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Una alcaldesa agresiva, puñetazos, señuelos... El relato de tres guardias civiles sobre el 1-O
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Una alcaldesa agresiva, puñetazos, señuelos... El relato de tres guardias civiles sobre el 1-O

Pidió que su imagen no se mostrara, pero la emoción se reflejó en la voz. "Lo único que sufrí fue un daño moral. No sé si me insultaron porque fui a cumplir una orden judicial o porque soy guardia civi"

Foto: Imagen del tribunal del juicio del 'procés'. (EFE)
Imagen del tribunal del juicio del 'procés'. (EFE)

"A día de hoy no entiendo por qué aquellas personas se comportaban como delincuentes". Pasadas las cinco de la tarde, llegó el turno de un sargento de la Guardia Civil que participó en el dispositivo del 1-O. Su misión era intervenir en un centro de votación de Sant Andreu de la Barca, un pueblo de poco más de 25.000 habitantes en el que el escenario era dantesco. Con voz quebrada, explicó que los manifestantes le insultaron, le amenazaron y le escupieron: "Nunca por hacer mi trabajo me habían escupido", lamentó. Llegó a la localidad vestido de paisano y en un coche camuflado, pero los antidisturbios tuvieron que rodearle según puso un pie en la calle. En cuestión de segundos, "15 o 20 personas llegaron corriendo" para llamarles "asesinos e hijos de puta". Mientras tanto, ocho mossos observaban lo que ocurría a "unos 40 metros de distancia".

Al igual que sus compañeros, el guardia civil pidió que su imagen no se mostrara, pero la emoción se reflejó en su voz. "Lo único que sufrí fue un daño moral. No sé si me insultaron porque fui a cumplir una orden judicial o porque soy guardia civi", llegó a decir durante su declaración. El agente se presentó en Sant Andreu de la Barca en torno a las once de la mañana siendo consciente de que la operación no iba a ser sencilla —"ya sabíamos que muchos compañeros habían tenido dificultades"—, pero en ningún caso se esperó aquella hostilidad por parte de los manifestantes: "A mí lo que se me ha quedado grabado son las caras de odio de la gente". Recorrió los cincuenta metros que separaban su coche del centro de votación rodeado por antidisturbios, "encapsulado por GRS". Pero la situación que les esperaba al final del camino no era más tranquila.

Tras llegar a las puertas del colegio electoral, un nuevo obstáculo le esperaba: "Era un muro infranqueable, estaban todos sentados y tirados en el suelo. Todos nos estaban grabando. Tuvimos que apartar las piernas y nos costó llegar al punto de votación". Una vez superada esta barrera humana, parte del material del referéndum ya había desaparecido: "No encontramos urnas, sino solo 2.500 sobres y algunas papeletas", explicó. Aunque su misión no era la de detener a los presentes, la agresividad llegó a tal punto que terminaron por realizar un arresto: "Uno que se tiró encima de un compañero y que creo que le mordió una mano". Mientras tanto, los ocho mossos seguían a "40 metros de distancia".

Poco antes de dar las seis de la tarde, compareció un segundo guardia civil que también intervino en el 1-O y, en concreto, en un instituto de Sant Joan de Vilatorrada, de 10.000 habitantes. De manera más fría, el agente relató una escena similar a la expuesta por su compañero. "Aquello derivó en una violencia inusitada, he estado en diferentes unidades y provincias y lo que viví ese día no se me va a olvidar nunca, una muestra de odio y desprecio... Y he estado en sitios que no quiero nombrar", afirmó. El mensaje que trasladó al tribunal fue tajante: "No había pacifismo por ningún lado".

Mientras que el sargento habló de insultos, amenazas y escupitajos, este segundo guardia civil describió escenas violentas de forma explícita. "Nos abrimos paso entre todo ese tumulto entre golpes. Acometían contra los agentes, empujaban con patadas y puñetazos. Tuve arañazos", relató. A medida que avanzó su declaración, el testigo pasó entonces de hablar de la "violencia" de los manifestantes al miedo de los guardias civiles. "Me he visto en situaciones diversas y peligrosas, pero el personal que vino conmigo temió por su integridad. Mis compañeros se pensaban que no íbamos a salir de allí". Si en Sant Andreu de la Barca los espectadores fueron los mossos, en Sant Joan de Vilatorrada la Guardia Civil se encontró con otra clase de funcionarios. Y en esta ocasión no se limitaron a mantener una actitud pasiva: "Había bomberos en primera línea de resistencia".

