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'Titane': una fiesta de sangre, sexo y maravilloso cine
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'Titane': una fiesta de sangre, sexo y maravilloso cine

La cineasta francesa Julia Ducournau se confirma con un segundo largometraje exuberante, punki y sensorial sobre la identidad de género

Foto: Agathe Rousselle, en 'Titane'. (Caramel)
Agathe Rousselle, en 'Titane'. (Caramel)

‘Titane’ es mucho más que “la película en la que una chica se queda embarazada de un coche”. Sí, 'de' y no 'en'. Con su segundo largometraje, Julia Ducournau se jugaba consagrarse como una de las grandes promesas del cine europeo o destaparse como un bluf. Si los premios sirven de algo, la Palma de Oro ha confirmado a una cineasta que ha venido dispuesta a quedarse después de que su ópera prima, ‘Crudo’ (2016), la colocase en la órbita de los nuevos talentos que están llamados a tener, al menos, una carrera larga. Las cunetas están llenas de cadáveres de ‘one hit wonders’, que llaman los anglosajones a quienes, después de un gran bombazo, se pierden en el olvido de la medianía.

El segundo largometraje como directora y guionista de la francesa se aproxima a una conversación tan actual como la identidad de género, entre otras— de la manera menos académica y dogmática, con un 'thriller' tan visceral como estilizado. Ducournau propone el nacimiento de una nueva humanidad fuera de los cánones. De unas relaciones de género y de sexo al margen de las etiquetas. Al igual que en ‘Crudo’, Ducournau utiliza la materia, la carne y el metal, para redefinir la naturaleza de sus personajes. Su protagonista, Alexia (Agathe Rousselle en su primer papel en el cine) lleva implantada una placa de titanio en la cabeza después de sufrir un accidente de tráfico de pequeña. En definitiva, una mujer biónica. Su naturaleza es, por tanto, humana, pero también mecánica, y por ello siente una pulsión esencial hacia las máquinas.

placeholder Una imagen de 'Titane'. (Caramel)
Una imagen de 'Titane'. (Caramel)

La fiesta de la sangre a la que nos invita la directora está repleta de referencias —al cine de Claire Denis, por ejemplo— y de un revestimiento de música electrónica e imágenes diseñadas para agarrarse a las retinas. La presentación de la Alexia adulta tiene lugar en un espectáculo erótico en el que un grupo de gogós baila restregándose contra unos coches tuneados. Pero la forma de sentir la fricción del metal contra su cuerpo diferencia a la protagonista del resto de mujeres. Alexia no es lo que viene a entenderse por “normal”. O normativa.

Colores ácidos, medias de rejilla y unas bases machaconas asientan el estado emocional de una película que fluctúa entre actos de arrebato homicida y una profunda sensibilidad a la que Ducournau llega de la forma más retorcida pero, una vez conocidos los personajes, más íntimas y hasta entrañables. Lo que empieza como un ‘thriller’ de asesinatos en serie, puede acabar como una historia de amor monstruosamente bella.

placeholder Aghate Rouselle en 'Titane'. (Caramel)
Aghate Rouselle en 'Titane'. (Caramel)

Si en ‘Crudo’ la directora planteaba la búsqueda de la identidad y la herencia genética desde el ‘body horror’ —una joven vegetariana empieza la facultad y prueba la carne por primera vez, con insospechadas consecuencias—, en ‘Titane’ esta disrupción se dispara con el intento de violación de la protagonista y su posterior encuentro con Vincent (Vincent Lindon), el jefe de un parque de bomberos atormentado por la desaparición hace años de su hijo. Por un lado, Vincent intenta llenar el hueco de la ausencia actuando como figura paterna de sus subalternos y, por otro, castiga su cuerpo a base de anabolizantes, como una forma de flagelación para sobrellevar la culpa. Los dos encuentran que se necesitan para seguir adelante.

A través de los vínculos creados entre ambos protagonistas, que se construyen a partir de un engaño, ‘Titane’ redefine el amor familiar, el amor erótico y la amistad y lo que sea. ¿Qué más da? Y también lo que entendemos por hombre y por mujer. Ducournau elige una profesión tan masculina como la de los bomberos —que tradicionalmente se han utilizado para representar el súmmum de la virilidad— para deconstruir la norma. ¿Qué hace a primera vista que identifiquemos a un hombre como un hombre? ¿Que lleve pantalones? ¿Que tenga el pelo corto? ¿Que baile como un hombre? Precisamente, Ducournau desecha todas esas convenciones en una secuencia inolvidable en la que Lindon y el resto de sus compañeros bailan sensualmente el tema ‘Light House’, de Future Islands, bañados por una luz magenta. Ducournau sentencia: todo depende de la mirada, del prejuicio del que mira.

placeholder Vincent Lindon, en otro momento de 'Titane'. (Caramel)
Vincent Lindon, en otro momento de 'Titane'. (Caramel)

Defiende Ducournau que ha querido contar una historia de amor, luminosa, a partir de lo que la sociedad entiende por monstruosidad. Y, en el fondo, hay que darle la razón. Porque ‘Titane’ envía un mensaje emancipador y esperanzador: gracias al amor, sea este como sea, podemos construir algo nuevo, diferente. Podemos construir una nueva humanidad más abierta, más desprejuiciada y, sobre todo, más libre. Y si es así de punki, bienvenida sea.

‘Titane’ es mucho más que “la película en la que una chica se queda embarazada de un coche”. Sí, 'de' y no 'en'. Con su segundo largometraje, Julia Ducournau se jugaba consagrarse como una de las grandes promesas del cine europeo o destaparse como un bluf. Si los premios sirven de algo, la Palma de Oro ha confirmado a una cineasta que ha venido dispuesta a quedarse después de que su ópera prima, ‘Crudo’ (2016), la colocase en la órbita de los nuevos talentos que están llamados a tener, al menos, una carrera larga. Las cunetas están llenas de cadáveres de ‘one hit wonders’, que llaman los anglosajones a quienes, después de un gran bombazo, se pierden en el olvido de la medianía.

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