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Mathieu van der Poel o cómo lograr un 'arcoíris' histórico en el mejor Mundial de siempre
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MUNDIAL DE GLASGOW

Mathieu van der Poel o cómo lograr un 'arcoíris' histórico en el mejor Mundial de siempre

Se corrió sin pinganillos. Y no hubo más caídas que con ellos, no hubo hecatombes y nadie se mostró abandonado. El único cambio es que fue la mejor carrera en meses... o más

Foto: Mathieu van der Poel, campeón del mundo. (EFE/EPA/Robert Perry)
Mathieu van der Poel, campeón del mundo. (EFE/EPA/Robert Perry)

Aquí somos muy de Mathieu van der Poel. Bueno, todo el mundo es muy de Mathieu van der Poel, salvo si gastas amargura olímpica y no te gusta la belleza (o quieres tener razón por encima de lo que ocurre realmente. Ojalá existiera un término en Medicina para eso). Porque lo de Glasgow fue, sí, bello. Inolvidable, trepidante, puro goce, emoción, intenso. Sí, claro. Pero, también, hermoso.

Se había hablado mucho del Mundial en Glasgow. Con desconocimiento, la mayor parte de las veces, porque las carreras son lo que son y un video no te muestra todo. Al final aquello fue locura de la grande, especialmente desde que entraron al circuito. Hablemos claro. En ocasiones, la cámara parecía una peli de Oliver Stone, un videoclip de Valerio Lazarov, un cortometraje de su sobrino Facundo, el que estudió audiovisuales por la privada y lleva ese peinado tan raro. Vamos, que no se estaba quieta la imagen, que parecías ir siempre por los adoquines de Arenberg. Y no. El asunto era curva (pero curvas de verdad, curvas de noventa grados, de ciento ochenta grados, de trescientos mil cuatrocientos grados). Curva, sales paradete, esprint, arranca, látigo, curva, esprint, látigo, látigo, látigo, que aquello parecía la Hacienda Tara con tanto látigo. Así son las kermesses belgas, así son los critériums (solo que, en los critériums, los tirones llegan después, por bares y pubs). Funcionó el asunto, mitad por la propia disposición del tema, mitad por la lluvia intermitente, mitad por ganas que echaron los ciclistas. Funcionó ese asunto que parecía dibujado, si ves desde arriba, por Piet Mondrian, como el maillot de La Vie Claire. A mí este recorrido (yincana, ratonero, traición, entre técnico y mala leche) me gustan mucho para ver... Entiendo que en Mundiales no deben primar siempre, ojo, pero uno por década pues... Denme, denme.

Foto: Mathieu van der Poel, nuevo campeón del mundo. (EFE/EPA/Robert Perry)

Ah, sumen que se corrió sin pinganillos. Y no hubo más caídas que con ellos, no hubo hecatombes, nadie se mostró abandonado y solo en mitad del Diamir, sin comida ni asistencia médica. El único cambio es que fue la mejor carrera en meses o más. Así que igual los pinganillos había que tirarlos al Pantano del Ebro, muy hondos, que toda la vida fue este un deporte de tomar decisiones y no de que te las tomasen desde un habitáculo con aire acondicionao. Eso luce en documentales y memes, pero yendo al estricto elemento atlético... traigan cosas como el Mundial.

La carrera fue rara. Iba a escribir loquísima, pero en realidad fue lo contrario, porque desde que entraron en el circuito (de lo anterior no diré nada) tuvo desarrollo constante. Constantes ataques, pero constante. No arrancaban desconocidos, sino nombres de realeza. Primer trallazo de Remco Evenepoel y hasta el final.

Más o menos por ahí se vio al último hispano por la tele. Estaba dentro de un bar, comiendo haggis y cantando "Balas blancas". Desempeño discreto, discreto. El del rapsoda, digo, porque olvidó lo de "quiso vivir en libertad / y eso nadie lo entiende". La Selección fue peor. Lamentable, sí. Hay lo que hay (y mucho de lo que hay estaba en casa, por diferentes motivos), pero aplaudir caballitos el viernes y que se te vea como si fueses representante de El Vaticano perjudica más que ayudar. Porque humilla, aunque vaya con buena intención (y algo de corporativismo).

Remco fue la gran decepción. El circuito no era idóneo, por eso de las curvas y la técnica, pero buscar excusitas no suele ser buena señal

Decíamos que Remco probó casi al comienzo del final. Fue la gran decepción, Remco. Podemos quedarnos con lo de que el circuito no era idóneo, por eso de las curvas y la técnica (lo que es verdad, porque perdía metros en cada cruce), pero también puede uno fijarse en que no era de los más fuertes (lo que también es verdad, porque perdía metros en cada colina). No es grave, Merckx ganaba a diario (solo trincó 500 victorias), pero buscar excusitas que no corresponden no suele ser buena señal.

