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El valor (y el precio) de la libertad
  1. El valor de la información
el compromiso de la prensa libre

El valor (y el precio) de la libertad

Hoy más que nunca, la información contrastada requiere de una reflexión prosaica: su coste. Coincidiendo con su 20 aniversario, El Confidencial lanza un servicio de suscripción. Únete a los lectores influyentes. Suscríbete a El Confidencial

Foto: Ilustración: EC Diseño.
Ilustración: EC Diseño.

Las libertades de prensa y de expresión son indisociables. No cabe la primera si la segunda no está garantizada. La ensoñación de los autoritarismos ha consistido en controlar los medios de comunicación para yugular la libre expresión de las ideas y opiniones. Y aunque la tecnología ofrezca aparentes posibilidades de estar informados sin la intermediación periodística, lo cierto es que sin la verificación de las noticias, sin la búsqueda de las que se ocultan por tantos intereses, sin el valor añadido de contextualizarlas y proyectar sus consecuencias, no existe una verdadera y completa libertad ciudadana.

Se ha dicho, y es cierto, que la libertad de expresión es una “libertad madre”, una libertad que pare todas las demás. Es así. Por eso, la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, que data de 1791, prohíbe cualquier ley contra la libertad de expresión y contra la libertad de prensa, estableciendo históricamente la más certera conexión entre ambas. La creencia de que las redes sociales establecen nuevas condiciones desreguladas de esas libertades es una de las grandes falsedades de nuestro tiempo. Porque las redes —a diferencia de los medios de comunicación que desarrollan el buen periodismo difícil de domeñar, de callar— son manipulables hasta extremos que quizá no habíamos llegado a suponer.

La libertad tiene un valor imposible de calcular, pero los instrumentos para lograrla y sostenerla exigen un precio.

Se ha escrito que nunca como ahora la ciudadanía consiste en conocer la realidad de nuestro entorno y esforzarse por el establecimiento de la veracidad sobre los acontecimientos de alcance colectivo. La libertad no es un regalo, no es una dádiva, no es un bien disponible. La libertad —y en especial, la libertad de conocer, de saber, de estar informado— requiere de una laboriosidad cívica que, a menudo, no se tiene en cuenta. El disfrute de las libertades de expresión y prensa no se logra solo con invocaciones épicas ni grandes expresiones retóricas. Hoy más que nunca, la información contrastada, añadida de valor a la mera noticia, al simple aviso de que algo ha sucedido, analítica y prospectiva, requiere de una reflexión prosaica: su coste.

El 'new deal' entre los medios y sus lectores

Una deformación colectiva que llevaría mucho tiempo examinar prescribe que la disposición de determinados bienes intangibles no debe conllevar contrapartida como si fuesen mostrencos, sin titularidad, elaborados por la nada o por arte de magia. Sin embargo, solo hay libertad de prensa (y, por lo tanto, de expresión) si, además de la voluntad de practicarla, existen medios para que se elabore desde la independencia de los poderes, sean públicos o privados, por encima de intereses que traten de ocultar realidades molestas o inquietantes, al margen de propósitos de ocultación en beneficio de estos o aquellos. En palabras llanas y de modo directo: la libertad no tiene precio, pero conseguirla y mantenerla lo tiene cuando de la veracidad, la verificación, el desvelamiento, el análisis y la opinión se trata. Y, hoy por hoy, los llamados modelos de negocio de los medios de comunicación requieren de un nuevo compromiso social y democrático, de una especie de 'new deal' que asuma que las sociedades dominadas por grandes poderes políticos y financieros no podrán respirar en términos de libertad si los ciudadanos no asumen que obtener unas buenas información y opiniones requiere de su contribución económica.

Los ingresos de los medios —la venta de ejemplares en unos casos, la publicidad y otros menores— no son ya suficientes para sostener su independencia y asegurar con ella su credibilidad y fiabilidad. Es necesario que los lectores entiendan la libertad de prensa materializada en medios con suficiencia económica, que usarlos o disfrutarlos implica una contrapartida económica. Apenas cuatro billetes de autobús al mes; una cerveza en la barra de un bar; menos que una entrada de cine; parecido a una cuota mensual en una plataforma de 'streaming'. Bastaría con que los medios digitales —este, por ejemplo— monetizasen su audiencia mediante esa transacción para que quedase asegurada una vía permanente de libertad de prensa despojada de cualquier servidumbre.

Hay que respetar los derechos de autor y hay que entender la necesidad de cooperar en el coste de la elaboración del buen periodismo.

El hecho de que hasta el momento algunos medios —ni lejanamente la mayoría— sean autosuficientes (El Confidencial, entre ellos) no garantiza que en el futuro puedan seguir siéndolo si sus lectores no se comprometen con un pago por contenidos. Estamos ante un desafío que una sociedad democrática no puede desdeñar: libertad con medios libres, o medios condicionados con libertad demediada. Esas son las realidades alternativas. Las democracias con sociedades más solventes han entendido la profundidad de esta cuestión, saben que es decisiva y han apostado por el compromiso de reciprocidad: la libertad tiene un valor imposible de calcular, pero los instrumentos para lograrla y sostenerla exigen un precio.

La española ha sido una sociedad poco sensible al valor de la intangibilidad —traducido en una reciprocidad material— de determinados activos colectivos. De ahí que el nuestro sea un país signado por prácticas de depredación de productos culturales e informativos y haya dominado la consigna del 'gratis total'. Hemos llegado, así, al borde mismo del precipicio. Hay que respetar los derechos de autor y hay que entender la necesidad de cooperar en el coste de la elaboración del buen periodismo. La alternativa es un oscuro horizonte de manipulación, falsedad y desertización de la crítica y el análisis.

Consumemos, pues, el compromiso: prensa libre, sin hipotecas, para ciudadanos conscientes e igualmente libres. Un 'do ut des' que no solo es justo sino imprescindible para mantener nuestro estilo de vida, nuestro confort intelectual y, sobre todo, nuestro estatuto ciudadano. Entrar en este 'new deal' entre los medios y sus lectores es la nueva frontera de una sociedad distinta y mejor.

Las libertades de prensa y de expresión son indisociables. No cabe la primera si la segunda no está garantizada. La ensoñación de los autoritarismos ha consistido en controlar los medios de comunicación para yugular la libre expresión de las ideas y opiniones. Y aunque la tecnología ofrezca aparentes posibilidades de estar informados sin la intermediación periodística, lo cierto es que sin la verificación de las noticias, sin la búsqueda de las que se ocultan por tantos intereses, sin el valor añadido de contextualizarlas y proyectar sus consecuencias, no existe una verdadera y completa libertad ciudadana.

El valor de la información