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De voluntaria a pedir en Cáritas: "Nunca pensé que me tocaría venir a por comida"
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LA NUEVA POBREZA DEL COVID-19

De voluntaria a pedir en Cáritas: "Nunca pensé que me tocaría venir a por comida"

La crisis económica provocada por el coronavirus afecta ya a personas que nunca antes habían tenido que recurrir a ONG ni servicios sociales para pagar deudas o llenar la nevera

Foto: Yazmira Navarro recurrió a Cáritas por primera vez en mayo, a raíz de la pandemia (Foto: Carmen Castellón)
Yazmira Navarro recurrió a Cáritas por primera vez en mayo, a raíz de la pandemia (Foto: Carmen Castellón)

Yazmira lleva las uñas pintadas de rojo, pendientes dorados y un vestido con estampados alegres porque no quiere que su situación enturbie su autoestima. Aun así, no puede evitar emocionarse cuando recuerda su pasado como jueza lejos de aquí, en una Venezuela que todavía le prometía un futuro muy lejano al de las filas del hambre que ahora visita una vez al mes para llenar, durante unos días, la nevera.

Hija de un emigrante canario, aterrizó con pasaporte español hace seis años y nada más llegar se apuntó como voluntaria en Cáritas, llenando los carros de familias que se vieron arrastrados por la crisis económica. “Siempre me ha gustado ser de utilidad y ayudar a los demás, así que colaboraba en lo que podía mientras buscaba trabajo”, cuenta en una cafetería en la madrileña calle San Bernardo.

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(Foto: Carmen Castellón)

Con el tiempo, encontró un puesto como técnico jurídico en el ayuntamiento de Madrid pero no duró mucho. A sus 60 años fue viendo como se le iban cerrando puertas de entrevistas hasta que consiguió, hace unos meses, un trabajo vendiendo seguros a comisión, puerta a puerta. “Tenía experiencia en seguros, pero como jefa…”, cuenta. El coronavirus acabó de cortar los pocos ingresos que entraban en su casa, que comparte con otras cinco personas. “Aguanté hasta mayo, pero tuve que volver a Cáritas, esta vez para ser yo la que pedía ayuda... Y no es fácil ver cómo vuelves a perder la independencia que tanto te había costado recuperar. ¿A mis 60 años, cuántas veces puedo empezar otra vez?”, dice con la voz quebrada.

El 48% de los hogares españoles tiene problemas para llegar a fin de mes

Yazmira forma parte del 22% de madrileños que el Ayuntamiento calcula que acudirán a los servicios sociales al ver el grifo de sus ingresos cerrado por la pandemia. La diferencia con 2019, con un 6% de población atendida por estos servicios, es grande. Los primeros en sumarse han sido los que peor estaban antes de que el coronavirus les asestase el golpe definitivo: personas que vivían al día con trabajos precarios o en la economía sumergida y cuyos ahorros no han podido estirar durante la pandemia.

Según los datos de la Encuesta de Condiciones de Vida de 2019 publicada esta semana, el 48% de los hogares españoles tiene problemas para llegar a fin de mes y un 34% no cuenta con capacidad para hacer frente a imprevistos. Estos datos habían mejorado desde 2013, cuando la crisis empezó a dar un respiro a algunas familias, pero el covid amenaza ahora esa tendencia.

En mayo, el ayuntamiento de Madrid calculaba que el 46% de las familias de la capital sufriría los efectos económicos y sociales de la pandemia y, según explican desde Cáritas, más de la mitad de las personas que están acudiendo a ellos a raíz del covid-19 son nuevas, aunque ha variado con el tiempo. Abril y mayo fueron los peores meses por el retraso en el pago de los ERTES, aunque el volumen de casos no para ni tiene visos de hacerlo.

