Juan Marsé: "Habría sido muy feliz sin escribir. ¿Acaso Paquirrín no es feliz?"
El escritor catalán publica 'Colección particular', una selección de sus mejores relatos de madurez y carga contra la historia oficial, la literatura experimental y el cine
"La vieja puta, la marrana sentimental y embustera, la vieja alcahueta madre de todos los sueños y encantamientos que el hombre es capaz de proyectar en este mundo: la novela”. Así definía en 1994 en un artículo de irónico título -'El paladar exquisito de la cabra'- Juan Marsé (Barcelona, 1933) el género que lo consagraría como autor, a él, que no le importan los premios -“la literatura no tiene nada que ver con los premios”-, sino el texto, a él para quien la corrección forma parte inherente de la escritura, a él que acaba de presentar 'Colección particular' (Lumen), una selección de sus mejores relatos de madurez, como dice Ignacio Echevarría editor de la edición y que, además firma el prólogo.
A pesar de haber publicado un solo libro de relatos, 'Teniente bravo' en 1986, desde aquel 1960, fecha de publicación de 'Encerrados con un solo juguete', Juan Marsé “es un excelente novelista y un excelente autor de cuentos”, comenta Echevarría, para el cual es un error pensar que todo novelista es capaz de escribir relatos: “Hay novelistas que son pésimos autores de cuentos”, puntualiza el crítico, que define 'Colección particular' como “un vademécum de los temas esenciales del escritor barcelonés: el cine, el mundo de la infancia durante la posguerra, la miseria moral de aquellos años y el cine como barniz para sobrellevar la realidad”.
Marsé el novelista escritor de relatos
¿Por qué optó Juan Marsé por la novela? “No hay explicación para ello”, responde el autor de ochenta y cuatro años que, si bien reconoce que él “no se muerde la lengua”, se muestra particularmente cauto en sus afirmaciones, rehuyendo el tema político -“estoy cansado”- y, sobre todo, la actualidad. Lejos parecen quedar aquellos días de titulares en contra del independentismo y explícitamente críticos con el nacionalismo, al que Marsé definió como una “ficción”, describiéndose a sí mismo como un autor sin bandera, porque “la patria del escritor no es la lengua, sino el lenguaje”. Definiéndose él mismo como gandul, a la pregunta de si puede vivir sin escribir, Marsé no titubea: “claro y hubiera sido muy feliz. ¿Acaso Paquirrín no es feliz?".
Sin embargo, la realidad es que la escritura siempre lo ha acompañado, “¿por qué?, puede que la razón sea que siempre me ha gustado que me cuenten historias”, unas historias que requieren de largo aliento, ese que solamente puede dar la novela. “Los relatos, siempre los he escrito por encargo”, apunta Marsé, recordando el día en que Esther Tusquests le encargó un cuento erótico: “Esther que quería publicar un libro de relatos eróticos de varios autores, uno mío, uno de Ana María Moix, otro de Molina Foix… yo le dije que no era mi género, pero me dijo que pensara en alguna 'novieta' que hubiera tenido y escribiera algo. Además, lo pagaba muy bien”. El libro nunca se llegó a publicar, “los únicos que presentamos el relato fuimos Ana María Moix y yo y Esther nos dijo que no podía hacer un libro con solo dos relatos”.
Años después, el censor y, sin embargo, lector asiduo de Marsé, se acercó a la presentación de 'Rabos de lagartija', pidiendo que le firmara el libro
Aunque hace hincapié en que nunca habría pensado en escribir un relato erótico “si no fuera por el encargo de Tusquets”, la verdad es que Marsé nunca ha sido ajeno al erotismo, todo lo contrario: desde 'Si te dicen que caí' hasta 'Ronda Guinardó' o 'El embrujo de Shangay', el erotismo está muy presente en su obra, algo que le acarreó problemas con la censura, porque “el franquismo tenía una gran preocupación por el erotismo en las novelas, todo lo veía erótico”, recuerda el autor, a quien Carlos Robles Piquer, director de Cultura Popular y Espectáculo, le obligó a modificar el texto de 'Últimas tardes con Teresa', precisamente por ese supuesto componente erótico: “Era ridículo, me dijo que cambiara ‘pechos’ por ‘senos’ y ‘muslo’ por ‘antepierna’, pero, como le dije, ¿qué culpa tengo yo si los pechos se llaman pechos”. Lo más curioso del hecho es que, años más tarde, el censor y, sin embargo, lector asiduo de Marsé, se acercó a la presentación de 'Rabos de lagartija', pidiendo que le firmara el libro, “hizo, incluso, toda la cola para obtener mi firma”.
