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Netflix demuestra con Ícaro la locura total a la que llegó Rusia con el dopaje
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la explicación final del dopaje de estado de putin

Netflix demuestra con Ícaro la locura total a la que llegó Rusia con el dopaje

El documental estrenado estos días se centra en Grigory Rodchhenko, el jefe del laboratorio de Moscú que ahora mismo se encuentra en un programa de protección de testigos en Estados Unidos

Foto: El laboratorio antidopaje de Moscú. (EFE)
El laboratorio antidopaje de Moscú. (EFE)

Grigory Rodchenkov pronuncia dos palabras en inglés para cerrar el documental 'Ícaro', recientemente estrenado en Netflix: "La verdad". Suena como término rotundo, como bien, como fin, como salvoconducto. El problema es que en ese momento el metraje lleva más de dos horas en pantalla y el espectador ya sabe que en el dopaje ruso —es más, en el dopaje en general— la verdad es un elemento secundario, un apunte en el margen de la página. Un incordio que regatear.

"La verdad es la primera víctima de la guerra". La frase es de Hiram Johnson, un senador estadounidense aislacionista de principios de siglo, y hoy en día sigue siendo estrictamente cierta. Ahora el problema no está tanto en identificar la realidad de esa sentencia como en encontrar las distintas formas en las que puede representarse una guerra. Eso es lo complicado, ya no hay baterías de cañones o grandes trincheras, la guerra se ha sofisticado y puede encontrar las más diversas formas.

Foto: La AMA aprobó su Programa de Denunciantes el pasado mes de noviembre (Denis Balibouse/Reuters)

El deporte es, o puede ser, un campo de batalla más. Abstraigámonos del lenguaje deportivo, esa vena que tenemos los cronistas de utilizar términos bélicos para tratar de definir cualquier deporte. No es eso, la guerra está presente sin necesidad de metáforas. Y es el propio Radchenko, que fue durante años director del Laboratorio Antidopaje de Moscú, quien lo pone en relieve en el documental. "Me sentí responsable de la invasión a Ucrania. Si Rusia hubiese ganado menos medallas Putin no hubiese sido tan agresivo", explica en un momento del metraje.

No es difícil desacreditar a Rodchenkov, basta con ver el documental para saber que tampoco está muy en sus cabales. Aunque igual lo difícil es estarlo cuando tu trabajo es algo tan esquizoide como lo fue el suyo durante años: ser al unísono el hombre que dopaba y el que tenía que detectar el dopaje en Rusia. El jefe del laboratorio era a la vez verdugo y víctima, lo que le convierte automáticamente en más verdugo que víctima. También es un 'personajazo' tremendo para cualquier obra de ocio que se precie: excéntrico, lenguaraz, con los sentimientos a flor de piel... podría haber sido un gran protagonista salido de la pluma de los mejores escritores, pero no, era una persona de lo más real, con sus bravuconerías y sus miedos dependiendo de cómo sople el viento.

Para llegar a Rodchenkov, absoluto protagonista del documental, antes hay que pasar por Bryan Fogel, el director de lo que iba a ser un documental sobre él mismo y terminó siendo una cosa bien distinta. Aquí la suerte, por ponerlo de alguna manera, tiene un peso importante. Fogel, que además de un modesto director de teatro era un ciclista aficionado de cierto nivel, se plantea hacer un documental sobre cómo es correr una carrera dura dopado y sin dopar. Una suerte de experiencia personal del estilo del programa '21 días', pero un poco más a lo grande. Demostrar hasta qué punto sirve o no ir hasta arriba de hormona de crecimiento y EPO en una carrera ciclista de cierto nivel.

placeholder Bryan Fogel.
Bryan Fogel.

De documental a 'thriller'

Esa era la idea de Fogel, en lo que hubiese sido, a buen seguro, un documental que pasaría a la historia sin más pena ni gloria. Lo que ocurre es que en su búsqueda de alguien que le asesore se topa con Rodchenkov, que de droga sabe mucho —fue atleta, le dopaba su madre, vio que no le daba con eso y se convirtió en químico— y de repente el ruso pasa de ser un secundario a comerse la escena. Claro que todo tiene una explicación. En medio del reto personal de Fogel empieza la investigación sobre el dopaje de estado en Rusia y todas las ideas previas del cineasta se van al traste. Un golpe de suerte para él, pues ha cobrado 5 millones de euros de Netflix por esto que difícilmente hubiesen estado sobre la mesa si no fuese porque las circunstancias le pusieron en la primera fila de observación en un caso que es tan fascinante como vergonzante.

Se presentó en Sundance y cuando llegó al festival el metraje tenía más de su carrera y menos de Rodchenkov que lo estrenado ahora por Netflix. En realidad es solo una manera de llegar al personaje principal, también un buen modo de presentarle. Le enseña a doparse, le ayuda con los controles y cómo disfrazarlos. Hasta que de repente se estrena el documental de la 'ARD' alemana sobre el dopaje de estado ruso y todo salta por los aires. La AMA llama a Richard McLaren para que haga un informe que trate de discernir hasta qué punto Rusia había tenido una maquinaria nacional dedicada a las trampas en el estado. Las conclusiones, muchas, están en el documento de McLaren y se repasan también en el documental: sí, aquello fue una sangría para ganar más medallas e incrementar así el espíritu nacional.

