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"Barcelona-92 no gustó ni a Pujol ni a los nacionalistas: se cargaron esa Cataluña"
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Entrevista al historiador Jordi Canal

"Barcelona-92 no gustó ni a Pujol ni a los nacionalistas: se cargaron esa Cataluña"

Por su conocimiento de la realidad política de Cataluña, El Confidencial ha mantenido con él esta conversación que constituye una lección de historia

Foto: El historiador Jordi Canal. (Cedida)
El historiador Jordi Canal. (Cedida)

Jordi Canal (Olot, Girona, 1964) es profesor-investigador en la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) de París. Ha sido profesor invitado en varias universidades europeas y americanas. Autor, entre otros libros, de 'El carlismo. Dos siglos de contrarrevolución en España' (2000), 'Banderas blancas, boinas rojas. Una historia política del carlismo, 1876-1939' (2006), 'La historia es un árbol de historias. Historiografía, política, literatura' (2014), 'Historia mínima de Cataluña' (2015), 'Con permiso de Kafka. El proceso independentista en Cataluña' (2018), 'La monarquía en el siglo XXI' (2019) y 'Vida y violencia. Élmer Mendoza y los espacios de la novela negra en México' (2020). En 2017 coordinó 'Historia contemporánea de España', en dos volúmenes.

Acaba de publicar un libro que la historiografía considera decisivo para entender la transformación que se produjo en Cataluña y en el resto del país con motivo de la celebración de los Juegos Olímpicos en Barcelona: '25 de julio de 1992. La vuelta al mundo de España' (Editorial Taurus). Según el propio autor y otros expertos, la situación catalana actual ya estaba en germen en los años 90. Con motivo de esta obra y por el conocimiento de la realidad política de Cataluña del académico gerundense, El Confidencial ha mantenido con él esta conversación que constituye una lección de historia, pero también de prospectiva.

placeholder Jordi Canel. (Cedida)
Jordi Canel. (Cedida)

PREGUNTA. Su libro sobre las Olimpiadas en Barcelona publicado en las actuales circunstancias tiene un especial sentido y me pregunto si cree que ese fue el momento de mayor prestigio de Cataluña en el conjunto de España, de mayor éxito de la Transición y de mayor reputación de la monarquía parlamentaria.

RESPUESTA. Sí, 1992 es un año clave. No solamente se celebran los Juegos Olímpicos de Barcelona, sino que coinciden asimismo en España la Expo de Sevilla, la II Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno Iberoamericanos y la capitalidad cultural europea de Madrid. Aunque parecía difícil y complejo, se consiguió llevarlo adelante todo con éxito. Lo ocurrido en 1992 puede considerarse como un gran escaparate de los logros alcanzados desde la Transición democrática. Fue un momento álgido, un gran momento. España se presentó abiertamente como una nación y una sociedad democrática, moderna, económicamente sólida, avanzada, creativa y capaz de plantearse grandes retos. Ya en 1991 Madrid había acogido, entre finales de octubre y principios de noviembre, la Conferencia de Paz sobre el Próximo Oriente, que reforzó el prestigio internacional del país. España, ausente del concierto internacional desde finales del siglo XIX, vuelve a contar en el mundo. La gran asistencia de autoridades extranjeras en la inauguración de las Olimpiadas, el 25 de julio de 1992, constituye un buen reflejo de ese nuevo peso internacional.

P. En el libro se reconoce la intervención decisiva del Rey en la organización del evento.

R. El papel del rey Juan Carlos I no es menor en este proceso. La monarquía parlamentaria se había consolidado y la figura del monarca se encontraba en su etapa más dorada. No solamente tuvo un papel decisivo en el reconocimiento internacional de España y el acercamiento a Washington, América Latina y los países árabes, sino que fue su intervención la que hizo posible que el proyecto de Barcelona 92 empezara a andar. Cuando el alcalde Narcís Serra y Juan Antonio Samaranch empezaron a trabajar en la idea de una Olimpiada en Barcelona, ni los gobiernos ucedistas, ni una parte del PSOE, ni el Comité Olímpico Español quisieron apoyarlos. La situación solamente se desbloqueó cuando el Rey muestra su apoyo incondicional al proyecto olímpico. Y, desde entonces, el compromiso de don Juan Carlos, de la familia real y de la Corona con los Juegos de Barcelona fue decisivo.

