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'Joker': sórdida, incendiaria y absolutamente recomendable
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'Joker': sórdida, incendiaria y absolutamente recomendable

Es una de las películas del año y es nitroglicerina

Foto: Joaquin Phoenix regala una dolorosa interpretación del Joker. (Warner)
Joaquin Phoenix regala una dolorosa interpretación del Joker. (Warner)

No es una película de superhéroes. Ni de supervillanos. No hay poderes extraordinarios ni nadie sobrevive a un baño de ácido. Porque en 'Joker' es difícil hasta sobrevivir al desmantelamiento del Estado de bienestar y los servicios sociales y sanitarios básicos del Estado neoliberal. El cómic, la simple excusa. Todo lo demás se mueve en el plano del naturalismo o del realismo sucio. Todo es factible y quién sabe si futurible. La historia que cuenta es extraordinaria, pero el protagonista es ordinario, uno más de los desheredados de un sistema económico y social excluyente: un paria. Gotham, que nació como una Nueva York hipertrofiada, vuelve a ser, simplemente, Nueva York. Es difícil creer que una megacorporación como Warner supiese qué se traía entre manos con el último trabajo de Todd Phillips, que da un volantazo demencial a una carrera cimentada a base de resacones, juergas universitarias y escuelas de pringados.

Probablemente, 'Joker' no debería haberse llevado el León de Oro en el Festival de Venecia. Más allá de clasismos y luchas culturales entre lo que es el cine-arte y el cine-industria, el filme no plantea ningún reto narrativo. Pero sí es hijo legítimo de su tiempo, un artefacto que entronca con el malestar del momento, la desafección y, como consecuencia, el auge de los líderes populistas. Un artefacto que, además, sale de la factoría DC-Warner, el reverso tenebroso —aunque en el fondo vengan a ser lo mismo— del tándem Marvel-Disney, una paternidad significativa del momento que atraviesa Hollywood, en particular, y nuestro sistema económico macrocéfalo, en general: el 'Taxi Driver' contemporáneo es un caballo de Troya dentro de uno de los grandes estudios.

placeholder Joaquin Phoenix protagoniza 'Joker', de Todd Philips. (Warner)
Joaquin Phoenix protagoniza 'Joker', de Todd Philips. (Warner)

'Joker' es tan sórdida como incendiaria. Por mucho que el director intente contener la empatía que despierta Arthur, el protagonista, en el espectador, es difícil no verlo como una víctima de las circunstancias, propias y ajenas. Y a eso ayuda la interpretación de Joaquin Phoenix, que lleva el dolor tatuado en los ojos y que retuerce los músculos de su cuerpo en rictus y posturas lacerantes. Phoenix no sostiene sino dirige el peso de una película cuyo planteamiento y narrativa no dejan de ser de concepción tan sencilla como el juego del palo y el aro.

El villano tradicional se convierte en el personaje más vulnerable

Más allá de la figura del payaso triste o el payaso enajenado, el protagonista añade una capa más al reverso simbólico del bufón: el payaso desarraigado. Arthur es víctima, si no de la indolencia de su entorno, del abuso de poder. El villano tradicional se convierte en el personaje más vulnerable: es un trabajador precario a cargo de una madre enferma y que, además, padece "una condición mental", que en este caso le provoca carcajadas incontrolables y que le hace depender de los recursos sociales y farmacológicos que le facilita el Estado. Ese trabajo precario, esa madre enferma y esos recursos médicos, aunque sean miserables, son lo único que lo mantienen en contacto con el mundo exterior. En el momento en que ese vínculo se rompe, el hombre se siente expulsado, maltratado y reacciona con virulencia.

placeholder Otro momento de 'Joker'. (Warner)
Otro momento de 'Joker'. (Warner)

Phillips muestra la caída en barrena de un hombre que no tiene control ni sobre sí mismo ni sobre un sistema que lo ha desechado como a un producto defectuoso. En cuanto se produce la desconexión con el entorno, la convivencia se vuelve problemática. Es el sentimiento de desafección que se encuentra en el germen de los últimos atentados terroristas. La misma explicación recurrente de los asesinatos en masa en Estados Unidos. Y el motivo de levantamientos sociales a lo largo de la historia. Precisamente ahí es donde mete el dedo en la llaga 'Joker'. Si al pueblo se le lleva más allá del límite elástico, hay peligro de fractura. Sin revolución no hay evolución.

placeholder Cartel de 'Joker'.
Cartel de 'Joker'.
Foto: 'El crack cero'.

'Joker' será una de las películas del año pero, sobre todo, es nitroglicerina. Solo hay que prestar atención al discurso de Arthur, el protagonista, frente a las cámaras de un 'talk show' que lo ridiculiza y lo ningunea, de una sociedad del espectáculo que lo utiliza y lo despieza hasta convertirlo en la nada: vivimos en una sociedad enferma que nos despersonaliza y nos lanza los unos contra los otros para pelearnos por los restos. Y mientras, se ríe de nosotros. Es difícil encontrar en los últimos años una película de estudio con tal carga subversiva. Quizá Warner haya perdido el miedo a la capacidad tractora del cine. El dilema de Phillips es evidente cuando ha decidido sacrificar el final de la película, un momento climático y épico pero, a la vez, moralmente cuestionable, y añadir un epílogo irrelevante y neutralizante, en el que el Joker queda representado en un último acto de vileza. Porque quizá Todd Phillips sí acabó dándose cuenta de lo que tenía entre manos: TNT.

Foto: 'Amazing Grace'.

No es una película de superhéroes. Ni de supervillanos. No hay poderes extraordinarios ni nadie sobrevive a un baño de ácido. Porque en 'Joker' es difícil hasta sobrevivir al desmantelamiento del Estado de bienestar y los servicios sociales y sanitarios básicos del Estado neoliberal. El cómic, la simple excusa. Todo lo demás se mueve en el plano del naturalismo o del realismo sucio. Todo es factible y quién sabe si futurible. La historia que cuenta es extraordinaria, pero el protagonista es ordinario, uno más de los desheredados de un sistema económico y social excluyente: un paria. Gotham, que nació como una Nueva York hipertrofiada, vuelve a ser, simplemente, Nueva York. Es difícil creer que una megacorporación como Warner supiese qué se traía entre manos con el último trabajo de Todd Phillips, que da un volantazo demencial a una carrera cimentada a base de resacones, juergas universitarias y escuelas de pringados.

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