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'Onoda': el soldado japonés que siguió luchando 29 años después de la IIGM
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'Onoda': el soldado japonés que siguió luchando 29 años después de la IIGM

El actor y director francés Arthur Harari recupera la increíble historia real de Onoda en este filme de supervivencia que abrió la Quincena de realizadores en el último Cannes

Foto: Kanji Tsuda es Hiroo Onoda, el soldado japonés que no se enteró del fin de la Segunda Guerra Mundial. (Atalante Films)
Kanji Tsuda es Hiroo Onoda, el soldado japonés que no se enteró del fin de la Segunda Guerra Mundial. (Atalante Films)

Esta es una historia real y, como las mejores historias reales, no hay quien se la crea. La jungla de Filipinas, 1974. Dos japoneses se cruzan por casualidad y se miran el uno al otro, igual de atónitos. Uno, vestido con vaqueros, bebe una Coca-Cola. El otro, ataviado con los restos raídos de un uniforme de soldado japonés de la Segunda Guerra Mundial, se pertrecha detrás de su fusil 99 Arisaka. ¿Qué es lo que ha podido pasar —se pregunta el segundo— para que uno de mis compatriotas abrace así y sin pudor la cultura yanqui, enemiga del imperio nipón? "Que la guerra terminó hace 29 años, soldado Onoda, y la perdimos", podría haberle contestado el primero.

Si no ocurrió así, así podría haber ocurrido, porque al soldado Hirō Onoda nadie le avisó del fin de la guerra más traumática que había vivido el mundo. Abandonado en la isla filipina de Lubang, siguió defendiendo su bandera y a su emperador sin saber que su misión ya era inútil. En Filipinas, curiosamente, al igual que aquellos últimos españoles que resistieron casi un año encerrados en una iglesia de Luzón por una tierra que ya no era suya.

El actor y director francés Arthur Harari ('Diamant Noir', 2016) ha viajado hasta Camboya para recrear los 30 años de solitario vagabundear del soldado Onoda, lo que ha resultado en una película que inauguró la última Quincena de realizadores de Cannes y que pasa del género bélico al de aventuras y supervivencia, a la contra, sin épica, centrando en la absurdidad de la guerra y en las consecuencias del fanatismo. Porque Onoda es el último fanático. Es el sirviente ciego que no atiende a razones, que solo entiende la dignidad humana como la entrega de su vida por la patria y el cumplimiento de una promesa: morir antes que rendirse.

Rodada sin estridencias, con una estructura y unas maneras clásicas, 'Onoda' cala por lo extraordinario de los hechos que narra, pero también por la capacidad del director de encerrarnos a medida que avanza el tiempo en la madeja impenetrable que es la cabeza del protagonista silencioso y obstinado. Adentrarnos en su propia terquedad, en su estado mental, casi enajenado.

placeholder Onoda llegó a la isla con apenas 22 años y se marchó con más de 50. (Atalante)
Onoda llegó a la isla con apenas 22 años y se marchó con más de 50. (Atalante)

Y, para lograrlo, Harari se entretiene en las rutinas, en los tiempos muertos, para subrayar la falta de grandilocuencia que hay en la realidad bajo la leyenda. Durante casi tres horas, la cámara sigue al soldado Onoda, el grupo o en soledad, en sus quehaceres diarios, en una inercia sostenida rota solamente de vez en cuando por un acontecimiento reseñable. De la necesidad de trascendencia, la búsqueda de acción. En 'El desierto de los tártaros', la estupendísima novela de Dino Buzzati, el aburrimiento provoca en el protagonista, el Giovanni Drogo, y el resto de soldados enviados a la lejana y solitaria Fortaleza Bastiani comportamientos absurdos, ilógicos y potencialmente mortales, solo por la necesidad de sentirse vivos y útiles. Como en 'El desierto de los tártaros', Onoda aguarda un ataque que nunca llega. En una eterna y fútil espera, nadie quiere reconocer que ha perdido el tiempo y, por ello, debe inventarse nuevos monstruos y enemigos.

