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La extraña victoria de Giovannetti en Vuelta de 1990: "Yo no era un gran campeón"
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También fue tercero en el Giro

La extraña victoria de Giovannetti en Vuelta de 1990: "Yo no era un gran campeón"

El ciclista italiano conversa con El Confidencial. Habla de aquella victoria, de Perico Delgado, su máximo rival, y de las diferencias con respecto al resto de los corredores

Foto: Marco Giovannetti, con el maillot amarillo de líder de la Vuelta. (Movistar Team)
Marco Giovannetti, con el maillot amarillo de líder de la Vuelta. (Movistar Team)

“En resumen... no creo que haya sido un gran campeón. Un ciclista fuerte, eso sí. Fuerte en las subidas, pero no un escalador puro. Llegaba con los mejores, aunque no tenía el cambio de ritmo de un Delgado, un Lucho, un Pantani. En contrarreloj... también fuerte, no un especialista. No era como Miguelón, o como Rominger. Quinto, sexto, pero sin ganar. Por eso lo que te digo... que no era un campeón”.

Es lo primero que me cuenta Marco Giovannetti. Realismo mezclado con exceso de prudencia. Timidez, modesto, también un punto, seguramente, de cierto pasotismo. Si yo ya sé cómo fue, qué me importa lo que piensen los demás. Porque hubo momentos en que Marco sí fue un campeón. Al menos uno. En La Vuelta. Sucedió hace 31 años...

Contexto. España, primavera, porque de aquella La Vuelta tenía sabor a eso... a frío en los montes, bosques con yemas brotando y florecillas que empiezan a asomar. Chavales hasta los cojones del colegio, la Liga decidiéndose, un día de sol, otro lloviendo a mares, el de más allá con nieve, porque el tiempo está loco, loco. Participación de circunstancias, no ponemos paños calientes, pero tenía su encanto. Visualmente... impecable. En lo deportivo pues un poco peor. Ah, elemento importante... cuando La Vuelta se disputaba en abril nosotros éramos más jóvenes, así que comprenderán la nostalgia...

El Giro y La Vuelta

Por allí, edición de 1990, pululaba un italiano. A ver, pulular pululaban bastantes, pero que nos interese... uno. Marco Giovannetti, por nombre, como habrán deducido. Milán, 28 añucos de aquella época. Lleva maillot de un equipo español, el Seur. “Yo siempre había corrido con la misma escuadra, desde que pasé a profesionales”, dice. Se refiere al Gis Gelato, donde recaló, con varios de sus compañeros y equipo técnico, tras la temporada como neo, en Ariostea. No el Ariostea tremebundo de Argentin, Riis, y Ferrari, sino otro. Continúa Marco. “Entonces el director del equipo no encontró patrocinados y nos vimos obligados a separar nuestros caminos. A mí me llegó la oferta del Seur a través de uno de sus empleados. La cantidad era buena, superior a la que me ofrecían en Italia, así que me lancé a la aventura junto con mi compañero Salvatore Cavallaro. Seguramente no me hubiese atrevido a ir solo”. Eso ocurre en el año 1989. Temporada rara, no demasiado exitosa para Marco. Anónimo en La Vuelta a España, destacando más por el Giro, que siempre fue su carrera. Octavo puesto. Fignon, Giupponi, Hampsten, Breukink, Chioccioli, Zimmermann, Criquelion y él. Justo detrás, Stephen Roche y Marino Lejarreta. Oye, no suena del todo mal...

Así que vuelve a la carga en 1990. Idéntico programa, pero con un fichaje de campanillas en el equipo. Álvaro Pino. ¿Líder o gregario? “A mí me dijeron que fuera a La Vuelta a España como capitán en la escuadra”, dice Marco. Y añade, casi como disculpándose. “Es que me había ido bastante bien los años anteriores en el Giro”. Nadie se dio cuenta, pero ahí está la clave. Corredor fuerte, escalador de cuerpo inmenso cuando los escaladores de cuerpos inmensos aun no estaban de moda. Tipo todoterreno que aguantaba carros y carretas. Cuanto más largo, cuanto más duro... mejor. Definición perfecta del vueltómano... aunque ciertas dificultades para ganar. “Hay muchas carreras que pude conquistar, sí, pero es que sin ser rápido es más difícil...”, casi se disculpa. Con todo... debut en Italia, año 1985. Puesto catorce. Luego octavo, sexto, sexto, octavo. También campeón olímpico, cien kilómetros contrarreloj por naciones, año 1984. Tarjeta de presentación para, al menos, ponerle ojito encima.

