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De Móstoles a la Riviera. Cómo estos tres 'mediocres' volvieron a hacer radical la música electrónica
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De Móstoles a la Riviera. Cómo estos tres 'mediocres' volvieron a hacer radical la música electrónica

Charlamos con el trío VVV (Trippin' You) en vísperas de su concierto más importante sobre las ideas que se desprenden de su último disco, 'Vaciador', con el que abrazan un nuevo sentido de lo colectivo

Foto: De izquierda a derecha, Salvi, Elinor y Adri. Radicales, electrónicos y mostoleños. (E. Z.)
De izquierda a derecha, Salvi, Elinor y Adri. Radicales, electrónicos y mostoleños. (E. Z.)

23 de agosto de 1994. El dúo de música electrónica The KLF, conformado por Bill Drummond y Jimmy Cauty, quema un millón de libras esterlinas en un cobertizo perdido de Escocia. El acid house había frito el cerebro a miles de ciudadanos de las Islas Británicas en raves de polígonos industriales. Era la época dorada de la música electrónica en Reino Unido y la performance de Drummond y Cauty marcaría un hito tras tantos años de vanguardia sonora y vivencias en torno a la pista del baile. Ese mismo año se promulgó la famosa Ley de Justicia Penal y Orden Público para perseguir y reprimir toda fiesta colectiva, lo que sirvió para criminalizar el techno y sus infinitos derivados. Mientras tanto, en España sucedía algo parecido. Valencia era el epicentro de la ruta del bakalao, y todavía figuran noticias de cómo el secretario de Estado para la Seguridad, en aquel momento el socialista Rafael Vera, pedía que se aplicara "con rigor" la ley Corcuera para frenar el consumo y tráfico de estupefacientes en fiestas ilegales, entre otros tantos desórdenes públicos provocados por una turba de jóvenes desarraigados.

Han pasado exactamente 30 años desde aquella performance de Drummond y Cauty. Treinta años en los que la música electrónica ha evolucionado muchísimo en forma y contenido, pero en los que poco a poco se ha despojado de su actitud contestataria, quedando relegada a un mero hilo contextual en fiestas y festivales. Con los 2000, el techno se convirtió en un género de masas apto para todos los públicos, sobre todo desde la irrupción de la electronic dance music (EDM) más comercial, que estandarizó una producción en masa sin originalidad ni sentido político. Sería muy difícil encontrar a una sola persona en el planeta, o al menos en su lado más occidental, que no haya escuchado en su vida a David Guetta.

Sin embargo, los fantasmas siempre vuelven. Las corrientes artísticas subversivas regresan, sobre todo, cuanto más difícil resulta desasirse del collar del amo. Aquellos jóvenes valencianos e ingleses nunca, por ejemplo, tuvieron que vivir una época de recorte de libertades civiles como la que experimentamos recientemente durante la pandemia. Y eso, poco a poco, acaba haciendo mella. En un contexto de crisis consecutivas de todo tipo (sanitarias, mentales, sociales, económicas), los jóvenes de hoy en día han encontrado una forma de dar sentido de ese malestar (o, incluso, celebrarlo). Y, por fortuna o desgracia, esa fórmula sigue siendo matarse a bailar.

placeholder VVV (Trippin You) en una imagen promocional. (Helsinki Pro)
VVV (Trippin You) en una imagen promocional. (Helsinki Pro)

El colectivo artístico que mejor representa ese revivir del techno más contestatario en la actualidad es el grupo madrileño VVV (Trippin' You), conformado por Adrián Bremmer, Salvi y Elinor, tres jóvenes que rechazan categóricamente el estilo panfletario de la música protesta, pero que en sí mismos y en su discurso reúnen una actitud política ante el contexto histórico en el que estamos mucho más agitadora de lo que pudiera parecer. Al fin y al cabo, todo parecía estar dicho: hablar de desigualdad económica, precariedad, generaciones 'sin futuro' y barrios gentrificados con un poso crítico resulta un cliché. Hay que cambiar el foco hacia lo personal, que ahora se ha vuelto más político que nunca: cómo y con quién te relacionas, a quién amas y a quién odias, qué espacios decides habitar, cuáles son tus expectativas, tus fobias y manías, el carácter con el que tratas a los demás o a ti mismo.

