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Nunca más solos: la solución filosófica al problema del FOMO
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"ELEGIR ES RENUNCIAR"

Nunca más solos: la solución filosófica al problema del FOMO

Hablamos con un psicólogo y repasamos algunas nociones filosóficas para desentrañar por qué este problema es uno de los mayores males de nuestra época y cómo combatirlo

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Estás en una fiesta. Acabas de llegar y saludas a las personas con las que compartirás la velada. De pronto, un amigo tuyo muy cercano te manda un mensaje y te avisa de que él y otros tantos están en la otra punta de la ciudad, a punto de entrar en una discoteca. Que te vengas. Hay un montón de gente preguntando por ti. A los pocos minutos, recibes otro mensaje en tu móvil. Esta vez es una imagen en la que se ve a tus nuevos compañeros de trabajo, quienes por fin han decidido salir esa noche a bailar. Menudo dilema. Estás en la casa del primero, pero resulta que tu amigo de la infancia ha reunido a los imprescindibles y por otro lado, resulta que por fin se han decidido a salir tus colegas del curro, y además entre ellos está la persona que te gusta.

Los humanos somos seres peculiares. Los de nuestro siglo, al menos, sienten más que nunca la necesidad de ir a ese lugar en el que "todo pasa". La clave es estar donde hay que estar, vivir la experiencia más grata y auténtica que se nos presente. A diario, tomamos decisiones sobre dónde queremos estar y con quién, trazamos planes a corto, medio y largo plazo y todo con tal de recordar: "¡Qué bien estuvo! ¡Cómo nos lo pasamos!". Nos comprometemos con gente. Hay un deseo implícito de querer estar juntos. Pero cuando ese deseo tiene competidores o no se ve satisfecho, tendemos a sentirnos insignificantes, minúsculos. Si pudiésemos estar en otro lugar, con otras personas... Sabemos que iríamos corriendo hasta allí para luego querer partir a otro sitio mejor, a cualquier otro. Y vuelta a empezar. Además, en la era del teléfono móvil, basta con darle a un botón para sumergirnos en la experiencia ajena. ¡Qué lástima no estar allí!

"Si algo aprendí en la cuarentena es a darme cuenta de cómo el FOMO estaba arruinando mi vida. Fue un gran alivio: allí estaba yo, más libre que nunca"

Marzo de 2020. Todos confinados. Cada uno de nosotros recluidos en su espacio personal, combatiendo la ansiedad de no poder salir libremente a la calle ni saber cuándo volveríamos a ver a nuestros familiares, amigos y conocidos. El mundo físico, de pronto, quedó paralizado. En redes sociales, donde todo pasaba, se produjo un fenómeno de reciclaje de contenidos. Plataformas como Instagram, un catálogo infinito de experiencias inolvidables, se llenaron de fotos de vacaciones pasadas, aventuras únicas y momentos extraordinarios antes de que todo estallara. Había que seguir alimentando la máquina como fuera. Añoranza de las fiestas de verano y viajes al fin del mundo con nuestros seres queridos. Con 'los-que-más-quiero'. De pronto, nada. Huida a la videollamada y al teléfono móvil. Donde todo pasaba.

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Cuando hablamos de FOMO, el famoso 'miedo a perderse algo', generalmente se asocia a sufrir adicción al teléfono móvil. Pero, en realidad, este problema psicológico (que no trastorno, como veremos más tarde) tiene un trasfondo filosófico que va más allá de nuestra condición tecnológica. Incluso, ya había FOMO antes de la invención de las nuevas tecnologías, aunque quizá no estaba tan acentuado. Como su propio nombre indica, radica en la frustración de no estar en el lugar en el que deberíamos estar. En la cuarentena, los planes cesaron de pronto y todos tuvimos que quedarnos en casa. Y muchos, a pesar del drama sanitario o del confinamiento, respiraron aliviados.

