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Cuatro goles míticos del Real Madrid que ayudaron a construir la gran leyenda blanca
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HISTORIA DEL CONJUNTO BLANCO

Cuatro goles míticos del Real Madrid que ayudaron a construir la gran leyenda blanca

El Real Madrid cuenta con una historia repleta de éxitos y grandes momentos, pero algunos goles quedarán para siempre en la retina de los aficionados, aquellos que nunca se olvidarán y que sirvieron para construir el mito del conjunto blanco

Foto: El gol de Sergio Ramos en Lisboa cambió la historia del Madrid. (EFE/Jose Sena Goulao)
El gol de Sergio Ramos en Lisboa cambió la historia del Madrid. (EFE/Jose Sena Goulao)

Desde hace 121 años, el Real Madrid ilumina su historia con victorias, título y éxitos, que le han servido para convertirse en uno de los equipos más laureados de todos los tiempos. Sin embargo, a lo largo de su dilatada vida, hay algunos goles que se han quedado grabados a fuego en la retina de sus aficionados, esos que han servido para hacer más grande la leyenda del equipo blanco. Estos son los cuatro goles que sirvieron para construir el mito del club tal y como lo conocemos.

Real Madrid 1 - 0 Bayern de Múnich

Temporada 2013-14. Ida de las semifinales de la Champions League. Karim Benzemá, minuto 19. El Bayern es un equipo replegado hacia sí mismo que lleva dentro el devenir de Alemania. Nunca ha estado interesado en expandir el amor por el planeta, ni en cambiar los destinos del fútbol. Es una voluntad de dominio, la suya, muy pura; algo que lo emparenta con el Madrid. En el Bayern, las cuerdas se tensan hasta que estallan contra la portería, haciendo el mayor daño posible. El Madrid ha escogido históricamente todo tipo de caminos: racionales, esquivos, con el corazón en la boca o las ratas en los pies; de formas brillantes u opacas; casi siempre, con clase. El Real surge de un deseo infantil, que es ganarlo todo. Y lleva desde su refundación, hecha por Santiago Bernabéu, apostando contra el mundo. A estas alturas, todavía no se sabe quién va ganando.

Foto: Rodrygo abraza a Fede Valverde tras un gol al Milan. (Kirby Lee/USA TODAY Sports)

A Guardiola se le tentó desde Baviera para romper con ese ensimismamiento. Los alemanes también deseaban que un telediario de Kuala Lumpur abriera con el esguince de tobillo de su delantero centro. Pero, para conseguir eso, debían de dejar la crueldad en la puerta y comportarse con mejores modales en la mesa. Hay un peligro y es que se separase la falla que siempre está en el fondo de los grandes equipos y el club se desconectara del mito.

El Bernabéu y sus alrededores estaban engalanados para recibir al Bayern, como si fuera la novia oscura del madridismo. Mucho jaleo y buenas intenciones, pero ningún alemán se dejó amilanar. El Bayern cosió 15 minutos terribles, en los que despojó al Madrid del balón y del espacio, y lo empujó contra los acantilados con una suavidad morbosa. Había algo irresistible en el vaivén geométrico que comandaba Lamh en el centro del campo; líneas de pase que surgían por todos lados, como si Pep tuviera un generador escondido en los bajos de sus pantalones. Una superioridad estética y el silencio del estadio.

Es sabido que el Bernabéu inventó el silencio, eso es un presagio del fin del mundo. Eso y que todas las cisternas pierdan agua. El fútbol travestido de Guardiola, fluía con laterales en los pasillos interiores; interiores de falsos delanteros; un mediocentro fingiendo ser mediapunta; y todos a una, mordiendo a los jugadores madridistas según intentaban parir la jugada, como si fueran los perros de la medianoche. Cada cambio de orientación giraba a la defensa del Real y metía a más hombres cerca del área. Pero la jugada no rompía en ocasión. Si Pep hubiera hecho surgir a Messi en algún lugar de los rastrojos en medio de la tormenta, el Bernabéu habría desaparecido del susto. Pero Leo no estaba. Andrés no estaba y Xavi seguía dictando discursos sobre la eternidad y la posesión vestido de azulgrana. Había precisión, pero no había magia. Y los muros de Jericó no se derrumban por aplastamiento; se necesita una grieta en el desfiladero, una mujer que enseñe su piel y la luz de la luna.

