Es noticia
Por qué mentir conduce al éxito y nos pasamos la vida actuando sin saberlo
  1. Alma, Corazón, Vida
Las teorías de Erving Goffman

Por qué mentir conduce al éxito y nos pasamos la vida actuando sin saberlo

Repasamos los planteamientos del sociólogo sobre el carácter teatral que tiene la experiencia humana y los comparamos con los de un escritor que comprendió que la mentira conduce al éxito, y luego te destruye

Foto: Erving Goffman (Fuente: Universidad de Edimburgo)
Erving Goffman (Fuente: Universidad de Edimburgo)

Si te espera una mañana gris haciendo gestiones en un banco, posiblemente llegues allí perezoso y sin ganas, pero acabes actuando como la persona que va a un banco a hacer gestiones (es decir, con una actitud seria y atenta). Si vas a un concierto y no te gusta demasiado, pero a tu acompañante sí, lo más seguro es que como mínimo hagas ese movimiento rítmico de pierna o cabeza, haciendo como que estás conectando con la música. Si, por último, tu pareja te invita a cenar a algún restaurante, posiblemente entres en ese mood tan característico de la gente que tiene citas románticas en restaurantes: hablaréis de vuestra relación, vuestros planes de futuro y de lo que esperáis el uno del otro de una manera apasionada y relajada.

Todo esto parece, a simple vista, evidente. Sea como sea, los seres humanos vamos por ahí metiéndonos en situaciones que nos pueden gustar más o menos, pero en las que, en cualquier caso, ponemos un mínimo de nuestra parte para experimentarlas. La propia raíz etimológica de "experimentar" se relaciona con el acto de atravesar, 'per-ire', por lo que no deberíamos ver nuestro paso por estas situaciones como si fuéramos un sujeto pasivo. Desde que te levantas hasta que te acuestas, estás tomando decisiones, la mayoría de ellas inconscientes y otras tantas más por presión social, de ahí que en ocasiones te plantees la duda de si realmente tus acciones nacen de una elección verdaderamente propia y auténtica, o en realidad tan solo vamos por ahí amoldándonos a lo que hay a nuestro alrededor.

placeholder Fuente: iStock
Fuente: iStock

Antes de caer en debates sobre la voluntad humana y sus fuerzas, podríamos ser más prácticos y reducir todas nuestras interacciones sociales a un simple balance de intereses y, en último término, al noble acto de interpretar un papel concreto en cada situación, lo cual podría parecer un poco tramposo, pero a fin de cuentas es lo que hacemos todos. Visto de otro modo, cuenta más lo que hacemos y decimos que lo que somos. En realidad, somos meros actores que van pasando por distintos decorados, entrando y saliendo de escena cuando alguien nos interpela, creando poco a poco un personaje a nuestra medida y a la de los demás. Solo en pequeños ratitos podemos salir de esos escenarios (un trabajo, una familia, un centro educativo...) para ser nosotros mismos de verdad.

Goffman pensaba que las personas que más saben actuar en los escenarios sociales eran quienes tenían más oportunidades de cosechar éxito en sus metas

Esta teoría es la que desarrolló con sumo acierto Erving Goffman, autor de La presentación de uno mismo en la vida cotidiana (1956), el cual emprendió un estudio durante varios años del comportamiento humano en distintos contextos sociales, llegando a la conclusión de que hay un trasfondo "dramatúrgico" en nuestras acciones. No hace falta actuar como un mentiroso despiadado, tan solo basta con respetar lo que él llamaba "orden de interacción", inspirándose en el mundo del teatro: cómo, cuándo y por qué reaccionar ante determinados ambientes o contextos sociales.

Cuando la mentira se da por hecho, y está bien

Un "orden de interacción", sin embargo, es discriminatorio debido a que ordenamos nuestra vida social basándonos en unos prejuicios bien consolidados. Si, por ejemplo, vamos en transporte público y a nuestro lado hay desconocidos, lo más natural será dirigir la mirada brevemente hacia ellos, reconociendo su presencia sin querer entrar en más detalles como para preguntarles qué hacen o a dónde van. En cambio, si nos encontramos con un mero conocido, con el que tenemos una conexión emocional débil, la necesidad de intervenir se hará más evidente. En cualquier caso, las normas sociales implícitas nos motivan a saludar a ese conocido, aunque no queramos hacerlo porque tenemos un mal día o no nos interesa su vida y, a la par, marginar a ese desconocido porque interpretamos que sería incómodo hablar a alguien a quien no conoces de nada desde cero.

Cuando mentimos bien y cuela, nos confiamos más, pensando que si nos ha salido bien una vez, puede suceder lo mismo en una segunda

Ese "orden de la interacción" acaba convirtiéndose en una especie de representación global que atiende a una serie de rituales. Imagina otra situación: estás en casa de un amigo que te ha invitado, pero quieres irte. En lugar de serle sincero y herir sus sentimientos, alegando que te quieres ir ya, puedes recurrir a una frase hecha que denote que te tienes que largar para que el otro sea consciente, con plena confianza, de que tu intención es marcharte, pero no quieres resultar descortés. Los dos implicados en esa situación saben que están moviéndose en papeles sociales: uno no quiere resultar descortés por manifestar que se quiere ir ya y el otro, aun sabiendo que se trata de una pose, da por hecho que lo que el otro dice es verdad, siguiéndole el rollo aunque sepa que es mentira.

