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Esta jueza española está harta de que no nos tomemos la autoridad en serio
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Entrevista a natalia velilla

Esta jueza española está harta de que no nos tomemos la autoridad en serio

Natalia Velilla (Madrid, 1973) lleva más de veinte años trabajando como jueza y cree que atravesamos una grave crisis relacionada con la abstracción sobre la que se fundamenta su trabajo

Foto: Natalia Velilla posa para El Confidencial tras la entrevista. (Alejandro Martínez Vélez)
Natalia Velilla posa para El Confidencial tras la entrevista. (Alejandro Martínez Vélez)
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La autoridad de los padres, la autoridad de los profesores, la autoridad de los jefes, la autoridad de los expertos, la autoridad de los médicos, incluso la autoridad de los jueces... Nuestras sociedades sufren una crisis de autoridad, una anemia que ya presenta infinidad de síntomas. Un problema que amenaza nuestra convivencia, pero también nuestro sistema de Derecho, alimentando la tentación de acabar en manos de "líderes fuertes" que terminen de erosionar las instituciones y destruyan los cimientos democráticos. Son el tipo de preocupaciones que se abordan en La crisis de la autoridad, un ensayo muy accesible, escrito desde la convicción y el hartazgo.

PREGUNTA. Tu libro empieza hablando de la toga. Cuando llegó el covid os la quitasteis por motivos sanitarios. ¿Qué es lo que pasó?

RESPUESTA. Yo al principio pensaba que era por el propio virus, porque la gente estaba alterada. Pero fueron pasando los meses y seguían pasando cosas raras. Se hablaba de manera más coloquial de lo habitual, los abogados tenían conversaciones o discusiones que parecían de la calle, incluso a mí me discutían cosas que normalmente no me discuten. Empecé a pensar que era porque no había togas. Se había perdido la perspectiva, el recordatorio de que estabas en un juicio. Luego volvieron las togas y todo volvió a la normalidad.

P. Desaparece el símbolo del poder y se desvanece el hechizo de la autoridad… Se viene abajo la construcción, como sucede con tantos otros ritos, ¿no?

R. Eso es. Las formas son muy importantes como expresión del contenido y de la autoridad. En ocasiones, las formalidades ayudan a comprender por qué hay autoridad.

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Foto: A. M. V.

P. Más allá de la anécdota, tú empiezas a pensar en la autoridad al ver los problemas familiares que te llegan al juzgado, ¿cierto?

R. Todo el mundo percibe que hay menos autoridad en el ámbito familiar, sobre todo si lo comparas con la infancia. No es solo que los hijos hayan dejado de obedecer a sus padres, es que los padres han dejado de ejercer su autoridad. Hay un nuevo modelo de paternidad y de maternidad que no ha encontrado el equilibrio entre el modelo de nuestros abuelos, que trataba al padre como figura reverencial al que todo mundo le rendía pleitesía, y lo que hay ahora.

P. ¿Qué hay ahora?

R. Se ha adoptado un modelo más humano, más consensuado, más dialogante. Pero nos hemos pasado al extremo contrario, a una mala interpretación de los derechos de los niños. Los padres han olvidado que muchas veces los derechos de los hijos los tienen que ejercer los propios padres porque los niños no tienen la madurez necesaria para muchas cosas. Por ejemplo, el derecho a la intimidad en la infancia no puede desembocar en que el niño o el adolescente puede hacerlo que le dé la gana sin que sus padres tengan derecho a enterarse. Porque, además, los padres son responsables de lo que hagan sus hijos.

P. ¿Cómo salpica esto en los juzgados?

R. Llega de muchas maneras. Por ejemplo, hay muchísima más delincuencia de menores dentro de sus familias. Hijos que hacen la vida imposible a sus familiares, adolescentes que roban, incluso que agraden a sus padres… Pero, además de eso, los padres descargan en sus hijos la responsabilidad de decisiones que un niño no puede asumir. Con quién se van a vivir tras un divorcio, por ejemplo. En asuntos así, se puede tener en cuenta la opinión del niño, pero la decisión final no puede ser del menor.

"No es solo que los profesores no se pueden hacer respetar con sus alumnos, es que su figura ha perdido autoridad hacia las familias"

P. El siguiente escalón donde esta anemia de autoridad se hace patente, dices, es en las escuelas.

R. El sindicato de funcionarios, el CSIF, hizo un estudio de campo muy ambicioso en 2019 y concluía que el 90% de los maestros entrevistados habían sido testigos o víctimas de actos violentos en el aula, lo cual me parece bastante llamativo. Son agresiones hacia ellos mismos, aunque también entre compañeros, o con temas de acoso escolar. El 75% de los maestros entrevistados consideraban que no tenían suficiente autoridad. El problema no es solo que los alumnos no les obedezcan, sino que los propios padres los desacreditan. No es solo que los profesores no se pueden hacer respetar con sus alumnos, es que la figura del profesor ha perdido su autoridad también hacia las familias.

