Es noticia
El día que me casé con El Confidencial en un garaje (y por qué deben hacerlo ustedes)
  1. El valor de la información
un medio bautizado sin padrinos

El día que me casé con El Confidencial en un garaje (y por qué deben hacerlo ustedes)

El mayor de los poderes del Estado es sin duda la información. La buena información. Coincidiendo con su 20 aniversario, El Confidencial lanza un servicio de suscripción. Únete a los lectores influyentes. Suscríbete a El Confidencial

Foto: Ilustración: Diseño EC.
Ilustración: Diseño EC.

Hablemos del garaje. Del garaje, sí, como elemento fundamental de la historia reciente del emprendimiento. Como escenario primordial, si lo prefieren. ¿Cómo es posible que gran parte de las empresas que hoy cabalgan la carrera tecnológica por los cerros capitalistas de Silicon Valley se fundaran en una cochera? Fundamentalmente porque es mentira. La mayoría de esas historias han sido intencionadamente hipertrofiadas para levantar un tótem en forma de metáfora inefable y ecuménica del éxito. Un hombre, dos hombres, tres hombres, qué digo hombres, más bien chavales, sin dinero, sin báculos sobre los que apoyarse, en las antípodas del 'establishment', pero con mucho talento y esfuerzo, fueron capaces de crear de la nada una multinacional de referencia mientras olfateaban el humo hipnotizador de un tubo de escape.

Quien más quien menos sabe a estas alturas que cuando Larry Page y Sergey Brin alquilaron el 232 de Santa Margarita Avenue, en Menlo Park, California, y montaron allí su rinconcito del saber, con mesa de ping-pong incluida para relajar de cuando en cuando el intelecto, Google ya llevaba alrededor de dos años en marcha y había captado un millón de dólares de varios inversores. Pero lo del garaje molaba. Así que alquilaron uno y se lo contaron al mundo. Leí hace unos años un buen artículo en 'Icon' en el que, uno a uno, se iban desmontando total o parcialmente estos mitos del garaje reflejados en el romántico espejo del sueño americano. Apple, HP… Hasta Disney y Mattel nacieron de un modo u otro sobre el suelo que les había prestado un viejo Mustang como el que conducía Steve McQueen en 'Bullitt'.

Ahora viene el lío. Porque yo quería contarles que El Confidencial nació en el garaje de un adosado del madrileño barrio de Herrera Oria hace ahora 20 años, pero me he hecho sin duda un flaco favor a mí mismo en los párrafos anteriores, y ahora no pueden ustedes hacer otra cosa que desconfiar. Y probablemente hacen bien.

Siempre hay que desconfiar un poco de los periodistas, se lo decía antes. Hay que recelar de todos los poderes e incluso de sus árbitros

Estoy a punto de cumplir las bodas de cristal con El Confi, pero recuerdo como si fuera ayer el día que me casé con este diario, porque en ese preciso instante supe que era un medio diferente, del que valía la pena formar parte. Yo también era un chaval diferente. Tenía 24 años, corría el verano de 2006 y me faltaban claramente un par de hervores. No en vano, creo que me presenté a la entrevista con una camiseta que llevaba un escudo de Francia en pleno Mundial de Alemania. Merche me acompañó a la sala de reuniones, que era en realidad el salón comedor de la vivienda, y me quedé allí esperando a que viniera cualquier cargo intermedio de aquella empresa emergente para hacerme una entrevista destinada a ocupar una beca de verano. Se abrió la puerta e hicieron aparición dos señores con pinta de llevar en el bolsillo tarjetas de visita.

—Buenas tardes, yo soy Nacho Cardero (entonces redactor jefe, hoy director) y él es José Antonio Sánchez (en ese momento presidente, hoy también).

Eran el padre y el abuelo de la novia. Mi cara se fundió de repente sobre la atmósfera con las pinceladas imposibles de un cuadro de Kandinsky. Descompuesto, quise también tragarme el 'piercing' que llevaba en la boca, pero no me dieron para tanto los dientes. Si preguntan por ahí, probablemente en todas las empresas exitosas que surgieron en un garaje los altos cargos entrevistaron en su día a los becarios, sabedores de que toda pieza del puzle es fundamental. Ustedes deciden si se lo creen o no.

