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Así se vive en la isla española sin coronavirus: “Aquí tenemos fácil quedarnos en cero casos”
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LA EXCEPCIÓN DE LA GRACIOSA

Así se vive en la isla española sin coronavirus: “Aquí tenemos fácil quedarnos en cero casos”

La octava isla canaria puede presumir de ser la única habitada donde aún no se ha identificado ningún caso. A pesar de ello, sus 700 habitantes están confinados en sus casas

Foto: Fotografía proporcionada por Alicia Páez Guadalupe.
Fotografía proporcionada por Alicia Páez Guadalupe.

Estamos en 2020. Toda España está asediada por el coronavirus. ¿Toda? No. Una pequeña isla al norte de Lanzarote llamada La Graciosa, una de las contadas excepciones al avance de la pandemia, aún resiste a la expansión de la enfermedad. Es la única isla canaria donde no se ha registrado ni un solo caso entre sus alrededor de 737 habitantes. Otras pocas como Cabrera, en Baleares, pueden presumir de estar en una situación parecida, pero tienen ventaja: están deshabitadas.

“Aquí lo estamos viviendo con bastante calma, el día 12 de marzo se suspendieron las clases, el 13 varias empresas cerraron los negocios y la actividad turística se ha parado”, explica Miguel Páez, vecino de La Graciosa. Probablemente, saber que no hay nadie en toda la isla infectado por el virus contribuya a que el aislamiento en una isla de apenas 29 kilómetros cuadrados se lleve mejor. “Lo vivimos con tranquilidad y estamos respetando el confinamiento, la verdad”. Tuvieron suerte, porque a pesar de su pequeño tamaño, la isla solía experimentar un trasiego relativamente alto de turistas que acuden a pasar el día.

Apenas un puñado de personas llegan a la isla cada día, como el farmacéutico o el trabajador de la oficina de Bankia

La Graciosa es una excepción no solo en Canarias sino en todo el país. La octava isla canaria no lo fue hasta el verano de 2018, cuando el propio Miguel consiguió que se considerase como tal a través de su plataforma La Graciosa, Octava Isla, elevando su categoría de islote a isla. Sigue dependiendo administrativamente de Lanzarote, de la que la separa un brazo de mar cuyo nombre, El Río, lo dice todo. Pertenece, de hecho, a la municipalidad de Teguise, en Lanzarote.

A pesar de todos esos líos administrativos, La Graciosa se mantiene como un oasis saludable en un mapa anegado por el coronavirus. Muy pocas personas viajan a Lanzarote desde la isla o hacen el trayecto contrario, por lo que las posibilidades de que el virus entre en la isla son tremendamente reducidas. Como explica Federico Romero, responsable de líneas marítimas Romero, la compañía que comunica Lanzarote con la isla, este lunes, por ejemplo, apenas llegaron a La Graciosa cuatro personas. Dos visitantes habituales, el farmacéutico y el banquero que trabaja en la oficina de Bankia, la única que hay en la isla, y otros dos trabajadores que acudían a reparar una cámara frigorífica.

placeholder Fotografía proporcionada por Miguel Páez.
Fotografía proporcionada por Miguel Páez.

“Aquí hay movimiento cero”, añade Romero por vía teléfonica (obviamente). “Tan solo lo necesario, como alguna cita en el hospital”. Aquellos que necesiten cruzar El Río, tienen que pasar el control de la Guardia Civil y firmar un documento en el que declaran la razón por la que viajan, y volver en el día. En el sentido contrario es muy parecido, y aunque podría pensarse que muchas personas cogen el transporte cada mañana para trabajar en Lanzarote, salvo alguna enfermera y algún empresario, la mayoría se quedan en La Graciosa. Salen dos barcos de lunes a viernes, y uno los fines de semana.

Lo cual, no obstante, no elimina todas las sospechas. Como recuerda Pedro Manuel Páez, uno de los responsables de seguridad y emergencia de la isla, “el único miedo que tenemos es que por algún motivo urgente alguien tenga que ir a Lanzarote y que en ese viaje lo contraiga, por eso hay cierta prudencia, porque siempre cabe la posibilidad de que sea asintomático”. Sin embargo, predomina la tranquilidad. “Tenemos el privilegio de que al estar separados por el mar, podemos controlar fácilmente la entrada de personas, y mantener esto a cero”.