La jugada más venenosa de estos minutos acabó en un tiro que repelió Pepe con la espalda y, del rebote, surgió la luz. Karim sintió algo en la espina dorsal, porque luchó como un poseso por un balón dividido y la jugó con orden hacia Isco, que hizo el silencio a su alrededor. En la eternidad de su pausa, descubrimos a Coentrao y Benzemá correr pradera arriba hacia la montaña. Cristiano, algo cojo, decidió esperar, recibió el envío de Isco, se acomodó el balón y puso patas arriba la defensa del Bayern con un pase prohibido a Fabio, todo velocidad, quien se la puso al francés, que venía del más allá, y terminó la obra que él mismo había comenzado. Karim, el rey bobo, que se encoge de hombros después de matar al dragón. El gol hizo levitar el frágil andamiaje constitucional. Todo se movió por un instante y parecía verdad aquello que dijo Illgner en su día: 'Si todos los madridistas dieran una patada al suelo, la tierra temblaría'.

Barcelona 2 – 1 Real Madrid

Temporada 1990-91. Liga. Spasic en propia puerta, minuto 62. Spasic era un central yugoslavo fichado por Ramón Mendoza a principios de los 90. Feo, duro y rígido como una escultura soviética, su enorme cabeza mineral no presagiaba nada bueno. En un partido igualado contra el Barcelona, recibió un centro de Eusebio fácil de defender y marcó un espléndido gol en propia puerta de perfecto testarazo. El estadio catalán gritó con sorna: 'Spasic, Spasic'.

El central se quedó un rato muy quieto como si quisiera pasar desapercibido. Recibió las condolencias de los rivales y a partir de ahí, su carrera quebró. Desde entonces, las risas y las conversaciones deshilachadas (el famoso run-rún) le persiguieron en el Bernabéu. Ya nadie se lo tomó en serio y un central objeto de mofa es tan inservible como un ejército de cartón-piedra. Rota su autoestima, se fugó al Osasuna. Pero un fatum doloroso le persiguió hasta nuestros días. Ahora trabaja como mozo de almacén en un lugar perdido de Serbia y recuerda como una pesadilla la única vez que un campo coreó su nombre. Fue el Camp Nou, a centro perfecto de Eusebio.

Real Madrid 6 – 1 Cádiz

Temporada 1986-87. Octavos de final de la Copa del Rey. Emilio Butragueño, minuto 89. En un Bernabéu lleno de barro, había un chaval rubio que, con la camiseta blanca, daba la estampa de querubín. Las mangas le quedaban grandes y se las cogía al correr como si no quisiera dejar el territorio de la infancia. Después de una serie de rebotes en el área, le llegó un balón rodeado de contrarios. 'Corre, corre', se escuchó en la grada. Pero el chaval no corría. Se deslizó un momento y se quedó quieto sobre el campo, en una esquina del campo, como un animal escuchando los sonidos del fútbol.

Tan quieto estaba que la gente empezó a preocuparse. De repente, hilvanó varios regates, muy escorado hacia la línea de banda, como si quisiera esconderse de alguien. La pelota no se separaba de su pie y el rumor de la gente iba subiendo.

Penetró la portería con un tiro espasmódico. Incluso los contrarios gritaron gol y el chico despertó del ensueño, agachando la cabeza avergonzado. Juanito se abalanzó sobre él y lo aupó en hombros. El partido no valía nada, pero el símbolo quedó para siempre en la memoria de los blancos: el demonio aupaba al ángel.

