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'Gracias a Dios': ¿cómo viven los padres que no denunciaron los abusos a sus hijos?
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'Gracias a Dios': ¿cómo viven los padres que no denunciaron los abusos a sus hijos?

A pesar de ser su trabajo menos personal y más discursivo, Ozon no pierde la elegancia a la hora de acercarse a las emociones, a los personajes y a la puesta en escena

Foto: Melvil Poupaud es uno de los tres protagonistas de 'Gracias a Dios', de François Ozon. (Golem)
Melvil Poupaud es uno de los tres protagonistas de 'Gracias a Dios', de François Ozon. (Golem)

El último filme de François Ozon, siempre tan elegante y sensual, podría pasar por un documental si no contase con la puesta en escena perfectamente medida marca de la casa ni el protagonismo de actores tan inmensos como Denis Ménochet. Quizá porque Ozon concibió 'Gracias a Dios' primero como un documental sobre el proceso legal de la asociación Palabra Liberada, integrada por adultos que de menores sufrieron los abusos del cura católico Bernard Preynat, contra el propio Preynat y contra el cardenal Barbarin, arzobispo de Lyon. Quizá la obstinación de Ozon de controlar al milímetro la puesta en escena y las interpretaciones hicieron que el cineasta francés se decidiese por llevar la historia al terreno de la ficción, y quizás ese trabajo previo de distanciamiento e intento de objetividad en el relato han impregnado la narración de este drama procesal, como una discrepancia dentro del tono habitual de su filmografía, por otro lado muy ecléctica.

La necesidad de mantenerse fiel a la realidad sin que su mirada perturbe los hechos recogidos de los medios de comunicación y de sus encuentros con los miembros de la asociación empuja a Ozon a trasladar a imágenes todo tipo de documentos a los que ha tenido acceso. Por eso, 'Gracias a Dios' comienza con la voz en 'off' de uno de los protagonistas, Alexandre (Melvil Poupaud), que lee las cartas enviadas a la diócesis de Lyon para pedir a Preynat que se disculpe y que renuncie a seguir trabajando con menores de edad.

placeholder Un 'flashback' dentro de 'Gracias a Dios'. (Golem)
Un 'flashback' dentro de 'Gracias a Dios'. (Golem)

Alexandre, católico, padre de familia que ha criado a sus hijos en la fe, es el primero de los tres personajes elegidos por Ozon para protagonizar la película y encarnar una lucha colectiva con muchas más víctimas, no solo en Lyon sino en todo el mundo, tal y como han demostrado los innumerables casos de pederastia en el seno de la Iglesia que se han destapado en los últimos años. Precisamente, Alexandre es la persona ideal para mostrar el doloroso conflicto interior de un hombre profundamente creyente que intenta desligar la institución de la fe y que ve frustrada su confianza en la jerarquía eclesiástica. "No es una cuestión de fe, es una cuestión de moral", defiende en un momento de la película.

Alexandre encarna el doloroso conflicto interior de un hombre profundamente creyente que intenta desligar la institución de la fe

Porque en el caso de François (Denis Ménochet), su ateísmo le libra de un conflicto de fe. Sin embargo, la tasa la sufre el entorno familiar, un peaje que también comparte con Alexandre: ¿cómo pueden convivir con la culpa unos padres que en su momento no denunciaron los abusos a sus hijos? Ya fuera por no enfrentarse a la Iglesia, revisar las creencias sobre las que se ha construido la propia existencia o por el simple "¿y qué dirán?", quienes debían asegurar el bienestar de sus hijos han fallado en sus obligaciones.

placeholder Otro momento de 'Gracias a Dios'. (Golem)
Otro momento de 'Gracias a Dios'. (Golem)

Si François y Alexandre han conseguido llevar una vida relativamente normal hasta que los recuerdos vuelven a la superficie, las secuelas que los abusos provocaron en Emmanuel (Swann Arlaud) son tanto emocionales como físicas, hasta el punto de haberle empujado a una relación disfuncional tanto con su pareja como con la sociedad. Mientras François puede bromear con los abusos, Emmanuel sufre ataques epilépticos cada vez que su cerebro padece una impresión negativa. No todos los casos son iguales y hay diferentes maneras de convivir con el trauma.

Muchos adultos con los que convivimos día a día guardan en secreto un pasado de abusos

Ozon reparte el protagonismo de 'Gracias a Dios' entre estos tres personajes, unidos por un dolor común y por la necesidad de una justicia que no llega. Porque la denuncia de Palabra Liberada se dirige sobre todo a los encubridores que permitieron al pederasta seguir tratando con menores. El proceso desenmascara la verdad más terrible: que muchos adultos con los que nos cruzamos o convivimos día a día guardan en secreto un pasado de abusos.

placeholder Cartel de 'Gracias a Dios'.
Cartel de 'Gracias a Dios'.

A pesar de ser su trabajo menos personal y más discursivo, y de no dejar lugar a demasiadas concesiones subjetivas, Ozon no pierde la elegancia a la hora de acercarse a las emociones, a los personajes y a la puesta en escena. Siempre mantiene una sensibilidad contenida y nada exhibicionista —hubiese sido pecado en un tema tan espinoso y tan dado a una retórica lacrimógena—, mientras la cámara se mueve y encuadra encontrando la belleza en el rincón más anodino —o directamente feo— de una casa, una iglesia o un despacho de abogados. Dentro de la dificultad para hacer atractivo un drama procesal basado más en los hechos que en las emociones, Ozon consigue transmitir el dolor, la impotencia y la sensación de abandono de un grupo de personas de a pie que deben llevar ante la Justicia —humana— a la institución divina más poderosa del mundo.

Foto: 'La Llorona'.
Foto: 'La espía roja'.

El último filme de François Ozon, siempre tan elegante y sensual, podría pasar por un documental si no contase con la puesta en escena perfectamente medida marca de la casa ni el protagonismo de actores tan inmensos como Denis Ménochet. Quizá porque Ozon concibió 'Gracias a Dios' primero como un documental sobre el proceso legal de la asociación Palabra Liberada, integrada por adultos que de menores sufrieron los abusos del cura católico Bernard Preynat, contra el propio Preynat y contra el cardenal Barbarin, arzobispo de Lyon. Quizá la obstinación de Ozon de controlar al milímetro la puesta en escena y las interpretaciones hicieron que el cineasta francés se decidiese por llevar la historia al terreno de la ficción, y quizás ese trabajo previo de distanciamiento e intento de objetividad en el relato han impregnado la narración de este drama procesal, como una discrepancia dentro del tono habitual de su filmografía, por otro lado muy ecléctica.

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