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La España de Pau Gasol se despide con una victoria por la puerta grande
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venció a australia por 89-88

La España de Pau Gasol se despide con una victoria por la puerta grande

El pívot español volvió a ser un espectáculo cuando importaba más que apareciese. Es el líder de una generación que ha conseguido poner el baloncesto español en la primera página de la historia

Foto: El equipo español celebra su medalla. (Reuters)
El equipo español celebra su medalla. (Reuters)

Un bronce es menos que una plata, pero tiene una contrapartida importante que lo hace un poco más feliz: se termina ganando. La generación del ochenta, la de Pau Gasol, merecía su última medalla olímpica. Se van, sí, porque ya lo han hecho todo y han entrado en la edad en que los deportistas se plantean retos que nada tienen que ver con seguir compitiendo. Por eso, porque lo que se escribía en Río era el epílogo, es tan grande terminar con una victoria, previsiblemente la última.

Foto: Durant intenta taponar la entrada de Sergio Rodríguez. (EFE)

Y una de las más sufridas. La final de consolación es una experiencia cruel que te da un premio o la mayor de las desilusiones. Es la última ocasión para dejarse la piel sobre el parqué, y eso se nota. No hay cálculos ni frialdad, tan solo pasión y esfuerzo. La selección española, con una década de victorias a sus espaldas, ha demostrado sobradamente a lo largo de los años que es muy competitiva. Se recuerdan un buen puñado de partidos que más parecieron batallas a vida o muerte que simple baloncesto. El de Australia fue uno más de esos, ajustados, difíciles, llevados hasta el extremo en todos los lances. Con final feliz.

Foto: Las jugadoras españolas celebran la victoria (Shannon Stapleton/Reuters)

El equipo de Scariolo es muy bueno, tiene grandes jugadores y demás. Pero lo que le distingue del resto, la parte que realmente les convierte en la segunda mejor selección del mundo, quizás incluso la mejor de la historia fuera de los Estados Unidos, es Pau Gasol. No hay plazas en España para tantos monumentos como merece. Lo primero, que es lo más obvio, es su tamaño. Un hombre de 215 centímetros con unos brazos interminables y una agilidad impropia de tanto cuerpo. Solo con eso le hubiese dado para ganarse la vida jugando al baloncesto, pero él es mucho más que eso.

Gasol es un competidor nato, de los que se convierten en colosales en los grandes campeonatos, mucho más si de lo que se habla es de la selección, donde se siente referente absoluto de un grupo al que tiene un enorme cariño. Pau entiende el baloncesto y eso es, quizás, lo mejor que se puede decir de un jugador. Él marca el ritmo en el juego aunque no sea el base y es una red de seguridad para todos sus compañeros. Cuando hay un gran partido, en el salto inicial, solo hay una cosa que se puede dar por segura: Pau Gasol aparecerá. Si no lo creen, pueden repasar la línea de estadística de este partido: 31 puntos, 11 de 12 en tiros de dos, un triple de dos lanzados, 11 rebotes, siete faltas recibidas, dos asistencias... 43 de valoración. De nuevo, el mejor sobre el parqué.

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A pesar de Mills

La generación dorada se jugó su última medalla contra Australia y no fue capaz de despegarla. Patti Mills, el excelente jugador australiano, pedía siempre la bola. Una y otra vez, siempre con acierto, buscando su tiro o el de los de alrededor. Era un problema para España, que no encontraba la fórmula para detenerle. Sí tenía, desde el principio, la manera de hacer daño a sus rivales. Empezó Mirotic tirando triples, abriendo fuerte el partido para que le cogiese el relevo pronto el mejor jugador que nunca ha dado el país. Empezó el torbellino Pau y demostró a Andersen y a Bogut, como ya hizo en el pasado con pívots franceses, lituanos o serbios, que para detenerle no les valdría con poco.

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Es más, Bogut, que en su día fue número uno del 'draft' de la NBA, vio cómo le expulsaban al principio del tercer cuarto por faltas personales. Era incapaz de parar a Pau sin meter los brazos. El torbellino del pívot, eso sí, tenía poca ayuda. Rudy apretaba en defensa, con esos brazos tan largos que le permiten robar balones a cualquiera que se despiste, y Sergio Rodríguez se entonaba a ráfagas, con poco acierto en el tiro, pero bastante bien en la dirección.

Llegó el último cuarto y se vivió uno de esos intercambios de canastas interminables, un punto arriba, otro abajo. Así hasta que quedaban 30 segundos. Baynes hizo una personal sobre Gasol, que no ha tenido su mejor torneo desde la línea. La estrella respondió, metió los dos y colocó por encima a España. Tocaba defender, pues quedaban poco más de 30 segundos, y se hizo bien hasta que llegó la pelota a Baynes, un pívot rudo, y se encontró con un gancho que ni él mismo empezaba a meter. Las caras de los españoles eran un poema. Quedaban ocho segundos para ganar el partido, para firmar el mejor final, y no estaban dispuestos a dejarlos pasar.

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Sergio Rodríguez amasó el balón, vio el horizonte y decidió jugársela. Scariolo le había dicho antes, en un tiempo muerto, que había huecos para él y que no lo dudase. Metió la directa, llegó al aro trastabillado y falló. Pero, como es muy listo, sacó la pierna derecha lo suficiente para que topase con Mills y le pitasen la falta personal. Los australianos protestaban, pero el jugador de los '76ers' ya estaba en la línea de tiro libre decidido a hacer su parte. Los dos dentro, España uno por arriba y cinco segundos por jugarse. Un mundo.

La alineación defensiva estaba en el campo y funcionó, la presión fue fuerte, primero a por Ingles, luego a por Mills. Ellos no supieron encontrar la jugada, quizá porque para ganar a España se necesita algo más que suerte. La pelota salió sucia, Claver la despejó como pudo. Era bronce, terminaban ganando y con una sonrisa en la boca.

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Un equipo orgulloso

"Estoy muy orgulloso de este equipo, hemos luchado, nos hemos sobrepuesto al mal inicio del campeonato, hemos continuado luchando hasta el final, orgulloso de este grupo de amigos". Pau Gasol, la educadísima estrella, afrontaba el micrófono de Televisión Española con su sobriedad habitual. Orgulloso, muy orgulloso, de un grupo de amigos, como de él está orgullosa buena parte del país. El deportista ejemplar, el que felicita a todos los españoles cuando consiguen un éxito, el más solícito y el que siempre se comporta a la altura de las circunstancias.

El líder de un equipo de leyenda, el que le plantó cara a los Estados Unidos, pero, sobre todo, el que dominó al resto de los equipos durante una década. Desde aquel Mundial de 2006, cuando fueron campeones, ha habido otros muchos equipos que desafiaban, pero ninguno de ellos logró quitarle el puesto a España. Pónganlo en la columna de los mejores, con la Yugoslavia de Petrovic o la URSS ochentera. Y es probable que ni siquiera esos sean mejores que lo que se ha visto de esta selección. Ahora se van del baloncesto, pero lo conseguido no se olvidará.

Ficha técnica

Un bronce es menos que una plata, pero tiene una contrapartida importante que lo hace un poco más feliz: se termina ganando. La generación del ochenta, la de Pau Gasol, merecía su última medalla olímpica. Se van, sí, porque ya lo han hecho todo y han entrado en la edad en que los deportistas se plantean retos que nada tienen que ver con seguir compitiendo. Por eso, porque lo que se escribía en Río era el epílogo, es tan grande terminar con una victoria, previsiblemente la última.

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