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Me cagué en las banderas española y catalana para mejorar la convivencia
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Hernán Migoya

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Me cagué en las banderas española y catalana para mejorar la convivencia

Pensé en la amargura que nos causa a los catalanes españoles el que los dos grupos identitarios de nuestra sociedad siempre deseen que odies a uno o al otro, que te exijan renunciar a una de tus mitades

Foto: Asistentes a la última Diada en Barcelona. (Reuters/Albert Gea)
Asistentes a la última Diada en Barcelona. (Reuters/Albert Gea)
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Sucedió el 20 de enero de 2006. ¿Os acordáis?

Fue en un magazine diurno de TV3, en el que el actor y humorista Pepe Rubianes se vio interpelado por el presentador para que ofreciera su opinión sobre si la unidad de España corría peligro. Esta era su respuesta : "A mí la unidad de España me suda la polla por delante y por detrás. Y que se metan a España ya en el puto culo a ver si les explota dentro y les quedan los huevos colgando de los campanarios. Que se vayan a cagar a la puta playa de la puta España. Que llevo desde que nací con la puta España. Que se vayan a la mierda ya con el país y dejen de tocar los cojones".

El (otro) público nacionalista, claro, aplaudió enfervorecido. O sea, jaleaba a un gallego por ejercer de español: esto es, cagarse diariamente en todo, especialmente en su país, con la contundencia del idioma "invasor". Rubianes, un excelente bufón al que le fue muy bien disfrazando su acracia de simpatía por los indepes, fue denunciado por injurias a la bandera, pero un año después se sobreseyó la causa: la jueza estimaba que "las expresiones vertidas y que son objeto de esta causa no van dirigidas a España, nación, sino a una concepción de España diferente a la democrática y constitucional", considerando que la retahíla de denuestos hacía alusión a "la España golpista de la Guerra Civil y no a la España constitucionalista".

O sea, cómo no habíamos caído antes: "la puta España" no es en realidad España… ¡es la España franquista! Vale, imposible hallar una equivalencia inmoral al franquismo, pero ¿entenderíamos por "la puta Cataluña" exclusivamente a la Cataluña supremacista, clasista, racista… y franquista, que también la hubo? Por mi parte, no. Con lo cual llegamos a la conclusión de nuestro pan de cada día: en Cataluña no puedes estimar a España ni lamentar su inexorable disolución por una simple cuestión emocional o de sentimiento lícito, porque entonces eres automáticamente franquista. No, forzosamente te tienes que carcajear a mandíbula batiente y gritar: "¡Que se jodan esos fachas!".

Yo estoy de acuerdo con esa sentencia absolutoria, aunque no por los motivos que alude, sino porque creo que todo el mundo tiene derecho a reírse de lo que quiera y porque, en el fondo, me parece que la labor de un bufón es precisamente pitorrearse de todo y en especial de los símbolos. El problema llega cuando ese bufón sólo se cisca en los símbolos odiados en el entorno en el que se mueve. Entonces ya no es un bufón, es un estómago agradecido y un cómplice de la discriminación en ese entorno.

Foto: Manifestantes con banderas españolas y esteladas en la plaza Sant Jaume de Barcelona durante la declaración de independencia en 2017. (EFE/Quique García)

Aunque Rubianes fuera sincero cuando se refería a la España antidemocrática, también es cierto —y eso no lo recoge la sentencia— que su explosión de invectivas fue interpretada y celebrada por el sector separatista como un ataque contra España, así en global, porque no olvidemos que España, para muchos indepes, es uniformemente fascista. Empezando por su presentador, Albert Hom, que se carcajeó de lo lindo. ¡Es tan bonito cagarse en la puta España!

Y con ese retintín me preguntaron tiempo después mi opinión en la radio.

Un bufón en la corte

Por esa época yo todavía me estaba recuperando del malestar sembrado y la mala fama que me proporcionó mi primer libro de cuentos, Todas putas, ya resignado a que se me fueran cerrando de una en una todas las puertas literarias: el mundo del cómic fue mi salvación laboral, porque como dicho medio aún no era considerado cultura, se podía trabajar en él sin miedo a que influyera la mala reputación pública. No era todavía un escaparate de postureo como el cine o la literatura.

La cuestión es que, de repente, ese año me llamaron de Radio Barcelona para participar como opinador humorístico en un magazine semanal de la tarde. Yo acepté, pese a que no me pagaban un duro por trabajar allí, pero necesitaba urgentemente restablecer una imagen de persona decente: qué va, no fue por eso, a nadie le importaba un pito mi imagen y menos a mí. Transigí con la propuesta por puro ego.

