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Porque alguien tenía que contarlo
  1. El valor de la información
así narramos la crisis sanitaria

Porque alguien tenía que contarlo

No renuncies a la información ni a la tranquilidad de entender, no solo saber, lo que pasa en cada momento. Coincidiendo con su 20 aniversario, El Confidencial lanza un servicio de suscripción. Únete a los lectores influyentes

Foto: Ilustración: EC Diseño.
Ilustración: EC Diseño.

Hace unas semanas escribí un reportaje llamado ‘El Vietnam de los sanitarios’. Contaba con testimonios en primera persona el horror que muchos profesionales han vivido en los hospitales de Madrid, cuando las muertes diarias no bajaban de 700. Hablé con médicos y enfermeras en los pocos ratos que tenían libres, cuando por fin se quitaban el EPI y las gafas que tantas marcas les dejaban en la piel. Los relatos, sinceramente, eran desoladores.

Contaban los traumas que ya sabían que sufrirían por haber tomado ciertas decisiones, por no llegar a un paciente más de los que se agolpaban en las urgencias o, lo peor, después de despedir a un padre que no era el suyo para que no muriera solo. Se les entrecortaba la voz en las llamadas y confesaban ansiedad por ver sus hospitales convertidos en escenarios de guerra.

Nuestra misión en esas semanas del terror era —como lo sigue siendo ahora— contar lo que realmente ha pasado en esta crisis sanitaria, incomparable a ninguna otra de las vividas, y relatar de la mejor manera posible las historias que existen detrás de cifras tan perturbadoras. En tiempos de incertidumbre y miedo, ofrecer respuestas e información veraz es el único camino.

Recuerdo el relato de Vanesa, una enfermera de 42 años de La Princesa. Ya recuperada del mayor susto de su vida me contaba cómo una noche tuvo que llevar a su marido, también médico, al hospital. No aguantaba más. Le había vigilado durante horas, pero la fiebre era demasiado alta y se estaba poniendo muy mal. Salió pitando de casa con verdadero pavor. Los niños les acompañaban en la parte trasera del coche sin percatarse de lo que ocurría, mientras ella solo podía contener las lágrimas. Tenía que resistir, pero no se podía creer lo que estaba viviendo. Le había tocado. Cuando dejaron a su marido ingresado, ella volvió al vehículo y se vio sola con sus hijos. Se le vino el mundo encima.

En tiempos de incertidumbre y miedo, ofrecer respuestas e información veraz es el único camino.

Me costó días redactar el reportaje completo. Cada conversación reflejaba un destrozo de la pandemia. Me marcó también una anestesista de mi misma edad que a finales de marzo, en los días más duros, me confesó que ya no sabía si quería ser médico. “Nadie puede estar preparado para esto”. Luego supe que había cambiado de idea. Parece que la esperanza siempre se abre camino.

Ya a principios de mayo, un mes y medio después del inicio de la crisis, decidimos publicar un artículo en homenaje a los sanitarios muertos. Esas historias también había que contarlas. A pesar de que todavía no tenemos datos oficiales —seguimos esperando dos meses después— la organización médica colegial me confirmó que en ese momento los médicos fallecidos eran al menos 50. Conversé con colegas y amigos de los caídos, los que se dejaron la vida luchando contra el virus. Coincidían en la peor de las conclusiones. No era justo, su hora no había llegado aún.

Estos dos meses han sido los más duros que he vivido en El Confidencial, la que es mi casa desde hace ocho años. Pensaba que el último ciclo electoral de 2019, precedido por una legislatura convulsa —con repetición de generales y moción de censura incluida, además del asunto catalán, que no es poca cosa—sería difícil de superar. Ni nos imaginábamos lo que nos depararía este 2020.

Pero aquí seguimos. Al pie del cañón cada día. Esto es lo que mejor sabemos hacer. No renuncies a la información ni a la tranquilidad de entender, no solo saber, lo que pasa en cada momento. No renuncies a las certezas en estos tiempos. Te esperamos.

Hace unas semanas escribí un reportaje llamado ‘El Vietnam de los sanitarios’. Contaba con testimonios en primera persona el horror que muchos profesionales han vivido en los hospitales de Madrid, cuando las muertes diarias no bajaban de 700. Hablé con médicos y enfermeras en los pocos ratos que tenían libres, cuando por fin se quitaban el EPI y las gafas que tantas marcas les dejaban en la piel. Los relatos, sinceramente, eran desoladores.

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