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Avergonzados de ser pobres: el hundimiento silencioso de una familia de clase media
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EL 18% DE ESPAÑOLES ESTÁ EN RIESGO DE EXCLUSIÓN

Avergonzados de ser pobres: el hundimiento silencioso de una familia de clase media

La recuperación económica no se percibe todavía en las cifras de exclusión. Muchos de los que caen ahora en la pobreza lo ocultan a su entorno, dificultando su reinserción

Foto: Ilustración: Raúl Arias
Ilustración: Raúl Arias

Cerca de la parroquia de San Juan de Dios, en el humilde barrio de Vallecas, varios niños aprovechan los últimos rayos de sol para acabar un partido de fútbol en un descampado plagado de desniveles. Las señoras se recogen con las compras del día, y decenas de trabajadores salen en estampida de la estación de Cercanías. A medida que se encienden las farolas, empiezan a formarse algunos grupos de vecinos sin techo que juegan a las cartas, beben, se ríen y, a veces, pelean. Es solo una cara de la pobreza. La visible, la que huele, la que se evita.

Luego está Rosa, que espera pacientemente la cola dentro del templo para acceder a su ración mensual de comida del Banco de Alimentos. Nunca pensó que se vería en esta situación, pero desde hace más de una década, solo ha podido encadenar rentas de reinserción, paro y puestos en la economía sumergida. Aunque a sus 54 años, ya ni eso. "Cuando ves que tu nivel de vida no es el mismo que antes, claro que te preguntas qué te ha pasado. Al principio te consuelas pensando que ya mañana irá mejor, que mañana encontrarás algo... Pero llega mañana y nada, y el dinero va bajando… Hasta que de repente te entra el miedo: '¿Y si no encuentro trabajo?, ¿y si me echan del piso del Ivima?' Hasta entonces nunca pensé que podría ocurrirme".

A pesar de la recuperación, todavía el 18% de españoles está en situación de exclusión social

Las noches en las que la cabeza va por su cuenta y la obsesión por estirar los céntimos puede con su optimismo, Rosa echa la vista atrás y se pregunta en qué momento empezó todo, el detonante que puso en marcha los vasos comunicantes que acaban en la exclusión. "Fue cuando salí del mundo laboral. Tuve que dejar mi trabajo de camarera de piso por una fibromialgia y desde entonces fue todo cuesta abajo". Ahí empezó su pesadilla y una larga travesía por otro tipo de pobreza: la económica y la vergonzante.

El eslogan de "te puede pasar a ti", de Cáritas, encaja como un guante para hablar de pobreza. El 18% de la población en España sufre exclusión social. En total, 8,6 millones de personas que tienen dificultades serias para, por ejemplo, llevar a los niños al cine o comer ternera en lugar de pollo. De ellos, 4,5 millones están en situación severa, un 40% más que hace diez años. Personas que hasta el momento del "detonante" no habían tenido ninguna relación con la exclusión y que ocultan su situación porque no quieren identificarse con una clase social denostada por la sociedad. Personas que acuden al banco de alimentos de otro barrio para que no les vean. Que niegan tener hambre para no aceptar un bocadillo aunque les rujan las tripas. Que no tienen para comprarse un abrigo, pero no dejan de pagar la comunidad para que no lo sepan los vecinos. Personas que viven lo que los expertos ya han acertado a denominar como "pobreza vergonzante".

Raúl Flores es coordinador del equipo de estudios de Cáritas Española y asegura que la situación actual es peor ahora que antes de la crisis, aunque se hable de recuperación. "Hay más personas en riesgo de exclusión social, y las condiciones de vida de la pobreza severa son mucho peores", afirma. Y alerta de la epidemia de la precariedad: "El empleo ha dejado de garantizar estabilidad a las familias. Casi seis de cada diez familias que acuden a Cáritas tienen a uno de sus miembros con trabajo".

