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Cómo se ven las elites y qué dicen de los españoles (II)
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Cómo se ven las elites y qué dicen de los españoles (II)

Una veintena de personas que pertenecen a las clases nacionales con mayor influencia han respondido a El Confidencial, de manera anónima, acerca de su papel en la sociedad y de las fortalezas y debilidades ciudadanas

Foto: (Ilustración: Marina G. Ortega)
(Ilustración: Marina G. Ortega)
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"Las élites políticas de esta generación están haciendo, en general pero con excepciones, un trabajo irresponsable, muy deficiente. Y las élites económicas y sociales han disminuido su compromiso con España como proyecto y llevan tiempo trabajando en la internacionalización de familias, estilos de vida y empresas. Están en su derecho de hacerlo".

En las palabras de una de las veinte personas pertenecientes a las élites españolas que han participado en este reportaje (cuya primera parte publicamos ayer), se reflejan las percepciones dominantes que atraviesan a un sector social. La idea de que la política se ha enturbiado notablemente hace todavía más patente, para las élites mismas, la forma en que la capa social con más influencia y recursos se ha alejado de su país, como si el malestar llevase a refugiarse en los proyectos personales en lugar de fomentar la participación activa en la vida en común.

Algunos de ellos justifican esta distancia por las carencias de una sociedad apagada, que no recompensa a quienes apuestan por ella. Uno de los entrevistados retrata con nitidez este sentimiento cuando afirma que "las élites españolas están hartas de la mediocridad de sus dirigentes políticos y de la ausencia de una sociedad civil con influencia que pueda castigar los errores y las ineficiencias. Por eso las mejores mentes carecen de interés en dedicarse a la cosa pública y prefieren dedicar sus esfuerzos a su propia trayectoria".

Hay otra parte de los encuestados que no invoca el hartazgo o la falta de recompensa, sino el precio que se paga cuando se adoptan posturas públicamente: "Es muy delicado que una empresa se pronuncie de forma individual, para eso están la CEOE o el Círculo. Si un empresario o un directivo se manifiestan políticamente, comprometen a su empresa. Y no se trata de que tema que el Gobierno en cuestión tome represalias, sino de que tu clientela es muy amplia y con posiciones políticas muy diversas".

"Las élites españolas están hartas de la ausencia de una sociedad civil con influencia que pueda castigar los errores y las ineficiencias"

Otro empresario señala una razón muy frecuente en tiempos difíciles, la de replegarse en lo propio y focalizarse "en nuestro nicho, en nuestro sector, porque todo lo demás es desbordante. Hacemos micromanagement, nos fijamos en nuestras ventas, en las cadenas de suministro y nos centramos en aquello que podemos manejar, porque lo demás se nos escapa".

Sin embargo, estas respuestas no son más que la explicación de una ausencia. Cuando se les pregunta a las élites si las élites están comprometidas con su país, la respuesta más común es no: "Las españolas, al igual que las élites globales, aprovechan el territorio, pero se desconectan de sus necesidades, pues se sienten o quieren sentirse élites globales; "Las élites españolas dicen eso de 'por mí y todos mis compañeros, pero por mí primero'"; "No percibo a las elites económicas y sociales comprometidas con el país. Salvo algunas excepciones, la mayoría prefiere el anonimato. Ser empresario en este país no está reconocido, mejor dicho, está mal visto. El empresario no tiene relato y el que tiene se lo han impuesto"; "Las élites están más interesadas en sus propios negocios que en el progreso de España. La desmesura de la intervención estatal desvía los recursos empresariales hacia objetivos espurios, como lograr el beneficio del poder público en cada caso. No existe apenas sociedad civil ni personas con un valor ético o social ejemplificante, generalmente reconocido".

"Las élites españolas aprovechan el territorio, pero se desconectan de sus necesidades, pues se sienten o quieren sentirse élites globales"

También hay posiciones que matizan este alejamiento de la vida común. Uno de los participantes señala que "a veces se echa de menos un poco más de patriotismo, pero puedo entender perfectamente las razones de no tenerlo; y son reconfortantes en este sentido algunos mensajes de grandes empresarios españoles que apenas deslocalizan su actividad, patrocinan deporte y cultura españolas, etc.".

