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Dentro del búnker del PNV: aquí no llega el griterío de Madrid (pero hay fugas)
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Dentro del búnker del PNV: aquí no llega el griterío de Madrid (pero hay fugas)

El hermetismo con el que el PNV ha llevado el casting del nuevo candidato a lendakari demuestra que sigue siendo el último partido discreto que existe, pero también que la vieja organización tiene achaques

Foto: Andoni Ortuzar, presidente del PNV, en los carnavales. (EFE)
Andoni Ortuzar, presidente del PNV, en los carnavales. (EFE)
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Siete apellidos (casi) vascos: Otadui, Garamendi, Mendoza, Rementería, Tapia, Atutxa y Esteban. Tras conocerse que el PNV prescindiría del lehendakari Íñigo Urkullu en las próximas elecciones autonómicas, un periódico con buenas antenas en el País Vasco publicó que su sucesor saldría de uno de esos siete cargos/apellidos del partido. En efecto, una quiniela de siete no parecía tirarse al vacío, pero, ¡ay!, hablamos del PNV: el relevo de Urkullu no fue ninguno de esos siete, sino Imanol Pradales, diputado foral de Infraestructuras y Desarrollo Territorial de Bizkaia, con el que, como vemos, casi nadie contaba fuera del sigiloso refugio peneuvista. O el viejo partido tomando otra vez las decisiones en lo más profundo y oculto de la espesura del bosque, como un sanedrín de druidas, mandando cuervos con el nombre del elegido para gestionar el reino del norte.

Resaltar el fallo de la prensa con el nombre del sucesor no pretende ser una crítica periodística, sino un reflejo de la naturaleza vaticana del PNV, que, mientras la política institucional deviene cada vez más ruidosa y espectacular, más Fast and Furious que la Grecia socrática, sigue funcionando como organización old school en la que el poder reside en la discreción y el secreto. El Euzkadi Buru Batzar (EBB), comité ejecutivo del partido, cocinó a fuego lento la sustitución de Urkullu, solo perturbada por una filtración de última hora (El Correo desveló que el lehendakari no renovaría) que obligó a adelantar el nombre de Pradales y a modificar la escenificación prevista. "Quizá al partido le hubiera gustado que Urkullu anunciara su relevo para suavizar el golpe", cuentan fuentes conocedoras del partido.

Andoni Ortuzar, presidente del PNV, justificó el relevo en Radio Euskadi apelando al carácter reservado del partido:

"En el PNV somos bastante celosos de nuestra actividad interna, eso nos ha dado buen resultado históricamente"

Que la prensa adelantara lo de Urkullu "no ha sido una filtración del PNV. En el PNV muy poca gente conocía esta información".

"Sé que el lenguaje periodístico tiene que llevar las cosas a titulares y a expresiones que llamen la atención", pero esto "es más una sucesión que un quitar y poner a alguien".

"Nosotros jugamos con una metáfora en el partido, katea ez da eten, la cadena no se rompe, esto es una sucesión, por la que antes pasaron Ardanza, Ibarretxe o Urkullu, hasta el siguiente eslabón, mientras nosotros sujetamos la cadena para que esté segura".

"Todo lo que presenta el PNV es fiable".

"En el PNV somos bastante celosos de nuestra actividad interna, eso nos ha dado buen resultado históricamente y vamos a seguir haciéndolo así".

"No exageremos. Que no nos contagie la grandilocuencia, la hipérbole y la exageración en la que se ha instalado la política madrileña. Vamos a llevar esto al estilo "basque style".

"Pasamos por ser el partido más previsible del mundo, pero a veces no lo somos", zanjó el presidente del partido.

Conceptos clave de las palabras de Ortuzar: Pocos estaban en el secreto. Fiabilidad. Seguridad. Máxima contención interna. Circos, los justos...

Bienvenidos al búnker del PNV y sus arcanos mundos. El último partido político del siglo XX.

Foto: Ortuzar, Urkullu y el flamante candidato, Imanol Pradales, en el aniversario de la muerte de Sabino Arana. (EFE/Luis Tejido)
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Plano rumano fijo

El relevo impenetrable en el PNV contrasta con los últimos cambios de liderazgo en los partidos en España: sangrantemente transparentes.

El del PP (Feijóo por Casado con Ayuso de testigo) tuvo de todo y a plena luz del día: cruce gravísimo de acusaciones en los medios, navajazos públicos y ajusticiamiento de líder en abarrotada plaza mediática del pueblo. Un vertiginoso thriller coreano con el que España vibró durante dos semanas.

Foto: La última sesión de Pablo Casado en el Congreso como presidente del PP. (EFE/Chema Moya)

El PSOE no le fue a la zaga en dramatismo durante la disputa Pedro Sánchez/Susana Díaz, con momentos televisivos estelares, de la boda roja en el comité federal de Ferraz, a las patéticas afirmaciones de poder a cámara ("yo soy la única autoridad del PSOE"), además de la purga, resurrección y victoria final de Sánchez. Todo narrado siempre en épicas maratones televisivas de Ferreras.