"La intervención de Juan Carlos I fue la que hizo posible que el proyecto de Barcelona 92 empezara a andar"

P. Igualmente, Barcelona se situó en el mapa y Cataluña se dimensionó internacionalmente.

R. Sí. También Barcelona y Cataluña mostraron en 1992 sus logros. En el caso de la Ciudad Condal resulta evidente. Existe una ciudad de antes y otra de después de 1992: nuevas instalaciones deportivas, rondas, conquista de la playa, la Villa Olímpica, el puerto, etc. El gran éxito de Pasqual Maragall fue convertir en indisociables los Juegos y la transformación urbana. En los JJOO, Barcelona enamora a millones y millones de telespectadores de todo el mundo. Y, ciertamente, para Cataluña es la ocasión para mostrar los avances de la construcción autonómica y de la gestión de la Generalitat. Era una Cataluña prestigiada y bien integrada en España, aunque ya había empezado el profundo proceso de nacionalización emprendido por el pujolismo a partir de la televisión y los medios de comunicación, la escuela y la inmersión lingüística y, asimismo, de las posibilidades clientelares del funcionariado. La Olimpiada de Barcelona mostró una Cataluña abierta, creativa, mestiza, bilingüe y cosmopolita.

P. Algo que no gustó a Jordi Pujol, ¿no es cierto?

R. Efectivamente, algo que no gustó ni a Jordi Pujol ni a los nacionalistas, que hicieron grandes esfuerzos en los años 90 para cargarse esta Cataluña y acabar de construir otra, la Cataluña nacionalista en la que nuestro presente está sólidamente enraizado.

P. En '25 de julio de 1992. La vuelta al mundo de España', se cifra la inversión en Barcelona y Cataluña en más de un billón de pesetas del que la mayor parte provenía de la Administración General del Estado, sin embargo, en ese tiempo ya se comenzó a hablar del "expolio" a que España sometía a Cataluña. ¿No es una contradicción?

R. La coincidencia del surgimiento del "España nos roba", en 1992, en el entorno de ERC, con la enorme inversión en los Juegos es interesante. Por aquel entonces, ya Ernest Lluch negaba en la prensa el supuesto expolio español de Cataluña. Pero, a pesar de su falsedad, ha tenido un largo recorrido. La mayor inversión en los Juegos proviene del Estado, seguido del Ayuntamiento de Barcelona y de la Generalitat. Los nacionalistas más radicales, e incluso algunos de los moderados, siempre vieron las Olimpiadas como algo ajeno; esto es, español. En cualquier caso, el discurso nacionalista no se ha fundamentado nunca en realidades, sino en supuestas realidades, que han sido construidas con muchos mitos, tergiversaciones y mentiras. El nacionalismo es un movimiento mentiroso y tramposo por naturaleza. Y, como hemos podido observar desde la Transición en España con los nacionalismos catalán y vasco, profundamente desleal, en el fondo, con el Estado.

"La de los Juegos era una Cataluña prestigiada y bien integrada en España, aunque ya había empezado el proceso de nacionalización"

P. El papel de Jordi Pujol antes y durante los JJOO no es rectilíneo en su relato, parece estar jugando a dos bandas, a aprovechar el momento para insistir y propugnar la nacionalización de Cataluña y, al mismo tiempo, procurar que el evento tuviera éxito.

R. El doble juego es una de las características que definen al pujolismo. La Generalitat colaboró en los Juegos Olímpicos y Jordi Pujol siempre afirmó, en público, su lealtad al proyecto de 1992. Sin embargo, por debajo, ponían trabas con frecuencia —en las obras o con la aportación de dinero— o bien lanzaban a sus cachorros a boicotear actos. Así, por ejemplo, mientras Pujol declaraba su compromiso con las Olimpiadas, en el despacho de al lado su fiel Lluís Prenafeta regaba con millones a los protestatarios, de la Juventud Nacionalista a la Crida, e incluso inventaba sus lemas, como el famoso 'Freedom for Catalonia'. Y todo ello acompañado de su hijo y del mayor de los Pujol.

P. Jóvenes nacionalistas entonces e independentistas hoy.

R. Sí. En estas campañas encontramos a un conjunto de personajes jóvenes, que más adelante van a liderar en parte el 'procés': Madí, Joaquim Forn, Jordi Pujol júnior y otros hijos del 'president', Jordi Sànchez. Ya he comentado que los Juegos y todo lo que se hizo alrededor lo pagó mayoritariamente el Gobierno de España. La desconfianza y doblez de Pujol resultan evidentes aquí. Él percibía un par o tres de peligros en los Juegos. En primer lugar, recelaba de un éxito y protagonismo del alcalde de Barcelona, que lo fortaleciera como rival político en la Generalitat en el futuro —como así fue—. En segundo, no lideraba el proyecto y muchas cosas no podían ser controladas. Y, finalmente, veía en los Juegos un posible instrumento de españolización, en un momento en el que se estaba llevando a cabo desde la escuela y los medios de comunicación un proceso intensivo y exitoso de nacionalización catalana.