Confinamiento en el paraíso

Ningún caso de contagio. Playa, naturaleza y todo el espacio posible para saltarse el confinamiento. Un tiempo, como cuentan los vecinos, envidiable desde hace ya semanas, que habría provocado que en circunstancias normales la playa estuviese abarrotada. ¿No es la tormenta perfecta para que los vecinos se salten el confinamiento?

A las siete de la tarde, salen a sus terrazas para aplaudir a los dos médicos y dos enfermeras que hay en la isla y al equipo de desinfección

Al contrario, explica Alicia Páez, la concejala delegada de la isla. “Desde que se decretó el estado de alarma, todos los restaurantes, bazares o establecimientos de alquiler de bicicletas cerraron y las líneas marítimas redujeron los viajes”, añade. El 15 de marzo ya no llegó ninguna de las habituales excursiones de turistas que acuden a la isla a pasar el día, y la Guardia Civil controla desde entonces todos los accesos. Dentro de la isla, los vecinos respetan el confinamiento y otras medidas, como la distancia de separación.

“Estamos contentos de estar todos bien, pero nos lo estamos tomando bastante en serio, los gracioseros solo salen a comprar el pan, a la farmacia o al súper”, añade. Exceptuando algún caso en el que la policía local ha tenido que llamar la atención a algún vecino que había cogido el coche para salir del pueblo e ir a surfear a la playa o a dar una vuelta en bici. “Aquí la gente está acostumbrada a ir a su tierra, a coger olas, a pescar… Eso afecta, y cuesta entenderlo cuando sales del pueblo y no te encuentras a casi nadie en el mar, pero hay que obedecer el confinamiento”.

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Fotografía proporcionada por Alicia Páez.

Ayuda bastante la propia configuración urbana del pueblo, donde abundan las conocidas como casas terreras, es decir, viviendas unifamiliares de una planta que en muchos casos suelen disponer de ático que da directamente al mar. “Yo vivo justo delante del puerto y tengo una vista de lujo, nos sentamos en la terraza y hacemos vida normal, quizá demasiado tranquila”, añade Romero. “Yo estoy ayudando en las labores de casa todo lo que puedo, las que más contentas están aquí son las mujeres, que si pinta esto o aquello”, añade irónicamente. “El mar lleva dos semanas que parece que puedes caminar sobre él. Una pena no poder tocarlo”.

Hacía mucho tiempo que no tenía más de 10 días de vacaciones seguidos, prosigue Romero. En esta situación, añade, “tienes más tiempo para pensar”: “Yo pensé que esto iba a ser más duro, pero no, te mentalizas”. “Las condiciones son diferentes”, añade Miguel. “La mayoría de casas dan a la calle, puedes tener la puerta abierta, para que te entre el fresco, con la terraza arriba que te permite que te dé la luz o charlar con los vecinos”. Un apocalipsis casi deseable.

A las siete de la tarde, salen a sus terrazas para aplaudir a los dos médicos y dos enfermeras que hay en la isla y al equipo de desinfección

El confinamiento ha propiciado el retorno a viejas costumbres, como las conversaciones de terraza a terraza o desde la puerta de casa, eso sí, respetando siempre las distancias. Cada día, a las siete de la tarde, los gracioseros salen a sus terrazas para aplaudir al personal sanitario. Concretamente, a los dos médicos y dos enfermeras que trabajan en la isla, así como al personal de desinfección que cada día limpia los espacios públicos, la mayoría de ellos de la ONG Emerlan (Emergencias y Rescates Lanzarote).