Su álbum más "político y esperanzador"

Todo ello está presente en sus letras en las que se celebra ese malestar superlativo, a veces nihilista y autodestructivo, pero en último término liberador. Ya lo decía Walter Benjamin, a quien hacen un guiño en el single de presentación de su nuevo disco, El ángel de la historia: el ser humano sigue siendo ese animal que ve su propia destrucción como un "goce estético de primer orden". Tras cuatro discos publicados, el estilo de estos tres 'mediocres y agresivos' ha avanzado desde un pospunk con toques electrónicos al breakbeat más poligonero que asentaron con su obra magna, Turboviolencia (Helsinki Pro, 2021), el cual les abrió a un público mayor. Ahora vuelven a reeditar su éxito con Vaciador, publicado a finales del año pasado, y aunque sigue estrechamente la senda nihilista de sus predecesores, este álbum, afirman "es el más político y esperanzador" que han hecho hasta la fecha.

La causa está en el homenaje que hacen al que fue su espacio de formación, Vaciador 34, un centro social en el corazón del barrio madrileño de Carabanchel que estuvo en activo desde 2009 hasta 2020. Allí aprendieron a pinchar música, a tender relaciones que duraron para siempre y a forjar esa voluntad artística que les ha llevado a llenar salas de toda la geografía española (y también de países como México o Colombia, donde el año pasado triunfaron por todo lo alto). Hoy se estrenan por primera vez en La Riviera, la sala de conciertos de la capital en la que las bandas españolas más ambicionan tocar junto con el WiZink, lo que sin duda significará uno de los puntos álgidos de su carrera.

"La idea de dejarlo vino del agotamiento. Hemos girado muchos fines de semana, lo único que quería era volver a quedar con mis amigos"

"No, la verdad es que no estoy nervioso, hace mucho que no me pongo nervioso por un concierto", nos dice Adri, el frontman de la banda, dos días antes del concierto de esta noche, en los locales de ensayo Tablada 25 del barrio de Tetuán. "Lo único, tengo ganas de que se pase lo antes posible". Elinor llega a los pocos minutos cargada con un teclado y una guitarra al hombro. "A mí me hace ilusión más por la gente que quiero y que va a estar en el público que por el recinto en sí, hace tiempo que no tocamos en Madrid", confiesa. Salvi, por su parte, admite que ya tocaron en la sala de conciertos en 2021 con la banda valenciana La Plata (muy cercana a ellos en cuanto a estilo), solo que "era para gente sentada y con aforo reducido". En cualquier caso, los tres coinciden en quitar hierro al asunto de tocar en La Riviera, reconociendo que no se sienten ni mucho menos especiales. "Va a ser emocionante", reconoce Elinor, "creo que le hace más ilusión a mi padre que a mí".

Turboviolencia y drogadicción

Hace un tiempo, subieron a las redes un emotivo vídeo de promoción para el concierto con recuerdos e imágenes del pasado, insinuando una hipotética disolución. "No, para nada... Bueno, no lo sé", duda Adri. "Llevamos mucho agotamiento encima, hace unos meses te diría que sí, pero ahora me vuelvo a encontrar con fuerzas. No sabemos lo que pasará en el futuro, depende mucho de las circunstancias de cada uno". Estas palabras, que denotan una posible desafección hacia el proyecto, son el resultado de la precariedad a la que se ven abocadas la mayor parte de las bandas alternativas en España en plena era del streaming. No solo ellos, sino decenas de agrupaciones musicales jóvenes que sacrifican muchísimo dinero y horas de su tiempo libre para hacer algo que en ocasiones "se paga con unas cervezas", además de las dificultades para conciliarlo con el resto de su vida. "Llevábamos muchos fines de semana seguidos girando y estábamos agotados, lo único que quiero es volver a quedar con mis amigos un fin de semana", sentencia el cantante.

"La gente piensa que nos drogamos todo el tiempo, pero en esta gira nos hemos pasado la mayor parte de los conciertos bebiendo agua"

De hecho, esa 'turboviolencia' es el término que les sirve para sintetizar el malestar juvenil y adolescente ante tanta precariedad y promesas rotas. Incluso, como reconocía Salvi en otra entrevista, la propia fiesta, que en los tiempos de KLF fue sinónimo de diversión, también se acabó convirtiendo en una jaula de ansiedad, sobre todo a raíz de la pandemia. "El ocio no nos llena", reconoció, algo que se ve en su relación con las drogas y la apología directa que hacen en sus letras. "La gente se piensa que nos drogamos todo el tiempo, pero en esta gira nos hemos pasado la mayor parte de los conciertos solo a agua", asegura el bajista, que ahora confiesa ser aficionado a una práctica tan sana como la calistenia. "Hubo una época en la que sí que estaban muy presentes, pero al final solo las usábamos para aguantar, y eso es terrible. Desde hace un año y medio, estamos muy tranquilos, las hemos sustituido por el deporte, los tres somos muy deportistas".

