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'15:17 Tren a París': Clint Eastwood desbarra y se estrella
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'15:17 Tren a París': Clint Eastwood desbarra y se estrella

Clint Eastwood recupera para su trigésimo sexta película como director la historia real de los viajeros que evitaron un atentado en un tren Ámsterdam-París en agosto de 2015

Foto: Spencer Stone, haciendo de sí mismo en una escena de '15:17 Tren a París'. (Warner)
Spencer Stone, haciendo de sí mismo en una escena de '15:17 Tren a París'. (Warner)

Otro empacho de barras y estrellas, pero esta vez con atragantamiento. Clint Eastwood siempre ha exhibido su patriotismo, pero el desbarre de '15:17 Tren a París' es insalvable. Ni Poirot encontraría el rastro del director de 'Los puentes de Madison'. Ni la áspera ternura de 'Gran Torino'. Ni el riesgo de 'El jinete pálido'. No hay sutileza ni se la busca. Y el director lo sabe, pero no le importa, porque su misión va más allá del cine y del arte y de todas aquellas cosas accesorias cuando toca defender del mal los valores propios. Y, aunque desde las primeras secuencias se intuye, poco a poco se confirma que '15:17 Tren a París' no es una película: es un manifiesto. Prístino, directo, sin ambages, no sea que algún despistado no se vaya a enterar del mensaje. Proselitismo en dosis anamórficas.

placeholder Los verdaderos Spencer Stone y Alek Skarlatos, en una imagen de la película. (Warner)
Los verdaderos Spencer Stone y Alek Skarlatos, en una imagen de la película. (Warner)

¿Recuerdan el ataque al tren Thalys Ámsterdam-París en agosto de 2015? A finales de verano, el terrorista de origen marroquí Ayoub El Khazzani se subió en Bruselas a un tren con destino a la capital francesa. Con un fusil de asalto y una Luger semiautomática, El Khazzani contaba con más de 300 balas para acometer una masacre entre los pasajeros. ¿Pero? Pero en el tren también iban tres ciudadanos americanos —dos de ellos militares— que se enfrentaron al atacante, lo redujeron y evitaron que perpetrara una matanza. Eastwood debió de quedar tan impactado que decidió llevar al cine la proeza de sus compatriotas, y no solo eso, sino contratar a los verdaderos protagonistas de la hazaña para interpretarse a sí mismos delante de las cámaras.

Los actores principales de '15:17 Tren a París' son los propios héroes reales del atentado frustrado

Por el hecho de contar con actores novatos y sin, 'a priori', demasiada inclinación artística, cabría pensar que el principal problema de '15:17 Tren a París' es la falta de oficio o química o habilidad de los protagonistas frente a la cámara. Pero no. Eso es lo de menos. E, incluso, sorprende positivamente la espontaneidad y el desparpajo de Spencer Stone, totalmente entregado a la causa; sus compañeros, Alek Skarlatos y Anthony Saldler, aparecen más acartonados, notablemente incómodos. Lo terriblemente irritante es el tratamiento tan burdo que Eastwood dedica a la historia. Conscientemente. No hay doblez. No hay nada más allá —ni por debajo ni por encima— de lo que escupe la pantalla. Eastwood, sin llegar a justificarse —porque no lo necesita—, verbaliza incluso el fundamento de su película, para no dejar resquicio a equívocos: "Todo el mundo tiene una historia y es nuestro deber contarla".

placeholder El actor Ray Corasani, en el papel de Ayoub. (Warner)
El actor Ray Corasani, en el papel de Ayoub. (Warner)

Un deber que Eastwood lleva al extremo de lo literal al recurrir al metraje real —y casi íntegro— del discurso que dio François Hollande cuando condecoró a los héroes del tren con la Legión de Honor. El presidente francés rompe la cuarta pared y se dirige a los espectadores: "Vuestro heroísmo debe servir de ejemplo y de fuente de inspiración para muchos. Nos habéis dado una lección de coraje, de voluntad y, por tanto, de esperanza. Al enfrentarse al mal del terrorismo hay un bien, el de la humanidad". Es un mensaje para usted, para mí y para todo aquel que quiera escuchar: sea un héroe, enfréntese a la amenaza, no deje que el mal triunfe.

