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Este músico gallego ha construido más de 100 instrumentos (y está triunfando por todo el mundo)
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HISTORIA DE UN AULÓS

Este músico gallego ha construido más de 100 instrumentos (y está triunfando por todo el mundo)

Entrevistamos a Abraham Cupeiro desde su taller en Lugo mientras prepara la gira de presentación de su nuevo álbum, 'Mythos', grabado con la Royal Philarmonic Orchestra de Londres en Abbey Road

Foto: Cupeiro, en directo. (Pepe Saavedra/Cedida)
Cupeiro, en directo. (Pepe Saavedra/Cedida)

Apenas ya nadie lo recuerda, pero hubo un tiempo en el que una criatura decidió enfrentarse a un dios en combate. Su nombre era Marsias y, a pesar de tener pezuñas como las de una cabra en vez de piernas, era capaz de interpretar la música más bella de toda la Antigua Grecia. Un día se encontró a la mismísima Atenea, diosa de la sabiduría. No todos los días uno se da de bruces con un ser inmortal. Ella tenía la cara desfigurada y, enfadada, arrojó al suelo una especie de flauta doble que nadie por aquel entonces conocía ni era capaz de tocar. Marsias lo recogió y puso las dos boquillas en sus labios. De pronto, salió del instrumento una melodía bellísima que llegó a los oídos de Apolo, el dios del Sol. Este, orgulloso, retó al fauno a un duelo musical. Con las Musas como juezas, ambos interpretaron dos piezas. Apolo salió vencedor, pues contaba con la poderosa lira, y como castigo por la osadía de enfrentarse a él, ató a un árbol al fauno y lo desolló vivo. Así, la historia fue pasando del boca a boca, advirtiendo a niños y jóvenes de la importancia de no dejarse llevar por las propias ambiciones personales, en especial cuando estas entran en conflicto con las de un ser divino.

Esta historia mitológica no solo recoge el funesto destino de un pobre fauno, sino el nacimiento de un instrumento musical que ya casi nadie toca o escucha. Se trata del aulós, una especie de oboe de dos boquillas que en la Antigua Grecia era sumamente popular en las orgías y bacanales en honor al dios Apolo. Lo podemos ver en diversas vasijas y esculturas, pero sobre todo lo podemos escuchar de la mano de una de las pocas personas en el mundo que sabe tanto construirlo como interpretarlo: el gallego Abraham Cupeiro.

El aulós no es el único instrumento de épocas pretéritas que posee Cupeiro; en su haber cuenta con más de cien instrumentos rescatados del olvido. Su tarea no solo ha consistido en construir con sus propias manos reproducciones fidedignas de aparatos musicales con los que los antiguos conectaban lo divino y lo terrenal, sino que ha edificado grandes catedrales de sonido que cuentan cada una de las historias en las que están enmarcados los instrumentos. Así, acaba de publicar su segundo álbum, Mythos (Loira Records, 2024), grabado junto con la Royal Philarmonic Orchestra de Londres en los míticos estudios Abbey Road. Actualmente, el músico está presentando este nuevo trabajo por teatros y auditorios de toda España, y pronto, del mundo entero.

"Para mí, lo antiguo tiene algo de futurista. Son sonidos que no hemos escuchado durante miles de años y un día vuelven a nosotros", nos cuenta, a través de una conexión por videollamada a su taller, localizado en mitad de los bosques profundos de Lugo. "Cuando era pequeño viví un momento que me ha obsesionado hasta ahora. Iba en el coche de mi padre por la noche y a través de la ventanilla veía las copas de los árboles, su sombra oscura... Es imposible no soñar con todas las historias que te contaron tus abuelos en un entorno así. Vivíamos en una casa de pueblo y teníamos cocina de leña, entonces era muy típico eso de que todos los miembros de la casa se sentaran a contar historias. Incluso, venían los vecinos a hablar y escucharlas".

"En Galicia, la música todavía no se ha convertido en un museo. Es uno de los últimos amazonas culturales europeos"

Pese a escribir sinfonías que hablan de paisajes mitológicos como Atlantis o Tir Na Nog, presentes en Mythos, no habría llegado a desplegar todo su entusiasmo por los instrumentos antiguos si no fuera por haber crecido en el seno de su Galicia natal. "Vivimos en uno de los últimos amazonas culturales europeos en lo que se refiere a música tradicional y popular", asevera, emocionado. "En Galicia, la música todavía no se ha convertido en un museo, es algo vivo: la gente siempre canta en las tabernas y fiestas. Lo culto y lo popular siempre han estado unidos de forma natural. A mí me interesa especialmente lo popular porque te conecta con nuestras raíces ancestrales".