Bettiol rompió las hostilidades

Más que nada porque perder contra estos está justificado. Anticipó Bettiol, porque Italia es lo contrario a España. Italia tampoco tiene a nadie que pueda mirar de tú a tú a los buenos, no sin bajar rostro, no sin echarse a reír. Pero Italia propone, Italia prueba, Italia gasta, hace el tonto, juega como el Newteam siendo menos que el Flainet. Pero... igual algún día suena la flauta. Y, entre medias, se irán contentísimos a comer los espaguetis.

Anticipó Bettiol, dijimos, pero atrás venía un póker excelso. En los sesenta y los setenta decían escapada real a aquella que reunía los mejores de un Tour o un Giro, esa que Merckx, o Van Looy, o Anquetil provocaban durante los primeros días para sorprender a Tarangu y Bahamontes. Pues bien, esto era una escapada real, los cuatro más fuertes del día rodando juntos, relevándose, a arreón limpio en cada cambio de calle, en cada repecho de subir fácil-pero-no-tan-fácil. Se llamaban Mathieu van der Poel, Wout van Aert, Mads Pedersen y Tadej Pogacar. Nueve Monumentos, dos Tours de Francia y otro Mundial estaban allí representados. En Glasgow, volvieron a perder, sí, los ausentes, los ausentes de todo tipo, los que no se meten en fregaos bizarros. En Glasgow, ganaron ellos y perdieron otros.

Los cuatro proponen, dije. Los cuatro. También Pedersen, que campeonó por Yorkshire con un recorrido parecido. Que campeonó por Yorkshire en el otoño más invernal de todos los otoños invernales. Que campeonó por Yorkshire y fue (algo de) sorpresa, y ha embellecido aquella victoria a posteriori. Un poco lo del primer Freire, vaya. Menudo corredorazo, Pedersen (también Freire, no me pillan ahí), menudo corredorazo. Quedó sin presea, pero tendrá muchas otras, que es joven.

El instante decisivo, ese del que hablaba Cartier-Bresson, lo tuvo Mathieu van der Poel. A veintidós de meta. Hay algo de hipnótico en ver a Mathieu atacar, alzarse sobre la bici, moverla como si fuese un pelele, agachar los hombros, fijar mirada en el horizonte, rotar piernas con cadencia de émbolo. Eso hizo en Glasgow. Y con un demarraje canónico abrió hueco de dos metros en lo más pindio y luego aceleró aún más cuando disminuye la pendiente, cuando las patas gritan, cuando no encuentras desarrollo. Fue allí (no en el catorce, sino en el cuatro) que sentenció Mathieu el Mundial.

Luego, tuvo suspense. La caída, el levantarse muy rápido, la zapatilla que se rompe, maillot rasgadísimo (qué feo es el maillot de Holanda, que irrespetuoso con su historia. Los belgas, en cambio, ahí siguen), sangre en brazos, sufrimiento. Gestionó todo con tranquilidad Van der Poel. Quizá porque viene del Cx, donde estas cosas son (relativamente) habituales, quizá porque se sabía tan pródigo, tan incontenible, que andaba sobrao. De cualquier forma, resulta difícil pensar en un Van der Poel con ese control de sus emociones un lustro atrás y eso explica mucho de su majestuoso año.

Porque vaya temporadón, oigan. Dos Monumentos y Mundial la misma campaña lo habían hecho antes, esperen que cuento, Rik van Looy, Eddy Merckx (este ganó tres Monumentos, porque Eddy siempre tiene que quedar por encima) y Tom Boonen. Trío de belgas, póker con el flandrien neerlandés. Una maravilla. Memoricen esto, amigos, que la historia puede tardar en repetirse. Tanto que memorizar en el ciclismo de hoy.

Un ataque desde lejos

Y eso, que Mathieu no descompone postura sobre la máquina, que agarra las gomas, que tiene dorsales como para competir en Wrestlemania. Que Mathieu gana el Mundial y eso tiene el punto positivo de ver a un gran campeón con el maillot arcoíris durante 12 meses (casi siempre verás a un gran campeón con el maillot arcoíris durante 12 meses), pero el punto negativo de que Van der Poel es un hortera y fijo que se hace un coulotte blanco para acompañar al arcobaleno. Y eso hará que le tife regular, porque los coulottes blancos son la forma que tiene Brahma para decirnos que el mundo puede ser un lugar horrible y despiadado. Ay.