Solo que ese no es el estilo de José Miguel Echavarri, tampoco el de Manolo Saiz. Los dos, Banesto y Once, estaban en mitad de una guerra que habría de durar años. Esta fue, quizá, la primera batalla. De las más puras, claro, pero también de las más cruentas. Mirar solo el dorsal de quien lleva colores señalados, dejar al resto. Error que se considera subsanable, que finalmente nos parece imposible. “Aquel 1990 tenía más confianza”, continúa Marco. “La llegada de Pino me había quitado responsabilidad, sí, pero es que además ya llevaba un año corriendo en España y entendí la forma de hacer las cosas, conozco mejor rivales y carreteras, hasta comprendía mejor el idioma. Estaba más sereno que el primer año. Ese 1989 fue un poco decepcionante para mí. Pero con Pino y los otros me sentía muy bien, había armonía y respeto. Mi mejor amigo en el equipo era Jon Unzaga. Compañero de habitación”. Aunque parezca de chiste ese entendimiento entre dos hombres tan distintos (el italiano por encima del metro noventa, el vasco bajito de sonrisa fácil) tendrá gran importancia en el devenir de La Vuelta.

placeholder Miguel Indurain, otro de sus rivales.
Miguel Indurain, otro de sus rivales.

Bien en las grandes vueltas

Porque todos miran para otro lado, pero Giovannetti miraba hacia delante. Aquella Vuelta tenía recorrido clásico de su época. Montaña escasita, dos cronos de longitud media (una con final en alto), su crono por equipos, su etapa prólogo. Si nos lo presentan ahora lapidamos al organizador como en La vida de Brian. Solo que entonces las cosas eran distintas, y había leña casi a diario, y las carreteras, y las bicis, y los desarrollos. Por eso Sierra Nevada, que hoy suben como si fuesen bólidos por autopista, parecía puerto muy serio. De allí salió bien colocado Marco. Le pregunto si aquel día cambio su mentalidad. Topo, de nuevo, con la modestia. “Es que las Grandes Vueltas siempre se me dieron bien. En Sierra Nevada... bueno, me sentía con fuerzas, estaba en gran condición física. No me hizo click la cabeza, porque ya venía con idea de hacer una carrera buena...”

¿Recuerdan lo que dijimos de los dos amigos? Unzaga y Giovannetti, Jon y Marco. Pues entraron a trabajar juntos en el momento clave de aquella Vuelta. Quinta etapa, llegada a Ubrique, ascensos, entre otros, al Puerto de las Palomas. Y, allí, escapada de varios hombres. Se filtran los compis de habitación. “Apretamos mucho, fuimos quienes aumentamos la ventaja. Creíamos que yo podía hacer una buena clasificación general. Otros ciclistas me dieron la oportunidad de coger un tiempo y yo la aproveché”. Nadie quiere tirar muy fuerte por atrás, Banesto está feliz con la jugada. Julián Gorospe líder, la venganza del 83, el vizcaíno más sereno, más veterano, con todo a su favor. Lleva el amarillo y tiene dos gregarios que se llaman Pedro Delgado y Miguel Indurain. Faltan dos cronos, hay poca montaña. Ideal. Todo decidido.