Por no hablar de los psicodramas por el liderazgo de Podemos: todos los vicios de los juegos políticos universitarios y de las luchas entre facciones, aireados 24/7 en filtraciones de WhatsApp y otras prácticas de una era en la que la política se hace más en los medios que en las calles.

Pero el PNV es otra onda formal. Libre de tentaciones tarantinianas, la interna del PNV ha sido una película rumana de plano fijo en la que no pasa nada (hasta que pasa y sale el cartel de The End). Ningún tipo de acción morbosa para los consumidores de la política de partidos, solo conciliábulo vertical amortiguado por la falta de información sobre cuitas internas. Si lo que quiere usted es vértigo, emociones tuiteras fuertes y juegos del hambre televisados, se ha equivocado de partido. Guy Debord nunca habría escrito La sociedad del espectáculo con el PNV: se hubiera muerto de aburrimiento antes.

Miedo a un estilo vasco

No esperen que al lehendakari saliente, por decepcionado que esté, le de un arrebato público contra el partido (al menos a corto plazo, ya veremos qué pasa si el PNV pierde el poder). Como ellos mismos dicen, no es el estilo vasco limpiar los trapos sucios delante de todo el mundo.

"Pradales no es que no sea la revolución, es que el mismo perfil que Urkullu, solo que más joven. Es un tecnócrata"

Desde luego, el estilo en política es importante. Si la cadena de mando del PNV es rocosa, la imagen de sus prohombres es imperturbablemente pureta, peneuvista y ajena a las modas de políticos telegénicos: varón vasco robusto, de mediana edad, con el gesto de gravedad de una hoja de Excel y al que nunca verás vestido con una sudadera de Doraemon… o casi nunca: la única alegría estética de los gestores del PNV, quizá para expiar la grisura del resto del año, la dan por carnavales, cuando la plana mayor se junta con las bases para disfrazarse de indios, de aldea gala o de ABBA. ¿El resto del tiempo? A nadie le quedan mejor que a ellos los jerséis de tecnócrata por encima de los hombros.

A Imanol Pradales, nuevo aspirante a lehendakari, se le ha definido como un "discreto gestor vizcaíno", lo que no suena muy sexy de entrada, pero no puede ser más PNV. Si se permiten las bromas, a veces, uno se pregunta si el PNV no debería llamarse el PDGV: Partido de los Discretos Gestores Vizcaínos. "Imanol Pradales es una apuesta continuista, no es que no sea la revolución, es que exactamente el mismo perfil que Urkullu, solo que más joven. Es un tecnócrata y un gestor trabajador. No es una personalidad brillante o carismática", afirma un analista de la política vasca.

Hay partido

El periodista Luis María Ansón, en uno de esos collages lisérgicos marca de la casa, puso una vez la cabeza de Xabier Arzalluz en el cuerpo de Osama Bin Laden y le renombró (en portada de La Razón) como "Javier Ben Arzallus". En efecto, a finales del siglo XX, Arzalluz era una obsesión recurrente de la política española, como el hombre que (decían) movía todos los hilos de Euskadi y echaba vitriolo sobre Madrid. Pues bien, al contrario de lo que dicta la lógica de las luchas internas de poder, donde los ambiciosos suelen preferir las llaves del Gobierno a las del partido, Arzalluz nunca quiso ser lehendakari, le bastaba y le sobraba con presidir el PNV para revestirse de máxima autoridad psicológica de la zona, es decir, de sheriff del partido alfa.

"Nadie espera sorpresas. Lo que dice el Euzkadi Buru Batzar va a misa"

Durante el tardofranquismo, se llamó El Partido (con mayúsculas) al PCE por su hegemonía opositora. Ahora que los partidos se pliegan cada vez más a los liderazgos carismáticos (comparen el caso de Pedro Sánchez con el de Felipe González cuando estaba en Moncloa, mareado constantemente por los contrapoderes guerristas del partido en Ferraz), en el PNV no han cambiado sus prioridades: donde hay patrón (El Partido) no manda marinero (el lehendakari).

Lo que no significa, claro, que las decisiones las tome todo el partido, sino una camarilla que, fuentes conocedoras del PNV, limitan a "media docena de personas a lo sumo con distintos grados de influencia". La decisión de cambiar de candidato a lehendakari, eso sí, se consultará a las bases, pero nadie espera sorpresas. "Lo que dice el Euzkadi Buru Batzar va a misa", resumen con palabras parecidas todos los consultados para este artículo.

Habla Emilio Alfaro, experiodista de El País en Euskadi y exdirector de Prensa del lehendakari peneuvista José Antonio Ardanza (1985-1987):

"El PNV sigue teniendo su mística. A un lado, está el partido, guardián de las esencias; al otro, las tareas pragmáticas de gobierno. Lo trascendente es el partido; las gestiones institucionales se adaptan a las necesidades de cada momento".

"El PNV no hará nunca unas primarias", resume Alfaro.

"El PNV no está supeditado a los superliderazgos, como los de Pedro Sánchez en el PSOE, Puigdemont en Junts o Pablo Iglesias en Podemos. En el PNV el partido siempre es lo primero", zanja Alfaro.

