'El crack cero': cine negro chapado a la antigua... y a mucha honra
'Neonoir' de recogimiento nostálgico, en 'El crack cero' José Luis Garci convierte cierto imaginario cinéfilo clásico en un territorio de exilio interior
Precuela de uno de los hitos del cine español de los ochenta, 'El crack cero', de José Luis Garci, despega de forma paralela al primer filme que protagonizó el detective Areta en 1981. En el mismo restaurante de carretera, el expolicía metido a investigador privado también lleva a cabo una demostración de su carácter resolutivo y al mismo tiempo discreto y sobrio, de héroe metido para adentro, ante la incursión inesperada de unos criminales. Pero algunas variantes entre este inicio y la espléndida secuencia de arranque de 'El crack' que protagonizó Alfredo Landa anticipan hasta qué punto nos encontramos ante una suerte de historia de los orígenes de Germán Areta, lo que explicará por qué aquí aparece rodeado de un grupo de amigos con quienes juega al mus en un momento del día de máxima animación y en el filme de los ochenta, situado en la cronología interna de la saga solo seis años después, lo vemos comiendo taciturno, sin acompañantes y fuera de horas.
Si el primer 'El crack' estaba dedicado a Dashiell Hammett, en este se homenajea a otro de los grandes de la literatura negra estadounidense, James M. Cain, a través de una trama que, como la de 'Perdición', la adaptación que llevó a cabo Billy Wilder junto a Raymond Chandler de una de sus novelas, gira en torno a un posible asesinato, en este caso el del sastre Narciso Benavides, cometido para cobrar una póliza de seguro. También como mandan los cánones de la ficción negra, Areta se mete en el caso después de que una atractiva mujer, Remedios (Patricia Vico), la amante del finado en cuestión, se presente en su oficina para contratarlo. Así se ponen en marcha una serie de encuentros e interrogatorios con todo tipo de conocidos del muerto a fin de descubrir la verdad. Como también sucede en el 'noir' clásico, despejar la incógnita en torno a la muerte de Benavides mantiene vivo el interés del espectador, pero no es ningún momento el aspecto más importante de la película. Funciona más bien como un recurso para trazar uno de esos retratos desencantados de la sociedad del momento en que el protagonista debe asumir que, como buen personaje trágico, no tiene total control sobre los acontecimientos que acabarán determinando su destino.
Como mandan los cánones del género, Germán Areta es un héroe discreto, con su propio y estricto código moral. Aquí ya ha vivido una primera historia de iniciación, la que le llevó a abandonar la policía (podría rodarse una precuela de la precuela que contara cómo el Piojo se convierte en Areta). Y sufrirá otra tragedia (lo más previsible del filme) que marcará su vida. La integridad del protagonista ofrece un asidero moral en una España donde ya han empezado a cambiar las cosas para que muchas queden igual. Más allá de su resistencia a una oferta que no debería rechazar de unos empresarios, resulta valiente que el filme apunte la mala conciencia de Areta ante la complicidad, consciente o no, de la policía con las cloacas del franquismo. Carlos Santos asume la nada fácil tarea de tomarle el relevo a Alfredo Landa en un papel tan codificado por las muchas influencias cinematográficas de las que bebe que fácilmente podría haber caído en la caricatura o el estereotipo. Con una dicción intachable y una seguridad a prueba de balas, Santos convence de lleno como este Areta en plena transición interior.
Patricia Vico, Macarena Gómez y Cayetana Guillén Cuervo encarnan con convicción diferentes variantes de féminas típicas del cine negro, aunque ninguna represente del todo la 'femme fatale' que lleva a la perdición al protagonista, porque Areta no es hombre que se deje seducir por estos cantos de sirena. Además, él tiene novia, Adela (María Cantuel). Desprende un encanto naíf, por cierto, que Garci asocie la aparición de dos de los personajes femeninos al estallido de una tormenta... Pero quien mejor encarna cierta idea de la modernidad de la mujer en aquella época es una espléndida Luisa Gavasa, la secretaria de Areta, vestida siempre con pantalones, trabajadora independiente que no necesita de una familia o de un amor que justifique su presencia en el filme.
