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Llega la verdadera Champions League, donde la amnistía se llama Real Madrid
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PENDIENTES DE LA CHAMPIONS

Llega la verdadera Champions League, donde la amnistía se llama Real Madrid

Luka Modric sigue jugando en el club blanco, pero ya no es el Madrid. El equipo es de otro, o quizá de nadie, y sea así más de Carlo Ancelotti que nunca en la presente temporada

Foto: Ancelotti y Bellingham dialogan. (EFE/Kiko Huesca)
Ancelotti y Bellingham dialogan. (EFE/Kiko Huesca)

Días atrás, el Madrid jugó un partido de trámite contra el Unión Berlín. Estaba Modric, que ha ido desapareciendo de las alineaciones sin dejarnos del todo. Alrededor de Luka, todo es tan perfecto que cuando parta del equipo será como la muerte de un animal pequeño en los cuentos para niños. Será una celebración con los ojos empañados y así asistimos a cada uno de sus pases, de sus carreras, de ese momento inviolable en el que se queda quieto y el campo enmudece con él. Luka sigue jugando en el Madrid, pero ya no es el Madrid. El equipo es de otro, o quizás de nadie, y sea así más de Ancelotti que nunca. Si el equipo es de otro, su estilo está por descifrar, porque ese otro es tan joven y tan bello que cada vez que juega inaugura un nuevo mundo.

Si el equipo es de nadie, no sabemos por qué a ratos no se centra al área —a pesar de estar Joselu, de verso breve, pero sólido como una peña vieja—, o por qué el balón inunda el área visitante con una facilidad pasmosa, o por qué de repente todo son contras que se paran en una muralla invisible y, aun así, acaban en gol. O por qué se vuelve a centrar y Joselu mete dos golazos con su cabeza granítica o por qué nadie es capaz de meter un penalti como si no costara dinero. O por qué el Madrid juega fácil, sin deudas antiguas ni obsesiones, a ratos, ejerciendo lo genial como sin darle mayor importancia. Y otras defendiendo como si fueran hidalgos pobres sin ganas para la intendencia: todo grandeza y desolación.

La grada Berlinesa entonaba un canto monótono, ajena a las inclemencias del partido. A los alemanes les da igual afiliarse a un club de fútbol o al ejército del fin del mundo. El caso es marchar unidos hacia la derrota. El partido acabó y la sensación que dejó el Madrid fue la de ser el de siempre en tiempos de Carletto. Algo así como un mar tranquilo, con consciencia de ser, con una inteligencia remota muy en el fondo de sí y que engulle sin aspavientos los pequeños naufragios que se dan en un encuentro. Luego llegan las olas grandes, la victoria y el silencio. Nada ha pasado. Es el Madrid.

Los analistas, los comentaristas, se afanan por elegir sus equipos favoritos. Es fin de año y la fase de grupos ha terminado. Algunos dicen que el Girona es el mejor equipo de Europa, o el que mejor juega, que no es igual, pero es incluso más bonito. Otros dicen que el Leverkusen de Xabi, o el Napoli, o el Lens, o el Wravia de Bosnia-Herzegovina, o el inglés de Odegaard y las caras tristes, o un equipo de la Tercera División portuguesa que utiliza una táctica que imita la cópula de los delfines.

placeholder Ancelotti, durante una rueda de prensa. (EFE/Rodrigo Jiménez)
Ancelotti, durante una rueda de prensa. (EFE/Rodrigo Jiménez)

Es como la negación de Dios. Cuando se deja de creer en la divinidad, se cree en cualquier misticismo de tres al cuarto. No solo está la cuestión de la nueva (ya no tanto) forma de analizar el fútbol que intenta descifrar el juego contando los pases, algo así como si los autistas tomaran el poder. Sabemos que la táctica llega donde no llega el talento y el Madrid pone el talento por encima de cualquier otra consideración. Florentino construye su cuadra como si fuera una pinacoteca. Un amontonamiento considerable de belleza y geometría que no necesita explicación. Solo ven y mira. La destrucción o el amor es algo que el mundo (y el Madrid) llevan dentro. Nada se explica, en todo caso, se narra.

Todo por no decir que el que mejor juega es el Madrid. Sin embargo, los equipos menores tienen una táctica obvia, dejan un reguero de líneas sobre el césped que pueden ser interpretados por el analista. De ahí su emoción. Pero hay algo más.

El funcionamiento del Madrid

El Madrid funciona como el firmamento para los antiguos. Algo que está ahí y se explica por razones esotéricas, mitológicas, absurdas o terribles. Y solo se explica cuando llega el cataclismo: cuando el Real gana la Champions. En los demás casos, no se habla de eso y es normal.

