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El asesinato de la rubia platino Carmen Broto, la primera víctima mediática
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se cumplen 75 años

El asesinato de la rubia platino Carmen Broto, la primera víctima mediática

Se dijo de ella que manejaba secretos de Estado, que organizaba orgías en su piso para personalidades franquistas a quienes filmaba para extorsionarlas, pero nada de ello era verdad

Foto: Carmen Broto en una imagen de 1944. (Archivo Pané-'La invención de Carmen Broto'/Arxiu Històric del Poblenou)
Carmen Broto en una imagen de 1944. (Archivo Pané-'La invención de Carmen Broto'/Arxiu Històric del Poblenou)
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La madrugada del 10 al 11 de enero de 1949 se cometió un crimen en Barcelona del que aún se habla. Aquella noche, una mujer llamada Carmen Broto salió a tomar unas copas con Jesús Navarro Manau, un joven al que había conocido unos meses atrás en el bar Alaska, y un amigo de este llamado Jaime Viñas Pla. Después de repostar en un par de garitos, al pasar frente al Hospital Clínico, la joven intentó escapar del coche de los dos amigos, pero estos engañaron al vigilante y prosiguieron su marcha hasta un huerto de la calle Legalidad, en el barrio de Gracia, propiedad del padre de Navarro, un antiguo desvalijador de cajas de caudales. Allí fue enterrada con el cráneo machacado a golpes de mazo.

Aquella noche de la que ahora se cumplen 75 años también murió una manera de enfocar la crónica negra en nuestro país. Hasta entonces, salvo cuando se producía un magnicidio político, los reporteros estaban más interesados por la personalidad del asesino que por la existencia llevada por el pobre fiambre. Al igual que los folletines decimonónicos, que bebían de legajos judiciales y revistas de tribunales centrados en la autoría del crimen, las crónicas de sucesos ponían el foco en la psicología de los asesinos, sospechosos y cómplices, sus antecedentes delictivos y entorno social, sus móviles y coartadas, las armas empleadas y las piezas de convicción del sumario, en suma una antología de la violencia que permitiera engrosar la galería de asesinos célebres con un espécimen autóctono.

placeholder Carmen Broto y Juan Martínez Penas, fotografiados en La Parrilla del Ritz.  (Sumario/Sergi Reboredo)
Carmen Broto y Juan Martínez Penas, fotografiados en La Parrilla del Ritz. (Sumario/Sergi Reboredo)

Esta fascinación por los psicópatas se vio alterada por varios detalles que orientaron el interés del público hacia la víctima. Las primeras crónicas describieron a la Broto como una rubia platino de aires hollywoodienses que vestía un abrigo de astracán valorado en unas 50.000 pesetas, lo que desentonaba con la sordidez de las circunstancias del crimen y entreabría las puertas de la imaginación a un mundo suntuoso y vedado al común de los mortales. Al poco se informó de que había nacido en una pedanía de Boltaña (Huesca) y que era bien conocida en los ambientes mundanos de Barcelona: de los restaurantes de lujo y las veladas en el Liceo a las terrazas de moda, los palcos del Tívoli o la barrera de la Monumental. Se revistió al personaje de elementos dickensianos, exagerando sus orígenes modestos y sus primeros pasos en la ciudad, sugiriendo que la Broto había sido víctima de su afán por subir demasiado rápido en la escala social.

Por debajo del oropel, existía un submundo de prostitución y droga que resultaba desconocido para el gran público, puesto que la censura prohibía desvelar los vicios de unas élites pretendidamente ejemplares. En el ámbito de los sucesos, uno podía informar del pequeño delito, de los maleantes de baja estofa o incluso de alguna brillante operación policial contra la guerrilla de los maquis, pero en ningún caso descorrer las cortinas de la moral nacionalcatólica. Cuando en 1952 apareció El Caso, su gran éxito provocó que muchos se rasgasen las vestiduras, y el semanario fue obligado a insertar solamente un crimen de sangre por número. Como explica en sus memorias el director Eugenio Suárez, el semanario tuvo que pedir amparo al arzobispo de Madrid y sellar un acuerdo: cada ejemplar sería censurado por un sacerdote —lo que se conocía como licencia eclesiástica—, y a cambio El Caso pudo aumentar la dosis semanal de crímenes de sangre, pero no de otros sucesos en los que se vislumbrase un adulterio, separación o cualquier otro atisbo de "inmoralidad".

Entre las informaciones facilitadas a la prensa por Tomás Gil Llamas, el inspector jefe de la Brigada Criminal barcelonesa y un investigador brillante, pero ávido de publicidad, estaba que Carmen Broto era acompañante habitual de un "hombre de negocios que cuidaba de su manutención". Se propagó así la idea de que era una prostituta de lujo o, en su defecto, la querida del caballero en cuestión, al que la imaginación popular puso erróneamente el nombre, como no podía ser menos, del rey del estraperlo barcelonés (el empresario textil Julio Muñoz Ramonet). Pero, como revela el sumario, la agitada vida amorosa de Carmen, casi nunca guiada por el dinero, desmiente que fuese una arquetípica mantenida, entre otras razones porque los señores pagaban por disfrutar de los servicios de esta en exclusiva, pues compartirla con otros rebajaría su valor y, por tanto, la solvencia del pagano. El protector de Carmen era Juan Martínez Penas, gerente del Tívoli, sesentón y viudo, que escondía su homosexualidad dejándose ver con ella en público. Ella cometió el error de comentar a Navarro que en el domicilio del empresario se guardaban las valiosas joyas de una compañía italiana que por esos días actuaba en el Tívoli.