El agente explicó al tribunal que lo vivido aquella jornada le dejó tocado. No solo a él, también a su familia. Por eso pidió el cambio de destino, una decisión que tomó después de lo que sufrió su hijo en el colegio al que iba en Sant Andreu de la Barca: tras el 1-O, profesores del centro no dudaron en recriminarle la actuación de su padre, dijo el testigo. El guardia civil relató además cómo denunció que el instituto empujara a los alumnos a "salir a protestar" por el referéndum, iniciativa que superaba cualquier límite que su familia estuviera dispuesta a tolerar. "Mi hijo está orgulloso y quiere seguir la profesión de su padre. No es posible que le hagan salir a protestar por la actuación de su padre", zanjó el agente. ¿Por qué esta hostilidad no afloró hasta el referéndum? Ni siquiera él pudo dar una explicación convincente: "Metafóricamente puedo decir que se masticaba el odio. No sé cómo habían contenido ese odio tanto tiempo".

Foto: Imagen de las defensas en el juicio del 'procés', junto a Junqueras, Romeva y Forn. (EFE)

La jornada la cerró una guardia civil que intervino el 1-O en Sant Martí de Sesgueioles, un pueblo que no llega ni a 400 habitantes. "Desde que salimos el ambiente era muy hostil, se burlaban de ti, se había evaporado en horas el sentido de respeto a la autoridad", defendió. Desde el principio destacó la actitud de una mujer con media melena y pelo caoba. Después supieron que no era una manifestante cualquiera: era la alcaldesa. "¿Qué? ¿Qué venís a hacer aquí?", les dijo de forma despectiva. El resto de ciudadanos concentrados, entre los que se encontraba incluso un menor "de unos 12 o 13 años", no mostraron una actitud mucho más amistosa.

"Aprovechamos para entrar por el lateral y la masa se puso más violenta y quería rebasar el cordón que se había formado, aseguró la agente. Tras conseguir entrar al centro de votación, los guardias civiles se encontraron entonces con una nueva burla: "Una urna de cartón del 9-N con siete u ocho papeletas y una lista de figurantes en la que uno de los apuntados era una persona de Vigo y el resto sería gente ficticia". La propia alcaldesa se encargó de celebrar esta actuación en su Facebook: "Postea que gracias al pueblo y a las ideas del pueblo habían tenido la brillante idea de engañar a la Guardia Civil y que se llevaran la urna de cartón". Según supieron después, los vecinos habían votado en el garaje de uno de ellos. "Se nos hizo perder el tiempo y lo único que querían era que se viera la violencia ejercida hacia ellos".

Llegado el turno de las defensas, los abogados quisieron saber si cargaron contra las manifestantes, si vieron cómo otros guardias civiles golpeaban a gente con los brazos en alto. "No vi a compañeros dando porrazos a la cara de los manifestantes. Vi agentes haciendo uso de la fuerza de manera proporcionada", defendió el segundo testigo. Sobre si pidieron ayuda a la policía autonómica, el guardia civil argumentó que no era su papel: "No me competía". Una vez más, los dos relatos enfrentados hicieron acto de presencia en el Tribunal Supremo.

"A día de hoy no entiendo por qué aquellas personas se comportaban como delincuentes". Pasadas las cinco de la tarde, llegó el turno de un sargento de la Guardia Civil que participó en el dispositivo del 1-O. Su misión era intervenir en un centro de votación de Sant Andreu de la Barca, un pueblo de poco más de 25.000 habitantes en el que el escenario era dantesco. Con voz quebrada, explicó que los manifestantes le insultaron, le amenazaron y le escupieron: "Nunca por hacer mi trabajo me habían escupido", lamentó. Llegó a la localidad vestido de paisano y en un coche camuflado, pero los antidisturbios tuvieron que rodearle según puso un pie en la calle. En cuestión de segundos, "15 o 20 personas llegaron corriendo" para llamarles "asesinos e hijos de puta". Mientras tanto, ocho mossos observaban lo que ocurría a "unos 40 metros de distancia".

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