En este sentido, Goffman pensaba que las personas que más se saben mover por cada uno de esos escenarios de la vida en sociedad eran quienes tenían más oportunidades de cosechar éxito en sus metas, sean las que sean. Y, por otro lado, aquellas que no eran capaces de ceñirse al papel, eran las que corrían el riesgo de ser silenciadas, apartadas o estigmatizadas. Las reflexiones del psicólogo acaban por refrendar la frase de Shakespeare de ver el mundo como un gran teatro y han sido aplicadas por otros tantos pensadores, como Michel Foucault, quien extendió esa noción de escenario teatral a los dispositivos de vigilancia institucional y biopolítica (cárceles, hospitales, familia...).

Foto: Los acumuladores de orgón que inventó para extraer las energías negativas. (FDA)

Ahora bien, las teorías de Goffman pueden parecer muy obvias para nuestros días. Al fin y al cabo, todo el mundo sabe que la mayor parte de las cosas que decimos o hacemos no son verdad y tienen un propósito oculto. Al vivir en la era de las redes sociales, es fácil percibir cuándo los individuos están actuando según un interés personal y no de acuerdo a unos principios o a lo que de verdad piensan o dicen. A veces, muchos de ellos se mueven por un instinto mimético, asimilando opiniones o comportamientos que son de otros por no quedarse fuera o porque sienten cierta admiración hacia ellos.

Toda la vida siendo un fraude

A comienzos del milenio, escritores posmodernos como David Foster Wallace se obsesionaron con la mentira, viendo su lado más dramático. Su célebre relato 'El neón de siempre' de la colección Extinción, puso de manifiesto el malestar del individuo frente a ese constante uso de la mentira como forma de legitimación personal o social. En dicho relato, el narrador exponía que el día que descubrió que podía mentir, cuando era un niño, sintió que accedía a una fuente de poder que nunca antes había considerado. Al fin y al cabo, cuando mentimos bien y cuela, nos confiamos más, pensando que si nos ha salido bien una vez, puede suceder lo mismo en una segunda, una tercera y más allá. Y, si de repente un día descubres, como el protagonista del relato, que te has pasado toda la vida mintiendo para conseguir el éxito social, personal o profesional...

Estamos tan acostumbrados a proyectar una imagen de éxito de nosotros mismos que damos por normal que nuestro triunfo en la vida dependa de nuestra imagen social

"Toda la vida he sido un fraude. No estoy exagerando. Casi todo lo que he hecho todo el tiempo es intentar crear cierta imagen de mí mismo a los demás. La mayor parte del tiempo para caer bien o para que me admiraran". Así arranca dicho relato, en el que la mentira que describía Goffman adquiere un tono más privado y existencial, más amargo: ya no tiene que ver tanto con el papel social que adoptamos y las repercusiones que pueda tener, sino con una mentira que se ha hecho tan grande que colapsa todo intento de reconocimiento de uno mismo.

La culpa, sin embargo, no radica en el individuo, sino que el autor utiliza este monólogo (que, por cierto, concluye en el suicidio) para superar la ironía posmoderna que se había adueñado de todos los productos culturales de los años 90, sobre todo en la televisión estadounidense. Wallace demostró que para triunfar en el capitalismo tardío lo único que había que hacer era ser un experto mentiroso, crear una imagen de uno mismo que hablara mucho más que sus hechos, sus palabras o sus principios.

Foto: Foto: iStock.

Estas ideas, si las trasladamos al presente, toman más relevancia que nunca, ya que a día de hoy muchas empresas, sobre todo de los sectores creativos, escogen o rechazan candidatos basándose en el perfil que tengan en redes sociales. Estamos tan acostumbrados a proyectar una imagen de éxito de nosotros mismos que damos por normal o evidente nuestra idea del éxito: vale más una buena imagen social, traducida en un buen número de seguidores que interaccionan con cada post o contenido, que cualquier cosa trascendente que hagas. Si no lo cuentas, sea verdad o mentira, no existes.

Si te espera una mañana gris haciendo gestiones en un banco, posiblemente llegues allí perezoso y sin ganas, pero acabes actuando como la persona que va a un banco a hacer gestiones (es decir, con una actitud seria y atenta). Si vas a un concierto y no te gusta demasiado, pero a tu acompañante sí, lo más seguro es que como mínimo hagas ese movimiento rítmico de pierna o cabeza, haciendo como que estás conectando con la música. Si, por último, tu pareja te invita a cenar a algún restaurante, posiblemente entres en ese mood tan característico de la gente que tiene citas románticas en restaurantes: hablaréis de vuestra relación, vuestros planes de futuro y de lo que esperáis el uno del otro de una manera apasionada y relajada.

Psicología Psicología social
El redactor recomienda