La solvencia que se pide a las familias no se acompasa con el mercado laboral

Desde los servicios sociales también lo han notado. Así lo reconoce Blanca Azpeitia, jefa del departamento de Asesoramiento a la Emergencia Residencial de Ayuntamiento de Madrid. "Notamos que hay más empleo pero que es más precario. En una ciudad como Madrid, los problemas para acceder a la vivienda están creciendo de manera imparable, porque la solvencia que se pide a las familias no se acompasa con el mercado laboral que tenemos. Piden un trabajo fijo, cuando la mayoría de los empleos son temporales… Y si destinan todo a vivienda es cuando dejan de alimentarse de manera correcta, o pasan frío porque no pueden pagar la calefacción".

placeholder El Banco de Alimentos se ha convertido en la única manera de llenar la despensa para muchas familias. (EFE)
El Banco de Alimentos se ha convertido en la única manera de llenar la despensa para muchas familias. (EFE)

Detectar la pobreza

Jesús Sandín lleva años trabajando y ayudando a gente de la calle desde la ONG Solidarios. Conoce al detalle las primeras señales, las primeras sensaciones, previas a que todo se vaya por la borda: "Al principio todo el mundo se siente aturdido, bloqueado. Uno no se levanta por la mañana y se encuentra como proyecto de futuro en la calle, sino que pasa algo y lo quiebra todo".

Así empezó a notar que Luis (nombre cambiado), un asesor de la organización desde hacía más de una década, no estaba igual que siempre. "Se cuidaba mucho, se esforzaba en mantener la dignidad y que no se notase. Yo le veía con cierta regularidad, porque venía por donde iniciamos las rutas de reparto y le ofrecía bocadillos, pero me decía que no. Siempre intentan guardar la compostura", aclara.

Nacido en un país africano, Luis estudió un doctorado en la Complutense en los años 90 y desde entonces ha trabajado como autónomo en España, haciendo sobre todo trabajos de asesoría. Pero hace un par de años, al renovar su pasaporte —esta vez biométrico— tuvo que esperar más de la cuenta para tener la documentación en regla. "Mientras se mandaban los papeles a mi país y se actualizaban en España pasaron meses. Y me quedé indocumentado", explica.

Volví andando a Madrid, dando vueltas y vueltas, hasta que acabé durmiendo en la calle

Fue a una sucursal bancaria y le comunicaron que no podía acceder a su cuenta porque la documentación que presentó estaba caducada. "Decían que me tenía que identificar. Y no tenía pasaporte en regla, ni residencia…", cuenta. La economía empezó a resentirse: tenía que pagar el alquiler y seguir mandando dinero a los casi veinte miembros de su familia. "Yo era su esperanza y si me debilito, todo se quiebra. Así que los proteges, no les dices lo que te está pasando", dice. Se quedó sin casa y optó por el silencio. Nada más ser desahuciado, lo primero que hizo fue acudir Solidarios y pedirles dinero para un taxi que le acercarse a casa de un amigo y quedarse allí a dormir, pero cuando llegó no encontró fuerzas para pedírselo. "Volví andando a Madrid, dando vueltas y vueltas, hasta que acabé durmiendo en la calle. Así hasta que me encontraron un albergue". Para los gastos básicos ha ido pidiendo dinero a amigos con excusas, pero nunca dos veces a la misma persona. "No quiero molestar", reconoce.

Cuando la red se acaba

La pobreza vergonzante, explican desde Cáritas, empezó a notarse más tarde que otro tipo de exclusión en la evolución de la crisis, precisamente por las características de la sociedad española, que recurre antes a las redes familiares o de amigos, que a los servicios sociales. De hecho, el 96% de los españoles asegura tener amigos, familiares o vecinos a los que pedir ayuda en caso de necesidad, tres puntos porcentuales más que la media de la Unión Europea. Sin embargo, depende mucho de la renta. Mientras que solo el 92% de las personas que ganan menos de 680 euros al mes dicen contar con ese respaldo, este porcentaje se eleva al 99,5% entre los que ganan más de 3.425 euros.