El FOMO sin Facebook ni Instagram

"Si algo aprendí en la cuarentena es a darme cuenta de cómo el FOMO estaba arruinando mi vida. De repente, los planes, las reuniones y los eventos se evaporaron. Fue un gran alivio: allí estaba yo, paradójicamente libre cuando más privada estaba de planes y opciones a elegir". Esta confesión es de Jeanne Proust, profesora de Filosofía de la Fordham University, quien ha escrito un inspirador texto en 'Noema Magazine' en el que aborda este trastorno psicológico en primera persona y desde un punto de vista filosófico. Como ella, seguramente muchas personas se sintieron identificadas y, al recuperar la normalidad tras la pandemia, hayan tenido que volver a enfrentarse a un mal conocido: el hecho de tener que decidir constantemente qué hacer con el tiempo o, en su defecto, lamentar no haber decidido bien.

"El FOMO se debe a no ser capaces de valorar lo que tenemos, a no enfocarnos en el momento en el que estamos y la gente con la que lo compartimos"

Proust nunca tuvo cuenta en Facebook o Instagram. "Veo el FOMO como un eco de un enigma existencial relacionado con una profunda sensación de irresolución frente a la miríada de los caminos posibles que puede tomar nuestra vida", asevera. "Se manifiesta como una parálisis inquietante que para mí siempre ha sido una gran fuente de sufrimiento. Mi incertidumbre patológica fue la razón por la que elegí estudiar filosofía: no sabía que otra carrera estudiar. No fue porque no fuera buena en ello o no me interesaran otras materias, sino que tener que elegir una lo veía como un sacrificio desalentador". Y cita al escritor André Guide: "elegir es renunciar". Cuando estás en un sitio, no estás en otro.

Una mala comparación constante

No nos podemos doblar en el espacio ni en el tiempo. Aunque la tecnología pueda llegar a mitigar esa frustración, de ahí la relevancia que tiene el elemento del teléfono móvil en el FOMO (chats, videollamadas...), los minutos y segundos se suceden y solo podemos habitar un cuerpo que a su vez solo puede permanecer en un lugar físico determinado. Ahora bien, ¿cómo se podría definir el FOMO desde la perspectiva psicológica?

"La etimología de 'experiencia' se relaciona con el acto de atravesar. Solo al atravesar las experiencias de la vida, uno se convierte en experto"

"Más que una insatisfacción por no poder estar en varios planes a la vez, el malestar se debe a una comparación excesiva", explica Enrique Carravilla a este diario, psicólogo miembro de la comisión de las TIC del Colegio Oficial de Psicólogos de Castilla y León (COPCyL), quien además redactó un trabajo de investigación sobre este problema psicológico, que no trastorno. "El FOMO se debe a no ser capaces de valorar realmente lo que tenemos", sintetiza. "En no poder enfocarnos en el sitio y el tiempo en el que estamos y la gente con la que compartimos ese momento. Aunque tus planes sean buenos, acabas obsesionado con la idea de que te has equivocado en tu decisión. No es un trastorno, aún no está recogido su diagnóstico y tratamiento en los manuales de psicología, pues es un fenómeno muy moderno y contemporáneo del que no se ha visto todavía un impacto total en la vida psicológica de las personas. Desde mi punto de vista, creo que la patologización no es buena".

Foto: ¿Pertenecemos al tejido informático de nuestro mundo? (iStock)

Hay dos fenómenos psicológicos que intervienen, apunta Carravilla. Por un lado, la disonancia cognitiva, la cual representa esa tensión o conflicto entre dos ideas que tenemos en la cabeza, en este caso planes que hacer. "Cuando te comprometes con algo, tratas de reasegurarte de que has hecho lo correcto haciendo una balanza entre lo bueno y lo malo", señala el psicólogo. "La disonancia cognitiva se produce cuando este 'reaseguramiento' falla y no podemos parar de pensar en que nos hemos equivocado".

