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El ocaso de Rousey, la máquina de dislocar codos que se convirtió en icono feminista
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ESTÁ CENTRADA EN SU CARRERA COMO ACTRIZ

El ocaso de Rousey, la máquina de dislocar codos que se convirtió en icono feminista

Después de dejar la UFC y las MMA tras dos derrotas consecutivas, la luchadora Ronda Rousey trabaja en series como Blindspot lejos de la jaula

Foto: El combate de la UFC 207, en diciembre de 2016, entre Nunes y Rousey.
El combate de la UFC 207, en diciembre de 2016, entre Nunes y Rousey.

Cuando Ronda Rousey entró por primera vez en una jaula profesional de MMA no sabía que su vida estaba a punto de cambiar radicalmente. Rousey era una niña californiana guapa pero acomplejada, como tantos jóvenes, por lo que vestía con grandes sudaderas para disimular su cuerpo. Rousey, además, era una de esas figuras grises que proliferan hoy día. Tenía tres trabajos con los que apenas podía vivir. Rousey era una trabajadora pobre más de Estados Unidos, una candidata perfecta a formar parte de la white trash, esa ingente masa de mano de obra abandonada de la mano de dios. Pero cuando Rousey decidió pasar de la élite del judo a las MMA su vida cambió. La californiana no sólo mudaba de deporte, sino también de entorno mediático. Había emprendido el camino de la UFC.

Rousey hizo su debut como profesional el 27 de marzo de 2011 frente a Ediane Gomes y no tardó ni treinta segundos en someterla mediante una luxación de brazo. No sería ni la primera ni la última vez. De hecho, de sus cinco primeras peleas, entre amateur y profesional, ni una sola de ellas duró más de un minuto y todas las ganó por sumisión, lo que en MMA significa la rendición del oponente. La estadounidense se convertía en una máquina de dislocar codos y no tardó en llamar la atención de Dana White, presidente de UFC, donde debutó en 2012.

¿Feminista o no?

Rousey fue la primera mujer en firmar con UFC, la empresa más importante de MMA. La chica guapa, acomplejada y sin un centavo se convertía en una peleadora que el propio White calificó como malvada, canalla y peligrosa. Ronda Rousey era una bomba mediática y todos lo sabían. Ronda, una chica muy normal que venía de vivir en un apartamento tan caótico que habría sido la envidia del propio Diógenes, se colocó en el centro de los focos de los medios estadounidenses. Y lo hizo a lo grande, ganando mucho dinero. ¿Ejemplo del sueño capitalista americano o de empoderamiento femenino?

Las primeras entrevistas a Rousey hacen pensar que, para ella, abrirse camino en las MMA, donde impera la lógica de la testosterona, era como un acto empoderador, e incluso subversivo. En un documental de 'Showtime', la propia la luchadora se quejaba de la presión social por consumir todo tipo de productos para estar guapa. Parece que Ronda encontraba en las MMA un mundo en el que, ni tenía que ser una 'modelo', ni tenía por qué sentirse inferior a ningún chico. A fin de cuentas, en la jaula sólo hay dos guerreros cuya belleza no se basa en el maquillaje, sino en la sangre. En la jaula, la feminidad, tal como se banaliza generalmente, brilla por su ausencia.

Objeto de deseo masculino

Pero Ronda era guapa, y los medios lo sabían. Así que ESPN no dudó en incluirla en su especial “el tema del cuerpo”, donde aparecen deportistas desnudos, dándole nada menos que la portada. Este especial es una especie de actualización del culto al cuerpo de la Antigüedad. En cierto sentido, es lo que el Discóbolo de Mirón era al siglo V, sólo que en lugar de escultura usa la fotografía. Pero a la de Riverside, a diferencia de otros deportistas, le colocaron unas vendas rosas 'de lo más monas' y un fondo de imagen al más puro estilo 'Sailor Moon'. Ronda Rousey quedaba convertida en objeto de deseo masculino y se consolidaba como una auténtica estrella. Era la mujer más rica y fuerte de los Estados Unidos, y además atractiva.

Lo cierto es que la estadounidense llegó a ser tan famosa que se convirtió en la luchadora mejor pagada de UFC, por delante de McGregor o Nate Diaz. Y con esta nueva posición parece que su forma de ver las cosas empezó a cambiar. Cuando una periodista le preguntó en una rueda de prensa si se consideraba un icono feminista, la luchadora respondió diciendo que para alcanzar su sueldo no importaba ser hombre o mujer, lo que importaba era hacer dinero para UFC. Ronda, esa chica normal con toques feministas, empezaba a decantarse por otra forma de ver las cosas.

En cualquier caso, la luchadora de UFC era la reina del mambo: forrada, famosa y con éxito. Y como todo lo que sube tiene que bajar, a esta célebre estrella le llegó su hora con Holly Holm, en una pelea en la que Rousey fue aplastada por su rival. En la retina de todos siempre quedará esa patada a la cabeza que le entró a Rousey, que supuso su nocaut y una durísima recuperación en la que incluso el suicidio le rondó por la cabeza. Después de un año recuperándose, Ronda volvió para enfrentarse a Amanda Nunes, que la puso en evidencia desde el primer segundo de combate. A los cuarenta y dos segundos, de hecho, el árbitro tuvo que parar la pelea dando a Nunes como vencedora. Así fue su final como luchadora profesional de MMA, que ahora vive retirada, trabaja como actriz, y busca ser madre y formar una familia junto a otro luchador de UFC.

Cuando Ronda Rousey entró por primera vez en una jaula profesional de MMA no sabía que su vida estaba a punto de cambiar radicalmente. Rousey era una niña californiana guapa pero acomplejada, como tantos jóvenes, por lo que vestía con grandes sudaderas para disimular su cuerpo. Rousey, además, era una de esas figuras grises que proliferan hoy día. Tenía tres trabajos con los que apenas podía vivir. Rousey era una trabajadora pobre más de Estados Unidos, una candidata perfecta a formar parte de la white trash, esa ingente masa de mano de obra abandonada de la mano de dios. Pero cuando Rousey decidió pasar de la élite del judo a las MMA su vida cambió. La californiana no sólo mudaba de deporte, sino también de entorno mediático. Había emprendido el camino de la UFC.

Ronda Rousey
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