Otro entierro en falso para Lasa y Zabala
La polémica llega al Festival de San Sebastián con la fallida película de Pablo Malo sobre el asesinato de Lasa y Zabala por parte de los GAL
Jesús García García no es más que un figurante en la historia de la democracia española, pero quizás nadie resuma mejor que él nuestra crónica negra (versión cloacas del Estado). García, comisario de profesión, reactivó el caso Lasa y Zabala al identificar en los años noventa dos misteriosos cadáveres que habían aparecido enterrados en Alicante en 1985.
Quince años después, el 14 de enero de 2000, García se vio en la tesitura de tener que declarar contra el general Enrique Rodríguez Galindo y el resto de guardias civiles implicados en el primer asesinato de los GAL. Pues bien, el hombre no pudo con la presión: nada más escuchar la primera pregunta de Iñigo Iruin, abogado de las familias de Lasa y Zabala, cayó fulminado al suelo. Acababa de morir de un infarto.Toda una metáfora del soponcio sufrido por el establishment celtibérico cuando salieron a la luz los episodios más truculentos de la guerra sucia contra ETA, que ahora recrea el filmeLasa y Zabala, del director donostiarra Pablo Malo, que se presenta hoy en San Sebastián.
Si términos como "movida", "felipismo" o "Mecano" nos recuerdan la euforia de los ochenta, cualquier descripción sobre nuestra década maravillosa estaría coja sin el siguiente término: "cal viva". Dos palabras tan populares durante la caída del régimen socialista que, cada vez que las oímos, fantaseamos con escenas dantescas de tortura y asesinato. Fantasías siniestras que un filme como Lasa y Zabala atajaráde golpe: la cinta no deja nada a la imaginación. Aquí están las torturas a Lasa y Zabala en todo su esplendor/grosor y sin fuera de campo alguno.
El impacto de sus imágenes, no obstante, es relativo. Por varios motivos.
Primero, porque hablamos de uno de los episodios de los GAL más documentados; gracias a la persistencia de los familiares de Lasa y Zabala, las exclusivas periodísticas que agitaron los kioscos en los noventa y el juicio que llevó a la cárcel a Rodríguez Galindo y al antiguo gobernador civil de Guipúzcoa Julen Elgorriaga.
Segundo, porque las polémicas culturales sobre ETA ya no son lo que eran (son varios años sin muertos encima de la mesa).
Tercero, porque Lasa y Zabala, rodada mayormente en euskera, es una película fallida.
Esto último es importante a la hora de valorar la controversia generada por un filme que no se anda con rodeos en su denuncia de las políticas antiterroristas de la benemérita galindiana. En otras palabras: Lasa y Zabala es tan flojita que acaba por neutralizar el efecto político de sus imágenes.
Tras una introducción en la que se describen las horas previas al secuestro de Lasa y Zabala en Bayona en 1983, la película salta hasta final de los noventa para contar las tribulaciones del abogado abertzale Iñigo Iruin -interpretado por Unax Ugalde- durante el juicio a la cúpula de los GAL. Todo ello alternado con una serie de flashbacks erráticos sobre el secuestro, tortura y asesinato de Lasa y Zabala.
Erráticos porque van explicando anticipadamente lo que el juicio intenta aclarar, como si el director estuviera más interesado en refutar la defensa de Rodríguez Galindo y sus secuaces que en montar algo parecido a una intriga/tensión narrativa. El filme, por tanto, se dedica a describir (máscon palabras que con imágenes) lo que va a ocurrir en cada momento, y aun así lo hace de un modo bastante confuso.
El problema de las películas que no funcionan desde el principio es que al final hasta sus aciertos se acaban volviendo en contra suya. El director ha tenido la osadía de no escudarse en nombres ficticios para recrear la historia. Ya puestos a tocar el tema, lo hace con todas las consecuencias. Correcto.
Ocurre que, cada vez que abre la boca Rodríguez Galindo en el juicio, parece como si el director se hubiera inventado sus palabras para ridiculizarle, cuando resulta que todo lo que suelta el guardia civil en el filme está sacado literalmente de las actas del proceso.
Pero una cosa es que resulte totalmente alucinante escuchar a Galindo diciendo cosas del tipo “con quince hombres como los que tenía a mi cargo reconquistaríamos América del Sur” (lo crean o no, dijo exactamente eso en el juicio), y otra bien diferente que la película tenga problemas de verosimilitud hasta cuando dice la verdad. Tres cuartas partes de lo mismo pasa con el infarto cinematográfico de Jesús García García: no te lo crees, aunque pasara en realidad.
Puestos a elucubrar sobre a quién puede hacerle más pupa política Lasa y Zabala, podríamos apostar que al PSOE, dado que el filme viene a decir que la orden de activar los GAL no fue de Galindo, sino del Gobierno. Quizás esto explique que Borja Sémper, portavoz parlamentario del PP vasco,mostrarael “máximo respeto” al director tras ver el filme en un pase privado.
“Narra un hecho tremendo e inaceptable, como fue el asesinato de dos chavales que militaban en ETA. Pero echo de menos que ese reflejo de la realidad esté contextualizado”, aseguró un moderado Sémper al rotativo bilbaíno El Correo. Mucho más duró se mostró Odón Elorza, diputado socialista y antiguo alcalde de San Sebastián, que aseguró que la película es “maniquea”, “no resiste un análisis político” y “no hace justicia a la memoria de los hechos”.
Fuera como fuese, lo que vendría a ejemplificar Lasa y Zabala es nuestra escasa pericia a la hora de convertir en ficción asuntos políticos conflictivos y contemporáneos. Nueva película sobre la guerra sucia tras la bochornosa GAL (Miguel Courtois, 2006), y nuevo pinchazo. Si en GALlos héroes eran los periodistas de El Mundo, en Lasa y Zabala los héroes son los abogados de la izquierda abertzale. Pero el orden de los factores no altera el producto (revenido en ambos casos).
Jesús García García no es más que un figurante en la historia de la democracia española, pero quizás nadie resuma mejor que él nuestra crónica negra (versión cloacas del Estado). García, comisario de profesión, reactivó el caso Lasa y Zabala al identificar en los años noventa dos misteriosos cadáveres que habían aparecido enterrados en Alicante en 1985.
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