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Albergues colapsados y gente viviendo en caravanas: "No quiero que mi familia lo sepa"
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TRAS EL CIERRE DE LA CAMPAÑA DE FRÍO

Albergues colapsados y gente viviendo en caravanas: "No quiero que mi familia lo sepa"

Las listas de espera de los centros para personas sin hogar son cada vez más largas, por lo que muchos improvisan un techo bajo el que vivir donde pueden

Foto: Victoriano vive al lado de la M-30. (Alejandro Martínez Vélez)
Victoriano vive al lado de la M-30. (Alejandro Martínez Vélez)

Juan Antonio lleva tres meses durmiendo en la furgoneta con la que transportaba el material de construcción hasta hace ocho meses, cuando se quedó sin trabajo. Esperando cobrar el ERTE, se fueron acabando los ahorros, hasta que un día decidió coger sus pertenencias para aparcar su vida de manera temporal en un 'parking' de la Casa de Campo. "No tengo para pagar una habitación, así que prefiero quedarme aquí y ahorrar un tiempo lo que pueda. Es un sitio tranquilo", dice a sus 60 años.

Tiene cuatro hijos y varios hermanos, pero no quiere que ninguno sepa su situación. "No quiero molestar a nadie, ahorraré un tiempo si cobro el ERTE, y si no intentaré prejubilarme, porque tengo 52 años cotizados". Sus hijos piensan que vive en una habitación, y cuando alguno insiste en ir a verle le pide a un amigo que le deje su casa, pero cree que ya no cuela. "La mayor me insiste en venir a verme, tomarnos unas cañas… Pero no les puedo traer aquí".

Durante el día va a un centro para personas sin hogar, donde puede ducharse y comer algo caliente. No quiere ir a ningún albergue porque están masificados, y tampoco le dan plaza en ninguno de los pisos que hay para personas que, como él, se han visto sin nada a raíz de la pandemia. "No estoy mal, me lo tomo como una fase, que pase el tiempo, ahorrar algo y ya ir a mejor".

placeholder Aparcamiento próximo al lago de la Casa de Campo. (Alejandro Martínez Vélez)
Aparcamiento próximo al lago de la Casa de Campo. (Alejandro Martínez Vélez)

Su historia no es la única en este 'parking'. Las caravanas de recreo se diferencian de las improvisadas viviendas porque no tienen actualizada la pegatina de la ITV y sus lunas están cubiertas de mantas para ocultar las mesas plegables, los hornillos o los colchones. "Van y vienen, hace unos días había una familia con niños, pero se los llevó el Samur Social, que se pasa a menudo", cuenta este madrileño.

El sitio es conocido por las organizaciones sociales. Muchos recalan aquí ante el colapso que está sufriendo el sistema de atención, incapaz de absorber la emergencia social que está provocando la crisis sanitaria. "Ahí duerme uno, ahí otra chica sola. En ese coche otro. Y allí. Y ese…", cuenta Juan Antonio, señalando los coches, furgonetas y caravanas que le rodean.

La situación se ha agravado desde el pasado 1 de abril, cuando se dio por terminada la campaña de frío y los centros de pernocta para personas sin hogar cerraron, dejando a muchos usuarios directamente en la calle. Normalmente, estos centros abren de noviembre a marzo, pero el Ayuntamiento de Madrid los mantuvo abiertos durante todo el año pasado para dar respuesta a las víctimas económicas del covid. Hasta ahora.

"Nos dijeron que no iba a quedarse nadie vulnerable en la calle pero no ha sido así"

"Ha sido imposible derivar a tanta gente. Nos dijeron que estarían abiertos mínimo hasta el día 9 de mayo, cuando acabase el estado de alarma, pero cambió la empresa concesionaria y nos avisaron dos semanas antes de que iba a terminar el 31 de marzo", cuenta Clara*, una trabajadora del centro de Pinar de San José, con capacidad para 150 personas. "Nos dijeron que no iba a quedarse nadie vulnerable en la calle pero no ha sido así, porque no hay plazas en otros centros. A muchos les tuvimos que decir de un día para otro que ya no podían venir, porque querían que fuésemos dejando las camas libres antes del cierre y no dejar tanta gente en la calle de golpe".

placeholder Un hombre duerme en el exterior de la estación de Príncipe Pío. (Alejandro Martínez Vélez)
Un hombre duerme en el exterior de la estación de Príncipe Pío. (Alejandro Martínez Vélez)

Desde ese día, una treintena de personas se agolpan en varios grupos con sus maletas, mantas y mochilas en la plaza de Príncipe Pío. El bus que los acercaba cada noche al centro los dejó aquí cuando cerró. Y aquí siguen. "Nos han dicho que no hay plazas en ningún sitio, mañana iremos a la Cruz Roja y si no nos dan ninguna solución, en cuanto quiten las restricciones, nos iremos a otra provincia", cuenta Antonio* mientras se lía un cigarro frente a la estación de metro.