No son necesarios grandes datos para entender esto. Cuando llegaron los Juegos de invierno en Sochi 2014, el más obsceno intento de dopaje (rotura de botes de muestras, habitaciones secretas donde guardar orines que no den negativo, el desempeño imprescindible de los servicios secretos rusos), la popularidad del presidente Vladimir Putin llevaba meses en caída libre. Trece oros después volvió a dispararse a sus máximos históricos. Porque esto también es la guerra. Y en el centro de todo eso estaba Rodchenkov, con sus métodos de dopaje y sus maneras para disfrazarlo.

Foto: Si gana, Maria Lasitskene (antes conocida como Maria Kuchina) no podrá celebrar el oro en Londres de la misma manera que hace dos años en Pekín. (Reuters)

Empieza la investigación y lo que es un documental se reconvierte en un 'thriller'. El no muy respetable científico se ve en peligro, porque en Rusia no se está muy lejos de la muerte cuando uno se convierte en un personaje incómodo. Y como se necesitan culpables su nombre no tarda en aparecer. No iban a señalar a Vitaly Mutko, ministro de Deportes, íntimo amigo de Putin así que Rodchenkov es presa fácil.

Claro que el director del laboratorio no se va a ir sin cantar. Se exilia —ayudado por Fogel— en Estados Unidos, dejando atrás a su familia y sus posesiones, le filtra la información al 'New York Times' y se convierte en una de las principales fuentes del Informe McLaren. También en un objetivo claro para los rusos, tanto que ha terminado como miembro de un programa de protección de testigos en Estados Unidos. Y su familia hostigada en su país de origen y sin pasaportes para poder salir del gigante euroasiático.

placeholder Vitaly Mutko y Vladimir Putin. (EFE)
Vitaly Mutko y Vladimir Putin. (EFE)

George Orwell y las consecuencias

1.666 documentos en la investigación aportó el ¿científico? a la investigación de McLaren. Fogel, el cineasta, para ese instante es ya era uno más en el equipo de defensa de Rodchenkov, le busca abogados e incluso le representa en una reunión con miembros de la AMA, importante para tratar de identificar hasta dónde llegaba la mancha de aceite del dopaje en el deporte ruso. Es una de las grandes escenas del documental, en ella se ve cómo algunos de los enviados por la Agencia Mundial Antidopaje casi se marean ante la cantidad de datos que salen de los documentos de Rodchenkov, ausente en la reunión. No por indignación, sino por el tamaño de la nube que tienen que lidiar. También es notable la indignación de una de las expertas con él porque les ha hecho hacer el ridículo en Sochi, donde fueron como observadores. Ahí Fogel la detiene para recordarle que su amigo/cliente/cómplice/médico se está jugando la vida en todo este proceso. Una buena manera para acallar críticos.

Foto: Thomas Bach presidió la cumbre de este sábado (Fabrice Coffrini/Reuters)

'Ícaro' no es el documental definitivo, tiene demasiado protagonismo el científico, no se sabe demasiado de los mandatarios rusos y hay bastante circo en sus escenas. Pero sí que es un testimonio tremendo, una manera de enseñarle al ciudadano que en la vida se planteará por un segundo leer el Informe McLaren hasta qué punto se pueden llegar a hacer trampas en el deporte y los intereses que mueven un mundo que muchos ven como inofensivo.

Para darle un poco de lirismo a todo esto se aliña la cosa con unas cuantas ilustraciones y, también, con la relación entre Rodchenkov y el libro '1984' de George Orwell. Es algo tópico, la intersección entre la verdad y el libro, el doble pensar, incluso la propia presencia de Rusia en todo esto, pues la obra maestra del inglés no deja de tener trazas del sistema soviético que, en esto al menos, no deja de ser el predecesor de la actual oligarquía de Putin. El científico cuenta que leyó el libro cuando tenía 30 años y dejó de ser ilegal. Que le obsesionó y que de ahí saca sus enseñanzas, del doble pensar, de las cosas que pueden ser verdad y a la vez no serlo. Es también una manera de darle brillo a un personaje fascinante, bastante loco e incapaz de determinar si lo que ha hecho es, o no, algo abyecto. A todo esto, el Comité Olímpico Internacional con todo ese torbellino de evidencias, no fue capaz de sancionar a Rusia y dejarla fuera de los Juegos de Río.

Claro que él es solo un peón en toda esta película. No es difícil ver las filtraciones de documentos por parte de Fancy Bears, hackers rusos, como una represalia ante el Informe McLaren y la presencia de soplones que desarticularon el dopaje de estado ruso. Algunos, incluso, dirían que hay conexión entre todo esto y las dudas sobre la pureza de las últimas elecciones estadounidenses. Porque esto es la guerra, se juegue en el deporte, en los medios o en un campo de batalla.

Grigory Rodchenkov pronuncia dos palabras en inglés para cerrar el documental 'Ícaro', recientemente estrenado en Netflix: "La verdad". Suena como término rotundo, como bien, como fin, como salvoconducto. El problema es que en ese momento el metraje lleva más de dos horas en pantalla y el espectador ya sabe que en el dopaje ruso —es más, en el dopaje en general— la verdad es un elemento secundario, un apunte en el margen de la página. Un incordio que regatear.