Barcelona 92 25 años de medallas y de alguna decepción. Así cambió de mentalidad todo un país
Desplaza la flecha hasta el pebetero para comenzar
Cobi, Rebollo, Dream Team, el gol de Kiko, Popov... Recuerdos de hace cinco lustros que El Confidencial evoca de la mano de sus protagonistas para volver a sentir la emoción y el orgullo de haber organizado en España los mejores Juegos Olímpicos de la historia
Amigos para siempre
El 9 de agosto de 1992, mientras Los Amaya, Los Manolos y Peret llenaban de rumba el Estadio Olímpico en la ceremonia de clausura, la voz inconfundible de Constantino Romero tuvo que intervenir: “Atletas, bajen del escenario”. Los deportistas, con la competición ya finalizada, se unieron con entusiasmo al jolgorio e invadieron la pista saltando y bailando. La fiesta llegaba a su fin y 25 años después no hay mejor himno que aquel ‘Amigos para siempre’ de José Carreras y Sarah Brightman, que más tarde versionaron con gran éxito Los Manolos. Unos Juegos inolvidables que supusieron un antes y un después para nuestro país, para la ciudad de Barcelona, para el olimpismo y para el deporte español.
Hasta Barcelona'92 el balance olímpico español era mísero. En 16 participaciones anteriores, solo se habían logrado 26 medallas, cinco de ellas de oro. En Barcelona se consiguieron 22, 13 de oro, siete de plata y dos de bronce, un éxito que no ha vuelto a repetirse y que no hubiera sido posible sin el plan ADO. Tan solo dos días después de la inauguración, José Manuel Moreno, en ciclismo en pista, inauguró el medallero español, pero sin duda el más emocionante fue el caluroso sábado 8 de agosto. La gimnasta Carolina Pascual había conseguido la plata en rítmica con 16 años; la selección española de fútbol debía disputar la final ante Polonia en un Camp Nou abarrotado, y Fermín Cacho entró en la meta con los brazos abiertos de par en par ante el delirio de la grada. “Yo me enteré saliendo del colegio de que Barcelona había sido designada como sede olímpica y me dije ‘voy a estar ahí’. La carrera fue lenta y a falta de 200 metros me dejaron un hueco y lo aproveché, y aún hoy me sigue parando gente por la calle para decirme lo felices que fueron aquel día y eso es lo más bonito”, recuerda.
A Kiko Narváez también le cambió la vida aquel sábado. Tenía 20 años y jugaba en el Cádiz cuando el seleccionador Vicente Miera le llamó: “Ni me lo creía, yo venía de jugar una promoción contra el Figueras y de repente estaba ahí con Guardiola, Luis Enrique, el Chapi Ferrer, alucinante”. Concentrados en Valencia, aislados sin vivir el ambiente de los Juegos, se amotinaron para poder ir a la inauguración, que recuerda como algo inolvidable, pero no tanto como la final en la que él marcó el gol de la victoria en el último minuto del partido. Tras la celebración, se fue directo a por el árbitro: “Era mexicano, menos mal que así me entendía y le dije: '¡Es lo único que voy a ganar en mi vida, pita ya!'. Y claro que me cambió todo, más que la medalla siempre digo que a mí ese día me dieron el carné de profesional”.
Detrás de cada medalla de Barcelona hay una historia. Como el inesperado oro del equipo de tiro con arco, que se entrenaba con el técnico ucraniano Sudoruc hasta ocho horas al día en la Blume un año antes de los Juegos. O el histórico, el primero de una mujer, de la judoca vallisoletana Miriam Blasco, o la tristeza absoluta con la que se vivió la plata en waterpolo después de hasta tres prórrogas en la que sigue siendo considerada como la mejor final de la historia, que ganó Italia por 9-8.
Pero si por algo son recordados mundialmente los Juegos de Barcelona es por el Dream Team. Por primera vez en la historia se permitió a los profesionales de la NBA ser olímpicos y el equipo era una colección de jugadores de ensueño: Michael Jordan, Scottie Pippen, Clyde Drexler, Karl Malone, John Stockton, Chris Mullin, Pat Ewing, Magic Johnson, Larry Bird, David Robinson, Charles Barkley y Christian Laettner. Como las estrellazas que eran, coleccionaron multitud de anécdotas: salían por la noche, el hotel donde se alojaban era un festival continuo, se escapaban para jugar al golf, pero ganaron todos sus partidos con una diferencia de 43 puntos de promedio y sometieron en la final a la Croacia de Drazen Petrovic por 117-85. Jamás se ha visto nada igual.