Fuego interno

Si Florentino Pérez ha sugerido que ningún jugador está por encima del Real Madrid, el PNV siempre será más grande que el lehendakari peneuvista de turno, como saben todos los despeñados por el partido antes de Urkullu, de Ardanza a Garaikoetxea. Porque no nos equivoquemos: como bien saben del Vaticano al Politburó, hermetismo no significa cambios amables de liderazgo. Fuego interno siempre hay cuando el PNV liquida a un lehendakari durante su mandato, pero a la opinión pública no le ha llegado el calor esta vez, solo un vago rumor. Como una de esas películas en las que la tragedia se produce fuera de campo y solo vemos el plano de un caserío y un grito sordo en la lejanía, la defenestración de Urkullu quizá haya sido tan desgarradora como en de cualquier otro partido, pero con silenciador, sin exhibicionismo y con un detalle interno no menor: Urkullu fue presidente del Euzkadi Buru Batzar antes que lehendakari, por tanto, no necesita que venga nadie a explicarle cómo funciona la cadena que nunca se rompe, pero deja cadáveres políticos por el camino… por el bien del partido.

Lo resumió José Antonio Zarzalejos: "El despido del lehendakari —porque ha sido una marcha abrupta para Urkullu, un político con una trayectoria larga en el PNV cuyas ejecutivas, primero la de Vizcaya y luego la nacional (EBB), presidió— tiene también explicación en la tradición del nacionalismo vasco: la organización bicéfala soporta mal continuidades excesivas en los cargos públicos. Si Urkullu hubiese repetido candidatura, habría superado la longevidad política de sus predecesores Garaikoetxea, Ardanza e Ibarretxe. Por otra parte, su peso político, incomparable al que tendría su sucesor, Imanol Pradales, desparece en beneficio de Andoni Ortuzar, que se convierte con este movimiento en el único hombre fuerte del nacionalismo vasco".

placeholder El candidato del PNV a lendakari Imanol Pradales, junto al lehendakari Iñigo Urkullu, y al presidente del PNV, Andoni Ortuzar.  (EFE/Luis Tejido)
El candidato del PNV a lendakari Imanol Pradales, junto al lehendakari Iñigo Urkullu, y al presidente del PNV, Andoni Ortuzar. (EFE/Luis Tejido)

¿Fin de ciclo?

Tras gobernar 40 de los 43 años y pico de autonomía (no busquen otro dominio así por estos lares, porque no lo encontrarán), el PNV está ahora en plena encrucijada. ¿Suenan las campanas del fin de ciclo? No sería la primera vez que parece que sí, y luego es que no, porque el PNV es mucho PNV, pero, tras el subidón de EH Bildu en los últimos comicios locales, hay ruido de fondo. "El PNV siempre ha tenido mucha penetración social, de las empresas al Athletic de Bilbao, con buen oído para captar la sensibilidad social de cada momento, pero algo de eso se ha perdido los últimos años, parece encasquillado, ha perdido atractivo como valor refugio, la sensación es que el viejo partido se ha hecho más viejo", zanja Alfaro.

Si el PNV tiende a la fontanería interna críptica, más ahora que pasa por días delicados. El partido ha blindado el proceso de sucesión con el secretismo de un cónclave papal. Hay dedazos y dedazos: cuando Aznar nombró sucesor a Rajoy, dejó que la prensa especulara durante meses sobre si el elegido sería Rajoy, Rato o Mayor Oreja. ¿Y en el PNV? Juegos los justos, si ha habido algún tipo de casting para elegir al nuevo candidato a lehendakari, no nos hemos enterado.

Aunque los procesos de democracia interna y primarias abiertas tienen sus riesgos desestabilizadores, también pueden revitalizar partidos en crisis (como muestra el caso Pedro Sánchez, con la militancia doblando el pulso al aparato y el PSOE sanchista frenando a Podemos y reforzado en Moncloa). Pero esas piruetas no son para el PNV 2023, más conectado al PNV 1895 que al TikTok de la política madrileña. En el Euzkadi Buru Batzar no están para moderneces. Amarrategui no experimenta con gaseosa. A Amarrategui no le gusta dar la nota; Amarretegui gestiona. No le puedes pedir a Amarrategui que deje de ser Amarrategui. Es lo que hay.

Siete apellidos (casi) vascos: Otadui, Garamendi, Mendoza, Rementería, Tapia, Atutxa y Esteban. Tras conocerse que el PNV prescindiría del lehendakari Íñigo Urkullu en las próximas elecciones autonómicas, un periódico con buenas antenas en el País Vasco publicó que su sucesor saldría de uno de esos siete cargos/apellidos del partido. En efecto, una quiniela de siete no parecía tirarse al vacío, pero, ¡ay!, hablamos del PNV: el relevo de Urkullu no fue ninguno de esos siete, sino Imanol Pradales, diputado foral de Infraestructuras y Desarrollo Territorial de Bizkaia, con el que, como vemos, casi nadie contaba fuera del sigiloso refugio peneuvista. O el viejo partido tomando otra vez las decisiones en lo más profundo y oculto de la espesura del bosque, como un sanedrín de druidas, mandando cuervos con el nombre del elegido para gestionar el reino del norte.

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