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La España que le falló al PP y la resurrección de Sánchez
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La España que le falló al PP y la resurrección de Sánchez

Casi una semana después de las elecciones, sus resultados siguen sin haber sido comprendidos en su totalidad. Y hay muchos elementos que deben destacarse, pero hay uno que resulta fundamental

Foto: Feijóo y Gamarra, en la ejecutiva del PP. (Reuters/Juan Medina)
Feijóo y Gamarra, en la ejecutiva del PP. (Reuters/Juan Medina)
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Casi una semana después, la explicación que ha encontrado el PP acerca de los resultados electorales, que tiene todavía en shock a buena parte de sus votantes, ha sido la mera existencia de Santiago Abascal. Como afirmaba Juanma Moreno, "Vox es el mejor aliado de Sánchez". Estas declaraciones pueden ser entendidas como parte de los movimientos internos en el partido de cara a una hipotética sucesión, con Moreno e Isabel Díaz Ayuso marcando distintas posiciones, pero también son la constatación de cómo los populares están atravesando los mismos dilemas a los que se enfrentó el PSOE hace años, cuando tuvo que decidir cómo posicionarse frente a Podemos. Los argumentos que escuchamos estos días en el bloque de la derecha (la radicalización a la que llevaría una coalición, la amenaza para la fuerza mayoritaria que supondría gobernar con el pequeño, la identificación por el votante como una formación no centrista) son muy parecidos a los que entonces se emitieron entre los socialistas.

Sin embargo, las afirmaciones de Moreno son también el diagnóstico último sobre los resultados de estas elecciones al que se ha llegado en Génova. El PP no ha obtenido el triunfo esperado por lo mucho que Abascal haya estorbado, lo que no deja de ser una forma de evitar la responsabilidad. La foto del 23-J es bastante nítida: el bloque de las derechas ha ganado las elecciones, el mapa de España está pintado mayoritariamente de azul y la necesidad de alianza entre los populares y Vox no ha perturbado a 11,3 millones de votantes.

El PP y "la España que no existe"

Los únicos territorios donde el temor a un Gobierno de coalición de las derechas ha funcionado, y de manera plena, ha sido en País Vasco, Navarra y Cataluña. Y tampoco puede afirmarse que los resultados catalanes o vascos fueran una gran sorpresa, porque esa división territorial continúa marcando las elecciones españolas, aunque en cada votación tenga una expresión electoral distinta. En la falta de comprensión de esta realidad española cifran en Ferraz la amarga victoria de su rival: "Nosotros somos un partido con una implantación enorme en todos y cada uno de los territorios del país. El PP es residual en algunos". Quizá por ello "el PP no entiende España. No quiere a España como es. Quiere otra que no existe".

El PP pensaba que, para gobernar, Cataluña y Euskadi no eran necesarias; bastaba con estar fuertes en el resto de España

En realidad, el problema ha estado en otros lugares. La pregunta es cómo ha sido posible que las derechas hayan ganado en casi toda España, que la suma de PP-Vox superase el 50% en muchos lugares, y que, sin embargo, ese triunfo no haya dado al bloque para gobernar. Además, las cuentas estaban echadas en Génova: creían que una vez que Madrid, Andalucía y la Comunidad Valenciana se habían decantado por el PP, estos territorios inclinarían definitivamente las elecciones hacia una mayoría con independencia de lo que ocurriera en Cataluña y Euskadi. No les eran necesarios, les bastaba con el resto de España.

Las dos Españas

Lo más llamativo del nivel de resistencia del PSOE, y del bloque de las izquierdas en general, es hasta qué punto negó la tesis de partida del PP. En Génova creían que ya no estábamos en el 10-N de 2019, que estas elecciones generales serían muy distintas de las anteriores y que la evolución sufrida por España en estos años había transformado por completo la mentalidad de los ciudadanos y, por tanto, su intención de voto. Lo peculiar es que han tenido razón a medias.

Madrid ha tenido los mismos resultados entre bloques ideológicos que en las elecciones de hace cuatro años

Ha habido dos Españas, la que ha votado más o menos igual que en 2019, aunque el reparto dentro de cada bloque haya sido distinto, y la que ha votado de otra manera. Aragón o Galicia, por ejemplo, han visto una contundente victoria de las derechas; en esos territorios, lo que el PP esperaba, esa evolución, se ha dejado sentir. En Cataluña o Euskadi también; allí han pasado muchas cosas en estos cuatro años, y todas parecen haber sido positivas para el PSOE.

Pero también está la España que ha votado como en 2019, como Castilla-León (19-12 para las derechas, aunque Vox haya perdido 5 escaños) Baleares, Murcia o La Rioja. Pero sobre todo, Madrid, que ha tenido los mismos resultados entre bloques que en las elecciones de hace cuatro años.

La variable de clase

El reparto de voto por renta según las secciones censales, que es una variable más de clase, ha arrojado un resultado sorprendente. En los barrios más pobres, los que se sitúan entre el 10% con menos renta de España, el PSOE ha barrido sin discusión. Los socialistas dominan el voto, aunque con menor distancia, en las zonas que figuran entre el 30% más pobre de España. Salvo en el 10% más bajo, los bloques están igualados, porque en esos sectores Vox recibe más votos que Sumar y compensa la distancia entre PSOE y PP.