Era el Buitre, un niño Dios cuya imagen penetró al madridismo de los años ochenta de punta a cabo. No más furia. No más casta. No más puños cerrados. Había otra forma de gritar los goles y de rozar el balón con los pies. Más tarde llegaron Zidane, Özil o Benzemá, pero fue Butragueño el que inauguró esa reino de los exquisitos en los que se convierte a ratos el club de Chamartín.

Real Madrid 4 – 1 Atlético de Madrid

Temporada 2013-14. Final de la Champions League. Sergio Ramos, minuto 92. Recuerden el inicio de ese partido. Un Atlético de Madrid hecho para acabar con cualquier esperanza de vida en el fútbol, casi la materia oscura del Universo. Un Real poderoso pero herido, sin mediocentro disponible (Xabi no estaba) y con un portero al que se le había caído el ángel y que manoteaba nervioso contra la historia. El partido comenzó como todas las finales, un magma feo, tenso e impreciso donde el talento se desespera y se daña contra el balón, tan afilado que hiere.

El equipo de Simeone fue subiendo el tono furioso del encuentro y cazaba córners por pura erosión. En uno cualquiera, pero cargado de malos presagios, Casillas se olvidó de su atávico miedo a salir y fue por una pelota al centro de la melé. No llegó, Varane hizo una cosa rara, el Cholo tiró del césped, varios madridistas cayeron por el suelo y ahí estaba Godín. Altivo como nadie, remató hacia atrás y entró el balón en la portería, muy lento, casi con rencor, de la forma que más daño hace. Un gol del Atlético de Madrid. En los himnos de antes del encuentro, Sergio Ramos se proyecta hacia arriba en silencio, como si fuera a salir un haz de luz para transportarlo al sitio que le estaba prometido. Todo el partido fue un bracear contra la marea de los blancos, incapaces de penetrar en el jardín de púas que era el área atlética.

Se entró en los últimos 10 minutos con una sensación extraña en el ambiente. Una sensación del fin del mundo para ambas hinchadas. Los rojiblancos veían los relojes blandos de Dalí y les parecía que en cada minuto entraba una glaciación. Los madridistas sentían el partido tan lejos y tan cerca, y querían abrazarse al desconocido de al lado; eran, de repente, manada que se despeña al vacío y quiere morir junto a los otros.

Isco y Modric le daban al partido un orden que se deshacía por momentos; Marcelo ponía el balón en el punto de no retorno y Ramos aparecía por cualquier parte para centrar y rematar a la vez, cosa que en su caso es perfectamente posible. Pasaba ya el minuto 85 y, de repente, toda la parte madridista se preñó de fe. El silencio era la respuesta de los atléticos, paralizados de nuevo ante su destino. 'Sí, se puede', retumbaron los blancos. Hubo un centro de Ramos, y entre Cristiano y Karim dejaron escapar el gol por un suspiro.

El minuto 90 ya había pasado. Todos los madridistas creían en el gol como, si solo con su fuerza, se pudiera materializar. Fue un córner. Aulló el fondo blanco sin un cántico claro, cada uno agarrado a su pasión, que era certeza. Luka Modric acarició el balón con delicadeza y se dispuso a lanzarlo. Antes de que volara Sergio Ramos, el partido ya estaba ganado.

El mismo salto que en Múnich, limpísimo, venido del origen del Madrid. El balón está suspendido en el aire y por detrás se ve la sombra gigante del andaluz, lanzado contra la pelota como si intentara romper un acantilado a cabezazos. La pelota picada siempre letal. El gol cuando cae el telón. El héroe que salva a la princesa cuando todo el edificio se derrumba. El carácter intratable; la voz que se rompe y el estadio lisboeta que se eleva unos metros sobre el nivel del mar.

Desde hace 121 años, el Real Madrid ilumina su historia con victorias, título y éxitos, que le han servido para convertirse en uno de los equipos más laureados de todos los tiempos. Sin embargo, a lo largo de su dilatada vida, hay algunos goles que se han quedado grabados a fuego en la retina de sus aficionados, esos que han servido para hacer más grande la leyenda del equipo blanco. Estos son los cuatro goles que sirvieron para construir el mito del club tal y como lo conocemos.

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