Por supuesto, aunque sean el sector minoritario, también hay quienes tienen la percepción contraria y entienden que "existe una ocupación por parte de las élites de hacer España y una prioridad por nuestro país frente al egoísmo individual. Esta actitud los empresarios la practicamos cada día, en mi opinión". "En general, tenemos unas élites comprometidas con el país. No obstante, aún persisten élites de sectores extractivos (turismo) o concesionarios públicos (servicios, obras, etc.), que tienen un sentido patrimonialista del país y de la política. Ante estas, cualquier política progresista que rompa el status quo o tenga impacto fiscal será objeto de rechazo".

El dilema que late en este descontento de las élites consigo mismas es también producto de los cambios de época, que han alterado las funciones que se estimaban propias de cada sector. Mientras duró la era de la globalización feliz, los sectores empresariales y los vinculados a ellos, como el de la consultoría o los grandes despachos, se dedicaron, de una manera desterritorializada, a su función, que era la de generar dividendos, mientras que el mundo político debía gestionar los territorios de manera que no causaran grandes fricciones en esa tarea. Ahora que la política, de la mano de la geopolítica, ha regresado, y que las tensiones sociales han traído opciones ideológicas como los populismos, aprecian de un modo palpable hasta qué punto esa desvinculación les puede resultar perjudicial. El conflicto entre la política y la economía vuelve a estar vigente.

"Tendríamos que preocuparnos más por nosotros mismos y ser un poco más franceses"

Y ante él, no cabe pensar que la tensión se desvanecerá por sí misma, como apunta uno de los entrevistados: "Hay una peligrosa saturación del debate político que aleja a muchos responsables económicos y sociales de la transcendencia de los problemas actuales. A veces domina una cierta sensación de que 'el tiempo lo arreglará todo' y se olvida que, a veces, puede ocurrir que el tiempo lo complique aún más".

En cuanto a las soluciones para cambiar esta situación, aparecen en pocas ocasiones. Algunos apelan a la necesidad de un consenso en el que participe la sociedad civil y otros señalan la necesidad de un liderazgo integrador que cohesione la democracia y genere progreso económico, y que "cuente con una visión clara de lo que sucederá a largo plazo, de modo que seamos capaces de inspirar y motivar a otras generaciones".

Quizá la más interesante sea la que pone el acento mucho más en el medio y largo plazo que en los tiempos y en las luchas políticas. Se trataría de ser más estratégicos que tácticos: "Tendríamos que preocuparnos más por nosotros mismos y ser, por así decir, un poco más franceses". La perspectiva que propone es la de "aprovechar sectores en los que tenemos potencia y en los que España podría jugar la partida", entendiendo siempre que "los planes de política industrial o verde, o la que sea, hay que hacerlos a 10 años, de modo que, cuando cambien los gobiernos, ninguno tenga alicientes para alterar los planes firmados. Pero eso requiere menos agenda partidista y más de país".

1. Cómo perciben a la sociedad española

La percepción que tienen nuestras élites de la sociedad y de los ciudadanos españoles se manifiesta en términos notablemente dispares. Hay visiones claramente positivas que destacan el carácter español ("es una sociedad que disfruta del día a día y eso da gusto"), otras que ponen el énfasis en la capacidad de superación ("con todo lo vivido en los últimos 10 años, si la población estuviera desanimada, el país no estaría creciendo al 2,5% ni tendría 21 millones de ocupados. Este país ha sufrido crisis estructurales de gran calado: crisis financiera, burbuja inmobiliaria, procés catalán, covid-19, cambio climático, guerra de Ucrania, crisis global de suministros, etc. A pesar de ello, en todos los momentos, el país y la sociedad han reaccionado y han salido de cada una de las situaciones. No ha sido fácil, pero la resiliencia de la sociedad española es muy alta") y otras que subrayan la bonanza económica ("estamos en el mejor momento de nuestra historia, nos queda mucho para vivir tensiones sociales").

Quienes mantienen esta postura reconocen las dificultades de fondo, pero estiman que no traerán grandes perturbaciones: "La nuestra es una sociedad heterogénea con gente animada y competente y otra que se ve un poco superada por la aceleración del cambio. Pero esto ocurre en España y en todo nuestro entorno occidental. Hay que ser optimista; el desaliento no nos ayudará en nada y solo servirá para perjudicar nuestro futuro". Es decir, España vive un momento complicado, como los países de nuestro entorno, pero nada que resulte especialmente preocupante: "En general, la sociedad occidental vive un momento en que su gente está más unida que nunca antes (gracias a las tecnologías) y más sola también (como, por ejemplo, el fenómeno de los jóvenes encerrados en sus habitaciones). Pero no creo que dicho individualismo se haya convertido en egoísmo ni en insolidaridad".