"Los nacionalistas más radicales, e incluso algunos de los moderados, siempre vieron las Olimpiadas como algo ajeno; esto es, español"

P. O sea, que los Juegos Olímpicos no fueron como deseaba el nacionalismo.

La Cataluña que muestran finalmente los Juegos no gusta a Pujol y al nacionalismo catalán, como antes he comentado. Demasiado bilingüismo en normalidad, demasiado mestizaje y, lo peor de todo, demasiadas banderas españolas en el Camp Nou. A esa otra Cataluña posible, que mostraron los Juegos de Barcelona 92, la hieren de muerte los nacionalistas en los 90 y principios de siglo y la rematan sin piedad los procesistas.

P. En 1989, con motivo de la Copa del Mundo de Atletismo, relata usted cómo ya empezaron las hostilidades contra el entonces Rey, Juan Carlos I. ¿Un antecedente de lo que ocurre ahora?

R. Podría, en efecto, considerarse un antecedente. El independentismo apunta al Rey, ayer y hoy, puesto que es el garante de aquello que más detestan: la unidad de España. Existe, sin embargo, una gran diferencia. En los años 80 el independentismo era minoritario y, en cambio, ha crecido muchísimo en el siglo XXI. Y, en los años 10 de esta centuria, quisieron aprovechar también los problemas de la institución monárquica para debilitar al Estado. Pero se equivocaron. En este sentido, el discurso del 3 de octubre de 2017 de Felipe VI resultó ejemplar, muy útil en la denuncia de la deslealtad procesista y muy tranquilizador para los catalanes no secesionistas.

P. Leyendo el relato, se llega a la conclusión de que el proceso soberanista que culminó en 2017 era inevitable, pero quizá falta una explicación, que se deduce de su texto, sobre el salto histórico entre la inicial satisfacción autonómica y el planteamiento independentista radical de la actualidad. ¿Qué pasó? ¿Cómo influyó la corrupción de CiU? ¿Qué papel jugó la ambigüedad de algunos responsables del PSC hoy en las filas secesionistas?

R. El proceso es hijo de la profunda nacionalización pujolista y de la profunda crisis económica, institucional, social y cultural de 2008. Y a ello se suman otras cosas más coyunturales: corrupciones, insensatez, malas decisiones de todas partes, mediocridad de la clase política, autoenamoramiento y ensimismamiento, insolidaridad, complejo de superioridad, oportunismo y cabreos. En un plano estrictamente político, deberíamos añadir algunos recordatorios cronológicos.

"El discurso del 3 de octubre de 2017 de Felipe VI resultó ejemplar, muy útil en la denuncia de la deslealtad procesista y muy tranquilizador"

P. Pero el pujolismo se acaba en 2003.

R. En 2003 termina, sí. El pujolismo y sus herederos pierden la Generalitat y, en consecuencia, todos los puestos de Gobierno que esperaban obtener. Estos consideraban la Generalitat como algo suyo. El contratiempo los radicaliza. Paralelamente, Pasqual Maragall pacta un Gobierno con los independentistas de ERC y los rojo-verdes y, para demostrar que él era tan nacionalista y tan digno de ocupar el puesto como Pujol, se lanza a una insensata reforma del Estatuto que nadie reclamaba. Y abre una auténtica caja de Pandora, que son incapaces de gestionar tanto el PSOE de Rodríguez Zapatero, que no esperaba gobernar en 2004, como PP y CiU, que no entendían ni querían entender las razones de sus respectivas derrotas en 2004 y 2003. El PSC pos-Maragall va a acabar por romperse con el proceso, tras la sentencia del Tribunal Constitucional. De hecho, el proceso no solamente ha fracturado la sociedad catalana, sino también el sistema político catalán. Artur Mas y CiU vieron en sus inicios una gran oportunidad para disimular sus recortes y tapar sus grandes corrupciones, que empiezan a aflorar claramente, y dar la culpa a Madrid y sostener que España nos roba. Los orígenes y las causas del 'procés' son muy complejos. De ahí la imposibilidad de entenderlo o intentar abordarlo o solucionarlo con fórmulas simples.

P. Salvador Illa ha comentado que el proceso soberanista ha hecho perder a Cataluña una década. Curiosamente, usted titula uno de sus capítulos “La década prodigiosa”, ¿no le importa al secesionismo la ruina de su país?

