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Pero por qué le molesta tanto a la gente que le digan que beber todos los días no es normal
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Héctor G. Barnés

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Pero por qué le molesta tanto a la gente que le digan que beber todos los días no es normal

Cuando se pone en cuestión nuestro consumo alcohólico nos ponemos a la defensiva, porque es como atacar nuestro estilo de vida: los que tienen problemas son siempre los demás

Foto: Dos cañitas al día. (Reuters/Juan Medina)
Dos cañitas al día. (Reuters/Juan Medina)
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Cuando el enfermero me preguntó en el reconocimiento médico cuánto bebía le respondí que lo "normal", como en aquel artículo que publicamos hace unas semanas en el que planteaba que tal vez dos cervezas muy normal no es. Pero me interesaba saber qué considera "normal" un profesional de la medicina. La respuesta mostró lo tautológico de estos razonamientos: "De vez en cuando entonces, ¿no?", me respondió. "Sí, de vez en cuando", contesté, quedándome con la eterna duda filosófica de qué es "normal".

Sobre todo porque "lo normal, ocasionalmente" o "de vez en cuando" abarca cualquier cosa entre el alcoholismo puro y duro y la abstinencia, entre bebérselo todo y no beber nada. Esa zona gris en la que nos desenvolvemos el 87% de españoles adultos que no somos abstemios. Puede parecer sorprendente que según el Ministerio de Sanidad, los límites de consumo diario de bajo riesgo de alcohol son bastante generosos: una jarra de cerveza (500 ml) o una copa de vino (250 ml) en el caso de los hombres y una caña (250 ml) o media copa de vino (125 ml) para el de las mujeres. Parece mucho porque en realidad no significa que una jarra al día sea “normal”, como lo queremos entender la mayoría, sino que estás en el límite del problema. Y hay tantísima gente al borde de tener un problema…

Lo que más me sorprendió tras la publicación de aquel artículo fueron las reacciones enconadas que provocó sugerir que tal vez tomar dos cervezas al día no sea muy normal, aunque no pueda considerarse adicción. Es como si poner en tela de juicio el consumo de alcohol fuese poner en tela de juicio a nosotros mismos y nuestro estilo de vida. Por supuesto, no habría ocurrido nada ni remotamente parecido si se hubiese tratado de tabaco o de drogas ilegales: no es que el alcohol no haya sido demonizado, es que ha sido glorificado.

Entre otras razones, porque mueve cantidades ingentes de dinero, lo que explica que después de dos décadas de descenso del consumo de alcohol, repuntase a partir del posconfinamiento, cuando "las cañas" se colocaron en el centro de la batalla cultural. Los españoles nos gastamos cada año 9.737 millones de euros en alcohol según las estadísticas de Eurostat. Su presencia se nota por todas partes en forma de patrocinios, publicidad o mera decoración. Las marcas de tabaco han desaparecido de nuestras ciudades, pero reto al lector a que se dé un paseo por su barrio y haga recuento de todas las veces que ve el nombre o el logo de una cervecera. Se sorprenderá.

Qué peligrosa familiaridad que sea tu padre el que te dé tu primera caña

Es algo tan inserto en nuestra vida que casi todos podemos recordar cuándo bebimos alcohol por primera vez, algo que suele ocurrir en un contexto casi familiar. Por una parte, mejor descubrir la bebida aconsejado por un adulto; por otra, qué peligrosa familiaridad que sea tu padre el que te dé tu primera caña, por todo lo que ello implica. Empezar a beber sigue considerándose casi como un rito por el que hay que pasar, muchas veces vía fiestas patronales en el pueblo, como explica Jorge Matías en Vinagre (Yonki Books). Qué niño no ha visto a sus padres bebiendo y qué terrible que sea una droga familiar, y que nadie lo ponga en duda.

Aprendemos a normalizar el consumo de alcohol desde la adolescencia. Hace poco intenté pasar una tarde con una amiga intentando esquivar en la medida de lo posible el alcohol y nos resultó prácticamente imposible. Puedes ir a charlas, ver exposiciones o entrar al cine, pero tarde o temprano, cuando la oferta cultural se acaba, terminas empujado al bar, que es el único sitio donde puedes sentarte en una ciudad a echar el rato. Y como a mí no me gustan los refrescos y creo que la única alternativa saludable de verdad es el agua, terminas pidiéndote una caña porque, total, por-una-no-pasa-nada, y vuelta a empezar.