¿Cómo vas a vender un seguro de hogar cuando no hay para el alquiler? Empecé a vivir lo mismo que mis clientes, incertidumbre

“A medida que avanzaba el covid, la gente fue cancelando pólizas, mi cartera de clientes fue cayendo… ¿y, además, con qué cara vas a vender un seguro de hogar cuando la gente no tiene ni para el alquiler? Empecé a vivir lo mismo que mis clientes, un nuevo estado de incertidumbre”, cuenta Yazmira, que trabajaba como autónoma hasta que las comisiones bajaron tanto que no llegaban ni para pagar la cuota.

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(Foto: Carmen Castellón)

Mientras, a unos metros de nuestra conversación, los carritos de la compra entran y salen de la trasera de una iglesia de Cáritas. Es día de reparto de alimentos, pero aquí no hay colas: todos tienen un número de cita para que Jesús Para, el voluntario que está este día al mando, les dé legumbres, pasta, leche o pastillas de avecrem “que cunden mucho para hacer sopas”.

“Estamos volviendo a ver a muchas familias que hacía tiempo, años, que ya no venían… Gente que ya tenía la vida organizada y se ha quedado sin ingresos de repente”, cuenta Jesús en un hueco entre entrega y entrega. El informe AROPE sobre exclusión social estimaba que en España, en 2019, había 12,3 millones de personas en riesgo de pobreza (el 26,1% de la población). Muchas de ellas son personas que todavía no se han recuperado de la anterior crisis económica como para permitirse ahorrar y que, por tanto, no tienen recursos suficientes para afrontar otra recesión. También son más vulnerables a caer antes las personas migrantes sin una red de apoyo que les ayude a pasar los peores momentos.

Es un desahogo y me dan cosas que no me puedo permitir, como aceite de oliva

Es el caso de Marlene, que espera pacientemente a que le den lo que le toca este mes para su marido y su hijo: “Hacía como siete años que no venía, pero mi marido se quedó en paro con el confinamiento y he tenido que volver porque con mi sueldo de limpiadora no alcanza. Es un desahogo y me dan cosas que no me puedo permitir, como aceite de oliva”.

Aunque hacerlo por su hijo le da fuerzas para venir hasta la parroquia, reconoce que esta vez le ha costado más que la primera. “Ya había conseguido una estabilidad aquí, todos estábamos bien… El problema es que no he podido ahorrar porque tenía que mandar dinero a mi familia en Bolivia. Y de repente me he visto sin nada”.

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Jesús ayudando a llenar el carro a Marlene (Foto: Carmen Castellón)

El perfil de estos nuevos casos va ligado a los sectores que más se han visto afectados por la pandemia en cada momento. Primero, fueron las empleadas de hogar, transportistas o peones de la construcción. Luego, han ido sumándose los camareros y los trabajadores del pequeño comercio que se han visto obligados a reducir o directamente cerrar su actividad.

A finales de junio, la avalancha de nuevos casos llegó a vaciar las estanterías de parroquias como la de Jesús. “No había de nada, de nada. Tenía que conseguir dinero o alimentos como fuera. Lo comentamos con Cáritas y mediante donaciones conseguimos un camión lleno de alimentos: estuvimos un día entero descargando coches sin parar”, cuenta. “¿Tenéis un niño verdad? Para darte cosas para niños”, pregunta a otra persona mientras sigue llenando carros. “Lo que más falta hace son las cosas más caras, como el detergente o productos de baño… Pero intentamos tener de todo, también carne apta para musulmanes o cosas para veganos, que también hay”.

Intentamos tener de todo: productos de limpieza o baño. También carne apta para musulmanes o cosas para veganos

El principal problema que tienen que atender, además de la falta de alimentos, es la vivienda. “El primer día que pusimos teleasistencia para contactar a los casos que llegaban durante la cuarentena hice en dos horas unas 15 llamadas. Bueno, pues una docena era por problemas con el alquiler. Es lo que más estamos viendo, especialmente de habitaciones, porque suelen ser mafias que las realquilan y de la noche a la mañana les han echado cuando no han podido pagar”, continúa Jesús.