Se propagó así la idea de que era una prostituta de lujo o, en su defecto, la 'querida' del caballero en cuestión, el rey del estraperlo barcelonés

El interés por los asesinos se redujo a que dos de los cómplices, el padre y el amigo de Jesús Navarro Manau, aparecieron muertos por ingestión de cianuro, el primero a las pocas horas en una calle próxima al solar de Legalidad y el segundo al cabo de unos días en una pensión. Las ficciones inspiradas en el caso suelen ver en esos envenenamientos un detalle esencial (alguien importante les habría encargado asesinar a Carmen Broto porque "sabía demasiado", y luego los eliminó a ellos), pero en el sumario aparece la declaración del droguero que les vendió las dosis de cianuro, lo que la propia familia del comerciante me confirmó. Si bien el suicidio no es habitual como guinda de un robo con homicidio, no carecía de lógica ante una chapuza que les condenaba a la pena suprema. Después de enterrar el cadáver, una avería de su coche, un viejo Ford de alquiler, provocó el alto de un sereno y la huida de los asesinos, dejando el vehículo abandonado con el arma del crimen, un mazo de hojalata, en un asiento trasero. Sin embargo, aquellos suicidios, unidos a la sensación de que la policía cerró la investigación en falso para cortar las habladurías, acrecentaron el misterio.

A la suma de estos elementos —la brutalidad de los golpes, el oropel del astracán y el rompecabezas de los suicidios—, se añadió un cuarto factor que convirtió este suceso en un crimen mediático avant la lettre. Es lo que ahora se conoce como "síndrome de la mujer blanca desaparecida"; es decir, el interés que despierta el cadáver de una mujer joven o guapa, tan atractiva para los hombres como para el morbo periodístico. En nuestros días, los programas sensacionalistas suelen rastrear el pasado o la vida privada de estas mujeres, aunque todo su pecado haya sido topar con un desalmado. Explica Paula Corroto en su ensayo El crimen mediático: porqué nos fascinan las noticias de sucesos (2019) que detrás de la compasión por una mujer asesinada, a menudo subyace el gusto público por la condena moral, reflejada en comentarios del tipo "la chica llevaba una vida desordenada", "no eligió bien sus compañías", "ella se lo buscó"...

La profesora de Literatura Rebeca Martín López, analizando las relaciones entre ficción y realidad en las novelas de Juan Marsé (quien se inspiró en el caso Broto para escribir Si te dicen que caí), advierte sobre "la misoginia y el clasismo de los comentaristas que, desde su posición de privilegio, contribuyeron frívolamente a que la imagen de la desventurada Broto como un dechado de lujuria, cálculo y ambición (como, en fin, una suerte de femme fatale de barriada) quedara grabada a fuego no solo en el imaginario popular, sino también en la bibliografía autorizada".

En su momento, al no encajar Carmen Broto en el canon moral del franquismo, tampoco faltaron estas insinuaciones. Todo lo contrario a lo que sucedió con otra víctima cuya repercusión mediática fue equiparable en la época, la niña Josefina Vilaseca, que a finales de 1952 fue violada y acuchillada por un demente en las inmediaciones de Manresa. El relato oficial sostuvo que la niña perdió la vida porque defendió obstinadamente su virginidad y, por ello, sus funerales revistieron carácter oficial. Su proceso de beatificación aún sigue abierto, pero, acaso porque el discurso moral dominante ha cambiado, apenas se recuerda el ascenso a los altares de Josefina Vilaseca Alsina. Por el contrario, el mito de Carmen Broto no dejaría de crecer a golpe de rumorología, fabulaciones literarias y memoria histórica.

placeholder Portada del libro 'La invención de Carmen Broto'.
Portada del libro 'La invención de Carmen Broto'.

Se ha dicho de ella que manejaba secretos de Estado, que organizaba orgías en su piso para personalidades franquistas a quienes filmaba para extorsionarlas o que era una alcahueta profesional que suministraba menores de edad a un obispo pederasta. El propio condenado por el crimen, que evitó la pena de muerte porque consiguió avales de buena conducta gracias a la adinerada familia de su novia embarazada, contribuyó a los bulos ideológicos al pasear por las editoriales, al final de la Transición, un manuscrito autobiográfico en el que sostuvo que la víctima era una confidente de la policía franquista, a la que los maquis amigos de su padre tuvieron que eliminar. Se da la circunstancia de que, cuando estaba en presidio, Jesús Navarro Manau pergeñó otro infumable manuscrito que describía a la Broto como una espía comunista que había llevado a la muerte a unos buenos franquistas, y a la que era preciso liquidar por el bien de España.

En un libro que escribimos Manuel Trallero y yo, La invención de Carmen Broto (2006), explicamos cómo Navarro y su amigo Viñas intentaron utilizarla de cebo para entrar en el piso de Martínez Penas y robarle a este. La oposición de ella hizo que empezaran a golpearla, por lo que intentó escapar del coche (el empresario vivía a dos calles del Hospital Clínico). Carmen Broto no escondía grandes secretos ni llevaba una doble vida, pero murió por evitar que otra persona muriera. Su fama póstuma está plenamente justificada.

Josep Guixà es coautor de La invención de Carmen Broto (2006)

La madrugada del 10 al 11 de enero de 1949 se cometió un crimen en Barcelona del que aún se habla. Aquella noche, una mujer llamada Carmen Broto salió a tomar unas copas con Jesús Navarro Manau, un joven al que había conocido unos meses atrás en el bar Alaska, y un amigo de este llamado Jaime Viñas Pla. Después de repostar en un par de garitos, al pasar frente al Hospital Clínico, la joven intentó escapar del coche de los dos amigos, pero estos engañaron al vigilante y prosiguieron su marcha hasta un huerto de la calle Legalidad, en el barrio de Gracia, propiedad del padre de Navarro, un antiguo desvalijador de cajas de caudales. Allí fue enterrada con el cráneo machacado a golpes de mazo.

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