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El cine español firma la tregua con ETA
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DEL DRAMA Y LA SERIE B A LA COMEDIA

El cine español firma la tregua con ETA

Coincidiendo con el estreno de 'Lasa y Zabala' repasamos la historia del cine sobre terrorismo de la era democrática

Foto: Fotograma de 'Lasa y Zabala'
Fotograma de 'Lasa y Zabala'

La película escándalo del último Festival de San Sebastián se llamó Lasa y Zabala. Eso sí, escándalo entre comillas: las controversias sobre ETA y el cine ya no son lo que eran desde que la banda terrorista dejó de matar. En efecto, el paso por Donosti de Lasa y Zabala no levantó el ruido de antaño. Lo mismo puede decirse de las reacciones a Negociador, comedia de Borja Cobeaga sobre las negociaciones ETA/Gobierno que generó más risas que polémica.

Coincidiendo con el estreno este viernes de Lasa y Zabala, repasamos las luces, sombras y broncas de ese subgénero del cine español/vasco llamado películas sobre el terrorismo/conflicto vasco. ¿Recuerdan ustedes la jarana que se montó cuando Julio Medem estrenó el documental La pelota vasca (2003)? Pues bien: es difícil que se vuelva a repetir algo así.

Un escándalo de tomo y lomo

Corrían los primeros años de la década de los ochenta, ETA asesinaba sin descanso y en las cloacas del Estado se incubaba una ofensiva que acabaría en drama político/periodístico años después. Y en esas llegó Pedro Costa y dirigió El caso Almería (1983), basada en hechos tan reales como sangrantes: tres jóvenes asesinados y calcinados por la Benemérita tras confundirlos con unos etarras en 1981. Que la justicia condenara a varios guardias civiles antes del estreno del filme, no impidió que el estreno de El caso Almería fuera tortuoso:

Tres décadas después, uno puede rememorar estos sucesos en clave de chascarrillo histórico de otra época. Entre otras cosas porque el espectador de 1983 es muy diferente al de 2014. “La sociedad civil ha cambiado el chip muy rápido”, cuenta el director Luis Marías para explicar por qué las películas sobre terrorismo ya no generan la ansiedad de antaño.

Marías es el último director en sumarse al actual boom con Fuego, drama sobre un policía (José Coronado) con ganas de venganza tras perder a su mujer en un atentado.

Imanol Uribe, un género en sí mismo

Preguntado por algún filme de referencia sobre el tema, Marías habla de Días contados (1994), largometraje sobre la relación entre un terrorista y una drogadicta que ganó 8 premios Goya.

Y no es raro que Luis Marías mencione a Imanol Uribe: es el director que más veces ha tratado el terrorismo. Hablamos de películas como El proceso de Burgos (1979), La fuga de Segovia (1981), La muerte de Mikel (1983) y la mencionada Días contados.

Si El proceso de Burgos y La fuga de Segovia levantaron las iras de los sectores conversadores españoles, que acusaron a Uribe de hacer el juego a ETA, La muerte de Mikel se le indigestó al mundo abertzale. No hay más que repasar la temática de cada una de las películas para entender por qué.

El proceso de Burgos era un documental sobre el juicio sumarísimo a 16 miembros de ETA en 1970. “El proceso de Burgos es mi película, no la de Herri Batasuna”, declaró Uribe a El País en 1980 en medio de un gran escándalo cultural. Por su parte, La fuga de Segovia era una ficción basada en otro caso real: la huida de treinta pesos de ETA político-militar de una cárcel en 1976.

La muerte de Mikel, por último, contaba las desventuras de un militante de HB de clase media (Imanol Arias) al que sus camaradas izquierdistas marginan tras descubrir su homosexualidad.

Terrorismo de serie B

Las tramas íntimas y sentimentales estuvieron también en la base de uno de los filmes españoles más polémicos y taquilleros (1 millón de espectadores) de los ochenta: El pico (Eloy de la Iglesia, 1983). La historia de dos amigos de Bilbao, yonquis y con antecedentes familiares antagónicos: uno es el hijo de un comandante de la Guardia Civil; el otro, el de un líder de la izquierda abertzale. Lo que separaba las bombas, lo uniría la heroína.

Tras el éxito llegaría la secuela, El pico 2 (1984), donde el director vasco asentó su mito como icono del cine quinqui dispuesto a tratar sin filtro (con valentía y sin mesura) los temas más conflictivos de la sociedad española.

Y es que, lo crean o no, ETA y el conflicto vasco ha dado para muchas películas de serie B.

De hecho, el primer filme sobre el terrorismo estrenado en democracia fue Comando Txikia: muerte de un presidente (1976), producción de José Luis Madrid sobre el atentado a Carrero Blanco.

La cinta no sólo se adelantó tres años a la mucho más seria Operación Ogro (Gillo Pontecorvo, 1979), sino que contó en su reparto con el legendario licántropo español Paul Naschy... en el papel de etarra. Comando Txikia era, por tanto, una bizarrada de tomo y lomo. Otro filme oportunista de José Luis Madrid, referencia del explotation cañí setentero, que había estrenado el año anterior El último tango en Madrid (1975), cinta presuntamente cómica rodada al calor del éxito de El último tango en París.