"Hay una serie de espacios relacionales donde haces tu red: colegio de los niños, trabajo, ocio… Pero si te expulsan de esos espacios, eso se va perdiendo. Si te quedas sin trabajo, tu círculo se reduce. Si no tienes dinero para el ocio, te vas distanciando de los amigos…", explica Sandín. "Seguimos siendo un país generoso, pero estamos desgastando el colchón. Y la paciencia", comparte Raúl Flores, de Cáritas España. Rosa echó mano primero de su familia, pero dos de sus hermanos menores tuvieron que volver a casa de sus padres y la sola pensión del padre no daba para mantener cinco personas. "A veces, cuando les sobra, me dan unos 20 eurillos, y los estiro todo lo que puedo".

El 96% de los españoles asegura tener amigos, familiares o vecinos a los que pedir ayuda en caso de necesidad

Es cuando esa red, o los ahorros, o el paro se agotan, cuando deben dar el paso de recurrir a la administración. Un trámite lento y, según los expertos, poco preparado para hacer frente, o incluso evitar, este tipo de situaciones. Porque a diferencia de otros tipos de pobreza, la vergonzante no llama cuando lo necesita, sino que hay que salir a buscarla. "No hay un recurso para ese momento en el que todo salta. Tenemos albergues para personas sin hogar de una determinada condición, que es de larga permanencia en calle, pero no hay nada para familias", continúa Sandín. "Hay mecanismos que funcionan cuando explota una bombona de butano y tienen que realojar a 50 vecinos, pero no para una familia que desahucian. O simplemente con el censo se puede saber cuánta gente está en una familia sin ingresos. Las alarmas están ahí, cuando una persona se queda sin paro o la desahucian, ya sabes lo que viene después. El problema es que nadie está mirando esas señales y la exclusión es como un tobogán: es muy fácil bajar, pero subir cuesta, por eso es importante actuar pronto".

Ninguna alarma saltó con Alicia, la mujer de 65 años que se precipitó al vacío el pasado noviembre desde su vivienda en el acomodado barrio de Chamberí, en Madrid. Ni siquiera su hijo sabía que se cernía sobre ella una orden de desahucio. Desde diciembre, los juzgados deben comunicar a los servicios sociales las situaciones de impagos de vivienda donde se detecte vulnerabilidad social, para evitar precisamente situaciones como las de Alicia.

Desde el área de Asesoramiento a la Emergencia Residencial de Madrid explican que los principales espacios donde detectan la pobreza son los comedores escolares y los centros de salud, con los que trabajan en red. "A veces los profesores nos cuentan que de repente les van a buscar los abuelos, porque están viviendo en su casa, o se cambian de colegio porque han perdido la casa…", cuenta Azpeitia.

La lotería de la exclusión

Gonzalo Ruipérez es el párroco de Vallecas. Dentro de una semana repartirá, como cada mes, 35.000 kilos de comida entre sus vecinos, aunque antes lleva a cabo una entrevista personal caso por caso. Es miércoles por la tarde y la puerta de su despacho está plagada de personas de todo tipo que aguardan pacientemente la vez para contarle su situación. Una mujer con problemas psicológicos que vuelve a estar sin trabajo y necesita llenar la despensa. Una joven marroquí a la que no le alcanza su sueldo de frutera para alimentar tres bocas. Un refugiado sirio que no sabe qué tiene que hacer para solicitar trabajo.