"La cultura del 'rock and roll' lleva a la gente a pensar que los músicos somos viciosos, pero en realidad la adicción se da en cualquier oficio"

Elinor, que se dedica profesionalmente a la psicología, admite que la única droga que ha tomado en su vida ha sido el alcohol. "Es que esto es un trabajo", asegura. "Al principio, cuando empiezas a dar conciertos, te emborrachas con suma facilidad, porque la música está muy asociada a la fiesta, pero si como nos ha pasado a nosotros esto se acaba convirtiendo en un trabajo, no puedes vivir de esta manera, tienes que rendir, ya que surgen muchos bolos consecutivos". Salvi achaca la culpa a "la cultura del rock and roll" que lleva a pensar que "los músicos somos viciosos de por sí", pero en realidad "la adicción a las sustancias se da en todos los oficios, aunque sea solo el alcohol, que parece que es inofensiva, pero es de las más destructivas que hay".

Huyendo del neobakala

Si hablamos de drogas, es imposible no hacerlo de salud mental, otro de los temas estrella en sus letras. "Yo creo que hay que normalizar la salud mental, los amores tóxicos y la adicción, para que la gente no sepa que está sola", afirma Elinor. "Aunque sea una relación de gran dependencia emocional por tu pareja, todo influye, y estoy a favor de hablar de todo lo posible sobre estos temas. A veces se glamuriza o se flivoriza con los problemas psicológicos, y eso no está bien". Al final, parece que VVV han acabado por renegar de sí mismos y de lo que dicen sus canciones, alejándose de los tópicos en los que cae una banda que hace techno industrial de beats potentes y letras incómodas. De ahí que se hayan intentado desprender tanto de la etiqueta "neobakala" con la que empezaron a cosechar éxito. Ahora, prefieren denominarlo como "electrónica radical mostoleña", y aunque de alguna forma hayan aflorado conjuntos musicales similares en los últimos años (ahí tienen a los Nerve Agent), de alguna forma han decidido caer en sus propias contradicciones y "morir matando", como reza el estribillo de su tema "KLF", en honor a Drummond y Cauty,

Para ellos, lo mejor después de todos estos años, es la gente a la que han tenido la oportunidad de conocer. "Sin duda alguna, la música te permite llegar a personas geniales y maravillosas", sentencia Adri. Al igual que las que conocieron en Vaciador 34 y a las que rinden homenaje en este nuevo álbum. "Creo que ya no ahondamos tanto en el nihilismo ni la autodestrucción como en nuestros anteriores álbumes", agrega el vocalista. "Se podría decir que es nuestro álbum más esperanzador, abraza lo colectivo". Como reza el texto promocional de Vaciador: "Ahora somos otras personas. Ni mejores ni peores, pero lo que es seguro es que nos aburrimos más, lloramos peor y besamos distinto".

23 de agosto de 1994. El dúo de música electrónica The KLF, conformado por Bill Drummond y Jimmy Cauty, quema un millón de libras esterlinas en un cobertizo perdido de Escocia. El acid house había frito el cerebro a miles de ciudadanos de las Islas Británicas en raves de polígonos industriales. Era la época dorada de la música electrónica en Reino Unido y la performance de Drummond y Cauty marcaría un hito tras tantos años de vanguardia sonora y vivencias en torno a la pista del baile. Ese mismo año se promulgó la famosa Ley de Justicia Penal y Orden Público para perseguir y reprimir toda fiesta colectiva, lo que sirvió para criminalizar el techno y sus infinitos derivados. Mientras tanto, en España sucedía algo parecido. Valencia era el epicentro de la ruta del bakalao, y todavía figuran noticias de cómo el secretario de Estado para la Seguridad, en aquel momento el socialista Rafael Vera, pedía que se aplicara "con rigor" la ley Corcuera para frenar el consumo y tráfico de estupefacientes en fiestas ilegales, entre otros tantos desórdenes públicos provocados por una turba de jóvenes desarraigados.

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