Humo de tabaco
'El crack' desprendía ese aliento documental propio del cine negro menos estilizado a la hora de retratar el pulso del Madrid de la época a través de la espléndida fotografía de Manuel Rojas, que capturó imágenes ahora icónicas de la noche en la capital española en un vivo Eastmancolor. 'El crack cero', por el contrario, no se sitúa ni en el mismo siglo en que se ha rodado, y por tanto no podía optar a esta vertiente documentalista de un momento concreto. Garci, por su parte, ha renunciado a un rodaje en exteriores que reconstruyera desde el simulacro realista el ambiente de esos años. Una decisión que acaba jugando a favor del filme. Rodada en un blanco y negro empañado siempre por el humo del tabaco, 'El crack cero' opta por una estética voluntariamente artificiosa. Además, la trama queda recluida en su mayor parte en interiores, donde el director sí que ha podido reproducir toda suerte de ambientes que ya no parecen de este mundo: las casas de comidas, los gimnasios de boxeo, los centros de esgrima, las bibliotecas recónditas, las sastrerías en pisos... Aunque no faltan las imágenes recurso de la Gran Vía para puntuar el metraje, esta cuasi desconexión de la realidad exterior le otorga al filme un carácter singular lejos del clasicismo más convencional que aqueja a veces la filmografía de José Luis Garci.
La desconexión del exterior otorga al filme un carácter singular lejos del clasicismo más convencional que aqueja a veces al cine de Garci
Otro elemento que distancia 'El crack cero' del academicismo y del mero pastiche del 'noir' es el uso de los diálogos. Un cinéfilo de pro como Garci opta aquí por prescindir de recursos visuales obvios y otorga un papel predominante a la palabra. Ambientada en noviembre y diciembre de 1975, 'El crack cero' debe ser una de las pocas películas españolas en que la muerte de Franco se anuncia por la radio y no por la televisión. Aunque el argumento de la película se apoye en las explicaciones de los personajes sobre eventos de un pasado reciente, el filme no opta en ningún momento por otro de los tropos estructurales del cine negro, los 'flashbacks' que visualizarían tales hechos. De manera que el relato oral preside en todo momento la narrativa, en una reivindicación del arte de la retórica que pocas veces se encuentra en el cine español.
Hay dos escenas cumbre en este sentido, protagonizadas respectivamente por dos personajes secundarios y vinculadas ambas a los deportes: aquella en que Rocky (Luis Varela) narra uno de esos combates míticos de boxeo (en una película en que, al contrario de lo que sucede en la de 1981, no vemos ningún 'match' retransmitido en imágenes), y sobre todo los siete minutos que don Ricardo (Pedro Casablanc) dedica a desmenuzar la jugada con la que Ramón Marsal, centrocampista del Real Madrid, marcó después de un rosario de regates el llamado 'gol del minuto largo' al Athletic de Bilbao en 1957. La narración oral no es un mero sustituto en este caso de unas imágenes que no existen. Hay un claro deleite y puesta en valor de este tipo de diálogos como transmisores de una memoria popular y de una pasión que, al ser compartida de esta manera, fortalece las amistades.
Estos y otros aspectos (esa fe límpida en el género, lejos de la ironía o el tono resabiado de ciertas aproximaciones posmodernas) alejan 'El crack cero' del clasicismo más convencional y lo acercan a un cine de la modernidad que consigue moverse en una dimensión propia del espacio-tiempo. Desde su aparente revisión castiza del cine negro, la película se desvela como el refugio para un mundo que ya no existe (ni probablemente nunca existió). Ese universo en que en las películas todavía se fuma, y mucho, la gente lanza los órdagos en el mus, el boxeo es el "noble arte", al alcohol se le apoda “líquido imponible”, en las paredes cuelgan cuadros del “último pintor cubista español” Manuel García Meana (padre del cineasta), los detectives cultivan el olfato como para detectar el tipo de perfume que usan las mujeres, Asturias se acaba evocando de una u otra forma, y las jóvenes estrellas del rock'n'roll encarnan todos los males de “lo moderno”. En su última película, José Luis Garci convierte su cinefilia en un territorio para el exilio interior, el que necesita alguien que probablemente se sienta identificado con su personaje cuando se declara “chapado a la antigua, y a mucha honra”.
Precuela de uno de los hitos del cine español de los ochenta, 'El crack cero', de José Luis Garci, despega de forma paralela al primer filme que protagonizó el detective Areta en 1981. En el mismo restaurante de carretera, el expolicía metido a investigador privado también lleva a cabo una demostración de su carácter resolutivo y al mismo tiempo discreto y sobrio, de héroe metido para adentro, ante la incursión inesperada de unos criminales. Pero algunas variantes entre este inicio y la espléndida secuencia de arranque de 'El crack' que protagonizó Alfredo Landa anticipan hasta qué punto nos encontramos ante una suerte de historia de los orígenes de Germán Areta, lo que explicará por qué aquí aparece rodeado de un grupo de amigos con quienes juega al mus en un momento del día de máxima animación y en el filme de los ochenta, situado en la cronología interna de la saga solo seis años después, lo vemos comiendo taciturno, sin acompañantes y fuera de horas.