Apunte: triunfó en Glasgow el conservadurismo. Igual que en De Ronde o en Roubaix. O como pasa desde hace unos añucos. Triunfó en Glasgow el conservadurismo, porque nada más conservador que llevar la prueba a esos lugares donde tú te sabes grande, donde tú conoces límites ajenos mientras exploras propios. Si eres el amo (si eres uno de los cinco o seis amos que existen en el planeta bici), la forma más segura de ganar es hacer el asunto serio desde lejos, porque cuantas más fuerzas se gasten, más destacarán tus fuerzas superiores. Esto nos suena raro, veníamos de una generación que era loca, imprevisible, anárquica. Una generación que esperaba al esprint final en vez de voltear situaciones a su favor. Unos muchachos a los que salían por el córner personajes tipo Hesjedal, o Mollema, o hasta Pepito, mi vecino de enfrente. Porque si no hay selección, todos tenemos opciones, y te caes y quedas fuera de medallas, porque van todos juntos, en vez de caer y tener fotos chulísimas junto a tu maillot arcoíris (es una suposición, ejem). Y luego llegaban lloros, en esa generación. Menos mal que ahora tenemos el conservadurismo de Mathieu, de Pogacar, de Van Aert...

Van Aert tiene 28 años y solo 'monumentó' en una ocasión. Pero su equipo quiere al ogro comiendo pelotones estivales y a él parece molarle eso

Y es que segundo hizo Van Aert. Hemos hablado poco de Van Aert, porque Van Aert propuso poco en la carrera. Más que otras veces (en Clásicas, luego en el Tour se disfraza de Michele Coppolillo con el motor de Sean Kelly), poco en comparación a los demás. Pareciera asustarse frente a su rival desde críos. No sé... Su año es raro de narices, con poca victoria y cierta indecisión (en carrera y objetivos). Le queda tiempo para trincar algo gordo (aunque ya no queda nada muy, muy gordo a su alcance si no creemos en el milagro del Ghisallo) y este invierno debería reflexionar sobre el esquema general que está tomando su carrera deportiva. Que tiene 28 años y solo ha monumentado en una ocasión, oigan. Pero su equipo quiere al ogro comiendo pelotones estivales y a él parece molarle eso.

Tercero hizo Tadej Pogacar. Batiendo a Mads Pedersen en un esprint, Tadej Pogacar. Absolutamente muerto, Tadej Pogacar. Mostrando más fatiga que en ningún otro sitio nunca, Tadej Pogacar (salvo en Loze, pero Loze es un no-lugar a lo Marc Augé). Eso también es Tadej Pogacar. Llegar el viernes a Glasgow, esconder sonrisas de forma inusual, agarrarse a la carrera como ningún otro corredor del mundo (como pocos corredores en la historia). Ganar dos finales en altura por la Grande Boucle, ganar de Ronde van Vlaanderen, andar a golpe limpio con el patriciado clasicómano en los segmentos más clasicómanos del último lustro clasicómano. Memoricen también a Pogacar, colegas... tardarán en ver algo parecido. Ojalá no, pero sí.

Maravilla de estampa, la de ese podio. Yo hubiera subido a Pedersen, aunque fuese para recibir abrazos y aplausos. Pero, maravilla de estampa. Para que te la pinte un Toulouse-Lautrec, que amaba tanto al ciclismo como la vida amó.

El gran día de Mathieu, entonces. Que competirá en mountain bike más tarde, que volverá en invierno a su querido ciclocross. Que corre disfrutando, pero se ha convertido en sniper implacable. Que tiene, además, pedigrí como para escribir libros (cinco medallas en Mundiales atesoraba la familia, también vendetta), que sonríe, que dispensa eso tan etéreo y maravilloso llamado carisma. Que gana cuando es el mejor e inventa cosas cuando está lejos de los mejores. Que es un auténtico regalo. Por eso somos, sí, muy de Mathieu.

Aquí somos muy de Mathieu van der Poel. Bueno, todo el mundo es muy de Mathieu van der Poel, salvo si gastas amargura olímpica y no te gusta la belleza (o quieres tener razón por encima de lo que ocurre realmente. Ojalá existiera un término en Medicina para eso). Porque lo de Glasgow fue, sí, bello. Inolvidable, trepidante, puro goce, emoción, intenso. Sí, claro. Pero, también, hermoso.

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