Es un mensaje para usted, para mí y para todo aquel que quiera escuchar: sea un héroe, enfréntese a la amenaza, no deje que el mal triunfe

Los diálogos redundan como si le estuviesen contando la trama a un ciego. Un ciego, además, no muy despierto. "¿Te acuerdas cuando hablamos de esto?", le pregunta uno de los personajes a otro, justo dos escenas después de que 'esto' haya pasado. Con frases más manoseadas que un cromo, del estilo de "esto no es un adiós, es un hasta luego" o "¡mamá!, ¿es que no puedes llamar a la puerta antes de entrar?". Y, parafraseando a Risto Mejide, así #toelrrato. Ni siquiera la música da tregua: cuando Eastwood presenta a El Khazzani, casi siempre de espaldas, fragmentado, suena una música terrorífica; cuando dos de los personajes se despiden, la banda sonora regresa afligida; cuando los amigos viajan a Roma y Venecia, Eastwood escoge una versión del 'Volare' de Modugno más italiana que el 'vaffanculo!'.

placeholder Otra imagen de '15:17 Tren a París'. (Warner)
Otra imagen de '15:17 Tren a París'. (Warner)

Hasta la fotografía es fea, a camino entre un capítulo de 'Crímenes imperfectos' y una película alemana de sobremesa. De un primer vistazo, podría parecer una parodia. Pero no, la ironía no aparece por ningún lado. Aunque a veces uno sienta que la película lo está provocando: el profesor de los tres protagonistas en la escuela católica no es otro que... Steve Urkel —bueno, Jaleel White—, que termina su breve aparición con un comprensivo: "¡Ay! Estos chicos...", mientras mueve la cabeza con una medio sonrisa en la cara.

Porque sí, Eastwood no se limita a reproducir el ataque, o los momentos previos, o los momentos posteriores. El cineasta recorre la infancia de los tres amigos protagonistas, a los que presenta como, digamos, zoquetes obsesionados con el ejército y con las armas —por si no queda claro, llevan camisetas de camuflaje y tienen pósteres de 'La chaqueta metálica en la pared' y dicen cosas como "lleváis camisetas de camuflaje", para que nadie se pierda—, su preparación para acceder a las Fuerzas Armadas y los viajes previos a recalar en Ámsterdam y subirse al tren. Sin ningún énfasis narrativo, simplemente con la idea de ilustrar y reproducir fielmente los acontecimientos. Incluso con escenas excesivamente largas y vacías sobre hacerse selfis con palo o sin palo. Para darle ritmo al filme, al final la película recurre a entrelazar pequeñas escenas del asalto al tren entre tanta delectación costumbrista.

placeholder Cartel de '15:17 Tren a París'.
Cartel de '15:17 Tren a París'.

Porque el californiano es consciente de que el mayor atractivo de su historia es vivir, como un pasajero del Thalys más, el ataque frustrado. Porque es emocionante, frenético y sobrecogedor imaginar lo heroico de enfrentarse a pecho descubierto a un fusil de asalto, primero, dejar inconsciente a un terrorista armado, después, y finalmente ayudar a salvar la vida de los heridos.

En algún momento, además, pretende ser divertida, como cuando en una visita al búnker de Hitler, los protagonistas se sorprenden de que el Führer se suicidara al verse sitiado por los rusos y no por los estadounidenses. "Vosotros, los americanos, no siempre os podéis apuntar el éxito cada vez que el mal es derrotado", les echa en cara el guía turístico berlinés. Guiño, guiño. Pero Eastwood está hablando de un tema serio, que realmente le mueve y le preocupa, por eso no puede permitirse terminar la película sin la solemnidad que demanda la historia: con la oración de San Francisco de Asís, acompañada de un piano melancólico. '15:17 Tren a París' es un bonito homenaje a los héroes del atentado del 21 de agosto de 2015 —y una llamada al coraje cívico—, pero una mala película. Lamentablemente, la peor película de un grandísimo director.

Foto: Una imagen de 'Cincuenta sombras liberadas'. (Universal)
Foto: Bria Vinaite y Brooklynn Prince, en 'The Florida Project'. (Diamond)

Otro empacho de barras y estrellas, pero esta vez con atragantamiento. Clint Eastwood siempre ha exhibido su patriotismo, pero el desbarre de '15:17 Tren a París' es insalvable. Ni Poirot encontraría el rastro del director de 'Los puentes de Madison'. Ni la áspera ternura de 'Gran Torino'. Ni el riesgo de 'El jinete pálido'. No hay sutileza ni se la busca. Y el director lo sabe, pero no le importa, porque su misión va más allá del cine y del arte y de todas aquellas cosas accesorias cuando toca defender del mal los valores propios. Y, aunque desde las primeras secuencias se intuye, poco a poco se confirma que '15:17 Tren a París' no es una película: es un manifiesto. Prístino, directo, sin ambages, no sea que algún despistado no se vaya a enterar del mensaje. Proselitismo en dosis anamórficas.

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