Del mismo modo, los socialistas caen en los sectores con rentas medias altas, pero en ellos la presencia de Sumar permite igualar más o menos el número de votos. Las grandes diferencias a favor de PP y Vox, como publica eldiario.es, figuran en el 5% más rico, donde la distancia se dispara. El retrato de España según el lugar de residencia por renta es llamativo, porque ofrece un empate entre bloques en la mayoría de clases sociales, salvo en el 10% inferior y el 5% superior, donde la teoría de clase, los ricos votan a la derecha y los pobres a la izquierda, aparece muy nítido.

El voto útil

El regreso al bipartidismo, que parecía ser la clave del triunfo esperado del PP, no se ha producido del todo. La invocación al voto útil ha marcado estas elecciones, y ha tenido efectos muy evidentes, pero que no han ido en la dirección de favorecer a un bloque. Sumar ha aguantado bastante bien en las ciudades con más población como Madrid, Barcelona y Valencia, mientras que Vox ha perdido presencia y voto en esas zonas. En especial en el Mediterráneo, las ganancias obtenidas por PP han ido en detrimento de Vox. Allí donde había zonas con mucha población y el humor social era dominado por la derecha, el PP subió y Vox cayó. En esos mismos lugares, Sumar tuvo resultados buenos o muy buenos.

La crítica de Vox respecto del PP, en este intento de fomentar el bipartidismo, reside en un enfoque erróneo. Mientras Pedro Sánchez dejó espacio a Yolanda Díaz, Feijóo intentó acabar con ellos, afirman. Esa hostilidad permitió a los populares crecer, pero no lo suficiente ("136 escaños no son 160"), pero a costa de que ellos perdieran. Citan Albacete, Sevilla, Tarragona, Burgos y Baleares como territorios en los que esa animadversión no le fue útil al bloque de derechas, porque impidió que ellos sumasen escaños, mientras que al PP le sobraron votos que no fueron productivos.

Una estrategia en dos pasos

Además de estas claves, hay otras, significativas, que permiten una mirada más ampliada sobre las recientes elecciones. Metrosocopia apunta que "la ventaja obtenida por la derecha sobre la izquierda entre los hombres ha sido de cerca de 1,5 millones de votos, mientras que entre las mujeres el voto a los partidos de izquierda ha superado a los de la derecha en más de 1,1 millones". José Pablo Ferrándiz, de Ipsos, afirma que "entre los indecisos que se definían como votantes de centro o de centroderecha predominaron aquellos que decidieron no ir a votar o que, si lo hicieron, fue contra Feijóo".

En Ferraz insisten en que la buena gestión del gobierno en cuanto a la protección social también ha sido útil a la hora de movilizar voto, así como resalta que las malas formas y la falta de credibilidad del candidato popular les ha influido negativamente. Las brechas territoriales entre las comunidades nacionales y Madrid, y las diferencias entre las grandes ciudades y las pequeñas e intermedias también han tenido su peso en estas elecciones, y el multipartidismo no ha desaparecido. Son todos elementos que sirven para ir procesando y comprendiendo las elecciones del 23-J. En muchos lugares, no acaban de ser entendidos los resultados, y menos todavía digeridos.

Esa es la España que le falló al PP: la visión que se tenía de la realidad y la realidad misma chocaron violentamente la noche del 23-J

La clave de bóveda de los resultados de estas elecciones reside en el planteamiento que fijó el PP, y que esperaba realizar en dos tiempos. Las elecciones municipales y autonómicas, "un plebiscito contra el sanchismo" tenían que ser el momento que certificase el fin político del presidente. Una vez conseguido el objetivo, en la segunda vuelta, el 23-J, se trataba de llegar cerca de los 160 escaños, arrinconar a Vox y buscar un gobierno en solitario o, en su defecto, con el menor peso institucional posible de los de Abascal. Primero se vencía al rival del otro lado ideológico y después al del mismo bloque.

El problema de ese planteamiento no fueron las intenciones, sino una confianza y una ambición excesivas. La estrategia consistió en crear una atmósfera que diera por hecho que el triunfo masivo del PP era inevitable, gracias a la cual convertir el diagnóstico en performativo: una vez que ese clima se hubiera impuesto, la realidad iría acercándose a él. Pero apostar por esa carta tenía riesgos, que ya habían demostrado las estrategias comunicativas de primeros de los 2000, que buscaban mucho más construir una realidad que describirla. El principal de ellos era la posibilidad de que esos mensajes saturasen al ciudadano y terminaran volviéndose en contra, como así ha ocurrido. En especial, porque no solo quisieron dibujar una atmósfera, sino que se la creyeron íntegramente, lo que llevó a análisis equivocados de la España en la que tenían que operar. Esa es la España que le falló al PP: la visión que se tenía de la realidad y la realidad misma chocaron violentamente la noche del 23-J, y ese es un golpe que requiere todavía de puntos de sutura.

Casi una semana después, la explicación que ha encontrado el PP acerca de los resultados electorales, que tiene todavía en shock a buena parte de sus votantes, ha sido la mera existencia de Santiago Abascal. Como afirmaba Juanma Moreno, "Vox es el mejor aliado de Sánchez". Estas declaraciones pueden ser entendidas como parte de los movimientos internos en el partido de cara a una hipotética sucesión, con Moreno e Isabel Díaz Ayuso marcando distintas posiciones, pero también son la constatación de cómo los populares están atravesando los mismos dilemas a los que se enfrentó el PSOE hace años, cuando tuvo que decidir cómo posicionarse frente a Podemos. Los argumentos que escuchamos estos días en el bloque de la derecha (la radicalización a la que llevaría una coalición, la amenaza para la fuerza mayoritaria que supondría gobernar con el pequeño, la identificación por el votante como una formación no centrista) son muy parecidos a los que entonces se emitieron entre los socialistas.

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