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'Jojo Rabbit': mi amigo imaginario se llama Adolf Hitler
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'Jojo Rabbit': mi amigo imaginario se llama Adolf Hitler

Con seis nominaciones en los Oscar, la última comedia de Taika Waititi ha optado por agradar al público medio antes que por sacar garra

Foto: Taika Waititi y Roman Griffin Davis, en 'Jojo Rabbit'. (Fox)
Taika Waititi y Roman Griffin Davis, en 'Jojo Rabbit'. (Fox)

Había prometido una "comedia nazi" con mucho 'punch', pero Taika Waititi no ha querido pasarse de frenada. La original premisa, en la que un niño afiliado a las Juventudes Hitlerianas tiene como amigo imaginario a Adolf Hitler, se disuelve durante 'Jojo Rabbit' en un terreno cómodo y ligero, sin desafiar al espectador ni conseguir —probablemente por la distancia caricaturesca— que este pueda verse reflejado en el contexto político que derivó en el Tercer Reich y la Segunda Guerra Mundial. Una oportunidad perdida. Es difícil encontrar un público abiertamente simpatizante del nazismo, con lo que el director neozelandés ya parte con la ventaja del favor del espectador medio. Su única misión es mantenerlo. Y para mantenerlo, no debe incomodarlo.

Es verdad que Taika Waititi nunca ha navegado por aguas pantanosas. Su registro ha sido la comedia alternativa amable protagonizada por inadaptados entrañables, tanto adultos, como la pareja de 'Eagle vs. Shark' (2007) o los vampiros de 'Lo que hacemos en las sombras' (2014), como los niños de 'Boy' (2010) o 'A la caza de los ñumanos' (2016). Su cine compensa con originalidad la falta de filo, pero lo que resulta irrelevante en cualquiera de sus anteriores trabajos supone una carencia flagrante en esta aproximación satírica a la Alemania de Adolf Hitler. 'Jojo Rabbit' es un cuento moral apto para todos los públicos, disfrutable en su alegría —incluso en los pocos momentos solemnes—, pero tan comedido que empequeñece a la sombra del riesgo de un clásico como 'Ser o no ser'.

placeholder Sam Rockwell, Scarlett Johansson y Roman Griffin Davis, en 'Jojo Rabbit'. (Fox)
Sam Rockwell, Scarlett Johansson y Roman Griffin Davis, en 'Jojo Rabbit'. (Fox)

Porque los únicos personajes realmente irreverentes son los de Sam Rockwell como el capitán Kletzendorf, un militar pasado de vueltas degradado por prestar más atención a la botella que a sus obligaciones, y Rebel Wilson como Fraulein Rahm, aria, devota del nazismo y de las armas de fuego de gran calibre. Uno representa el Berlín de la caída, la pérdida de la fe y la degeneración de las doctrinas nazis. La otra, la Alemania de comienzos de la guerra, adoctrinada y optimista en su fe ciega hasta la estupidez. Y es que a ese adiestramiento apunta 'Jojo Rabbit'. A esa culpa colectiva aunque condescendiente, porque los nazis de 'Jojo Rabbit' no son viles, sino imbéciles o blandos o menores de edad mental.

El gran activo de 'Jojo Rabbit' es la comicidad de sus situaciones, que enfrentan al espectador a lo ilógico de la sociedad-rebaño

El gran activo de 'Jojo Rabbit' es la comicidad de sus situaciones, que enfrentan al espectador a lo ilógico de la sociedad-rebaño. En una de las secuencias, agentes de la Gestapo irrumpen en casa de Jojo, donde se encuentra también Kletzendorf y tiene lugar un intercambio de saludos que lleva a una concatenación disparatada de 'Heil Hitlers', un gag sacado de 'Espías como nosotros' (1984), protagonizado por Chevy Chase y Dan Aykroyd. Waititi también ha cuidado al detalle el diseño de producción con un arte y un vestuario que evocan más a un cuento que a una recreación con vocación naturalista.

placeholder Rebel Wilson también tiene un pequeño papel en 'Jojo Rabbit'. (Fox)
Rebel Wilson también tiene un pequeño papel en 'Jojo Rabbit'. (Fox)

Johannes Bletzer (Roman Griffin Davis) es la representación del fanático acrítico. Que tenga 10 años no es una diferencia reseñable en comparación con muchos de sus compatriotas, igual de fanáticos y faltos de cuestionamiento que el niño protagonista. Jojo, así lo llaman, acude a campamentos en los que, aparte de lavarle el cerebro, le enseñan a lanzar explosivos y liarse a machetazos por la supervivencia del Reich. Jojo es tan entusiasta que ha desarrollado como amigo imaginario a Adolf Hitler. Una versión desmañada y bufonesca de Adolf Hitler interpretada por Waititi —de ascendencia maorí y judía en la vida real—, que mete a Jojo en problemas con sus consejos. Un mal Führer, en resumen.

Jojo acude a campamentos en los que, aparte de lavarle el cerebro, le enseñan a lanzar explosivos y liarse a machetazos por la supervivencia del Reich

Jojo es huérfano de padre y su madre (Scarlett Johansson) pasa mucho tiempo fuera de casa. También tiene como amigo real a Yorki (Archi Yates, toda una revelación), un niño todavía más optimista e ingenuo que él. Ambos están convencidos de que los judíos son monstruos despiadados y deformes y que por ello merecen morir, como bien les ha aleccionado la propaganda nazi. A veces, en la plaza del pueblo, los cuerpos de los disidentes que han dado cobijo a judíos o han conspirado contra el Reich cuelgan rígidos desde el cadalso. El adoctrinamiento y el terror propician una población sumisa. Y los niños, por su parte, perciben la guerra inminente como un juego más. Más allá de su amor por la esvástica, la pareja Jojo-Yorki es un dúo cómico maravillosamente enternecedor.

placeholder Cartel de 'Jojo Rabbit'.
Cartel de 'Jojo Rabbit'.

Pero cuando Jojo descubre a Elsa (Thomasin McKenzie), una niña judía, escondida en su casa, es consciente de que el retrato deformado sobre los judíos en el que siempre ha creído es una invención. Una crítica atemporal que puede utilizarse en cualquier época de conflicto y sobre cualquier colectivo demonizado. Además, Waititi advierte, siempre en clave cómica, de las consecuencias de los totalitarismos y de las guerras, que acaban en el desastre para vencedores y vencidos.

Foto: 'Malasaña 32'.
Foto: 'Bad Boys For Life'.

Había prometido una "comedia nazi" con mucho 'punch', pero Taika Waititi no ha querido pasarse de frenada. La original premisa, en la que un niño afiliado a las Juventudes Hitlerianas tiene como amigo imaginario a Adolf Hitler, se disuelve durante 'Jojo Rabbit' en un terreno cómodo y ligero, sin desafiar al espectador ni conseguir —probablemente por la distancia caricaturesca— que este pueda verse reflejado en el contexto político que derivó en el Tercer Reich y la Segunda Guerra Mundial. Una oportunidad perdida. Es difícil encontrar un público abiertamente simpatizante del nazismo, con lo que el director neozelandés ya parte con la ventaja del favor del espectador medio. Su única misión es mantenerlo. Y para mantenerlo, no debe incomodarlo.

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