalda y después, por haber sido el origen de la operación de Anticorrupción contra el 'expresident'

Foto: La Pagoda de Valencia. (Alamy/Jeffrey Isaac Greenberg)
La Pagoda de Valencia. (Alamy/Jeffrey Isaac Greenberg)

Hay edificios que padecen el mal de las herencias. Durante mucho tiempo La Pagoda, emplazada entre Viveros y los Jardines de Monforte, en Valencia, fue medida no por aquello que era —su propuesta para la ciudad, su planteamiento arquitectónico— sino por aquello que sustituía. La llegada de esta torre, casi vigía por su emplazamiento abierto, colocada como descendida en helicóptero, supuso encontrar recambio para el Palacio de Ripalda, uno de esos caprichos que tal que una bombonera se abrió en la primera mitad del siglo XX para encanto vecinal. El palacete era una aspiración: el sueño burgués ensamblado a la francesa, bordeando el Turia.

Foto: Vista de la entrada principal del balneario Alameda de Valencia. (Cedida)

Con su torreón con chapitel y sus vistas al paseo Alameda, por donde —hasta que los coches lo han atravesado al completo— los próceres locales se paseaban casi flotando. Durante décadas el palacete ha sido carne de melancolía hasta exagerarse su recuerdo, su historia y su valor. Sí tenía a favor, en cambio, el simbolismo de la ciudad. Uno de esos fragmentos que subyuga al peso patrimonial y se convierte en postal. La Alameda, muchos años, era para los valencianos esa foto de la casa de la condesa de Ripalda.

A pesar de su estilo trampantojo, su leyenda creció tanto que se especula con que sus restos fueran adquiridos por un millonario californiano y reconstruidos, pieza a pieza, en una de sus fincas. Sin pruebas, parece más una exageración ripaldista.

placeholder Vista del Palacio de Ripalda. (Wikimedia)
Vista del Palacio de Ripalda. (Wikimedia)

Porque el palacio, en efecto, cayó. Lo hizo fruto de su decadencia y de la propia evolución de la saga familiar, pero sobre todo por las ansias de un pelotazo en la Valencia sesentera. El emplazamiento del palacio de la vieja condesa se convirtió en un caramelo premium en pleno desarrollismo. Cómo resistirse. Los propietarios del edificio vieron que había llegado su momento cuando el Ayuntamiento procedió a recalificar, en 1966, la manzana de la antigua feria de muestras, enclaustrada en el distrito de Pla del Real.

Contra toda lógica, y saltándose la prudencia urbanística, el conjunto de Ripalda fue incluido en la operación inmobiliaria. Una lluvia de millones tras los escombros del viejo chalet. La permuta del suelo dio a luz una torre que, en altura, forma y propósito, generó un contraste total con el edificio previo, tan delicado.

Foto: Vista del edificio original del Colegio Alemán de Valencia. (José Hevia/Fundación DOCOMOMO Ibérico)

Era el momento de La Pagoda, también llamada torre de Ripalda. El enjuague urbanístico permitía construir en alto. 14 plantas, viviendas de lujo y una apuesta por la arquitectura del movimiento moderno bajo el sello de los arquitectos Antonio Escario, Vidal Beneyto y Vives Ferrero. Se inauguró en el 73.

Su rotundidad en un entorno cualitativo ha sido vista desde entonces como un signo de amenaza. La Pagoda no ha acabado de entenderse por esa comparación infinita con su predecesor y por la dificultad para desencriptar el estilo de su construcción. Pero es en cambio uno de los pilares de referencia del estilo moderno en Valencia. Incluido por la Fundación Docomomo en el listado de conservación arquitectónica es, según el propio registro, “la obra que con mayor acierto ha sabido plasmar la euforia constructiva desarrollada por la pujante burguesía valenciana del momento”.

placeholder Eduardo Zaplana. (EFE/Fernando Villar)
Eduardo Zaplana. (EFE/Fernando Villar)

La volumetría representa las torres en zona alborada, adaptadas al dinamismo vegetal, “con terrazas con jardineras en línea, planos continuos de madera y vidrio y bandas horizontales de ladrillo que se curvan para acentuar la verticalidad del conjunto”. Las viviendas van de los 100 a 300m2, con mucha área de solana, grandes cocinas “y estancias privadas para el servicio doméstico”.

En los últimos años su prestigio ha ido en aumento. El reposicionamiento del brutalismo y el moderno como expresiones de prestigio renovado, han hecho que La Pagoda sea vista como un valor y no solo como una molestia. Iniciativas como Open House lo han convertido en edificio de cabecera, instituciones como el IVAM han programado visitas e ilustradoras como Virginia Lorente han sintetizado su esencia.

Foto: Imad al Naddaf, segundo por la derecha, en un encuentro en la Delegación del Gobierno de Valencia con otros líderes árabe-musulmanes.

Residencia habitual de algunos emblemas de la burguesía (animal mitológico favorito de los valencianos) y también de los herederores de la condesa, uno de sus protagonistas recientes fue —en cambio— Eduardo Zaplana. El supuesto hallazgo por parte de un inquilino sirio de papeles propiedad del expresident —a quien había pertenecido el inmueble y que se habría dejado los documentos en un falso techo— encendió la operación de Anticorrupción contra Zaplana. Un requiebro más, propio de un folletín, que convierte al edificio en un verdadero personaje de novela.

Hay edificios que padecen el mal de las herencias. Durante mucho tiempo La Pagoda, emplazada entre Viveros y los Jardines de Monforte, en Valencia, fue medida no por aquello que era —su propuesta para la ciudad, su planteamiento arquitectónico— sino por aquello que sustituía. La llegada de esta torre, casi vigía por su emplazamiento abierto, colocada como descendida en helicóptero, supuso encontrar recambio para el Palacio de Ripalda, uno de esos caprichos que tal que una bombonera se abrió en la primera mitad del siglo XX para encanto vecinal. El palacete era una aspiración: el sueño burgués ensamblado a la francesa, bordeando el Turia.

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