Una isla paralizada

La mayor incertidumbre en la isla canaria no es tanto sanitaria como económica. La Graciosa vive del turismo, que se desplomó hace ya un mes, y tanto restaurantes como tiendas u otra clase de servicios como el alquiler de bicicletas han tenido que cerrar. La sensación, por lo tanto, es de una tensa espera hasta que pueda recuperarse el principal medio de subsistencia de los cientos de vecinos de la isla.

placeholder Antes del confinamiento. (CC/José Luis RDS)
Antes del confinamiento. (CC/José Luis RDS)

Es el caso de Miguel Páez, dueño de una tienda de 'souvenirs' llamada Gracioserito, que también ofrece servicio de bicicletas y que cerró con el estado de alarma. Tampoco es que sus clientes habituales, los turistas, fuesen a tener la oportunidad de comprar una de sus camisetas o pulseras de la isla. “Vivimos de la actividad turística, pero se ha parado totalmente”, añade. Incluso la pesca, otro importante sector para los vecinos, se ha reducido.

“Algunas empresas han tenido que hacer ya ERTE”, reconoce la concejala delegada. “En días como hoy, La Graciosa estaría abarrotada, más ahora en Semana Santa, desde el viernes pasado ya tenían que haber llegado un montón de turistas”. Ahora, la situación es muy semejante a la del resto de Canarias. Como muestran las imágenes proporcionadas por los gracioseros, las escasas calles que conforman el pueblo están vacías, salvo algún vecino ocasional que se saluda desde la distancia.

La mayoría de personas de la isla venimos de seis familias, nos conocemos todos

Siguen abiertos, eso sí, los dos supermercados, la farmacia, la panadería y el centro de salud, que cumplen a rajatabla con las necesidades de seguridad. ¿Problemas de abastecimiento por encontrarse lejos de la isla madre, Lanzarote? Nada de eso por el momento, aunque algunos temen que determinados servicios, como la oficina de Bankia, comiencen a recortar sus horarios. “No, no hay problema de abastecimiento, hay medicamentos y comida que viene cada día de Lanzarote”, responde Alicia Páez.

Un mundo pequeño

El lector habrá reparado en que tres de los vecinos que participan en este reportaje comparten apellido, Páez. Así que preguntamos a uno de ellos, a Pedro Manuel, si, como parecen, todos son familia. “Aquí venimos todos de seis familias, los Páez, los Guadalupe, los Romero, los Toledo...”, explica. “Ahora ha habido un poco más de mezcla porque han empezado a casarse con gente de otras islas, pero raros somos los que no tenemos algún familiar común, a veces por ambas partes”. “Hay un entramado alto de consanguinidad”, concede entre risas.

placeholder La Graciosa, este lunes. (Fotografía proporcionada por Alicia Páez)
La Graciosa, este lunes. (Fotografía proporcionada por Alicia Páez)

Algo que ha provocado que todo el mundo en la isla se conozca y, por lo tanto, se ayude. Por ejemplo, se han montado sistemas donde colabora Emerlan para recoger la compra y llevársela a los ancianos de la isla, que son un porcentaje importante. Para Pedro Manuel, no obstante, los verdaderos héroes de esta historia son los alrededor de 60 niños que viven en la isla. “Aquí los que más sufren son ellos, porque no pueden jugar en la calle o en el parque. Aunque hay gente que por cuestiones de salud puede agobiarse más, lo están llevando bien”.

La concejala señala que todo está funcionando para que, aun aislados para lo bueno y lo malo, todo funcione. “Quiero dar las gracias a los voluntarios, las ONG, los trabajadores, los sanitarios, los repartidores o los transportistas que trabajan para nosotros, y decir a la población de La Graciosa que lo está haciendo muy bien y que juntos lo vamos a conseguir”, concluye. “Animo a que todo el mundo se siga quedando en casa”. Mientras tanto, probablemente podrán seguir presumiendo de ser un oasis en una España infectada de coronavirus.

Estamos en 2020. Toda España está asediada por el coronavirus. ¿Toda? No. Una pequeña isla al norte de Lanzarote llamada La Graciosa, una de las contadas excepciones al avance de la pandemia, aún resiste a la expansión de la enfermedad. Es la única isla canaria donde no se ha registrado ni un solo caso entre sus alrededor de 737 habitantes. Otras pocas como Cabrera, en Baleares, pueden presumir de estar en una situación parecida, pero tienen ventaja: están deshabitadas.

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