Un infierno caníbal en el Oeste de Bone Tomahawk
La ópera prima de S. Craig Zahler arranca como un western clásico para moverse hacia el terreno brutal del gore de serie B
El apacible pueblo de Bright Hope se ve alterado cuando un prisionero herido, la doctora que lo cuida y un vigilante desaparecen durante la noche. Las pistas indican que han sido secuestrados por un grupo de indios, que también han robado los caballos y han asesinado brutalmente al chico negro que los atendía. “¿Y por qué no se llevaron también al muchacho?”, pregunta uno de los personajes al profesor nativo que habita en el pueblo (al que da vida Zahn McClarnon: si han visto la segunda temporada de 'Fargo', se acordarán de él). “Porque esa tribu solo devora personas de raza blanca”, es la espeluznante respuesta.
Cuatro hombres parten en busca de los desaparecidos: el 'sheriff' del lugar (Kurt Russell, mejor actor a cada nueva película), su anciano ayudante (un Richard Jenkins en estado de gracia en un rol que en una película de John Ford habría encarnado Walter Brennan), un pistolero dandi (Matthew Fox en el papel más tarantinesco del filme) y el esposo de la mujer desaparecida, que arrastra una pierna coja (Patrick Wilson, otro intérprete siempre a reivindicar).
Buena parte del metraje sigue su viaje para encontrar esta tribu de indios caníbales. Aunque disponen de pocos recursos y las probabilidades de que su misión se resuelva felizmente son escasas, los cuatro se mueven por motivos tan poco prácticos como el del sentido del deber.
Lejos de llevar a cabo la típica revisión posmoderna del 'western' que reduce los personajes a meros arquetipos contemplados desde la ironía, S. Craig Zahler encara la primera parte de 'Bone Tomahawk' desde un clasicismo no exento de humor. No hay cinismo en el dibujo de los protagonistas, que sin embargo conocen bien la brutalidad del entorno en el que se mueven. La película arranca desde el prólogo con la explícita escena del degüelle de un incauto colono por parte del típico forajido del Oeste, lo que marca en parte su tono. El cineasta combina la filmación en scope con la sobriedad propia de un rodaje de bajo presupuesto, lo que redunda en esta estética que apela al 'western' posclásico en su concepción acongojante del paisaje, al tiempo que evita la excesiva estilización o amaneramiento en el que caen otras revisiones recientes del género como 'El renacido', de Alejandro González Iñárritu.
No hay cinismo posmoderno en el dibujo de los protagonistas, que sin embargo conocen la brutalidad del entorno en el que se mueven
'Bone Tomahawk' se espeja en uno de los grandes referentes del 'western', 'Centauros del desierto' . A través de la odisea de un John Wayne que se adentraba en territorio comanche para salvar a sus sobrinas allí secuestradas, John Ford convirtió en arquetipo narrativo del género la actualización del mito clásico de Orfeo descendiendo al infierno para rescatar a su amada Eurídice. Esta división entre dos mundos opuestos se ajustaba como un guante al mito fundacional de una frontera que no marcaba tanto la separación entre dos territorios con distintas jurisdicciones como el cisma entre civilización y barbarie, entre orden y caos.
En 'Bone Tomahawk', la idea del indígena como ser demoníaco se desplaza de los códigos tradicionales del 'western' al terreno del terror. La tribu que ha secuestrado a los pacíficos habitantes de Bright Hope habita en unas cuevas, emite sonidos guturales en lugar de habla articulada y ni tan siquiera tiene nombre. El nativo que vive en el pueblo insiste en que estos cavernícolas no tienen nada que ver con el resto de indios, aunque los blancos sean incapaces de apreciar las diferencias. La línea que les separa es nítida: la antropofagia. En el prólogo del filme, ya hemos podido comprobar que se situaban también en lo que a salvajismo se refiere en un terreno más allá del de los clásicos bandidos rebanacuellos.
La práctica contemporánea del 'western' pasa desde hace años por revisar el género desde su vertiente más cruda y violenta, ya sea en los reciclajes del 'spaghetti' que lleva a cabo Quentin Tarantino, en las relecturas en clave femenina de títulos como 'Meek's Cutoff', de Kelly Reichardt, o 'Deuda de honor', de Tommy Lee Jones, o en las visiones desde cierta poética del desencanto como la reciente 'Slow West', de John McLean. Por no hablar de la serie de la HBO 'Deadwood'.
Como Tarantino, S. Craig Zahler bebe de los clásicos y la serie B, cuida con mimo unos diálogos que no chirrían en ningún momento y, aparte del estelar póquer de ases que preside el reparto, en el resto del metraje incluye rostros casi olvidados del cine de los ochenta como Sean Young o Michael Paré, mientras que la presencia de Sid Haig proporciona el vínculo con el cine de terror actual más bruto. Y, como tantos filmes del director de 'Los odiosos ocho', 'Bone Tomahawk' también combina una primera parte más pausada con un estallido final de violencia. Pero aquí el cineasta no toma como base estructural el 'spaguetti western' sino que aúna dos géneros que se han frecuentado poco juntos. Es precisamente porque los personajes de 'Bone Tomahawk' resultan tan coherentes como protagonistas de un 'western' clásico que su viaje al infierno caníbal resulta creíble y chocante. Como si los protagonistas de un filme de John Ford acabaran de repente en una película de terror gore con escenas tan salvajes que resultan insoportables de mirar.
El apacible pueblo de Bright Hope se ve alterado cuando un prisionero herido, la doctora que lo cuida y un vigilante desaparecen durante la noche. Las pistas indican que han sido secuestrados por un grupo de indios, que también han robado los caballos y han asesinado brutalmente al chico negro que los atendía. “¿Y por qué no se llevaron también al muchacho?”, pregunta uno de los personajes al profesor nativo que habita en el pueblo (al que da vida Zahn McClarnon: si han visto la segunda temporada de 'Fargo', se acordarán de él). “Porque esa tribu solo devora personas de raza blanca”, es la espeluznante respuesta.