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Cómo la sinceridad de André Gomes convierte los pitos en una ovación cerrada
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un primer paso para recuperar sensaciones

Cómo la sinceridad de André Gomes convierte los pitos en una ovación cerrada

El jugador portugués confesó en una entrevista que estaba teniendo problemas de adaptación y ansiedad. La grada de su estadio le recibió con cariño y comprendió que necesita ánimo

Foto: André Gomes, en su entrada al campo. (Reuters)
André Gomes, en su entrada al campo. (Reuters)

André Gomes está mal, lo ha explicado esta semana. Contaba lo anímico, lo duro que ha sido para él llegar al Barcelona, lo poco adaptado que está en un club así de grande y las dudas que todo eso le genera. En lo futbolístico también está mal, quizá porque nunca fue el jugador que creyeron haber comprado. Ambas realidades se retroalimentan, su deficiente historial deportivo como azulgrana no hace más que amplificar los problemas de un hombre con miedo. Es normal, algo que se trata, se entiende e, idealmente, se cura. Lo del fútbol igual no, pero de la depresión o de la ansiedad —o como quiera llamarlo, que hay términos que no se dicen aunque sean evidentes— se sale.

Extrañó que hablase de su problema psicológico, quizá porque ahora mismo extraña de los futbolistas hasta que tengan cuerdas vocales. En el pasado, los jugadores hablaban con normalidad con los medios y daban entrevistas con frecuencia, aunque por las convenciones sociales de aquellos tiempos a ninguno se le hubiese ocurrido, ni remotamente, expresar una debilidad de este tipo. En eso también la modernidad ha ayudado a hacer una sociedad algo mejor, asumir determinadas cosas es un paso enorme para resolverlas. Gomes ha descubierto que hablar, tan demodé en un mundo en el que solo existen mensajes crípticos por las redes sociales, puede tener sus réditos.

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Gomes descubrió el primer efecto de su sinceridad en este partido gris contra el Chelsea que, una noche más, reventó Leo Messi. En el minuto 61, una lesión de Busquets abrió una vacante en el mediocampo azulgrana. Valverde miró al banquillo y señaló a Gomes, que nunca ha dejado de tener oportunidades a pesar de que su juego ha sido casi siempre bastante pobre. Entró y esta vez no hubo runrún. Ni siquiera un silencio. Tocaban aplausos y vítores, la idea era darle ánimos a quien lo está pasando mal. La grada, más sabia de lo que se suele pensar, había entendido el mensaje, el joven necesita ayuda, no más lastre en la mochila.

Es muy humana la reacción, admirable incluso. El chico seguro que la agradece, porque no es plato de gusto que no te salgan las cosas y encima tener reproches de las interminables tribunas de la que se supone que es tu casa. Por eso mismo hablar, en un caso así, ha sido la respuesta, al menos una temporal. André Gomes, por una vez, no tuvo que resoplar al meterse en el campo, el cariño no venía por el fútbol sino por su dolor. Y la comprensión del hecho parece haber rediseñado la relación tensa que tenía con la afición. Suficiente.

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Todos parecían saberlo

Tampoco es que hiciese demasiado en el césped, a lo sumo un buen movimiento antes del tercer gol de Messi, poca cosa en todo caso. Tampoco se esperaba nada diferente, la grisura con la que convive estos meses el portugués no se marcha en una tarde ni en una sesión, tampoco en una conversación amistosa con una revista. Se necesita mucho más, aunque en muchas ocasiones el simple hecho de verbalizarlo ya es un avance importante.

La grada está de su parte, incluso en alguna pérdida de balón se llevó una ovación cerrada. Lógicamente, todo tenía que ver con las circunstancias. Hay cierta curiosidad en cómo se mueven estas cosas y en el tabú que suponen muchas veces. Antes de hablar, Gomes parecía solo un jugador perdido en lo futbolístico. No ha tenido más que confesar sus problemas para que la dimensión de su problema cambie. Y, de repente, todo el mundo parecía saber de arriba abajo los problemas que acechaban al portugués. Que si el año pasado terminó llorando en el avión en tres ocasiones por la impotencia, que lo bien que entrena sorprende a sus compañeros, unos compañeros que por lo que se ve le adoran... Y todo así, la historia del chico ha cambiado drásticamente por unas palabras delante de un periodista.

Foto: André Gomes, junto a Josep Maria Bartomeu, durante su presentación como jugador del FC Barcelona. (EFE) Opinión

El camino tiene siempre que empezar en algún sitio, e igual ese sitio, para André Gomes, era una mesa con un micrófono y un golpe amplio de sinceridad. Son muchos los deportistas que recientemente han asumido que son personas y, por lo tanto, pueden tener los problemas propios del ser humano. Es más, por sus condiciones de vida están incluso más expuestos a esas dudas. Al fin y al cabo son gente muy joven, aún por formar y que se encuentra de golpe con el escrutinio de cientos de miles de personas y la necesidad de hacer navegar correctamente una existencia que es cualquier cosa menos normal.

"La reacción del público ha sido muy positiva después de lo que ha salido en aquella entrevista. El jugador puede dar pasos adelante, es un jugador muy fuerte, que nos viene muy bien, estamos en la Champions, los rivales tienen jugadores con potencia, él también; tiene cualidades técnicas. Tratamos de ayudarle y apoyarle", decía Valverde después del partido. Con el tiempo que lleva el Txingurri dando vueltas, es imposible que no se haya topado ya con algún que otro caso así. Su trabajo no está en contar qué hay sino en buscar, por todos los medios, que de André Gomes salga el mejor jugador posible. Hasta ahora no se ha visto, pero las normas han cambiado esta semana. Con una entrevista: porque los jugadores, aunque a veces quieran aparentarlo, no son mudos. Y tampoco rocas, tienen sentimientos, dudas y fortalezas. Y eso, tan humano, no debería ser un tabú.

André Gomes está mal, lo ha explicado esta semana. Contaba lo anímico, lo duro que ha sido para él llegar al Barcelona, lo poco adaptado que está en un club así de grande y las dudas que todo eso le genera. En lo futbolístico también está mal, quizá porque nunca fue el jugador que creyeron haber comprado. Ambas realidades se retroalimentan, su deficiente historial deportivo como azulgrana no hace más que amplificar los problemas de un hombre con miedo. Es normal, algo que se trata, se entiende e, idealmente, se cura. Lo del fútbol igual no, pero de la depresión o de la ansiedad —o como quiera llamarlo, que hay términos que no se dicen aunque sean evidentes— se sale.

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