'Onoda' comienza con la llegada del protagonista (Yûya Endô, el Onoda joven) y sus compañeros de escuadrón a la isla de Lubang, en diciembre de 1944. Con un flashback, Harari resume la personalidad no solo del protagonista, sino del pueblo nipón en época de guerra. Entrenado como un oficial de Inteligencia en el Comando Futamata —antes le habían propuesto formar parte de un escuadrón kamikaze—, bajo la supervisión del coronel Taniguchi (Issei Ogata), el único ante quien responde, Onoda demuestra su obediencia, su capacidad resolutiva y su inflexibilidad, lo que le enemista con algunos de sus compañeros, pero le diferencia ante sus superiores. Poco a poco escala en los rangos hasta que le encomiendan formar parte de una misión de guerra de guerrillas en la isla filipina. Rendirse no está permitido; tampoco suicidarse. Cuando las bajas y las deserciones lo convierten en el oficial de mayor rango de la misión, Onoda siente 'la llamada de la historia'.

placeholder Los soldados destinados a Lubang. (Atalante)
Los soldados destinados a Lubang. (Atalante)

El grupo se encuentra antes un territorio que no conoce y ante unas condiciones climáticas que los sobrepasan. Harari retrata la naturaleza de una forma realista, para nada idealizada. Tampoco lo contrario. Montañas rocosas inabarcables, llanuras herbosas infinitas, cuevas donde resguardarse de los monzones, playas de arena fina. El paisaje cambia a medida que los protagonistas recorren kilómetros y ellos mismos, como conquistadores, juegan a bautizar aquel pico, aquel cabo, aquel río. Los momentos de juego, de esparcimiento, de repente se ven interrumpidos por estados de alerta. La muerte puede sobrevenir desde cualquier ángulo. Una bala, una caída, una enfermedad, un paso mal dado y la guerra asoma. El grupo camina unido y Harari se recrea en las dinámicas de unos hombres que acaban creando de la necesidad fuertes lazos afectivos.

A mitad de la película, en los años setenta, Onoda ya adulto (Kanji Tsuda) sobrevive en soledad. Harari reconstruye con él los pequeños rituales: preparar la comida, dormir y andar. Andar mucho. La cámara vuelve a pasar varias veces por los mismos lugares: donde una vez sucedió una tragedia, ahora no hay rastro, y viceversa. Nadie glosará a los muertos porque la vida sigue y la maleza crece. El trabajo de Harari con el tiempo es tan dramático como irónico: al final en Moscú comen en McDonald's. A partir de aquí, Onoda se va encontrando con muestras de que la Segunda Guerra Mundial ha terminado, pero se resiste a creerlas: creen que lo intentan engañar con fake news. Harari dota de gran humanidad a un hombre que se ha convertido en un 'freak', en un vestigio del pasado, en una atracción turística.

placeholder Otro momento de 'Onoda'. (Atalante)
Otro momento de 'Onoda'. (Atalante)

Harari construye un personaje poliédrico, con el que es fácil empatizar a pesar de sus defectos y sus obsesiones. Y se centra en la perspectiva que interpreta si una muerte es una baja de guerra o un asesinato, si un hombre tozudo es un héroe o un enajenado, si un acto es un hacer honor a una promesa o una soberana estupidez. Pero, además, 'Onoda' es una película tan extemporánea que solo puede ser producto de la cabezonería de un director comprometido con su historia hasta la locura.

Esta es una historia real y, como las mejores historias reales, no hay quien se la crea. La jungla de Filipinas, 1974. Dos japoneses se cruzan por casualidad y se miran el uno al otro, igual de atónitos. Uno, vestido con vaqueros, bebe una Coca-Cola. El otro, ataviado con los restos raídos de un uniforme de soldado japonés de la Segunda Guerra Mundial, se pertrecha detrás de su fusil 99 Arisaka. ¿Qué es lo que ha podido pasar —se pregunta el segundo— para que uno de mis compatriotas abrace así y sin pudor la cultura yanqui, enemiga del imperio nipón? "Que la guerra terminó hace 29 años, soldado Onoda, y la perdimos", podría haberle contestado el primero.

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