Las listas de espera para conseguir una plaza son ya inasumibles para personas y familias que no saben dónde pasarán el día siguiente. "Hay demanda en todos los centros", confirman desde Cáritas, que forma parte de Faciam, la red de organizaciones sociales que da respuesta al sinhogarismo en coordinación con el ayuntamiento. "En el centro de San Martín hay una lista de espera de 300 personas. En San Juan de Dios son 100. Luz Casanova otros 70. En CEDIA 60… Y hay que tener en cuenta que hay menos rotación porque la gente no encuentra trabajo, lo que supone más tiempo de espera”, explica Susana Hernández, responsable de Obras Sociales de Cáritas. En el caso de Cruz Roja, la lista es de tres o cuatro meses para conseguir alojamiento de urgencia.

"Hay menos rotación porque la gente no encuentra trabajo, lo que supone más tiempo de espera"

Desde el Ayuntamiento de Madrid afirman que están trabajando en dotar la red de atención de más plazas, y reconocen que solo la mitad han sido recolocados tras el fin de la campaña invernal: "Se ha hecho un gran esfuerzo por habilitar el máximo número de plazas en estos recursos de la red para seguir atendiendo al máximo de personas hasta que se vaya normalizando su situación, y de ahí que estén ahora mismo más llenos que lo habitual", afirman. Ahora mismo hay 1.516 plazas que dependen del consistorio, pero esta cifra llegó a duplicarse cuando se habilitó Ifema durante lo peor del confinamiento.

placeholder Una caravana reconvertida en vivienda en la Casa de Campo. (Alejandro Martínez Vélez)
Una caravana reconvertida en vivienda en la Casa de Campo. (Alejandro Martínez Vélez)

Taxis pagados por los trabajadores

La mañana del cierre de los centros, algunos trabajadores pagaron taxis de sus bolsillos para llevar a los usuarios a la sede del Samur Social. La única indicación que les dieron desde los servicios sociales fue que acudiesen allí para apuntarse de nuevo a la lista de acogida, con sus pertenencias a cuestas y sin dinero para un billete de metro.

Antes de esa fecha no les dejaron tramitar ninguna solicitud, ya que se considera que no están oficialmente en la calle. "Hubo gente que se fue antes al menos para montarse una chabola con tiempo", explica Clara. "Te afecta mucho, porque es gente que ya está en un recurso, bajo un techo, y echarlos de nuevo a la calle va a empeorar su situación. Algunos tenían ya trabajo y se estaban reinsertando. Lo he pasado fatal estos días, sientes como si los hubieses traicionado". Algunos trabajadores también les compraron teléfonos prepago para poder seguir en contacto con ellos, a pesar de que con el cierre también se extinguió su contrato laboral.

Dos de sus compañeras del centro de Villa de Vallecas, el otro que cerró, coinciden con esa sensación de abandono. "Hemos visto mucha gente normalizada, que vivían en la economía sumergida hasta la pandemia, y si no se les da respuesta desde estos recursos y acaban en la calle se va a cronificar esa situación, mientras que ahora todavía se los puede reinsertar" cuentan bajo el anonimato por miedo a represalias laborales. "Hemos tenido chavales de 18 años a los que se podía ayudar, pero no hay plazas. Además, no se aloja por criterios técnicos de reinserción, sino cuando ya están muy mal, para que no se mueran en la calle".

"Si no se les da respuesta desde estos recursos y acaban en la calle, se va a cronificar esa situación"

Cáritas coincide en el perfil de emergencia habitacional que más están viendo con la pandemia: "Muchos jóvenes tutelados que al cumplir la mayoría de edad se han quedado en la calle, y también mucha gente de la hostelería y el sector servicios que se quedó sin trabajo y no está recibiendo prestaciones como el ingreso mínimo vital o los ERTE", explica Hernández.

"Ahora mismo tenemos una avalancha de gente que no puede pagar el alquiler, y va a ir a más. Sabemos de familias que están hacinadas, abuelos que mantienen a dos generaciones…", cuenta Conrado Giménez, director de Fundación Madrina, que desde el inicio de la pandemia ayuda a personas en exclusión. Si hace unos meses recibían una o dos peticiones de alojamiento urgente a la semana, entre este lunes y martes han recibido una veintena. "A muchos les estamos pagando pensiones porque no nos quedan ya plazas tampoco. Hay de todo, desde hombres solos a familias o mujeres embarazadas", explica Lidia Babiano, trabajadora social de la fundación.