R. Cuando hablo de década prodigiosa me refiero a toda España y a las profundas transformaciones que se viven entre 1982, a la salida de la Transición, y 1992. En esos años se construye una España, y con ella una Cataluña y una Barcelona, que el mundo podrá contemplar y apreciar en 1992. El producto gustó mucho. Era otro tiempo, otras políticas, otros líderes políticos. Cuando Salvador Illa habla de década perdida alude, con razón, a la etapa procesista, a partir de 2010 —aunque a mí, particularmente, me parece que el proceso empieza antes ya—. Cataluña ha perdido este tiempo. Los gobiernos catalanes no han gobernado para sus ciudadanos y no han legislado, sino todo lo contrario. Han malgastado el tiempo con el 'procés', han dilapidado el dinero público en embajadas y otras lindezas, han vulnerado sistemáticamente la legalidad, han mentido a los suyos y coaccionado a los demás, han fracturado socialmente Cataluña, han desprestigiado las instituciones (Generalitat, Parlament) y, en definitiva, han ofrecido un espectáculo absolutamente lamentable. El secesionismo hará lo que sea para que se cumplan sus objetivos, hoy o mañana. Y si para ello hay que apuntarse al cuanto peor, mejor, lo harán. Ya lo han hecho, lo hacen y lo volverán a hacer. Su deslealtad con el Estado, su desprecio por los catalanes no independentistas y su odio a todo lo español son mayúsculos. Desde hace tiempo, los gobiernos autonómicos no están al servicio de los ciudadanos, sino de sus intereses propios —puestos y sueldos— y para avanzar en el nefasto 'procés'.

"El PSC pos-Maragall va a acabar por romperse con el proceso, tras la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto"

P. Es fundamental —y usted lo trata a propósito de Maragall y de los artículos de esa época de Ernest Lluch— el papel de Barcelona versus el resto de Cataluña, hasta dar la impresión de que el rescate de la comunidad del independentismo vendría de la gran urbe catalana que ha sido notoriamente disminuida por el pujolismo al deshacer su área metropolitana. ¿Cree que hay una destrucción política de Barcelona por los propios secesionistas? ¿Tiene esta circunstancia relación con que Cataluña sea una comunidad sin ley electoral para primar a las zonas rurales y de interior?

R. Desde la Transición, el nacionalismo catalán es claramente consciente del problema que suponen, para su proyecto de construir Cataluña —una Cataluña profundamente nacionalizada—, Barcelona y su entorno. Esto explica tanto la ley electoral como la ley de 1987. La primera permite, entre otras cosas, que los nacionalistas puedan imponerse en escaños aunque no siempre en porcentaje de voto. El nacionalismo antes y ahora el procesismo tienen sus grandes caladeros de voto en la Cataluña interior y en pueblos y ciudades medias. Una Cataluña monolingüe, catalana y rica, de clases medias sobre todo. En el segundo caso, influye también el proyecto político de Maragall.

P. Ahora se percibe la importancia de la supresión de la Corporación Metropolitana de Barcelona, sobre todo para el PSC.

R. Mientras que en Lausana, en 1986, Maragall se hizo con los tan deseados JJOO para la ciudad de Barcelona, al año siguiente tuvo que asumir la desaparición de uno de los instrumentos que posibilitaban su ambiciosa política desde el ayuntamiento: la Corporación Metropolitana de Barcelona. Se la llevó por delante la Ley de Ordenación Territorial, aprobada por el Parlamento catalán en 1987 a instancias del Gobierno de la Generalitat. El alcalde había usado con insuficiente habilidad una institución de carácter técnico como ariete político para sobrepasar el marco municipal. Algunos autores —y el propio Maragall— vincularon directamente, con razón sin duda, 1986 con 1987. Cierto es que Jordi Pujol no deseaba contrapoderes de ningún tipo y menos aún si estaban en manos de sus adversarios socialistas. Intentar hacer sombra desde el ayuntamiento a la Generalitat, como Maragall hizo en repetidas ocasiones inintencionadamente o a sabiendas, era calificado por Pujol como antipatriótico y sectario. Además, el 'president' tampoco estaba dispuesto a facilitar el ascenso de alguien que pudiera convertirse en un poderoso rival. Ernest Lluch, que fue un gran intelectual y político, tenía razón: Barcelona es Cataluña y Cataluña es Barcelona.