Y, en segundo lugar, hay un desequilibrio en el balance decisional, que surge en aquellos a los que "les cuesta mucho tomar decisiones, generándoles mucha ansiedad y malestar el hecho de haber tenido que decidirse por una opción". Entonces, el último paso es caer en una espiral de malos pensamientos y actitudes negativas, como bien pueden ser revisar constantemente las redes sociales o el teléfono móvil para autoboicotearte y corroborar que, efectivamente, no estás donde deberías estar.

En busca de una experiencia ideal

Por tanto, teniendo en cuenta estas dos definiciones, la filosófica y la psicológica, y tomando el ejemplo antes expuesto de aquellas personas que como Proust sintieron cierto alivio con la cuarentena al parar la maquinaria de la decisión, cabría reflexionar a un nivel profundo sobre la idea de experiencia que es, al fin y al cabo, el motor y lugar en el que se dan nuestras acciones. Experiencias que anhelamos, experiencias que realizamos y experiencias que evitamos. "La etimología de la palabra 'experiencia' se relaciona con el acto de atravesar, 'per-ire', que también significa 'perecer'", escribe el filósofo italiano Franco 'Bifo' Berardi en 'Fenomenología del fin' (Caja Negra, 2017). "Solo al atravesar las pruebas y los lugares que nos presenta la vida, uno se convierte en experto".

"La experiencia no es lo que le sucede a un hombre, sino lo que hace con lo que le sucede". Es "la configuración personal del mundo"

Berardi cita a Aldous Huxley, el famoso autor de 'Un mundo feliz', quien se aproximó aún más a definir qué es lo que ocurre cuando experimentamos algo o, como mínimo, que es lo que debería ocurre. "La experiencia no es cuestión de haber nadado realmente el Helesponto, o bailado con derviches o dormido en un refugio. Es una cuestión de sensibilidad e intuición, de ver y oír cosas significativas, de prestar atención en los momentos adecuados, de comprender y coordinar. La experiencia no es lo que le sucede a un hombre; es lo que un hombre hace con lo que le sucede". Así, el sujeto "adapta la mente y la piel al entorno y supone una proyección activa de las expectativas", completa por su parte Berardi. "Es la configuración personal del mundo. La experiencia, por lo tanto, no solo implica una percepción atenta, sino también una intencionalidad".

Cuando alguien sufre de FOMO, no está viviendo la experiencia ni realmente busca una genuina o que realmente le apetezca, pues está preso de esa disonancia cognitiva que le lleva una y otra vez a comparar o desear estar en otro lado. En busca de una experiencia ideal que nunca llega. "El mundo no es lo que yo pienso, sino lo que yo vivo", que diría Maurice Marleau-Ponty. Y, en este sentido, el aquejado de FOMO no vive, sino que está comido por sus propios pensamientos.

"Donde estoy, no pienso, y donde pienso, no estoy"

Volvamos a la primera escena. Al caso que narramos al principio. Sigues en casa de tu amigo, ya ha pasado una hora y lo que antes eran apenas unos mensajes para que te unieras ahora hay un 'scroll' infinito en la bandeja de entrada de tu WhatsApp. Además, tienes dos llamadas perdidas de dos personas que están cada una en uno de los dos planes que te plantearon hace tiempo. El reloj no se detiene, pero tú sigues varado en casa del primer amigo. Comienzas a beber para mitigar los nervios. ¿Qué hacer? La gente no para de interactuar contigo pero tú apenas les escuchas: tu mente está en otra parte. "¿Cómo me voy a concentrar si sé que en el otro sitio se lo están pasando en grande? ¿Qué excusa pongo para salir de aquí pitando? Y una vez lo consiga, ¿dónde voy? ¿Con mis amigos de toda la vida que por fin se han reunido o con mis compañeros de trabajo, entre los que está la persona que me gusta? Con lo tarde que es, llegaré justo cuando la fiesta ha terminado".