El presentador era Pere Espinosa, un chico que a mí me encantaba por lo guapetón y porque había lanzado algún disco tecno en esa época, y no era habitual que un cantante grabara en catalán buena música comercial sin mensajes repletos de cumbayadas tipo "estimo la terra", "tots junts podem", "som pinya!" y babosadas catoliconas y corderodegollistas de similar pelaje. Suponía, por así decirlo, un raro espécimen de música frívola en una Cataluña muy intensita siempre. Adrià Puntí, Els Pets y él eran maná del cielo para un catalán pagano. Y siempre me cayó bien, aunque me sorprendió que como presentador radiofónico no hiciera gala de tanto carisma. O quizá en esa ocasión apostaba por plegarse a un perfil más cauteloso y discreto, cosa extraña viniendo de todo un pop star.

"Mi labor de bufón en la prensa ya poseía por entonces un componente kamikaze"

Por mi parte, mi labor habitual de bufón en la prensa ya poseía por entonces un componente kamikaze, pues creo firmemente que mi deber consiste en sondear cuáles son los tabús reinantes y forzar los límites en la presunta libertad de expresión de esa prensa, incluida la del medio que me contrata… y por ende, de su público y tejido social. Para mí, esa es la misión sagrada del bufón: lograr que en algún momento le despidan, cosa que en mi caso ha sucedido infinidad de veces. El cometido de un bufón (aunque a mí suelen definirme más a menudo, en un terreno concomitante, como "ese payaso") es dejar expuestas las vergüenzas de tu sociedad, incluidas las de los aliados que creen que solamente vas a ser "gracioso" o, específicamente, que el objeto de tus pullas será siempre su enemigo.

En esta cuestión, difiero totalmente de Rubianes y jamás lamo la mano que me alimenta, porque entonces el bufón se reduce simplemente a un mercenario a sueldo.

Que lo somos, pero siempre con un margen que garantice la independencia de criterio y acción satírica.

Un chiste contra la humanidad

En el programa colaboraba otro actor (creo que era el que ha encarnado al cómico Eugenio en el cine, David Verdaguer, pero no lo tengo claro, hay varios barbudos haciendo comedia de calidad en Barna), muy buena persona y buena onda, que desempeñaba las mismas funciones de opinador que yo. Y creo que tampoco disimulaba que iba tan despistado como servidor en nuestros cometidos, porque no acabábamos de pillar qué tipo de humor se esperaba de nosotros como comentaristas. Yo en catalán era aún menos divertido que en castellano, pero en verdad la razón de mi incomodidad la suscitaba lo blanco de los contenidos: me sentía como si a un guionista de Matrimonio con hijos lo ficharan para guionizar Friends.

De hecho, mi humor era demasiado bruto para un programa de radio amable, generalista y vespertino, pero Pere no parecía darse cuenta y nos aguijoneaba para que nos mostráramos incisivos y cínicos en nuestros comentarios. Un ejemplo cruel: en una ocasión, Pere entrevistaba por conexión telefónica al director de un festival de música indie y, como yo permanecía invariablemente callado, me instaba todo el rato a que participara con alguna pregunta al invitado.

—¿Pero para qué quieres que le pregunte algo, si a mí el pop indie no me gusta? —protestaba yo, completamente en serio—. A mí me gustan las Spice Girls, qué voy yo a decir que le resulte interesante a alguien que sí entiende de música.

"Me sentía como si a un guionista de Matrimonio con hijos lo ficharan para guionizar Friends"

Pues no. Pere se empeñó en que preguntara algo al director del festival. Este, por otro lado, era muy amable y cero prejuicioso a juzgar por sus reacciones bonachonas. Eso y la insistencia de Pere me llevaron a formular una gracieta horrible, pero que por improvisada no supe medir. Mencioné de repente a un dúo musical que se había disuelto hacía tiempo por la muerte accidental de su cantante y rematé mi evocación con esta consulta:

—A ver, usted que es experto, ¿cuándo cree que volverán a reunificarse?

Pere tardó en comprender la mordiente y el alto voltaje de la pregunta:

—¿Cómo que cuándo? Pero si ese grupo… si su cantante ya no…

En efecto: obviamente, ese grupo ya no se iba a reunificar nunca, al menos en este plano de la realidad. De inmediato me arrepentí de mi chiste de mal gusto (¡pero todos mis chistes son de mal gusto!), que dejó indignado y enmudecido a Pere. Lo que más nos sorprendió es que el director del festival estalló en carcajadas.