"Ernest Lluch, que fue un gran intelectual y político, tenía razón: Barcelona es Cataluña y Cataluña es Barcelona"

P. Usted es también autor de 'Historia mínima de Cataluña' y de obras de referencia sobre el catalanismo, ¿cómo valora los indultos?, ¿cree que el independentismo actual es un ataque de 'rauxa' frente al tradicional 'seny' de los catalanes? En otras palabras: ¿está perdida Cataluña para una buena integración en el conjunto de España como creímos tras el referéndum constitucional de diciembre de 1978?

R. La figura del indulto me parece, en términos generales, útil y necesaria. En el caso que nos ocupa, sin embargo, no se dan las condiciones básicas para legitimarlo. Entiendo, pero no comparto, el triple movimiento de Pedro Sánchez: buscar tranquilidad en el corto plazo, satisfacer la demanda de una parte de los catalanes y asegurarse el poder. Se equivoca, no obstante, en un par de puntos. La decisión condena el medio y largo plazo, dejándose llevar por el cortoplacismo, que últimamente exhiben en demasía nuestros políticos. Esta medida no aporta soluciones al problema real.

P. ¿Empoderan los indultos a los secesionistas?

R. Los procesistas siguen teniendo en sus manos el Gobierno de la Generalitat, disponen arbitrariamente del dinero público, mantienen sus redes clientelares, condicionan el Gobierno del Estado y controlan todos los medios de nacionalización catalana, desde la escuela y la inmersión hasta TV3 y los medios de comunicación, bien regados de millones. A medio plazo las cosas no van a mejorar, sino a empeorar, ya que el Gobierno socialista es incapaz de afrontar el verdadero problema que está detrás del 'procés' y actuar en consecuencia. Los indultos no son ni magnanimidad ni valentía, sino cálculo interesado y pereza (o quizá cobardía). Ceder a las demandas de los independentistas catalanes y confiar en una mínima lealtad constituye, además de ingenuidad, un craso error.

"El secesionismo hará lo que sea para que se cumplan sus objetivos. Y si para ello hay que apuntarse al cuanto peor, mejor, lo harán"

P. Pero ¿lo volverán hacer o el 'procés' ha fracasado irreversiblemente?

R. La solución al problema planteado —si la tiene, aunque frecuentemente lo dudo— no empieza por unos indultos, sino por asegurar la imposibilidad de la repetición de un golpe de Estado, aunque sea en una forma todavía más posmoderna. Se debería hacer justo lo contrario de aquello que se ha llevado a cabo en los tres últimos lustros. Volviendo a los indultos, no ha habido reconocimiento de culpa. ¿Alguien ha presentado excusas por el espectáculo de negación de la democracia del 6-7 de septiembre de 2017? No ha habido reconocimiento de culpa, aunque sí de errores, pero como factor de experiencia: esto es, para no cometerlos en el futuro de nuevo. El 'procés' fue vencido en 2017, pero continúa bajo otras formas y fórmulas. No solamente no ha habido reconocimiento de culpa, sino que, además, los indultados y los suyos repiten, por activa y por pasiva, que van a volver a hacerlo. No es retórica. Es un nuevo aviso, que me gustaría que nuestros gobernantes se tomaran de una vez por todas en serio. Ya vimos lo ocurrido en la década anterior precisamente por querer pensar que no lo harían y no actuar en consecuencia. Por tanto, los indultos no me parecen una medida adecuada.

P. El 27 de octubre de 2017 no fue, entonces, un ataque de 'rauxa'.

R. No. El proceso no es un ataque de 'rauxa' en un océano de seny. No comparto estos tópicos, hijos del neorromanticismo de Vicens Vives y adoptados por la cosmovisión nacionalista catalana. Por el hecho de no ser un simple ataque de 'rauxa' o algo coyuntural y por ser, además, una reacción sentimental y un reflejo de religiosidad nacionalista, tiene difícil solución. De ahí que las medidas simples no sirvan. Soy, en este momento, muy pesimista.

Jordi Canal (Olot, Girona, 1964) es profesor-investigador en la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) de París. Ha sido profesor invitado en varias universidades europeas y americanas. Autor, entre otros libros, de 'El carlismo. Dos siglos de contrarrevolución en España' (2000), 'Banderas blancas, boinas rojas. Una historia política del carlismo, 1876-1939' (2006), 'La historia es un árbol de historias. Historiografía, política, literatura' (2014), 'Historia mínima de Cataluña' (2015), 'Con permiso de Kafka. El proceso independentista en Cataluña' (2018), 'La monarquía en el siglo XXI' (2019) y 'Vida y violencia. Élmer Mendoza y los espacios de la novela negra en México' (2020). En 2017 coordinó 'Historia contemporánea de España', en dos volúmenes.

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