Todo gracias al karnyx

Al preguntarle por sus inicios, comenta que estaba acabando su carrera en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid cuando quiso construirse una trompeta barroca sin pistones debido a que no tenía dinero. "Entonces, decidí fabricarla", asegura, dándose cuenta de que podía hacer lo mismo con otros tantos instrumentos. Sin embargo, eso tampoco le daría de comer, por lo que se metió a estudiar oposiciones, lo que le condujo progresivamente a una depresión muy dura de la que no pudo salir hasta pasados seis años. Su habilidad para construir con sus propias manos instrumentos quedó en un limbo, pero de alguna forma empezó a recordar. "Volví a la senda que había dejado atrás, y todo gracias al karnyx".

placeholder Abraham Cupeiro junto a uno de sus instrumentos artesanales, por Víctor Formoselle. (Cedida)
Abraham Cupeiro junto a uno de sus instrumentos artesanales, por Víctor Formoselle. (Cedida)

El karnyx, a diferencia del aulós, tiene una forma más impresionante. Se trata de una larga trompeta de bronce de aproximadamente cuatro metros que tiene en su campana una cabeza de jabalí y era interpretado durante la Edad del Hierro, desde el 300 a. C. hasta el 500 d. C. "La primera vez que lo vi fue en una moneda que exigió un legionario romano como trofeo celta", explica, mientras nos lo enseña a través de la videollamada, dándonos cuenta de que efectivamente se necesita un techo muy alto para tocarlo en interiores debido a su gran tamaño. "Hice un trabajo de investigación para ver cuánto medía una persona de la época y a la hora de fabricarlo también me dejé llevar por la imaginación. Años después, me contactó un grupo de arqueólogos que habían desenterrado el único karnyx que se encuentra entero en todo el mundo, y me invitaron a probar una réplica del mismo. La diferencia entre el que hice yo y el suyo era de apenas 23 milímetros. Ambos estaban en la misma tonalidad".

Las manos, una máquina del tiempo

Este instrumento de tiempos antediluvianos hace su aparición estelar en "Plegaria a Minerva", el segundo tema de Mythos que narra la historia de un soldado que, antes de plantar batalla, reza a la diosa de la sabiduría y de la guerra para salir sano y salvo de la contienda. El karnyx, a diferencia del aulós, tiene un sentido más bélico, pues como cuentan las leyendas era tocado por los romanos en sus batallas contra los cartagineses para ahuyentar y defenderse de los grandes elefantes de guerra que llevaba el ejército de Aníbal el Cartaginés.

"Si dejásemos de utilizar las manos, nuestro cerebro dejaría de evolucionar. Lo manual hace que entres en un estado contemplativo"

Sus manos son, literalmente, una máquina del tiempo. "Esto", dice, señalándoselas, "es el segundo cerebro del ser humano y evolucionamos gracias a ellas", reflexiona el músico. "Si dejásemos de utilizar las manos, nuestro cerebro dejaría de evolucionar. Lo manual hace que entres en un estado contemplativo. Cuando construyo un instrumento, la frustración me invade muchas veces, pero al menos tiempo estoy enfocado en algo. Al terminar, después de cinco o seis horas de trabajo, mi mente está libre y sana. Alguna vez me ha pasado que he estado delante del teléfono tres o cuatro horas, por desgracia, esperando aviones o tal... y el cerebro se sobrecalienta, es como si no funcionara bien".

placeholder Cupeiro en directo. (Sergi Parames/Cedida)
Cupeiro en directo. (Sergi Parames/Cedida)

Esta es la segunda vez que graba en Abbey Road. Su anterior trabajo, Pangea (2020), estaba centrado en cada uno de los continentes del globo terráqueo. Ahora, hace lo propio revisitando la mitología de nuestros ancestros y de distintas épocas históricas. Tanto la composición como la ejecución musical rezuman complejidad y abstracción, pues contienen una vasta cantidad de líneas melódicas en temas que se alargan hasta más allá de los siete minutos. Él le quita hierro al asunto, alegando que "a veces, lo difícil es hacer algo simple".

"Es nuestro lenguaje, el que llevamos hablando desde que éramos pequeños", admite, refiriéndose también a su fiel colaboradora con la que prepara los textos musicales, María Ruiz. "El 85% de todo lo que hacemos es entre dos personas y luego, en la puesta en escena, la orquesta con la que tocamos allá donde vamos aprende las ejecuciones. Para este álbum quería que tuviera más protagonismo, el anterior tenía canciones más pegadizas. Queríamos que la tela de araña musical fuera más densa, pero al mismo tiempo que no espantara al público". Tan solo queda escuchar y experimentar con nuestros propios ojos, oídos y manos, las profundidades mitológicas en las que nos sumerge Cupeiro.

Apenas ya nadie lo recuerda, pero hubo un tiempo en el que una criatura decidió enfrentarse a un dios en combate. Su nombre era Marsias y, a pesar de tener pezuñas como las de una cabra en vez de piernas, era capaz de interpretar la música más bella de toda la Antigua Grecia. Un día se encontró a la mismísima Atenea, diosa de la sabiduría. No todos los días uno se da de bruces con un ser inmortal. Ella tenía la cara desfigurada y, enfadada, arrojó al suelo una especie de flauta doble que nadie por aquel entonces conocía ni era capaz de tocar. Marsias lo recogió y puso las dos boquillas en sus labios. De pronto, salió del instrumento una melodía bellísima que llegó a los oídos de Apolo, el dios del Sol. Este, orgulloso, retó al fauno a un duelo musical. Con las Musas como juezas, ambos interpretaron dos piezas. Apolo salió vencedor, pues contaba con la poderosa lira, y como castigo por la osadía de enfrentarse a él, ató a un árbol al fauno y lo desolló vivo. Así, la historia fue pasando del boca a boca, advirtiendo a niños y jóvenes de la importancia de no dejarse llevar por las propias ambiciones personales, en especial cuando estas entran en conflicto con las de un ser divino.

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