"No creo que el español medio quiera sacrificar parte de su bienestar por un interés común"

La otra versión es mucho menos optimista: "Los españoles somos cada vez más conformistas y menos ambiciosos". Nos hemos vuelto "cada vez más individualistas y egoístas, en línea con el resto de las sociedades occidentales". "Nos quejamos mucho, pero reaccionamos poco".

Hay quien apunta que la sociedad española "piensa que el Estado debe resolver los problemas de los demás y que cada cual debe preocuparse de lo suyo. Eso no significa que no haya ámbitos de desinterés y altruismo (básicamente en lo que se refiere a la propia familia), pero no creo que el español medio esté dispuesto a sacrificar parte de su bienestar individual por un interés común". Además, ya "no existe identificación con fines comunes; se promueve el enfrentamiento y la división (por sexos, por ideología, por territorios) y se asumen idearios que despersonalizan al individuo".

De fondo, vuelven a aparecer los problemas políticos, que se derivan en última instancia de "una sociedad debilitada que no se atreve a imponer la voluntad del consenso a los partidos. Esa debilidad o pasotismo de la sociedad civil sí que es un problema para España".

2. La polarización polarizada

Esta división en cuanto a la mirada sobre la sociedad española aparece también respecto de la polarización política. Por una parte, todos coinciden en que existe y en que nadie la desea. Como sintetiza uno de los participantes, "ninguna experiencia nos demuestra que sea el escenario más conveniente para una política de estabilidad y progreso. Deben realizarse todos los esfuerzos posibles para superar esta situación; necesitamos acuerdos, pactos, coincidencias. Si no se alcanzan, todo ello tendrá un coste, y no menor. Sin estabilidad institucional y sin grandes acuerdos en las reformas y decisiones que deben adoptarse, va a generarse una ralentización económica que nos perjudicará a todos".

También existe unanimidad en que el enfrentamiento no va a detenerse: "Sin duda, el nivel de polarización irá en aumento y evitará afrontar reformas que solo es posible acometer con cierto acuerdo institucional entre los grandes partidos"; "El Gobierno frentista ("el muro" del que hablaba Sánchez) originará la correspondiente reacción de la derecha en sentido contrario cuando llegue al Gobierno. En definitiva, habrá radicalización para mucho tiempo". Alguno de los entrevistados, no obstante, fija un momento de posible cambio, las elecciones europeas, que podría servir de frontera temporal a partir de la cual las dos formaciones principales rebajen el tono y fijen algunas posiciones en común.

"La polarización no se detendrá hasta que no cambie la dirección del PSOE. Vamos camino del peronismo, con un Estado asfixiante"

Otro de los participantes parece haber perdido toda esperanza en que la polarización se frene, salvo que aparezca un relevo: "La generación que lleva el timón de España desde algún momento de la primera década del siglo XXI es la de los hijos de la transición. Hemos hecho un trabajo extraordinariamente malo comparado con el que hicieron nuestros padres. Ellos protagonizaron el abrazo del 78, la Constitución, la entrada en la OTAN, la Unión Europea y el euro, la convergencia en renta con Europa y la construcción de un gran país con empresas e instituciones fuertes. Nosotros nos hemos dedicado a desenterrar el duelo a garrotazos del 36, a destruir la convergencia en renta y a deteriorar las instituciones y la convivencia. La esperanza de España es otro cambio de generación, que nuestros hijos y otros que vengan de fuera nos echen y tomen el timón".

Donde hay una divergencia sustancial es a la hora de señalar a los causantes de este mal momento institucional. La mayoría de los entrevistados pone el acento en la izquierda, algunos de ellos en términos duros: la polarización no se detendrá "hasta que no cambie la dirección del PSOE. Vamos camino del peronismo, con un Estado cada vez más asfixiante y dilapidador de recursos, que se asignan a fines cosméticos y coyunturales. Existe también un modelo territorial inasumible, que produce un desapego creciente hacia un fin común"; "No veo ninguna solución a medio plazo. La izquierda moderada española ha decidido desde hace veinte años que tiene más posibilidades de alcanzar y mantener el Gobierno pactando con extremistas de izquierda y nacionalistas, y mientras esto suceda, no habrá acuerdos por el centro".

