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Sánchez se camufla entre los Reyes para evitar una pitada que resuena hasta Colón
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COBA FINA

Sánchez se camufla entre los Reyes para evitar una pitada que resuena hasta Colón

En realidad, Sánchez se subiría al Rolls-Royce si pudiera y, aunque debe ser incómodo tanto abucheo, sabemos que le resbala todo esto, cosa muy de presidentes

Foto: Felipe VI y Pedro Sánchez, en el desfile del 12 de octubre. (EFE/Rodrigo Jiménez)
Felipe VI y Pedro Sánchez, en el desfile del 12 de octubre. (EFE/Rodrigo Jiménez)
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En Madrid el cielo siempre deja que el desfile del 12 de octubre luzca azules y blancos surcos que miran hacia arriba. Esto pasa porque el viento despeja todo desde la sierra de Guadarrama, permitiendo que los aviones pintados en fresa y limón puedan dejar el rastro de una bandera que aún se le repite a la mitad de España. La patrulla Águila inaugura volando alto, pero siempre nos deja la duda de si disparan munición real o solo hacen acrobacias. Se ven muchos menos lodems y aunque también se debe al calor, es un dato que debería tranquilizar a los que no ven claro lo de pasarse por aquí. El presidente llega tarde porque así se hace notar, rompiendo la escrupulosa puntualidad militar, y se camufla entre la Reina y la infanta Sofía para evitar una pitada que resuena desde las Kio hasta Colón, por eso de hacer el desfile en Costa Flemming (sic Raúl del Pozo).

En realidad, Sánchez se subiría al Rolls-Royce si pudiera y, aunque debe ser incómodo tanto abucheo, sabemos que le resbala todo esto, cosa muy de presidentes. También le pasaba a Rajoy, al que le parecía un coñazo, tal y como se lo parecíamos todos nosotros. Según un informe reciente, la mitad de los funcionarios públicos viven entre orfidales y diazepams, por lo que medio palco de honor no se entera de lo que pasa por delante.

El Rey tiene cara seria, como siempre. En un ejercicio de autenticidad, podría optar alguna efeméride por vestir el uniforme de comandante en jefe de la Guardia Civil y arropar al cuerpo que más ningunean en el día de su patrona. Consigue que nos parezcamos un poco a la pompa británica, aunque sea por haberse escapado del museo de Madame Tussauds y no parecer un poco más imperfecto, es decir, un poco más español. Ardua tarea la de un jefe de Estado que tiene que gobernar para tantos jefes de Estado. Han venido presidentes autonómicos y en la calle se nota no solo por la cantidad de coches oficiales que rodean el Bernabéu, sino por los acentos que señalan o preguntan dónde tomarse unas buenas cañas en Madrid cuando termine. Es la fama que nos precede.

Foto: Los Reyes presiden el desfile militar. (EFE/Rodrigo Jiménez)

La derecha camina erguida, como adueñada de una bandera que les siguen regalando por cierto complejo de decir España sin levantar más muertos. Es una pena, porque tienen a huevo eso de quitarse taras y que impidan apropiarse a otros tan mal del emblema de todos, aunque imagino que la gente que acude hoy está deseando encontrarse con alguien de izquierdas para pitarle y echarle algo en cara. Veo muchos niños y no solo porque sean fachas; en ellos se diluyen todas las derechas que pastan hoy por la Castellana. Lo curioso es que padecen las mismas ambigüedades que las izquierdas, por muchas nonadas que sigan haciendo ante la bandera, así que quizá tanta puntería por destrozar lo común termine por acercarlos de una vez por todas, ahora que tanta falta nos hace.

Suenan aplausos para todo el Ejército. Cinco mil efectivos pasean el río seco de la capital, aunque los vítores a pleno pulmón sean para la Guardia Civil, la Legión y la UME. Al final, la gente que viene a ver este desfile tiene memoria histórica y estos tres que acaparan la ovación nos recuerdan a cuando nos topamos con una pareja de verdes por una carretera perdida en la nieve, o al ver embarcar por televisión en un B52 a un grupo de hombres sin cabra sabiendo que son legionarios porque van siempre los primeros. Nos emociona eso de no dejar a ninguno atrás o lo de dejarlo todo si un compañero exclama “a mí la Legión” aunque nuestras guerras vivan en libros de historia. Pero se sabe que están ahí y eso relaja. Ni qué decir de la 'España chamuscada', esa que defiende la UME quemándose viva si quemándose apagara las llamas que otros legislan por el forro de nuestros bosques. Hay que meter más ovejas para desbrozar y no solo para gobernarnos.

Querer a España es también aceptar que una parte no piensa como tú. Es un delicado equilibro que lleva cientos de años enfrentando a un pueblo similar en casi todo lo demás. Decía Antonio Escohotado que existen dos cosas de las que el ser humano debía sentirse orgulloso: la ciencia y la tolerancia. De la ciencia no hace falta que hagamos prensa, pero quizá sí de la tolerancia, una asignatura que venimos suspendiendo demasiados veranos y de la que siempre fuimos punta de lanza en el mundo y en la historia. Madrid se hace grande por la gente que viene de fuera, al igual que España se hace enorme en el idioma que hablan 700 millones de personas. Y no son razones para vivir acomplejados. Ya quisieran otros haber ido por el mundo como fuimos y no como fueron.

Agradezco que no he visto pollo alguno en banderas de España, ni tampoco a voceros de partidos políticos utilizándola para hacerse más pequeños. Hoy es un día que nos pertenece a todos, incluso a los que lo detestan. Debería sentarnos en la mesa a comer cochinillo, cocido, patatas a lo pobre o un plato de tofu, cosa que envidio de Francia, de Estados Unidos y hasta de Corea del Norte: todos ellos nos sacan medio pecho en algo que es tan nuestro, como cuando dejamos pasar a alguien al cruzárnoslo en una puerta, levantarnos si una persona necesita el asiento más que uno, o el dar las gracias cuando nos sentimos agradecidos. Puede que el año que viene por estas fechas, el nuevo presidente sea menos abucheado, el mismo Rey un poco más humano y todos los partidos se atrevan, de una vez y sin complejos, a reivindicar el día que celebramos lo distintos que somos. Según lo visto esta mañana, creo que vamos por el buen camino.

En Madrid el cielo siempre deja que el desfile del 12 de octubre luzca azules y blancos surcos que miran hacia arriba. Esto pasa porque el viento despeja todo desde la sierra de Guadarrama, permitiendo que los aviones pintados en fresa y limón puedan dejar el rastro de una bandera que aún se le repite a la mitad de España. La patrulla Águila inaugura volando alto, pero siempre nos deja la duda de si disparan munición real o solo hacen acrobacias. Se ven muchos menos lodems y aunque también se debe al calor, es un dato que debería tranquilizar a los que no ven claro lo de pasarse por aquí. El presidente llega tarde porque así se hace notar, rompiendo la escrupulosa puntualidad militar, y se camufla entre la Reina y la infanta Sofía para evitar una pitada que resuena desde las Kio hasta Colón, por eso de hacer el desfile en Costa Flemming (sic Raúl del Pozo).

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