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La burbuja del 'procés': así es el microcosmos del juicio
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La burbuja del 'procés': así es el microcosmos del juicio

Hay algo inevitable en esa larga convivencia que confina a unas decenas de personas en un espacio reducido y con un interés común. El roce hace el cariño

Foto: Captura de la señal institucional del Tribunal Supremo, del exparlamentario alemán Felix Von Grundbergm
Captura de la señal institucional del Tribunal Supremo, del exparlamentario alemán Felix Von Grundbergm

"Cuando no os veo en cuatro días os echo de menos". La frase la pronuncia una periodista un jueves a última hora de la tarde, una vez acabada la última jornada de la séptima semana del juicio del 'procés'. Es ella la que la dice en voz alta pero la piensan todos los que participan, de uno u otro modo, en la vista oral contra los políticos independentistas. Tras mes y medio, el Juicio con mayúsculas comienza a parecerse a la casa de Gran Hermano. Y hay algo inevitable en esa larga convivencia que confina a unas decenas de personas en un espacio reducido y con un interés común. El roce hace el cariño.

Doce personas se juegan la cárcel. Se analiza jurídicamente si cometieron nada menos que un delito de rebelión. No hay duda de que las circunstancias son graves y no conviene frivolizar. Pero la rutina, el espacio, el entorno, lo arrastra todo. Da lo mismo que se trate de abogados, periodistas, policías o personal del Supremo. El juicio se ha ido convirtiendo en un microcosmos, un universo paralelo en el que la vida transcurre a otro ritmo y se tejen complicidades improbables. Los latidos los marcan los tiempos del juicio. Ciclos de dos horas. Receso. Pausa para comer. Final del día.

Foto: El ministro Josep Borrell, durante la entrevista en la cadena alemana. (DW)

El movimiento empieza sobre las nueve de la mañana. El bar más cercano al Supremo ya bulle de actividad. En una mesa, una abogada repasa el sumario, bolígrafo en mano mientras se le enfría el café. Prepara el duelo de ese día, los testigos que tocan, las posibles repercusiones de la declaración que se producirá en unas horas sobre el destino de su cliente. Entra un miembro de la prensa, saluda, y pide una porra en la barra.

Antes de las diez, unos y otros van accediendo al Supremo. Pasar controles, arcos y seguridad y recoger la acreditación que abre las puertas del Palacio de las Salesas. Cada uno tiene sus manías y supersticiones. Piden números pares o se ilusionan porque ese día les ha tocado el 15, la niña bonita. El interior del alto tribunal es imponente. Los pasillos con solera del antiguo convento se llenan de gente atareada, de conversaciones en la máquina de bebidas.

Minutos antes de la hora señalada para el inicio de la sesión, hay carreras. Se ve ondear alguna toga de quien llega tarde y se apresura para no quedarse fuera. En el corredor que da acceso a la antesala del solemne salón de actos, se mezclan los letrados, el público que ese día entrará en la sala y los periodistas que hayan optado por seguir la sesión desde el interior. Todos pendientes de un enorme biombo rojo de terciopelo color vino oscuro que solo se abre permitiendo el acceso cuando los procesados hayan ya ocupado su lugar en el banquillo. A la señal, cada uno ocupa su sitio.

Foto: Helena Catt, la mujer que lideró a 12 'observadores' internacionales en el referéndum.

Cuando todo comienza dentro, fuera se hace el silencio. Quedan varios agentes uniformados que vigilan las zonas contiguas a esa sala que ya todos conocen gracias a la retransmisión en directo del juicio. Uno de los policías sigue la sesión con los cascos desde su móvil. Un superior se le acerca y él le dice: "Aquí, viendo el partido". La calma se romperá de nuevo sobre las 12. En esas dos primeras horas, una cuarentena de periodistas teclean frenéticamente distribuidos en tres espacios, siguiendo el juicio desde grandes pantallas. Gran parte de ellos ocupa la biblioteca y rompe la solemnidad del lugar. También el silencio. Sobre todo en el fondo sur donde se agolpa un grupo que un veterano periodista catalán ha bautizado como 'timbalers del Bruc'.

El receso es sinónimo de conversación, intercambio de opiniones, corrillos, comentar la jugada. La actividad se traslada al patio de los naranjos, una zona exterior y amada por los fumadores, que preside una fuente de mármol. Un rincón de especial belleza, donde los árboles frutales se mezclan con una enorme palmera sobre cuatro bancos de madera con la pintura levantada. Han tenido que colocar papeleras y ceniceros extra porque los vasitos caqui de café desbordaron las previsiones. En el patio de los naranjos se cuecen estrategias y se piensan enfoques y se busca la luz y el calor del sol en la cara. Todos se relacionan con todos a excepción de los abogados de Vox, que acostumbran a quedarse en un aparte y nunca se separan.

Todos se relacionan con todos a excepción de los abogados de Vox, que acostumbran a quedarse en un aparte y nunca se separan

El momento más esperado es el descanso para el almuerzo. También para los acusados, que disfrutan en ese rato del contacto con sus familias. Ellos y los miembros del tribunal son los únicos que se quedan dentro. Para el resto, hay desbandada. Cada grupo ha ido hilando en estas semanas sus rutinas, su restaurantes o tascas favoritos. Hay que coger fuerza para otras cuatro horas de declaraciones. La tarde siempre cuesta más. Va reinando el adormecimiento, el cansancio. La prensa da vueltas a la crónica del día siguiente. Hay que apresurarse antes del cierre de las puertas, a las nueve de la noche. Muchos periodistas acaban ultimándola en el parque.

"Cuando todo esto acabe ¡hay que organizar una comilona!", propone un abogado. Doce horas de microcosmos. Bienvenidos a mundo juicio.

"Cuando no os veo en cuatro días os echo de menos". La frase la pronuncia una periodista un jueves a última hora de la tarde, una vez acabada la última jornada de la séptima semana del juicio del 'procés'. Es ella la que la dice en voz alta pero la piensan todos los que participan, de uno u otro modo, en la vista oral contra los políticos independentistas. Tras mes y medio, el Juicio con mayúsculas comienza a parecerse a la casa de Gran Hermano. Y hay algo inevitable en esa larga convivencia que confina a unas decenas de personas en un espacio reducido y con un interés común. El roce hace el cariño.

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