Una cabaña pegada a la M-30

Casa de Campo, Príncipe Pío, Atocha, el parque de la Ventilla… Los puntos donde se arremolinan los que no encuentran techo están surgiendo como setas en la capital. Pero aunque es cada vez más habitual ver personas pidiendo en la calle, en el metro, o pasando entre cartones el tiempo, es difícil cuantificarlos. "Nadie lo controla, pero seguramente esa persona que está a tu lado en la FNAC o la Casa Encendida sea una persona sin hogar pasando el día y buscando wifi gratis para buscar trabajo o hacer gestiones", explica Jesús Sandín, responsable del programa de personas sin hogar de la organización Solidarios.

placeholder Victoriano pintando en el chamizo que se ha construido. (Alejandro Martínez Vélez)
Victoriano pintando en el chamizo que se ha construido. (Alejandro Martínez Vélez)

Victoriano, agricultor de 65 años nacido en Valdepeñas (Ciudad Real), vive en uno de estos nuevos núcleos surgidos en los márgenes de ciudad ante la falta de soluciones habitacionales. Lleva ocho meses durmiendo entre las ramas y plásticos con los que se ha construido un espacio de intimidad al pie de la M-30, a la altura de Arturo Soria. Allí cocina con un hornillo, hace Reiki o pinta cuadros que vende o regala, cuando no está jugando al baloncesto o montando en bici por la ciudad. "Me vine a principios de mayo. Estaba en un albergue esperando que me derivasen a un piso desde hacía meses, pero con el confinamiento se hizo insoportable. Había mucha gente cada uno de su padre y de su madre y prácticamente no podíamos salir, era como estar en una prisión. Aquí al menos estoy tranquilo y me cocino yo, porque la comida no es muy buena… Dentro de lo que hay, esto es lo más digno", cuenta sobre el incesante rumor de los coches vecinos.

"Estaba en un albergue, pero con el confinamiento se hizo insoportable"

Según señalan usuarios y trabajadores, en estos centros gestionados por Grupo 5 desde el mes de febrero ha faltado calefacción y agua caliente. Además, las cenas consistían en dos rebanadas de pan con membrillo, una manzana y un vaso de caldo. "Y nada de repetir", cuenta una de las trabajadoras. También denuncian la falta de personal médico, material sanitario y hasta de papel higiénico algunos días. "Nos hemos tenido que pelear para que les diesen un café o un caldo en invierno. Hasta nos han regateado las mascarillas para nosotras", explica.

La empresa niega que haya habido escasez de material sanitario ni papel y alega que la alimentación es la acorde a los pliegos. También que tratan de "dar un servicio acorde a los valores nutricionales adecuados". Sí reconocen la falta de enfermería en momentos puntuales por la dificultad de encontrar estos perfiles durante la pandemia.

placeholder Victoriano tiene 65 años y es de Valdepeñas, en Ciudad Real. (Alejandro Martínez Vélez)
Victoriano tiene 65 años y es de Valdepeñas, en Ciudad Real. (Alejandro Martínez Vélez)

"El problema en la ciudad de Madrid es que en este tema se dan pasos en una dirección y en la contraria. Por un lado, se ha separado la emergencia social de la intervención, lo cual tiene sentido porque una persona no llega a la calle de la noche a la mañana", explica Sandín. "Pero luego ejerces una presión constante para expulsarlos a la periferia, con desalojos durante la pandemia y multas por saltarse el confinamiento a gente que estaba en la calle. Lo de la campaña de frío es lo mismo: les das acogida todos estos meses pero de repente los dejas en la calle sin alternativa. Son cosas que no se entienden".

Una vez en la calle es muy complicado salir de ella, especialmente ahora que todos los trámites son telemáticos, lo que dificulta acceder a ayudas que eviten la exclusión como el ingreso mínimo vital, puesto en marcha precisamente por la situación económica derivada del covid. Actualmente son las ONG las que están permitiendo hacer estos trámites, cediendo su conexión a internet a quien lo necesita.

"Durante Filomena, estuve toda la noche quitando la nieve del techo. Me metía cinco minutos a calentarme y otra vez para fuera"

Victoriano lo pidió en junio del año pasado, pero no se lo han resuelto todavía. Después de divorciarse hace 20 años y tras sufrir algunas adicciones, lleva años intercalando estancias en albergues, alquileres precarios o trabajos como temporero, hasta llegar a este chamizo construido con sus manos. La única pega que le pone vino con el temporal Filomena. "Estuve toda la noche quitando la nieve del techo. Me metía cinco minutos a calentarme y otra vez para fuera, así toda la noche, porque si no se me caía todo".

Se alimenta con lo que le dan una vez por semana en la parroquia. Todo vegetariano, porque no come carne. Esta misma fundación le ha conseguido una casa, en el pueblo de Peguerinos, donde espera poder tener un huerto y un techo al que no tenga que volver a renunciar. "Estoy deseando estar en contacto con la naturaleza, progresar y sentirme realizado. Cuando me vaya, le regalaré este sitio a alguno de los que están aquí viviendo. Igual que a mí me han ayudado con cosas, todo el mundo necesita una ayuda. Y sé que a partir de ahora todo me va a ir mejor".

*Nombre cambiado a petición del entrevistado.

Juan Antonio lleva tres meses durmiendo en la furgoneta con la que transportaba el material de construcción hasta hace ocho meses, cuando se quedó sin trabajo. Esperando cobrar el ERTE, se fueron acabando los ahorros, hasta que un día decidió coger sus pertenencias para aparcar su vida de manera temporal en un 'parking' de la Casa de Campo. "No tengo para pagar una habitación, así que prefiero quedarme aquí y ahorrar un tiempo lo que pueda. Es un sitio tranquilo", dice a sus 60 años.

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