En pocos días ya me habían dado la oportunidad de escribir lo que quería escribir. Pasé en menos de un año a coordinar la sección de Cultura y a elaborar con total libertad informaciones y opiniones de todo tipo, muchas de ellas sensibles, por las que en otros medios me habrían mandado seguramente de cabeza al garrote vil. En 14 años de profesión no he recibido nunca directrices ni vetos y he acabado dirigiendo una de las partes fundamentales del periódico viniendo desde abajo. La meritocracia, ya saben, otra de las constantes en las empresas que nacieron en un garaje.

El periodismo cobra todo su sentido en esa relación de desconfianza entre los poderes (dice otra fábula que nosotros somos el cuarto) y los ciudadanos

Siempre hay que desconfiar un poco de los periodistas, se lo decía antes. Hay que recelar de todos los poderes e incluso de sus árbitros. Yo no sé si me creería la historia de un becario que llegó a ser director, la de una empresa que nació en un garaje producto del entusiasmo y las ganas de hacer prensa con mayúsculas de un grupo de amigos a los que les sobraban unas perrillas, tampoco muchas, o que esos mismos señores sigan recibiendo a los becarios en sus despachos, más de 20 años y más de 20 millones de lectores después, cuando podrían estar bebiendo ayahuasca en un garaje con vistas al monte Rushmore.

Les cuento esto de que El Confidencial nació en la parte baja de un chalé del norte de Madrid no para convocar a un coro de sirenas que entonen la partitura de la fascinación y les embelesen por la vía de la empatía. De cómo surgió este medio, de cómo se ha hecho grande, pueden estar seguros de que lo que menos me interesa es la parte asociada a cualquier posible mito o intangible profético, sino más bien todo lo contrario. No me seduce nada la mesa de ping-pong para los descansos, sino lo que hay debajo de la mesa, lo real, los sentimientos y atributos que derivan de verdad de haber sido bautizados sin padrinos. Esos elementos están en el ADN de esta empresa y han sido fundidos para construir los yelmos con los que salimos cada jornada al campo de batalla a cruzar espadas. Un ejército que se ha hecho fuerte siempre ante presiones, pandemias, recortes... y ante lo que haga falta.

Pero sigan recelando un poco de lo que digo. De hecho, el periodismo cobra todo su sentido en esa relación de desconfianza entre los poderes (dice otra fábula que nosotros somos el cuarto) y los ciudadanos. Como lectores, ustedes han de escrutar y, a partir de ahí, elegir. Elegir bien, más si cabe ahora, en un mundo polarizado políticamente y abrazado como nunca a la mentira. Porque, no se lleven a engaño, el mayor de los poderes del Estado es sin duda la información. La buena información. Y hoy esta familia, la mía, necesita su ayuda para seguir construyendo los cimientos de nuestro pequeño gran garaje y continuar proporcionándosela de forma libre, rigurosa y leal.

Hablemos del garaje. Del garaje, sí, como elemento fundamental de la historia reciente del emprendimiento. Como escenario primordial, si lo prefieren. ¿Cómo es posible que gran parte de las empresas que hoy cabalgan la carrera tecnológica por los cerros capitalistas de Silicon Valley se fundaran en una cochera? Fundamentalmente porque es mentira. La mayoría de esas historias han sido intencionadamente hipertrofiadas para levantar un tótem en forma de metáfora inefable y ecuménica del éxito. Un hombre, dos hombres, tres hombres, qué digo hombres, más bien chavales, sin dinero, sin báculos sobre los que apoyarse, en las antípodas del 'establishment', pero con mucho talento y esfuerzo, fueron capaces de crear de la nada una multinacional de referencia mientras olfateaban el humo hipnotizador de un tubo de escape.

El valor de la información