Entre Rubianes y rufianes

A inicios de ese año estalló la polémica de Pepe Rubianes por su explosión de improperios en la televisión pública catalana. Yo nunca me había manifestado al respecto, porque a mí todo humor que provoque urticaria me parece bien, aunque sí me escocía que siempre el cachondeíto irrespetuoso del sector "oficial" surgiera del mismo lado contra el mismo otro lado, nunca al revés o con una mínima autocrítica.

La cuestión es que no tenía planteado opinar ni en broma, porque a los charnegos en Cataluña nos va mejor calladitos o conversos. Así que yo seguía yendo a trabajar gratis a este programa, sin saber muy bien todavía qué pintaba allí, cuando un día surgió el candente tema.

Pere, mostrándose más sumiso con el asunto de lo que yo hubiera esperado —hasta ese momento pensaba que era un pasota como yo en materias políticas, aunque en su caso imagino que tenía que llevarse bien con los mandamases de la radio y algunas autoridades—, trajo a colación las controvertidas palabras del histrión arosano, entre el aburrimiento palpable de los colaboradores presentes. Y, para mi desgracia, se obcecó, una vez más, en forzar mi participación.

Foto: Quema de una bandera española en la Universidad Autónoma de Barcelona. Opinión
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—A ver, Migoya, ¿tú que opinas del incidente con Rubianes? De esto que dicen de que se ha reído de España. ¿No crees que a estas alturas los españoles deberían de tener un poco más de sentido del humor y no tomarse tan en serio la bandera? ¿No crees que es sano poder reírse de todo?

Ese comentario suyo generó en torno una ola de relajación jocosa, pero en mí provocó el efecto contrario: el Tío Tom que me suplantaba cotidianamente en piloto automático se cansó del cachondeíto, por así decirlo. Pensé en la amargura que nos causa a los catalanes españoles el que los dos grupos identitarios de nuestra sociedad siempre deseen que odies a uno o al otro, que te exijan renunciar a una de tus mitades (y abominando de ella) como único camino legítimo.

Así que, sin pensarlo dos veces, se me escapó lo que sigue:

—Sí, hombre, Pere, es sanísimo reírse de todo. Y sobre todo, cagarse en las banderas. Hay que cagarse en todas, para promover la convivencia de la ciudadanía al completo. Yo, por ejemplo, me cago en la bandera española… ¡y también en la catalana!

Se hizo un silencio sepulcral. Nadie, ningún colaborador ¡ni el propio locutor! se atrevieron a musitar nada durante varios segundos de espeso mutismo. Sólo al cabo de un ratín comenzó a distinguirse de fondo un lamento anonadado:

—No… això no…

"Dicho de otra manera: si me río de las banderas ajenas es humor; si se ríen de la mía sí es ultraje"

Era Pere, absolutamente estupefacto por mi desfachatez antifacha: supongo que estaba contemplando ante sus ojos su despido fulminante del programa por haber permitido al aire una declaración de tal jaez. Y al mismo tiempo, ese quejumbroso "no, eso no" simbolizaba a mis oídos, ya extrapolado a fanáticos convencidos que me cruzara en el pasado, la exclamación de incredulidad de quienes están acostumbrados a presenciar indiferentes —o incluso a azuzar— la vejación de los colores de otras comunidades, pero consideran inadmisible y hasta inimaginable que se pueda hacer otro tanto con los colores propios.

O dicho de otra manera: si me río de las banderas ajenas es humor; si se ríen de la mía SÍ es ultraje.

¡Usted no es formidable!

Me gustaría decir que me despidieron de inmediato de Radio Barcelona, pero no fue así. Estoy razonablemente seguro de que mi comentario generó bastantes llamadas de protesta entre los oyentes, eso sí. En todo caso, a mí me daba un poco igual, porque como digo no cobraba un euro por radiar mis chorradas. La cuestión es que, un poco aburrido de tener que opinar sobre tanta mamarrachada mediática y de que no me pagaran ni el metro, a la semana siguiente llamé para comunicar que en esa ocasión no podría asistir al programa por un imprevisto, pero que sí iría a la próxima.

Pasada la semana me llamaron ellos, desde la producción del programa, para anunciarme que ya no hacía falta que volviera, que no contaban conmigo. Bueno, chasqué la lengua a modo de encogimiento de hombros y colgué.

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Qué se le iba a hacer, habría que ir pensando en buscar un trabajo real. A veces pienso en Espinosa, me sigue cayendo muy bien y, en realidad, me da un poco de pena. Pobre Pere, en un país normal (lejos de la ingrata Cataluña y de la ingrata España) sería la estrella de pop que merece ser.

Bueno, ojalá ese primer disco en castellano que ha grabado hace dos años le esté yendo genial.

Sucedió el 20 de enero de 2006. ¿Os acordáis?

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