¿Fuga bidón? Lo verán un montón de veces cuando se recuerda Ubrique. Solo que no. Giovannetti lo tiene claro. “No me dieron diez minutos de ventaja, así que no es una escapada bidón. Aunque cierto es que me subestimaron”. En realidad fueron únicamente cuatro minutos entre su grupo y el de los líderes. Mucho o poco, como quieran ustedes verlo, pero tampoco es recuperar media hora en Pontarlier.

placeholder La Vuelta a España en 1990. (EFE)
La Vuelta a España en 1990. (EFE)

Eliminemos de la ecuación el que a nuestro protagonista le regalasen La Vuelta, porque no es así. A partir de entonces... soñar. Vuelve a hablar Marco. “El equipo y yo lo íbamos viviendo día a día, porque la carrera apenas empezaba. Yo no sabía cómo iba a ir Gorospe, me decían que era un corredor fuerte, pero que seguramente no aguantase hasta el final. Once y Banesto resultaban muy superiores a Seur como equipo, así que les dejamos a ellos hacer la carrera”. Luego llega San Isidro, Gorospe se hunde y nuestro italiano pilla el amarillo. “Aquel día Álvaro Pino estuvo fenomenal, llevando un ritmo fuerte pero sin acelerones. Perfecto para mí”. ¿Quién crees que es entonces tu máximo rival, Marco? “Delgado, sin duda. También nos preocupaba la Once, en conjunto. Pero, sobre todo, Delgado”.

Ojo, décima etapa. Dicho de otra forma... que queda aún media Vuelta. O sea, nada ganado y todo por ganar. Queda lo más difícil. Naranco, cronoescalada, Cerler, contrarreloj individual, Sistema Central. Lo lees ahora y parece filfa, pero en 1990... tela. La crono de Zaragoza, por ejemplo, que a ojos de Marco fue trascendente, “porque pude mantener el liderato por unos segundos ante Peio Ruíz Cabestany y, a la vez, rechazar la presión de Delgado. Sí, ahí empecé a pensar seriamente que podía ganar”. Pregunto a Giovannetti cuándo pasó más miedo, cuándo pensó que todo el trabajo podía irse por la borda. Y vuelve a aparecer un nombre que ya vimos aquí. “Cuando Pino debió retirarse por culpa de una tendinitis”. Sucedió al principio de la última etapa clave, esa que recorría toda la Sierra, de arriba a abajo. Morcuera, Cotos, Abantos, La Mina, Navacerrada. Algunos de esos puertos ya ni existen, oigan (al menos no para subir con sus bicis de carretera, se lo puedo garantizar). Dureza, terreno para emboscadas y un conjunto débil. “También habíamos perdido a otros corredores, como Sanchís, por diversas caídas, así que éramos muy pocos”. Cuatro ciclistas de su escuadra acabaron aquella Vuelta, incluyendo al ganador final. “Y es que todos los días nos atacaban. En varias ocasiones temí perder mi liderato, la verdad”.

Aquella penúltima etapa, “la que llegaba a casa de Delgado”, fue un infierno. Giovannetti líder, Peio a veinticuatros segundos, Perico un minuto más, Fuerte pisándole los talones. Parra quinto, Indurain sexto, Echave séptimo. Dos de la Once, dos del Banesto, un Kelme, un Clas. Todos por debajo de los cuatro minutos. Espacio para alianzas, para componendas, para jugar con los nervios de quien todos creían se iba a desmoronar. Solo que no. El mismo sosiego que demuestra hoy Marco Giovannetti respondiendo a mis preguntas le ayudó aquella tarde. Bueno, eso, y su mejor colega. “Aquel día nos atacaron de principio a fin, desde que se dio la salida. Pero mis compañeros se portaron a lo grande. Sobre todo Unzaga, claro, que fue quien más subió y más pudo ayudar”. Llegada a Palazuelos de Eresma y... vuelco. Pero con final feliz para nuestro protagonista. Giovannetti primero, Pedro Delgado segundo, Anselmo Fuerte tercero, Peio Ruíz Cabestany cuarto. Marco acaba de ganar La Vuelta a España de forma totalmente inesperada, venciendo al vigente ganador (y pódium en los tres últimos Tour). Éxtasis. Y... ¿qué se piensa en ese momento, Marco?. Respuesta inesperada. Acorde con el personaje. Deliciosa. “Pues entre el cansancio y que poco después me iba al Giro (empezó el 18 de mayo, solo tres días más tarde de acabada la ronda española) no me di demasiada cuenta de lo que significaba aquello, de la importancia por haber ganado La Vuelta. Luego ya sí, luego... bueno, no puedo expresar las sensaciones que tienes. Te sientes bien, te sientes feliz, te sientes fuerte... y, sobre todo, te sientes recompensado por todo el cansancio y cualquier decepción que hayas podido sentir antes”. Ya ven, les dije que encajaba perfectamente con el tipo, seguro que le van conociendo un poco. Y cogiéndole ese cariño que quizá algunos, los más talluditos, le negaron en 1990...

