El ‘Kremlin’ de Metrovacesa en la playa valenciana: demolición o icono
Unas enormes bodegas abandonadas, tras la playa de la Patacona, enfrentan a arquitectos con vecinos. Es la pugna entre su valor como patrimonio industrial y su función en duda
“En julio la humedad valenciana adormece y aquello con lo que nos encontramos no parece real. (…) Si hubiera un Apocalipsis zombie en la playa de la Patacona, esta sería la localización de la última escena”, escribe la arquitecta María Aucejo en Late to the party, un libro bien divertido sobre la arquitectura con platillos volantes y formas extrañas que rodea el área metropolitana de Valencia. La localización a la que se refiere es Vinival, unas bodegas enormes en apariencia fuera de contexto que aparecen justo tras el coxis de la playa que limita al norte con la ciudad.
Hasta hace poco tiempo era uno de esos complejos industriales varados, a la espera de un rescate. Levantado en 1969 a lo largo de 67.000 metros para unir el ansia de las familias Mompó, Teschendorf y Garrigós en su intento de crear una base para que los productores vinícolas valencianos pudieran exportar de una manera más centralizada. Lo hicieron con un estilo —el que imprimieron los arquitectos Luis Gay y J. Antonio Hoyos— tan colosal y brutalista que terminó recibiendo el apelativo del Kremlin. Primero fue bodega, luego se dispuso la nave para servicios básicos y para embotellamiento. Al margen de su contundencia —tuvo una capacidad de 32 millones de litros— se trata de una de las joyas del patrimonio industrial valenciano.
Desde que en 2008 la producción se trasladó a Chiva, el gigante de la Patacona permanecía sin actividad, como un volcán dormido. A partir de entonces se convirtió en fetiche arquitectónico, carne de visitas furtivas y habitual de especulaciones utópicas sobre qué podría hacerse en su interior: un centro de arte, una universidad, un centro vecinal con spa…
La actividad volcánica se reprendió al ritmo de los planes urbanísticos que el municipio de Alboraya, donde se sitúa la instalación, prevé para el entorno de Vinival. Una actuación con la que catalizar amplias pastillas de suelo envueltas de viviendas. Un caramelo suelto ante una de las playas del momento.
Los arquitectos de Estudio Herreros recibieron en 2018 el encargo de Metrovacesa y lo resolvieron con un proyecto que ha seguido dando pasos adelante. Plantean la reconversión de las 12 hectáreas imantadas a Vinival para generar un espacio bisagra entre la huerta y el mar. El plan de reforma sitúa al viejo coloso como el centro neurálgico de hasta 14 bloques con cerca de 18 plantas, ejerciendo de enorme plaza de plazas. La solución interviene en lo icónico, convirtiendo la bodega en parte del paisaje, en un nodo de pasos.
Mientras que iniciativas como el festival de arquitectura Open House han hecho de Vinival una de las atracciones estrella, considerándolo una vestigio imponente y que ayuda a interpretar el pasado industrial, la asociación de vecinos de la Patacona tiene una opinión bien distinta. Ante el nuevo rumbo urbanístico, llegaron a plantear la demolición de Vinival, aduciendo la ausencia de protección patrimonial y la gran cantidad de metros cuadrados que sustraía a los vecinos. En 2002 denunciaron que la propuesta de Herreros, Metrovacesa y el Ayuntamiento de Alboraya les condena al “hacinamiento”, con un aumento repentino de hasta 4.000 personas, alrededor de 14 bloques de hasta 18 plantas. Pidieron reducir de 1.000 a 300 las viviendas planteadas. En una versión posterior, los vecinos admiten la continuidad de Vinival pero integrado como área verde y con la posibilidad de contener instalaciones para jubilados.
El elefante en la habitación, tras década y media, ahora sí es contemplado por todos los agentes como un elemento primordial en mitad del rompecabezas. Sin embargo, flota la indefinición respecto a qué hacer con la instalación industrial. Mientras que los vecinos insisten ahora en una finalidad comercial, ante la ausencia de pequeños y medianos comercios en su área, temen que Metrovacesa “a la larga nos pongan un centro comercial o un hotel”, como apuntaba la portavoz vecinal Ana López hace unos días a La Vanguardia. La promotora, entre tanto, defiende su posible uso deportivo.
La pugna entre ambas partes se asemeja más bien a un debate sobre cómo confinar Vinival, aplazando su resolución y tratando su valor patrimonial como un elemento demasiado grande como para acotarlo. Las enormes bodegas han despertado y nadie saber qué hacer con ellas. Un enfrentamiento habitual en el proceso de integración del patrimonio común con los nuevos desarrollos urbanos.
El desarrollo residencial se ha adelantando al proceso de resolver la incógnita de qué hacer con el coloso. Por tanto, los próximos años pasarán más por encontrar una manera con la cual el uso de Vinival sea compatible con las nuevas torres de viviendas. Es una oportunidad perdida para el planteamiento inverso: que la decisión de uso de Vinival, por su significado simbólico, hubiera determinado el porvenir urbanístico. Quién le pondrá el cascabel al Kremlin.
“En julio la humedad valenciana adormece y aquello con lo que nos encontramos no parece real. (…) Si hubiera un Apocalipsis zombie en la playa de la Patacona, esta sería la localización de la última escena”, escribe la arquitecta María Aucejo en Late to the party, un libro bien divertido sobre la arquitectura con platillos volantes y formas extrañas que rodea el área metropolitana de Valencia. La localización a la que se refiere es Vinival, unas bodegas enormes en apariencia fuera de contexto que aparecen justo tras el coxis de la playa que limita al norte con la ciudad.