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Cómo nos gusta romantizar la pobreza en la juventud
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Israel Merino

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Cómo nos gusta romantizar la pobreza en la juventud

Los chavales estamos hartos de que nos respondáis, cuando decimos que estamos cansados de vivir en la mierda, que trabajemos muy duro para conseguir el chalé y la tele y el biplaza

Foto: Un manifestante argentino se salta el metro en Buenos Aires. (EFE/Stinger)
Un manifestante argentino se salta el metro en Buenos Aires. (EFE/Stinger)
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No soy mucho de oír canciones viejas, pero escuché el otro día el Cuando era más joven de Sabina —un temazo, todo sea dicho— y sentí un escalofrío en el centro de la garganta: todo lo que cuenta es horrible, yo no quiero una juventud como la que él relata.

Hablaba también, esto hace tiempo, con mi colega Álvaro, quien es instalador de alarmas —a comisión, ya os podréis imaginar— en una empresa de seguridad. Me contaba Álvaro que estaba quemadísimo, mucho, y que no veía visos de mejorar; que se mataba a currar una barbaridad de horas, había semanas que echaba más de 60, y sentía que nada mejoraba.

Por más que se dejaba los nudillos y la garganta rezando para llegar a comisionar, nada de lo que hacía tenía resultado, pues por mucho que consiguiera su sueldo y sus extras en negro, no lograba salir de la pobreza; era un túnel sin salida, una pared blanquísima y plagadísima de gotelé contra la que no podía hacer otra cosa que estallarse la cabeza.

Aun así, lo que más le quemaba a Álvaro no era su situación como tal, sino cómo se la tomaban sus padres y conocidos. Cuando explicaba, sobre todo a sus amigos más mayores, que se dejaba los cuernos trabajando de sol a sol para no conseguir más que una habitación ridícula en el pasillo izquierdo de un piso mohoso a tomar por culo del centro de la ciudad, los colegas mayores no solo no se compadecían de él, sino que romantizaban la situación.

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Romantizaban a la vez su pobreza y sus ganas; su energía y su determinación; sus horas de más y sus noches sin dormir, pensando en la cuenta vacía por culpa del casero. Romantizaban, en fin, su juventud y su veintena y su pecho durísimo, pero también su determinación por salir de esa situación, cuando hay muchas probabilidades, no nos engañemos, de que Álvaro nunca salga de ese atolladero.

Esto que cuento no solo le pasa a él, sino que también lo siento yo: cada vez que le lloro a un familiar o amigo más mayor – todos tenemos derecho a desahogarnos, no me saquéis tan pronto la excusita de la generación de cristal – con la situación en la que vivo, pagando un dineral abusivo por un piso asqueroso y empezando la cuesta de enero el día 15 de cada mes, no solo me contesta diciendo que es una fase de la que ya saldré, sino que lo romantiza.

"Al igual que en la canción de Sabina, asocia no tener más que cuatro macarrones desperdigados por la alacena con ser joven"

Lo romantiza porque asocia la pobreza, que ahora llamamos precariedad porque en el fondo nos jode mucho sabernos pobres, con la juventud pasada que vivió; al igual que en la canción de Sabina, asocia no tener más que cuatro macarrones desperdigados por la alacena con ser joven, como si esto fuese una etapa de la que se sale por ley natural.

En muchas novelas y películas, este tema es muy recurrente. Es muy habitual toparnos con un protagonista, normalmente rubio y con unos abdominales para perderse — ya me diréis cómo, si el tipo no entrena y come todos los días pasta con tomate—, que sobrevive con las cuatro perras que se saca de su trabajo precario, ya sea como repartidor de pizzas o dependiente de un bazar o aprendiz de mecánico, mientras compone su primera obra magistral, esa novela o ese disco que le hará rico y exitoso.

Foto: Bloque de pisos en Carabanchel, Madrid. (Europa Press/Diego Radamés)
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Este arquetipo de protagonista suele vivir en el centro de ciudades molonas, como París o Nueva York o Berlín, en infraviviendas con moho en las paredes a las que llama estudio; sin embargo, hay una cosa que suele atravesar la vida de todos estos jovencitos: son felices.

A pesar de las circunstancias económicas en las que viven, todos ellos son profundamente felices porque son jóvenes y tienen energía, y pueden escribir sin dormir y trabajar sin cansarse y empalmar enfarlopados y no preocuparse demasiado por el 2x1 del supermercado; y yo, no os voy a engañar, algunas veces me he visto reflejado en esa energía y vitalismo, sin embargo, no soy para nada feliz con la situación material en la que vivo. Ni yo, ni ningún joven, vaya.

"No soy para nada feliz con la situación material en la que vivo. Ni yo, ni ningún joven, vaya"

Toda esa idea de la pobreza de la juventud como algo pasajero, como algo propio de la edad, es una mentira construida por escritores cuyos padres tienen seis gasolineras en la provincia de Toledo; es una mentira construida para autojustificarse, para convencerse de que los demás tienen las mismas condiciones que ellos y saldrán algún día del estudio con humedades.

Los chavales estamos hartos de ser pobres y no tener dinero ni para comprar un desatascador en los chinos cuando se nos atranca la ducha; los chavales tenemos ansiedad, muchísima, y vemos cómo empezamos a trabajar tempranísimo, cuando tenemos edad legal para votar en España y no en Estados Unidos, y tras siete años partiéndonos la espalda no tenemos ahorros ni para sobrevivir tres meses en paro.

Foto: Ilustración: EC Diseño.

Hay un ensayo brutal de Remedios Zafra, se llama El Entusiasmo, que explica cómo toda esta energía de la juventud es pasajera, pero no la frustración que se nos graba a fuego cuando pasan los años y todo sigue como el primer día; cuando ya no tenemos la misma fuerza que al principio, pero sí el mismo dinero en la cuenta corriente. (¿Qué es una cuenta de ahorros? Esa vaina suena a ciencia ficción).

Los chavales estamos hartos de que nos respondáis, cuando decimos que estamos cansados de vivir en la mierda, que trabajemos muy duro para conseguir el chalé y la tele y el biplaza, pues ya lo estamos haciendo, ya estamos trabajando durísimo, y no conseguimos ni el piso ni el monitor ni el cochecito de segunda mano. Estamos hartos de esta romantización de la pobreza, de que estéis tan convencidos de que nos gusta vivir así a cambio de la energía, cuando la energía se agota rápido si vives así.

Sabina no tiene razón al romantizar la pobreza de la juventud en Cuando era más joven, quien la tiene es Cruz Cafuné, en How does it feel, cuando canta que lo que realmente queremos es paz, lujuria y opulencia. Nada más.

No soy mucho de oír canciones viejas, pero escuché el otro día el Cuando era más joven de Sabina —un temazo, todo sea dicho— y sentí un escalofrío en el centro de la garganta: todo lo que cuenta es horrible, yo no quiero una juventud como la que él relata.

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