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Antes de cada entrega, Jesús toma la temperatura a cada persona que atiende (Foto: Carmen Castellón)

Además, la pandemia ha dejado en evidencia las condiciones de muchos alquileres: “Nos hemos encontrado con muchísima gente en viviendas precarias, sin cocinas, baños o directamente en garajes. Antes, al estar todo el día fuera no lo notaban tanto, pero con la pandemia se ha hecho insostenible para muchas familias”, añaden desde Cáritas, donde también han abierto un programa de microcréditos por las demandas de personas que no podían hacer frente a deudas. Según la Encuesta de Condiciones de Vida, el 4% de los españoles se retrasó dos veces o más en el pago de facturas el último año, y un 1,53% una vez, dato ligeramente más alto que en 2018 (1,23%).

Pobreza vergonzante

Acudir por primera vez a una ONG o a una oficina de los servicios sociales no es un paso fácil; a menudo no se reconocen en el perfil de alguien que necesita ayuda por el estigma que lleva asociado la pobreza. Es lo que se llama pobreza vergonzante. “Mucha gente piensa que los servicios sociales estamos para dar el paquete de comida y no es solo eso. Ahora mismo estamos asesorando a mucha gente a nivel laboral, jurídico, con la vivienda… pero es difícil llegar a ellas porque no se reconocen como alguien que necesita ayuda”, explica Teresa Barquilla, jefa del centro social de Villaverde, al sur de Madrid. “Lo bueno es que ahora las circunstancias nos han obligado a cambiar el sistema para hacerlo más telemático y hemos visto que eso ha facilitado mucho el contacto. Al no ser, al menos en el primer momento, un contacto presencial, la gente no se ha sentido tan expuesta”.

placeholder Dos voluntarias de Cáritas atienden a una mujer (Foto: Carmen Castellón)
Dos voluntarias de Cáritas atienden a una mujer (Foto: Carmen Castellón)

Cuando Yazmira levantó el teléfono para pedir ayuda, España todavía estaba confinada. “Me tenían que traer la comida a casa y me daba muchísimo apuro. Encima que me lo dan, me lo traen hasta la puerta… Así que cuando por fin pude ir a buscarlo fue un alivio”, cuenta. “Yo nunca me imaginé que alguien me tuviera que dar algo, en mi cabeza no entraba porque siempre he sido muy independiente”.

Hasta ese momento, su único contacto con una ONG como solicitante de ayuda había sido una cita de orientación laboral, antes de la pandemia, donde comprobó que tampoco el sistema está preparado para su perfil de pobreza sobrevenida. “No hay opciones para gente con estudios o carrera, que por lo que sea se han visto así. Recuerdo que llegué y me pusieron un examen con sumas y restas… Tardé unos segundos en reaccionar, me sentí como en el colegio. Todo lo que había estudiado, toda la experiencia…. No servían para nada”, cuenta Yazmira, que también daba clases en la universidad en Venezuela.

No me importa trabajar de lo que sea, pero es difícil tener un proyecto de vida y que se te rompa. Nos enseñan a crearnos un futuro

“A mí no me importa trabajar de lo que haga falta, pero es difícil tener un proyecto de vida y que se te rompa”, reflexiona Yazmira. "Nos enseñan a crearnos un futuro, pero eso sin presente y con un pasado que con 60 años ya parece que no sirve de nada para el mercado laboral, es muy difícil. La cesta me ayuda a tener cierta estabilidad en un momento en el que no me puedo permitir ni un lujo. Pero lo que peor llevo es la sensación de estar en un limbo. La incertidumbre… Otra vez”.

Yazmira lleva las uñas pintadas de rojo, pendientes dorados y un vestido con estampados alegres porque no quiere que su situación enturbie su autoestima. Aun así, no puede evitar emocionarse cuando recuerda su pasado como jueza lejos de aquí, en una Venezuela que todavía le prometía un futuro muy lejano al de las filas del hambre que ahora visita una vez al mes para llenar, durante unos días, la nevera.

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