P. ¿El siguiente peldaño sería el ámbito laboral?

R. En mi día a día laboral es difícil ver falta de autoridad porque es autoridad pura y hay mecanismos para ejercerla. Pero he trabajado en juzgados laborales durante tres años y sin duda hay problemas de disciplina. Casos de despidos o sanciones con faltas de respeto increíbles a compañeros y superiores. Casi siempre, con muy poca inteligencia. Asuntos muy básicos de educación y respeto que creo que se están perdiendo.

P. Antes los jefes gritaban y se excedían mucho más. Igual que los profesores o los padres. Se ha producido un relajamiento de los roles. Tú en el libro trazas la línea entre autoridad y autoritarismo.

R. Es un juego de palabras como el de libertad y libertinaje. La oposición a la autoridad ha existido siempre y es necesaria en cierta medida. Sin oposición al statu quo, no hay cambio social. Tiene que haber siempre un nivel de crítica. El problema aparece cuando se deslegitima toda la autoridad por sistema, cuando se confunden la autoridad con el autoritarismo.

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Foto: A. M. V.

P. Cuando se idealiza la desobediencia, como pasa en algunos de los referentes culturales de los que hablas en el libro, ¿no?

R. Cuando no se consigue diferenciar lo que es la autoridad legítima, la sometida a reglas, la sometida al Estado de derecho, a la ley, etcétera… con el autoritarismo, que es el ejercicio extralimitado de la autoridad. A través de la asimilación de la autoridad con el autoritarismo se logra que la gente rechace todo tipo de autoridad. Y eso es grave.

P. Dices que "la celebritas sustituye a la auctoritas" y que empieza a tener más peso la popularidad, entendida como un simple "estar en boca de todos", que la verdadera autoridad sobre un asunto. Una de las expresiones más peligrosas son los linchamientos populares en redes sociales. Una jauría en Twitter puede desembocar en castigos reales y tener más impacto que una condena en un juzgado.

R. Antiguamente existía en el derecho europeo la muerte civil, la anulación de alguien cuando era condenado. Se borraba a la persona de la faz de la tierra. Aquello fue abolido en el siglo XVIII. En nuestro Código Penal, en concreto, se acabó en 1836. Se consideró que eso es una pena absolutamente inhumana. Ahora se producen situaciones así, pero además sin juicio. Cuando se abolió la muerte civil es porque se consideraba que la Justicia tiene que dar la posibilidad de reinsertar. Alguien puede reinsertarse después de cometer un delito, incluso un delito de sangre. Pero ahora estamos asistiendo a una nueva manera de hacer justicia. A veces con la excusa de que los jueces no me dan la razón, cosa que se ha convertido en un mantra. Como creo que los jueces no me van a apoyar porque ha prescrito, porque no hay pruebas, o porque no está tipificado el delito, o por lo que sea, acudo a las redes sociales en busca de justicia. Esto es peligrosísimo. No hay posibilidad de prueba, no hay posibilidad de contradicción… No hay nada. Y, efectivamente, las consecuencias son devastadoras. La gente no entiende que si aceptas este tipo de Justicia tienes que asumir que te puede pasar también a ti. No le va a pasar solo a las personas que te caen mal.

P. Hay un caso que creo que resume perfectamente lo que está pasando: el de Amber Heard vs. Johnny Depp. La justicia paralela de las redes y los medios arrastró por el fango a uno de los protagonistas y posteriormente al otro. Propició la intervención de la Justicia y acabó empujando también al propio sistema judicial al fango. Al final nadie puede saber lo que ocurrió con exactitud entre esas dos personas y lo único que queda es un espectáculo horrible.

R. Sí, creo que ese caso lo resume muy bien y no deja de ser una vuelta a la plaza pública, al linchamiento popular, a la falta de garantías. Es totalmente antidemocrático y muy peligroso.

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Foto: A. M. V.

P. En el libro haces una asociación entre la falta de autoridad extendida y la sed de líderes fuertes. ¿Cómo se produce ese salto? ¿La gente busca alguien que ponga orden?

R. La democracia se autofagocita. Llega un momento en el que la falta de autoridad de las instituciones desgasta el sistema. Por ejemplo, el Ejecutivo empieza a comerse al Legislativo porque todo se hace por decreto-ley. La gente se harta, crece el descontento con el sistema entero. Y de pronto aparece un líder que apela a las emociones y promete un cambio radical, cuesta lo que cueste, aunque sea con rudeza y por encima de las instituciones. Alguien que empieza a decir lo que la gente quiere escuchar y que se niega a someterse a controles. Esto está pasando en muchos lugares del mundo al mismo tiempo.