placeholder La Vuelta a España en 1990. (EFE)
La Vuelta a España en 1990. (EFE)

Una fuga que valió La Vuelta

Pero, decíamos... el Giro. Y allí sigue nuestro protagonista destacando. Tercero detrás de Gianni Bugno y Charly Mottet. Fue la famosa edición que el de Monza dominó desde el principio, vistiendo la maglia del primer al último día. Y Giovannetti que asoma. “En el Giro iba muy, muy fuerte al principio, pero después... a finales de la segunda mitad empezó a caerme encima el cansancio de La Vuelta, y no pensaba más que en defenderme con los dientes apretados. Los de delante iban más rápidos que yo”. Le pregunto si no vio opción alguna de mejorar su puesto y responde con honestidad. “Bugno era totalmente inexpugnable. En cuanto a Mottet... de no haber estado tan exhausto tras los esfuerzos de La Vuelta quizá hubiese podido ganarle, pero en esas condiciones... imposible”. Sonriendo. Amable. No hay pesos de más en sus palabras. Tampoco cuando habla sobre su fichaje por el Gatorade, año 1991. Ahí se muestra totalmente honesto. “La verdad es que Seur no hizo demasiado por retenerme, y volví a Italia. Pero es que iba a un gran equipo, con un gran sueldo y un líder como Bugno. Ya me entendía muy bien con Gianni desde hacía tiempo. No podía negarme”. Con Gatorade Marco siguió destacando. Octavo en el Giro de 1991, cuarto en 1992, cuarto ese mismo año en La Vuelta. El tío enganchó siete ediciones seguidas de la ronda italiana entre los ocho primeros, antes de pasar a Eldor, una escuadra donde se involucro personalmente y que le trajo quebraderos de cabeza hasta su fusión con Clas. Estaba naciendo el Clas-Mapei, estructura mítica que habría de sumar cientos de victorias. Pero ese es, seguramente, otro relato.

El nuestro trata de un hombre sencillo, franco, un corredor poco brillante pero con mucha resistencia. Uno de esos que no suele acaparar letras grandotas. Pero luego te lo encuentras, casi por sorpresa, entre los primeros de cada gran carrera donde toma la partida. A veces incluso gana. Terminamos. Marco, ¿sientes que treinta años después tu victoria es valorada en su justa medida? ¿O te cansa tanto Ubrique? Él reflexiona. Prudente, de nuevo. “Si dices la verdad no me molesta, no. Y la verdad es que aquella escapada de Ubrique me dio una buena ventaja, y la oportunidad de mostrar mis habilidades como corredor de Grandes. A ver, sin esa fuga seguramente no hubiese ganado La Vuelta, pero era imposible hacerlo sin estar fuerte, sin tener mis cualidades como corredor de fondo. Por mucha escapada de Ubrique sin eso... imposible. Repito, no fueron diez minutos de ventaja, y después nadie me quitó el ojo de encima, no me dejaron escaparme más. Luego... bueno, no es que me hayan sacado demasiado en las subidas más duras, ni tampoco perdí mucho en las contrarrelojs, así que... en fin, creo que gané con mérito. Aunque fuese gracias a esa escapada”.

Palabra de Marco Giovannetti.

“En resumen... no creo que haya sido un gran campeón. Un ciclista fuerte, eso sí. Fuerte en las subidas, pero no un escalador puro. Llegaba con los mejores, aunque no tenía el cambio de ritmo de un Delgado, un Lucho, un Pantani. En contrarreloj... también fuerte, no un especialista. No era como Miguelón, o como Rominger. Quinto, sexto, pero sin ganar. Por eso lo que te digo... que no era un campeón”.

Miguel Indurain Pedro Delgado
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