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Calcetines con plástico del mar: así sobrevive esta pyme en un pueblo burgalés tras 120 años
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Un millón de pares de calcetines al año

Calcetines con plástico del mar: así sobrevive esta pyme en un pueblo burgalés tras 120 años

Calcetines Mingo nació en 1914. Con los años se ha ido adaptando a la entrada en escena de nuevos competidores. Hoy fabrica calcetines a partir de un hilo de poliéster con materiales reciclados del Cantábrico y Mediterráneo

Foto: Tres trabajadores de Calcetines Mingo. Foto: Sergio González.
Tres trabajadores de Calcetines Mingo. Foto: Sergio González.

Ángel ha pasado 47 años de su vida trabajando en el textil. Él es uno de los 1.120 vecinos de Pradoluengo, un pueblo burgalés que en las últimas dos décadas ha perdido más de la mitad de su población. Aquí vive también Amaya. Ambos tienen en común un arraigo a la tierra solo comparable al que sienten por su trabajo en una de las pocas industrias textiles que aún quedan en una zona que, hasta hace apenas un siglo, era todo un referente en la fabricación de calcetines. De hecho, se estima que aquí todavía se produce el 25% del consumo nacional de calcetines. “Comencé a trabajar en Calcetines Mingo porque conocía el sector, porque mi familia había trabajado en ello. Probé y me gustó. Somos como una gran familia”, cuenta la joven, que no esconde su deseo de seguir viviendo en el pueblo.

Calcetines Mingo dio sus primeros pasos en 1914 de la mano de Avelino de Miguel y hoy son ya cuatro las generaciones que han convertido a este pequeño negocio familiar en una pyme profesional que produce al año una media de un millón de pares, de los que se destinan alrededor de 400.000 a la exportación, y que ha sido reconocida como Pyme del Año de la provincia de Burgos por Banco Santander y la Cámara de Comercio en la última edición de estos galardones que reconocen el trabajo de las pequeñas y medianas empresas de nuestro país.

En sus orígenes, la facilidad de acceso a las materias primas o la propia situación del pueblo en un valle cerrado en el que las corrientes del río Oropesa garantizaban la energía suficiente para el funcionamiento de batanes, telares e hilaturas, fueron claves para el florecimiento de la actividad. Fue lo que animó al bisabuelo del actual gerente a poner en marcha su propia fábrica de calcetines hechos a mano.

A las puertas del cambio de siglo, allá por el año 99, José Manuel Mingo asumió la gerencia de la compañía, recogiendo así el testigo que antes llevaron su abuelo y su padre. En un contexto de apertura de fronteras comerciales y entrada en escena de nuevos competidores, "nos dimos cuenta de que teníamos que cambiar prácticamente todo por completo", recuerda; por eso “la innovación y el desarrollo fueron desde el primer momento casi una obsesión”.

La especialización en calcetines deportivos de altas prestaciones -un producto premium que a los grandes fabricantes asiáticos no les interesa-, la modernización de la maquinaria y la formación continua del equipo humano han sido claves en la etapa más reciente de este negocio familiar, que ha hecho de la inversión en I+D una de sus principales señas de identidad. Esa apuesta, además, se asienta sobre una conciencia medioambiental que ha impulsado una de sus últimas acciones.

placeholder Calcetines Mingo. Foto: Sergio González.
Calcetines Mingo. Foto: Sergio González.

FreeWaves by Funstep es la línea de calcetines que limpia los océanos. Se trata de productos fabricados a partir de un hilo de poliéster que se consigue gracias a los materiales reciclados de los mares Cantábrico y Mediterráneo. “Este es nuestro pequeño granito de arena para ayudar al planeta, para ayudar a la humanidad a limpiar los mares. Por cada par de calcetines se retira el equivalente al peso de una bolsa de plástico del mar”, asegura José Manuel.

El 90% de la plantilla vive en el pueblo

El fantasma de la despoblación amenaza a la España rural y, sin embargo, sus habitantes luchan por devolver a los pueblos de todos los rincones del suelo patrio el esplendor de antaño. Amaya sabe lo que es buscar una oportunidad fuera y es que, tras probar suerte en Burgos con sus propios negocios y quedarse embarazada, “decidí regresar al pueblo a criar a mi hijo porque la vida es más fácil”. En esta línea, Ángel piensa que "para que la gente no emigre a las capitales, hay que mantener los pueblos con puestos de trabajo, servicios y empresas; si no la gente joven es imposible que se quede en estas zonas".

Hoy, ambos se sienten orgullosos de formar parte de la compañía que lucha por limpiar los océanos a golpe de calcetines. Una prueba de innovación y sostenibilidad que ha premiado Banco Santander en su apuesta por impulsar el trabajo diario de cuatro millones de pequeños y medianos negocios, para los que despliega un importante número de iniciativas que van desde el acceso a la financiación hasta el impulso de la internacionalización pasando por el refuerzo de la digitalización. Y en este escenario, precisamente, el Premio Pyme del Año de la provincia de Burgos pretende reconocer, entre otros aspectos, el trabajo de pequeñas y medianas empresas como esta que cuenta con una plantilla de 25 trabajadores, de los cuales un 90% reside en el pueblo.

“A todos nos ha hecho mucha ilusión porque venimos de un sector que ha desaparecido prácticamente en su totalidad. El 80% ya no está, precisamente, por las importaciones que vienen de fuera”, confiesa José Manuel, que mira al futuro con esperanza: “Esperamos seguir innovando, creciendo y dando trabajo en el medio rural en el que estamos. Durante estos 120 años la empresa que fundó mi bisabuelo ha ido evolucionando, pero lo que queda es la esencia de aquel proyecto: el 'expertise' y las ganas de seguir haciendo las cosas bien”.

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Ángel ha pasado 47 años de su vida trabajando en el textil. Él es uno de los 1.120 vecinos de Pradoluengo, un pueblo burgalés que en las últimas dos décadas ha perdido más de la mitad de su población. Aquí vive también Amaya. Ambos tienen en común un arraigo a la tierra solo comparable al que sienten por su trabajo en una de las pocas industrias textiles que aún quedan en una zona que, hasta hace apenas un siglo, era todo un referente en la fabricación de calcetines. De hecho, se estima que aquí todavía se produce el 25% del consumo nacional de calcetines. “Comencé a trabajar en Calcetines Mingo porque conocía el sector, porque mi familia había trabajado en ello. Probé y me gustó. Somos como una gran familia”, cuenta la joven, que no esconde su deseo de seguir viviendo en el pueblo.

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