Otra parte de los encuestados, menor, pone el énfasis en la derecha, ya que "la única posibilidad de Pactos de Estado es que el PP haga una oposición con visión de medio y largo plazo, pensando en generar espacios de consenso a nivel regional, nacional y europeo".

3. Las tensiones sociales inexistentes

Aquí vuelve a aparecer esa división entre una mirada más o menos optimista sobre la sociedad española y otra que percibe grietas profundas en ella. Porque, si hay tanta polarización y están tan enfrentados los partidos mayoritarios, si el panorama institucional se muestra quebrado y buena parte de la población ha perdido poder adquisitivo, parece evidente que estamos en un escenario idóneo para que las tensiones sociales terminen estallando. Sin embargo, esa no es la perspectiva dominante: una mayoría sustancial de los encuestados no espera grandes enfrentamientos.

Entre otros motivos, porque España parece estar un poco al margen de las grandes tendencias internacionales, y los populismos están en retroceso. "El contexto económico para los dos próximos años no se prevé malo, de modo que si no hay un evento dramático, no se generarán tensiones sociales. Ese descontento que derivó hacia los populismos con Podemos ya no está presente, Sumar ha tenido un peor resultado en las generales que los que lograba Iglesias y Vox está bajando". Otro de los entrevistados subraya que la indignación de los españoles "es aparencial, pero luego no influye en la vida diaria. Solo una crisis económica brutal podría originar esa tensión social real, y no parece que vaya a darse".

"Habrá tensiones sociales cuando vaya fundiéndose el patrimonio acumulado por generaciones anteriores"

Hay voces disidentes que sí esperan tensiones sociales, pero en un tiempo no cercano, ya que "el desánimo está claro, pero en las clases medias y populares la situación no la intuyo tan mala como para llegar a eso, al menos todavía". Otro de los encuestados señala que "si no hay mejoras en las condiciones de las nuevas clases bajas, habrá tensiones sociales a medio plazo (no a corto, pues vivimos en economías —occidentales— dopadas)". Y un tercero las da por seguras, pero "cuando vaya fundiéndose el patrimonio acumulado por las generaciones anteriores".

Es decir, la sociedad española parece razonablemente asentada y se aleja de los populismos, el horizonte económico no se adivina sujeto a grandes sacudidas y los españoles conservamos un carácter que ayuda en los malos momentos. Todo parece ir mejor de lo que la crispación cotidiana señala. Quizá porque "la alta tensión de hoy es política y no económica, derivada del hostigamiento institucional desde el poder", y no producto de una mala situación general.

Es decir, parece que España marcharía por una senda prudente, aun sometida a los riesgos sistémicos que cada época trae consigo, si no fuera por unos partidos que están tensando la cuerda institucional, trayendo una división perniciosa y generando muchos más problemas de los que solucionan. Esa visión, según la cual la economía funciona, a pesar de los inconvenientes, y la sociedad española muestra su resiliencia, encontraría un gran escollo que impide los avances, la deriva política.

Quizá sea así, pero en este punto conviene recordar palabras de hace 100 años, que Ortega y Gasset firmaba en España invertebrada: "Diríase que los políticos son los únicos españoles que no cumplen con su deber ni gozan de las cualidades para su menester imprescindibles. Diríase que nuestra aristocracia, nuestra Universidad, nuestra industria, nuestro Ejército, nuestra ingeniería, son gremios maravillosamente bien dotados y que encuentran siempre anuladas sus virtudes y talentos por la intervención fatal de los políticos. Si esto fuera verdad, ¿cómo se explica que España, pueblo de tan perfectos electores, se obstine en no sustituir a esos perversos elegidos? Hay aquí una insinceridad, una hipocresía".

"Las élites políticas de esta generación están haciendo, en general pero con excepciones, un trabajo irresponsable, muy deficiente. Y las élites económicas y sociales han disminuido su compromiso con España como proyecto y llevan tiempo trabajando en la internacionalización de familias, estilos de vida y empresas. Están en su derecho de hacerlo".

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