La serie B volvió a la carga con el indescriptible thriller Goma-2 (1984), dirigido por otro mito del cine quinqui: José Antonio de la Loma, director de Perros callejeros (1977) y Los últimos golpes de El Torete (1980).

La última muestra de ese subgénero cutre capaz de mezclar terrorismo, sexualidad y macarreo se llamó Clandestinos (Antonio Hems, 2007), que resucitó un argumento de Eloy de la Iglesia para narrar la fogosa relación entre un abertzale y un guardia civil (o sea, una vuelta de tuerca a El pico). La película daría que hablar… por su cartel.

Memorias desde Euskadi

En otro tono radicalmente diferente estarían las películas y documentales dirigidos y producidos por Ángel Amigo, exmiembro de ETA político-militar en los años setenta. Amigo debutó en la producción con La fuga de Segovia, basada en sus propias experiencias como preso huido.

Luego llegaron títulos como Ander eta Yul (Ana Díez, 1999), que consiguió cabrear por igual a los dos bandos al tratar la conflictiva relación (a tiros) entre ETA y los traficantes de drogas en los ochenta. “La recepción de la película por parte del poder, gobernaba el PSOE, no fue clara y tuve también problemas con cierta parte de la gente de San Sebastián, donde se rodó, porque nos llamaban españolistas… Estoy absolutamente satisfecha de que no gustara a nadie”, ha explicado recientemente la directora Ana Díez.

Amigo también ha producido recientemente filmes de aires biográficos como El cazador de dragones (2011), donde un antiguo militante de ETA político-militar tenía que rendir cuentas con su pasado. Una de las últimas películas dirigidas por Amigo es el documental Memorias de un conspirador, en el que el político socialista vasco Jesús Eguiguren contaba los detalles de la fallida negociación ETA/Estado de la pasada década, que el director y guionista Borja Cobeaga ha convertido ahora en comedia en Negociador.

Desmitificación cómica

Cuando se supo que Cobeaga iba a buscarle las cosquillas cómicas a la negociación, Amigo dijo lo siguiente a El Correo: “Es muy importante que entendamos que pasan las generaciones y cambia la percepción que cada uno tiene de ETA. Yo no me siento preparado para hacer comedia sobre ETA, que Cobeaga y San José [guionistas de Ocho apellidos vascos] sí puedan es sencillamente un cambio generacional, y me pica la curiosidad”.

En efecto, la última tendencia del cine español sobre terrorismo es que los dramas han dejado sitio a las comedias, mutación genérica que refleja el cambio de ciclo histórico.

Tiene lógica que fuera el dúo Cobeaga/San José el que conquistara al mainstream español con sus gags sobre el conflicto vasco, porque antes habían hecho lo propio con el mainstream vasco al escribir alguno de los sketches del programa que marcó un antes y un después en la desmitificación del terrorismo: Vaya semanita. El show cómico de la ETB empezó a emitirse en otoño de 2003, ocho años antes de que ETA anunciara el “cese definitivo de su actividad armada”, de ahí su carácter rupturista: Vaya semanita como vanguardia del futuro deshielo cultural.

Ha sido dejar de sonar las armas y empezar a oírse las risas. Un contexto que explicaría tanto el éxito popular de Ocho apellidos vascos como la actual abundancia de versiones desmitificadoras sobre Euskadi y sus conflictos: de Asier y yo (Aitor Merino, 2014) a Negociador.

Borja Cobeaga, director de Negociador, zanja la función contando qué pretendía al convertir las negociaciones con ETA en chirigota costumbrista: “Mi intención no era tanto retratar la negociación en sí como reflejar lo que había vivido todos estos años en Euskadi: cómo dividíamos a la gente en función de que saludaran con ‘buenos días’ o con ‘egun on’ o que dijeran 'Euskal Herria' o 'País Vasco'. Antes de comenzar a negociar en serio se pasaron varias semanas discutiendo esos pequeños detalles del lenguaje. Las negociaciones, por tanto, fueron una versión a pequeña escala de lo que había pasado en Euskadi, con todo el mundo pendiente de qué pie cojeaba el otro, esos años en los que todos nos volvimos locos al dar demasiada importancia al lenguaje”.

Años de plomo, sí, pero también años susceptibles de ser ahora reducidos al absurdo cómico. De la bomba al drama. Y de la tregua a la comedia.

La película escándalo del último Festival de San Sebastián se llamó Lasa y Zabala. Eso sí, escándalo entre comillas: las controversias sobre ETA y el cine ya no son lo que eran desde que la banda terrorista dejó de matar. En efecto, el paso por Donosti de Lasa y Zabala no levantó el ruido de antaño. Lo mismo puede decirse de las reacciones a Negociador, comedia de Borja Cobeaga sobre las negociaciones ETA/Gobierno que generó más risas que polémica.

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