El gimnasta ruso Vitali Scherbo fue el más laureado en Barcelona, con seis oros. En la pista de atletismo aún perduran el récord del norteamericano Keving Young en 400 vallas y el recuerdo del triunfo del mítico Carl Lewis en salto de longitud, mientras que en natación el gran Alexánder Popov y su compatriota Sadovyi se repartieron la gloria, y la húngara Egerszegi subió a lo más alto del podio en tres ocasiones.
Aquel verano del 92 ya es historia, pero una preciosa para contar y revivir mientras suena de fondo, cómo no, ‘Amigos para siempre’.
El mejor recuerdo de...
Tan solo dos horas antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos, el arquero español supo que iba a ser él el encargado de encender el pebetero. Pincha en el altavoz para escuchar el recuerdo más especial de Rebollo.
La final de fútbol de Barcelona 92 entre España y Polonia mantuvo en vilo al Camp Nou hasta el pitido final. El recuerdo más especial de estos Juegos para Amavisca está indudablemente ligado a ella.
La periodista, junto con Matías Prats, fue la encargada de narrar la ceremonia de inauguración de los Juegos de Barcelona. Su voz permanece en la memoria de todos los espectadores, pero ¿cuál es su mejor recuerdo?
El waterpolista solo tenía 19 años cuando el equipo español llegó a la final de los Juegos Olímpicos junto a Italia. Fue la plata más amarga del medallero español.
Barcelona, final y principio de una obsesión
No recuerdo muy bien cómo llegó a mis manos aquel libro, pero hoy no tengo duda de que tendría un fuerte impacto en mi destino. Ahí estaba la foto en blanco y negro de Dick Fosbury, el saltador de altura de Oregón que rompió toda la ortodoxia al franquear 2,24 metros con un salto de espaldas. Era 1968, el año en que nací, Juegos Olímpicos en México. Con aquel libro de tapas duras y tamaño considerable aprendí a deletrear el nombre de Vasily Ivanovich Alekseyev, el halterófilo ruso imbatible durante casi toda la década de los 70. La guerra fría se jugaba por entonces en muchos territorios. En el espacio se imponían los estadounidenses, pero en el deporte los rusos dominaban, no digamos en el levantamiento de pesas. Alekseyev era un gigante de 160 kilos, barriga desbordante y una agilidad impropia de su tamaño. Descubrí en aquellas páginas el placer del sufrimiento, los beneficios del dolor y la constancia. Traducción: Emil Zatopek. El fondista checo se convirtió para siempre en mi atleta favorito y solo Haile Gebrselassie le pisaría los talones muchos años después.
Mi libro de cabecera, aquel que miraba, leía y releía, en el que memorizaba cada dato, concluía en 1976. Allí, protagonista, aparecía con gran despliegue Nadia Comaneci en Montreal. Fueron mis últimos Juegos Olímpicos de papel, pues de Moscú 80 ya tengo memorias televisivas.
Ese grado de obsesión por el deporte, especialmente por el olimpismo, se intensificó durante la adolescencia, y fue el que me llevó hasta los Juegos de Barcelona. También el que me guió hacia el periodismo.
El timing no era el ideal. O sí, quién sabe. En agosto de 1992 tenía 24 años. Por vueltas de la vida que no vienen al caso, aún era estudiante de periodismo. Esa circunstancia podría no significar mucho de cara a ejercer el oficio, pero una cosa estaba clara: ningún periódico me mandaría a cubrir la cita más importante en la historia del deporte español. Para quien desconozca el funcionamiento de las secciones de deportes de los medios, el momento de elegir a los enviados especiales a grandes acontecimientos es equiparable a cuando el seleccionador de fútbol anuncia la convocatoria final para un Mundial. Años después me convertí en 'seleccionador' dentro de un diario y jamás se me pasó por la cabeza mandar a un Mundial al último recién llegado, por listillo que fuera.
Montreal 76 fueron mis últimos Juegos en papel, en los de Moscú ya tengo recuerdos televisivos
Así que no cabía otra que buscarse la vida. Solo estaba seguro de que no era en Madrid o en una playa de la Costa del Sol donde pasaría el mes de agosto. Barcelona me esperaba. Un amigo, sin duda amigo para siempre después de aquella quincena, había sido contratado por la empresa Panasonic, uno de los principales sponsors de los Juegos además de suministrador de cámaras y vídeos para las retransmisiones televisivas. Si mi amigo Javier me hubiera llamado para trabajar gratis, no habría titubeado ni medio segundo. Estaba dispuesto a ser un voluntario más, aunque fuera para el capitalismo tecnológico japonés con horarios sin descanso y arroz almidonado por toda comida. Pero Javier no es de esos y me ofreció un salario por tres meses en Barcelona, me alojó las primeras semanas y, sobre todo, me regaló lo más preciado que me he colgado en mi vida del cuello. Una acreditación que me daba acceso privilegiado a las sedes olímpicas.