En grupo resulta aún más difícil explicar por qué no quieres beber. Si dejas de fumar te felicitan, pero hay algo sospechoso en el antiguo bebedor que deja de beber, como si sobre él planease la sospecha de que algo ha pasado. Conozco a amigos que dejaron de consumir alcohol porque ya no les apetecía o no les aportaba nada y se inventaron un falso tratamiento médico para que les dejasen en paz. El fumador está estigmatizado, pero con el alcohol los términos se invierten y se estigmatiza al que no bebe porque no es lo normal. Recuerdo la ceja levantada de mi madre cuando no me tomaba una cerveza en la comida del sábado ("¿qué pasa, tienes resaca?"), así que era más fácil beber que dar explicaciones.

Aunque cada vez hay más abstemios jóvenes (de un 51,4% a un 57,6% entre hombres y de un 24,9% al 25,9% entre mujeres desde 2010), es muy difícil serlo en ambientes de bebedores donde la presión social es elevada: cualquier grupo de personas termina más pronto que tarde en un bar. Para no beber, lo más fácil es tener amigos que no beban. Los casos que conozco en los que alguien ha dejado de beber suele tratarse de personas con una fuerza de voluntad muy potente y que han abandonado determinadas compañías cuyo único punto de encuentro era el alcohol.

Es difícil afrontar que quizá tenemos un problema mayor con la bebida de lo que pensamos porque eso supone saltar la frontera que nos separa del Otro, ese borracho que pintamos con los rasgos de un mendigo mal aseado que bebe cartones de vino en la calle y se hace sus necesidades encima. Mi abuelo siempre presumió de que no se había emborrachado jamás en la vida, y aunque no lo dudo, sí que lo vi achispado. Supongo que lo que quería decir es que nunca había perdido el control, pero el vaso de vino diario no se lo saltaba. Alcoholismo quizá no sea, pero tampoco creo que se trate de algo muy recomendable.

Estamos seguros es de que no somos alcohólicos: los alcohólicos son siempre los demás

El problema se encuentra, al igual que con todas esas cosas que perjudican nuestras vidas (de los smartphones a la comida basura pasando por el consumo abusivo de determinadas medicinas), en entender el alcohol únicamente desde el marco de las adicciones. Como recuerda el Ministerio de Sanidad en sus recomendaciones, "no existe un nivel seguro de consumo de alcohol, los riesgos sólo se evitan si no consumes alcohol2. La única opción óptima es no consumirlo en absoluto. Pero preferimos no fijarnos demasiado en esas recomendaciones y ponernos a la defensiva cuando nos sugieren que quizá bebemos mucho, porque si de algo estamos seguros, es de que no somos alcohólicos. Los alcohólicos son siempre los demás.

Siempre he pensado que esto se debe en parte a que en España "sabemos beber", una ventaja y una maldición. Salimos fuera de nuestro país y nos sorprenden los atracones que se pegan en los países escandinavos o los ingleses y olvidamos que somos uno de los países europeos con un mayor consumo de alcohol per cápita, solo superados por República Checa, Letonia, Moldavia, Alemania, Lituania e Irlanda. Bebemos mucho pero lo hacemos de forma muy distribuida y continua. Saber beber nos da esa sensación de invulnerabilidad que tiene el que "controla". Pero es ese mismo "controla" que el que coge el coche después de unas cuantas cervezas porque no va tan mal, o eso cree. A veces, es mucho más peligroso controlar que ser consciente de tus limitaciones.

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Pero yo también me pregunto cada vez con más frecuencia cómo sería mi vida si no bebiese nada de alcohol. Si me resultaría insoportable o si sería más feliz, estaría más relajado, dormiría mejor y la comida me caería mejor, si disfrutaría de una mejor salud y me costaría menos escribir un artículo como este porque me sería más fácil concentrarme. Si, en definitiva, el alcohol, aun en pequeñas cantidades, no es una muleta que causa más problemas que beneficios, aunque en el día a día esa cerveza después de salir del trabajo me parezca salvadora. Reconocer que tal vez no tenga un problema, pero sí que beber más de tres días a la semana, normal, normal, no es. Y que alguien te lo recuerde no es una acusación, es hacerte un favor.

Cuando el enfermero me preguntó en el reconocimiento médico cuánto bebía le respondí que lo "normal", como en aquel artículo que publicamos hace unas semanas en el que planteaba que tal vez dos cervezas muy normal no es. Pero me interesaba saber qué considera "normal" un profesional de la medicina. La respuesta mostró lo tautológico de estos razonamientos: "De vez en cuando entonces, ¿no?", me respondió. "Sí, de vez en cuando", contesté, quedándome con la eterna duda filosófica de qué es "normal".

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