"La mejor forma de vaciar nuestra vida de todo contenido y profundidad es correr de un sitio para otro"

Uno de los mejores libros para entender el FOMO es 'Nunca más solo. El fenómeno del móvil' (La Oveja Roja), del escritor y filósofo Miquel Benasayag y la profesora Angélique del Rey, quienes ponen de ejemplo una situación parecida. Según ellos, el sujeto atrapado en la fiesta de su amigo sufriría ansiedad por ir donde están los demás, intentando acudir a los otros dos planes. "Un evento acontece en algún sitio y nosotros, como ratas de laboratorio estresadas, corremos por el laberinto de una esquina a otra, llegando siempre cuando la fiesta se ha acabado". Todo mal. "Sin embargo, cuando un evento sucede, sus protagonistas ignoran por completo lo que están viviendo. La mejor forma de vaciar nuestra vida de todo contenido y profundidad es correr de un sitio para otro", sentencian, citando al psicoanalista francés Jacques Lacan: "donde estoy, no pienso, y donde pienso, no estoy".

"Dicho de otra forma, es al reflexionar a posteriori cuando nos damos cuenta de que hemos sido protagonistas de un evento", prosiguen Benasayag y del Rey. "Pero, para ello, hay que aceptar, de alguna forma, quedarse en el sitio. Querer estar ahí donde hay que estar es querer estar en otro sitio. El hecho de no poder estar en un sitio a la vez no revela ninguna incapacidad. Muy al contrario, estar en varios sitios a la vez tan solo significa estar muy poco en muchos sitios, en diferentes momentos". Como le pasa al sujeto de la narración, quien acaba frustrado volviendo a casa de madrugada porque efectivamente, ha estado en muchos sitios a la vez pero en ninguno en realidad.

La solución filosófica al FOMO

"La ilusión de poder abarcar una serie de lugares para no perderse el momento que nos interesa manifiesta un imposible propio de pesadilla", recalcan los autores. "En cambio, en un lugar, en una situación concreta a la que nos dedicamos con ahínco, se pueden desplegar una infinidad de posibilidades". Por tanto, como el sujeto de la narración, la fiesta en al que estaba y las fiestas potenciales a las que quería acudir, el único sentido que tenían sus acciones se ve reflejado en el pasado; es decir, de nada sirve elegir bien o mal y comerse la cabeza pensando en nuestra decisión: lo que importa es qué hemos hecho con aquello que hemos decidido. Y en su caso, posiblemente la noche no terminara saliendo como le gustara, pues la presión y la ansiedad de querer manifestarse en tres situaciones simultáneas le empujó a llegar tarde o bien a no pasárselo bien al no estar centrado en cada uno de los momentos.

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Por tanto, la solución filosófica al problema del FOMO no es más que intentar involucrarse allá donde estés sin reparar en si la decisión que has tomado era la equivocada. En el caso de la cuarentena, en aquel páramo sin planes, bien podría ser dejar de lado las redes sociales y la comunicación constante para realizar alguna tarea estimulante en soledad o intentar tener una buena convivencia con la gente con la que te tocó pasarla. Y ahora que hemos vuelto a la normalidad, tomar una posición activa en el aquí y el ahora, pues este preciso instante solo tendrá valor y podrá sentirse como una experiencia genuina y auténtica cuando haya terminado. "Todo lo que existe merece perecer", que diría otro filósofo, y los caminos que tomamos nos abren a un sinfín de posibilidades solo si de verdad los tomamos en cuerpo y alma.

Estás en una fiesta. Acabas de llegar y saludas a las personas con las que compartirás la velada. De pronto, un amigo tuyo muy cercano te manda un mensaje y te avisa de que él y otros tantos están en la otra punta de la ciudad, a punto de entrar en una discoteca. Que te vengas. Hay un montón de gente preguntando por ti. A los pocos minutos, recibes otro mensaje en tu móvil. Esta vez es una imagen en la que se ve a tus nuevos compañeros de trabajo, quienes por fin han decidido salir esa noche a bailar. Menudo dilema. Estás en la casa del primero, pero resulta que tu amigo de la infancia ha reunido a los imprescindibles y por otro lado, resulta que por fin se han decidido a salir tus colegas del curro, y además entre ellos está la persona que te gusta.

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