"Hay mil historias, cada una es diferente. A veces la gente viene pidiendo algo que no es lo que necesitan, y hay que ver cómo ayudarle realmente, si las causas son crónicas, si hay recursos… Pero nunca caer en paternalismos o darles dinero", explica. A través de talleres o clases de refuerzo conoce también la realidad dentro de cada casa. "A veces en un partido de fútbol notas que un niño está más agresivo de lo normal, o cuando repartimos la merienda, que vienen sin comer… Y ahí ya intentas llegar a la familia y ver qué es lo que está pasando". Cuando llegan a su despacho, muchos lo hacen con vergüenza, pero él les confiesa que también en alguna ocasión ha recurrido a Cáritas: "Ahí ya cogen más confianza. Vergüenza hay que tener para robar, pero no para pedir".

A veces en un partido de fútbol notas que un niño está más agresivo de lo normal, o cuando damos la merienda que vienen sin comer

Para Sandín, de Solidarios, la exclusión es una lotería en la que todos juegan, pero en la que unos tienen más papeletas que otros. La falta de trabajo, los entornos desestructurados o la condición de inmigrante son factores de riesgo, pero llegado el momento del azar, a cualquiera puede tocarle. "Es una cuestión de circunstancias. En la vida al final tomamos muchas decisiones cuyas consecuencias no podemos calcular. Contratas una hipoteca pensando que vas a poder pagar los siguientes 25 o 30 años. O formas una familia, pensando que no te vas a divorciar…". Según los servicios sociales del Ayuntamiento de Madrid, la pobreza vergonzante se da más en barrios con mayor poder adquisitivo, porque no quieren ser los únicos señalados por ese problema social. "Por eso algunos pagan antes la comunidad que la calefacción", explica Azpeitia.

placeholder Gonzalo Ruiperez, párroco de Vallecas. (M.Z.)
Gonzalo Ruiperez, párroco de Vallecas. (M.Z.)

La crisis ha cambiado los tipos de pobreza, pero no la imagen que se tiene de ella. Por eso, los que caen por primera vez en la vulnerabilidad económica tienen problemas para identificarse en su nueva realidad. "Vivimos en una sociedad en la que poseer y visibilizarse como alguien que tiene dinero es fenómeno de éxito y no tener es símbolo de fracaso. Pero es cierto que la crisis económica pone a muchas familias en una situación que hasta entonces no habían vivido", añade Azpeitia. "Por eso, cuando llegan, la frase más habitual es ‘nunca pensé que tendría que venir aquí’. La imagen del pobre ha cambiado, por eso no se reconocen, tú puedes ver por la calle a una persona con un nivel de limpieza y educación muy correcto, y estar sufriendo una precariedad importantísima".

Uno de los sentimientos más comunes de este tipo de pobreza es la culpa, el sentir que podrían haber evitado la situación. Así se siente Luis, sobre todo cuando piensa en su familia: "Cuando se enteraron, muchos no se lo creían, que una persona con estudios como yo no se enterase bien de los trámites del pasaporte…. Que alguien como yo acabase así", se lamenta. A Rosa, por su parte, le costó un tiempo quitarse el sentimiento de "humillación" cada vez que acudía puntual con su carrito a la parroquia. "Con la vergüenza no se come", dice ahora. Sin embargo, sigue sufriendo momentos de bajón y sobre todo, una profunda soledad que ni siquiera puede compartir con su hijo de 20 años. Todavía no es del todo consciente de la situación "o más bien no se quiere enterar", comenta. "A veces, cuando abre la nevera y se la encuentra vacía me dice, 'jo, mamá, es que parece que somos pobres'. Ya… Es que ahora somos pobres".

Cerca de la parroquia de San Juan de Dios, en el humilde barrio de Vallecas, varios niños aprovechan los últimos rayos de sol para acabar un partido de fútbol en un descampado plagado de desniveles. Las señoras se recogen con las compras del día, y decenas de trabajadores salen en estampida de la estación de Cercanías. A medida que se encienden las farolas, empiezan a formarse algunos grupos de vecinos sin techo que juegan a las cartas, beben, se ríen y, a veces, pelean. Es solo una cara de la pobreza. La visible, la que huele, la que se evita.

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