4 de Agosto. Todo listo para las semifinales de los 200 metros, donde en una de las series corre Mike Marsh, uno de los principales favoritos. Con el encargo, o la excusa, de llevar algún repuesto de Panasonic para la realización televisiva al estadio de Montjuic, me cuelo en la pista. Escucho el disparo de salida, giro la cabeza y cerca de la línea de meta veo a los corredores volar, tomar la curva y enfilar los últimos 100 metros. Marsh se deja ir en el tramo final. Gana su serie, mira al reloj y, entre los gritos de los verdaderos aficionados al atletismo, se da cuenta de que se ha quedado a una centésima del que por entonces era uno de los récords más longevos del atletismo, los 19.72 de Pietro Mennea logrados en México en 1979. Mike Marsh nunca conseguIría batir esa marca, ni entraría en los libros de los récords del atletismo. A escasos metros había contemplado al velocista estadounidense desacelerar levemente para reservar energía para la final.
Y para mí todo cobraba sentido de repente. El conocimiento de la historia, y de los datos, de los que me empapé en aquel ejemplar comprado en la feria del libro de Bilbao. La memoria. Darme cuenta de lo importante que es el sentido de la oportunidad, incluso la suerte. Aprovechar el momento. Y, sobre todo, cómo una acreditación concedida para una tarea específica me había abierto las puertas a un mundo completamente diferente, al de mis sueños y ambiciones.
Diez años después de Barcelona 92 era el redactor jefe de Deportes del diario El Mundo y me autoenvié a los Juegos Olímpicos de Salt Lake City, probablemente porque a nadie le interesaban los deportes de invierno y con la esperanza oculta de esquiar al menos un par de días en Utah -un tal Juanito Muehlegg y su dopaje arruinó cualquier plan ocioso y me tuvo abriendo las páginas del periódico durante una semana-. Igual que me había interesado por el pentatlón moderno o el tiro al arco, también le encontraba el gusto al biatlón o a los saltos de esquí desde el trampolín de 90 metros. Meses después dejé la sección de Deportes para descubrir de lleno lo que para algunos en el diario resultaba tan excéntrico como el descenso de trineos: Internet.
El ejercicio de escribir ayuda a recordar pero 25 años son muchos para asegurar la precisión. Por ejemplo, creo haber estado presente en el estadio de Montjuic en la primera medalla en la historia de los Juegos Olímpicos para el atletismo español, la de Dani Plaza en los 20 kilómetros marcha. Sin embargo, no me atrevo a jurarlo. Igual que en la ceremonia de clausura, con aquella fiesta de los Manolos y su amigos para siempre. Se me mezcla la pasión, la realidad y lo que me hubiera gustado que fuera cierto, pero el resultado es el mismo. Un recuerdo maravilloso.
Una acreditación me había abierto las puertas al mundo de mis sueños y ambiciones
Aun puedo sentir la humedad terrible de aquellas dos semanas de agosto. La ciudad era otra, aunque por las muchedumbres pudiera parecer que cualquier día hoy es Juegos Olímpicos en Barcelona. Que no se culpe a los Juegos de lo que hoy se ha perdido, sino a un manejo avaro del negocio del turismo. Porque Barcelona fue realmente uno de los últimos éxitos de transformación de una ciudad gracias al olimpismo.
Yo andaba por la ciudad con mi primer teléfono móvil al hombro. Sí, al hombro, un aparato de marca Panasonic que pesaba poco menos que el señor Alekseyev. No solo Barcelona estaba cambiando y abriéndose al mundo, sino que entrábamos en una era del salto de lo analógico a lo digital y la televisión se empezaba a beneficiar de esa calidad. En el IBC, el sistema Amic nos daba casi en tiempo real los resultados de todas las pruebas. Material exclusivo para profesionales. Internet no existía. Entre encargo y encargo, corría de un lado a otro para tratar de ver cuantas competiciones podía: los últimos esfuerzos de Carl Lewis, en el salto de longitud, la amarga derrota del equipo de waterpolo masculino español contra Italia en la final, a las judokas Miriam Blasco y Almudena Muñoz o a los gimnastas del Equipo Unificado formado tras la disolución de la URSS. Los que vivimos aquella experiencia compartimos muchas cosas, pero no compartimos ni selfies ni fotos de platos de comida ni vídeos de las pruebas. Para recordar hay que bucear en la memoria o llamar por teléfono a algún amigo para que nos la refresque.