¿Creen ustedes que los peces hablan del agua? No lo parece. Pero aun así. Hay algo más. ¿Por qué el equipo más grande es el más secreto? ¿Por qué el equipo más obvio es el peor analizado? El hecho de no tener un estilo claro y conciso, de dejar a los contrarios arribar a su portería, hace que al Madrid, a pesar de su fama planetaria, casi nunca se le considere favorito.

El Bernabéu es el estadio más poderoso del mundo porque marca a fuego a sus jugadores hasta doblegarlos y convertirlos en madridistas. Por eso el Madrid nunca es un equipo perfecto. En realidad, no existe la perfección, pero sí aproximaciones (Milan de Sacchi; Barça de Pep). Hay una impresión cercana: por su totalitarismo, por una presión llevada al extremo, por un estilo que parece definitivo de tan marcado, porque no le dan tregua al oponente y no parece posible ni siquiera soñar con la victoria; además, como se ha contado, esos equipos los puedes explicar. El Madrid nunca ha tenido eso. Le encanta el dramatismo porque el Bernabéu ama el riesgo y la épica. Cualquier equipo que se enfrente al Madrid tiene libertad, aunque acabe vencido. Nunca hay impresión de absoluto, de jugar sobre raíles, de algo inexorable que se te viene encima.

placeholder Rodrygo, en pleno partido en el Villamarín. (Europa Press)
Rodrygo, en pleno partido en el Villamarín. (Europa Press)

La lucha por recuperar la grandeza

El caso es que el Real está en octavos, como siempre. Está como líder del grupo —como casi siempre— y el aficionado comienza a pensar en el fútbol de verdad. Todos estos partidos, los golazos sucesivos, la fluidez, las cantadas en defensa, el nacimiento de Bellingham o la resurrección de Rodrygo no significan nada. El madridista vive en un continuo anhelo de lo que está por llegar y ese es su sino trágico. Disfruta de la memoria pero nunca del momento. Pasa los meses de enero y febrero en el inframundo de Hades hasta que llega la primavera y con ella, el sueño de Perséfone: la consagración. Todo lo que era banal (un pase en diagonal, un gol en el descuento) en noviembre, se convertirá en trascendente meses después, entre marzo y abril.

A diferencia del resto de los equipos, al Madrid, "lo trascendente" no le pesa en el fuselaje. O eso dice su literatura porque ha habido épocas de seriedad insufrible en octavos, de severidad viscosa en cuartos. Épocas menores donde el fútbol se convierte en una guerra sin esperanza, en una guerra contra el miedo que es la que nunca se puede ganar. Esos eran equipos sin grandeza. Palabra gastada, pero que delimita con su sonoridad lo que quiere decir. Recordemos todas aquellas caídas en octavos de equipos llenos de miedo, rigidez y tácticas pegajosas. No había alegría ni verdadera fiereza. No había juego, solo un ir y venir de balones y patadas.

Desde la segunda temporada de Cristiano en el Madrid, el club fue luchando por recuperar esa grandeza perdida y entre la voluntad de Cristiano y la testa de Ramos, lo consiguió. Rota la presa, fluyó la cascada. Y de cada jugador, surge su encarnación. Vinícius de Cristiano, Militao de Ramos y ahora, Bellingham de Benzema. Comprobar cómo se mueve el inglés en ese hielo ardiente de una eliminatoria; será el mayor placer que habrá este año.

Y los contendientes, los de siempre. El Bayern, que no parece mucho y, por tanto, es más peligroso. Mbappé que es casi un personaje de cómic. Guardiola y su pequeño City, más destartalado que el del año pasado pero con más colmillo. Quizás un portugués, quizás un italiano. El Real no es sólido, pero sí efectivo y tiene trazas de genialidad que no se dan en ningún club actual. Eso hace el juego de las adivinaciones un poco más difícil. Y más con la cantidad de lesionados que tiene el equipo merengue. Recen por ellos. Ahí puede estar la verdad.

Días atrás, el Madrid jugó un partido de trámite contra el Unión Berlín. Estaba Modric, que ha ido desapareciendo de las alineaciones sin dejarnos del todo. Alrededor de Luka, todo es tan perfecto que cuando parta del equipo será como la muerte de un animal pequeño en los cuentos para niños. Será una celebración con los ojos empañados y así asistimos a cada uno de sus pases, de sus carreras, de ese momento inviolable en el que se queda quieto y el campo enmudece con él. Luka sigue jugando en el Madrid, pero ya no es el Madrid. El equipo es de otro, o quizás de nadie, y sea así más de Ancelotti que nunca. Si el equipo es de otro, su estilo está por descifrar, porque ese otro es tan joven y tan bello que cada vez que juega inaugura un nuevo mundo.

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