P. Yo creo que los líderes autoritarios también se aprovechan de la impaciencia de la gente ante la dificultad de cambiar cosas en los sistemas que hemos construido, limitados por tantos poderes y contrapoderes que hacen muy difícil un cambio de rumbo.

R. La parálisis por análisis, está claro. Las democracias son lentas, claro, porque tienen contrapesos. Para eso existen los instrumentos de urgencia de los que después se abusa, como ocurre con los decretos ley.

P. Durante la pandemia, por ejemplo, se tiró de esos mecanismos de urgencia y la sociedad española respetó la autoridad sin mucha resistencia.

R. La sociedad española es mucho mejor de lo que creemos. Para mí fue motivo de orgullo, sinceramente. A toro pasado todo es mejorable, pero en ese momento fue sorprendente y muy responsable el comportamiento de los españoles.

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Foto: A. M. V.

P. Surge la tentación, dices, de la justicia privada. O de tomarse la justicia por tu mano.

R. Es algo popular y además algunas opciones políticas, como la ultraderecha, lo fomentan. Un caso claro es el de Desokupa. Es justicia privada que sobrepasa con mucho la legítima defensa que recoge el Código Penal. Aunque es otro tema, el tema de la okupación me parece especialmente triste. No conozco ningún juez o jurista serio que se dedique a ello y que dé pábulo a toda la alarma que hay con el tema de la okupación. Pero ese es otro tema.

P. Otra de las autoridades que decae es la autoridad de los expertos, del médico en la consulta, del científico en el laboratorio… Lo acabamos de ver con la DANA y las previsiones meteorológicas. La gente no acepta nada que no sea la exactitud absoluta. Todo es motivo de desconfianza, todo es un engaño, un complot. Es una actitud, creo, que se ha disparado por los años del covid.

R. Internet tiene mucha responsabilidad en esto. Las redes son un altavoz de inútiles, excéntricos y estúpidos en busca de notoriedad. Antiguamente, estaban en los bares, pero ahora encuentran audiencias enormes. Amplifica lo peor, pero quiero pensar que son voces minoritarias, al menos en España. La mayoría de la gente sí entiende las previsiones meteorológicas como lo que son, y valora su utilidad. Cuestionarlo todo, además, es una manera muy sencilla de destacar. Ir contra la corriente…

"Los jueces en España estamos absolutamente asqueados con la politización de la Justicia"

P. La erosión de la autoridad de los expertos está ligada con el concepto de celebritas que delimitas en el ensayo. Y en países como Estados Unidos ya arrastra a porcentajes sorprendentes de la población.

R. Cuando éramos niños, había personas famosas porque cantaban bien, otras porque escribían bien, otras porque desempeñaban un cargo importante… Luego aquello empezó a degradarse y el famoso era el que se había acostado con la hermana del primo del vecino de alguien que a su vez era famoso por algún motivo. Esto se ha magnificado con las redes sociales. Un tipo se levanta y se hace el desayuno, lo emite, y hay muchas personas escuchando a ver qué opina sobre un tema para el que no tiene ninguna formación. A partir de ahí, todo es opinable y las voces menos preparadas de pronto son las que marcan el paso.

P. Acaba de inaugurarse el año judicial y creo que los jueces no estáis en vuestro mejor momento. ¿Qué os preocupa?

R. A ver cómo resumo esto. Los jueces en España estamos absolutamente asqueados con la politización de la Justicia. No por formar parte del Poder Judicial somos ajenos a lo que está sucediendo y no podemos culpar a este Gobierno, ni al anterior, porque esto es consecuencia de la acción de todos los gobiernos de la democracia. Esto es un despropósito desde la ley de Justicia de 1985, una situación que ha ido macerando y al final ha estallado y ha colapsado. Es un abandono de lo que representamos.

La autoridad de los padres, la autoridad de los profesores, la autoridad de los jefes, la autoridad de los expertos, la autoridad de los médicos, incluso la autoridad de los jueces... Nuestras sociedades sufren una crisis de autoridad, una anemia que ya presenta infinidad de síntomas. Un problema que amenaza nuestra convivencia, pero también nuestro sistema de Derecho, alimentando la tentación de acabar en manos de "líderes fuertes" que terminen de erosionar las instituciones y destruyan los cimientos democráticos. Son el tipo de preocupaciones que se abordan en La crisis de la autoridad, un ensayo muy accesible, escrito desde la convicción y el hartazgo.

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