Durante muchos años guardé los cuadernillos especiales de EL PAÍS y El Mundo Deportivo, que eran los periódicos que devoraba cada mañana en Barcelona. Amarillearon tanto que en una de mis mudanzas los tiré a la basura. Sí conservo un pin de un Cobi ciclista. Y, sobre todo, casi como nueva, aquella acreditación.
* Borja Echevarría es vicepresidente y director editorial de Univision Noticias, digital
Miriam Blasco, la primera de 26
El 31 de julio de 1992 la historia del deporte español cambió para siempre. Del deporte en general, no del femenino en particular, aunque ese fue el día en el que por primera vez una mujer logró una medalla de oro para España en unos Juegos Olímpicos. La judoca Miriam Blasco pasó a la historia, aunque ella siempre ha compartido el logro, y no por una falsa modestia: “La primera fui yo, pero por una cuestión de horas. Al día siguiente lo logró Almudena Muñoz, y luego las chicas de hockey y en vela... El éxito en Barcelona fue de todas”.
Sin ellas, que se convirtieron en referente para muchas niñas que comenzaban a practicar deporte, resultaría imposible entender ahora que en los dos últimos Juegos las mujeres hayan conseguido más medallas que los hombres: 11 metales frente a seis en Londres 2012, y nueve a ocho en Río.
Miriam Blasco luchó por el oro en un Palau abarrotado un mes después de la muerte de su entrenador, Sergio Cordell, en accidente de moto. Una moto que había comprado ella para celebrar su primer Mundial. El momento de su mayor gloria deportiva es inevitablemente un recuerdo amargo, pero superó el horror, la tremenda pena y la sensación de culpa para poder dedicarle el triunfo. Tras conseguir el oro, se desplomó llorando mientras el público coreaba el nombre de Sergio.
En Barcelona 92, junto a ella, la también judoca Almudena Muñoz, el equipo femenino de hockey y Theresa Zabell y Patricia Guerra en vela subieron a lo más alto del podio, mientras que la gimnasta Carolina Pascual y las tenistas Arantxa Sánchez Vicario y Conchita Martínez lograron la plata, estas últimas en la final de dobles. Arantxa repitió con un bronce en solitario. Los Juegos de Barcelona supusieron un antes y un después en nuestro país, en el deporte y, sí, también para las mujeres.
En Río, otras han hecho historia. Como Ruth Beitia, que a sus 37 años logró el primer oro femenino en el atletismo español después de anunciar su retirada, demostrando, como siempre repite, que “los sueños se cumplen”. O Mireia Belmonte, que le anunció a su entrenador, Fred Vergnoux: “Quiero ganar una medalla de oro en unos Juegos” en cuanto se puso en sus manos y no paró de trabajar hasta conseguirlo con el primero en natación en los 200 mariposa; o Carolina Marín, en un deporte prácticamente desconocido en nuestro país como el bádminton, sin apenas licencias, hasta que llegó ella y triunfó; o Maialen Chourraut, bronce en Londres, que parió a su hija Ane entre unos Juegos y otros y logró no solo llegar hasta Río en plena forma, sino ser la mejor entre las mejores, con Ane de testigo en la grada.
Porque hablar de mujer en el mundo del deporte es hablar de superación, de ser capaces de derribar barreras, como la falta de visibilidad, y de hacer frente a mayores dificultades para encontrar patrocinadores, por ejemplo. Miriam Blasco fue la primera en ganar un oro, la siguieron 26 más. Y las que aún están por llegar gracias a todas ellas.
El hombre que transformó Barcelona
Oriol Bohigas (91 años) recuerda con emoción la noche del 17 de octubre de 1986, cuando el Comite Olímpico Internacional anunció que los juegos se celebrarían ‘à la ville de Barcelona’. Como consejero de Urbanismo de la ciudad, cargo que ocupó entre 1984 y 1991, el arquitecto vio entonces la oportunidad de poner en práctica los planos y maquetas que llevaba décadas ideando, convirtiéndose así en el responsable de la mayor transformación que ha experimentado la ciudad desde el Plan Cerdà. “La primera cosa que hice fue felicitar a Pasqual Maragall, porque albergar aquel evento facilitaba las cosas tanto para el presente como para el futuro de Barcelona. Hay que reconocer que nos pusimos a temblar por la responsabilidad que se nos venía encima, pero sobre todo fue un día de ilusión”, recuerda.
Según explica, en los años que precedieron a los juegos olímpicos ya se habían realizado importantes mejoras urbanísticas en la ciudad, pero “faltaban muchas cosas que no se podrían haber hecho sin el dinero que estos aportaron”. De hecho, Bohigas asegura que resulta imposible señalar una fecha concreta respecto al comienzo del proyecto, ya que algunas de las ideas que se pusieron en marcha en los años ochenta se remontaban a su juventud, cuando fundó el conocido como Grupo R junto a los arquitectos Josep Martorell y David Mackay. “El equipo ya existía desde el año 51 y en nuestro estudio nacieron varios de aquellos planes”.
De esta manera, la transformación urbana que planificó Bohigas se remonta a una época anterior a los Juegos Olímpicos y, aunque ahora se estudia en las escuelas de arquitectura, no todos la vieron con buenos ojos en el principio. “Fue un proceso lleno de dudas y de dificultades porque exigía comprender bien la intervención que se iba a llevar a cabo”, explica. Además, los retrasos en algunas de las obras y el constante aumento del presupuesto, pasando de los 237.000 millones de pesetas en 1985 a 660.000 millones en 1990, tampoco ayudó a convencer a aquellos que se posicionaron en su contra. “Hubo muchos momentos en los que estuvimos acojonados”, reconoce Bohigas.
Pese a las críticas que recibieron durante el lustro que precedió al evento, el equipo del arquitecto siguió adelante con los planes en que llevaba décadas trabajando. “Pusimos en marcha un urbanismo basado en la coyuntura del valor paisajístico y del valor funcional”, explica, apuntando en este sentido a que se construyeron las instalaciones deportivas sin perder de vista la oportunidad que estas suponían para mejorar la urbe. “Barcelona se presentaba por un lado como un cubículo en el que colocar la vida deportiva y, por otro, teníamos la voluntad de inaugurar servicios en una ciudad que empezaba a tener una fuerza urbanística que no había tenido hasta entonces“.
Se construyeron las instalaciones deportivas sin perder las oportunidades para mejorar la urbe
Partiendo de esta idea, Bohigas subraya el objetivo de abrir la urbe al Mediterráneo como uno de los grandes logros. “El mar estaba totalmente abandonado y había que repensar la forma de organizar la vida poniendo la costa como límite, porque era una tierra perdida que no se utilizaba para nada”. Por esta razón, el arquitecto apunta a la construcción del Puerto Olímpico y la Villa Olímpica de Poblenou, un barrio que se levantó en una zona en la que antes solo había viejas fábricas y raíles, pero que durante los Juegos acogió a los 15.000 mejores deportistas del mundo. Además, el proyecto también abordó la transformación de la fachada marítima, lo que supuso reordenar la zona de la Barceloneta y recuperar la identidad de ciudad costera. “Me parece que aquella obra salió bien. Hasta entonces no había acceso al mar y además ha permitido después hacer sucesivas modificaciones partiendo siempre de los principios generales de organización”.
Por otra parte, el Anillo Olímpico en la montaña de Montjuic también se erige como una de las grandes obras de Barcelona 92, destacando en este sentido la construcción del Palau Sant Jordi y la remodelación del Estadio Olímpico, que fue rebautizado en 2001 como Estadio Lluís Companys. Más allá de las nuevas instalaciones, la inversión que trajo consigo el evento permitió acelerar otros proyectos que llevaban décadas estancados, como la carretera de circunvalación que rodea la ciudad. Aunque dicha obra se había puesto en marcha 30 años antes, debido a las disputas políticas y los problemas económicos no fue hasta 1992 cuando se finalizaron los cinturones de la Ronda de Dalt y la Ronda Litoral. “Hubo que pelear con la montaña, con el río y con los líos administrativos para que todas las obras se hicieran con buen criterio”, recuerda el veterano arquitecto.
La mayoría de expertos coincide en que los Juegos Olímpicos de 1992 permitieron llevar a cabo la mayor transformación urbanística de Barcelona desde el derribo de sus murallas, pero Bohigas se limita a decir que “aquel proyecto se podría interpretar claramente como un ensayo”. De hecho, a lo largo de la entrevista tampoco menciona las decenas de galardones que ha recibido a lo largo de su carrera, él prefiere simplificarlo diciendo que “resultó ser un plan bastante eficaz”. Al fin y al cabo, a sus 91 años, Bohigas no olvida cómo le temblaban las piernas el 17 de octubre de 1986.
Comprueba lo que sabes
¿Serías capaz de ganar una medalla en conocimiento sobre Barcelona 92? En este juego debes unir a los protagonistas con sus logros o con el papel que tuvieron aquel verano.
¡Enhorabuena! Tú también has conseguido una medalla