"El franquismo me jodió la vida"
“El franquismo me jodió la vida, me jodió la juventud”, afirma Marsé con la contundencia de alguien que no perdona, “toda esa censura y la represión de la iglesia… Nacer para vivir en el franquismo es muy mala suerte”. El mundo de la infancia, “donde Marsé”, apunta Echevarría, “nunca ha dejado de volver” es, precisamente, el mundo franquista de la posguerra, el mundo misérrimo cuyos niños el autor llega a comparar, en una sola pero demoledora imagen final en 'Noticias felices en aviones de papel', con los niños del gueto de Varsovia: “Los niños que bajaban hasta mi barrio, el de la Salud, muy delgados, con el pelo rapado parecían esos mismos niños que sobrevivían encerrados en el gueto”, comenta Marsé, que se define como un autor que nunca ha escrito una novela “partiendo de ideas políticas”. Sin embargo, ¿el tema de la memoria histórica no es un tema político? “Lo político y lo ideológico no se pueden desligar y yo escribo desde donde escribo”, responde, “para mí, el novelista es ante todo memoria, lo que sucede es que no se puede evitar que la actualidad se filtre y alguien encuentre que un personaje se parece a Junqueras”.
Actualidad a parte -“trato siempre de huir de aquello que vosotros los periodistas buscáis: la actualidad”-, el gran tema de la narrativa de Juan Marsé es la memoria histórica y su construcción política: “Cuando empecé a escribir, tenía ganas de mostrar que, más allá de la historia oficial que nos daba el franquismo, había otra historia, la historia de la calle, la de la memoria popular”. La manipulación histórica, sin embargo, no acabó con el franquismo, sino que fue una de las piezas imprescindibles de la Transición, “que se basó en la desmemoria, que no tiene nada que ver con el olvido. Mientras el olvido es una estrategia individual para seguir viviendo, la desmemoria es fruto de la manipulación política. En este país persiste el problema de la manipulación de la memoria. Todo poder político ha manipulado la memoria y, seguramente, lo seguirá haciendo".
De la misma manera que el protagonista de 'La muchacha de las bragas de oro', el viejo escritor falangista Luys Forest, reescribe o, mejor dicho, reinventa su historia personal, “este país reinventa y manipula su relato histórico”. Como un continuo, así parece ser la historia para Juan Marsé, como una serie de oportunidades perdidas y tareas pendientes. “Y ahora está el 'procés'”, le comenta alguien, “buff”, suspira y, a diferencia de otras veces, prefiere callar.
Marsé, el “decimonónico” y el cine
“Mi amigo Enrique Vila-Matas me llama ‘decimonónico’ y yo encantado”, comenta con sorna Marsé, que en su discurso de recepción del premio Cervantes se mostró particularmente crítico con la que él denominó como “literatura del ombligo”: “Eso que llaman metaliteratura, a mí no me interesa. Yo sí algo sé hacer es contar una historia y ya está". “Lo he dicho muchas veces, aunque es una tontería, para escribir se necesitan solo tres cosas: tener una buena historia, saber contarla y contarla bien. El experimentalismo estará muy bien para la historia de la literatura, pero no me interesa”. Marsé se define como un autor realista, pero, sobre todo, como un narrador de historias ficticias que, sin embargo, parecen ser reales: el interés máximo está en hacer creíble una historia que no es real. Ser capaz de que una historia no real sea verosímil. "Nunca me han interesado las películas basadas en hechos reales, no me importa que haya ocurrido o no. Lo que quiero es que la historia sea creíble. En literatura lo mismo. Me da igual que me digan que es 'autoficción. ¿Qué quiere decir la 'autoficción'? ¿Que lo que se cuenta le ha ocurrido al escritor? Y a mí qué”.
El cine como un lenguaje para contar historias ha muerto, lo han convertido en un tebeo para mentalidades infantiles
Si bien crítico con el experimentalismo literario y bastante escéptico con el panorama literario actual -“la mayoría de cosas que se venden no me interesan, pero no quiero imponer mi criterio a nadie. La lista de los libros más vendidos no coincide en absoluto con los libros que a mí me interesan y que leo”-, sus dardos más envenenados los dirige al cine, y no solo por las adaptaciones que Vicente Aranda y Fernando Trueba realizaron de sus novelas y que el definió como “películas muy malas”, sino y sobre todo por la senda que ha tomado el cine actual, que ha “sustituido el talento por la tecnología”. En esta ocasión, Marsé no se muerde la lengua: “El cine como un lenguaje para contar historias ha muerto, ahora lo que se hace es recurrir a la tecnología y los efectos especiales, están convirtiendo el cine en un tebeo para mentalidad infantil. El cine que hacían los pioneros, incluso en el cine mudo, contar una historia con imágenes que expresaran la narración ya no existe”. Y no duda en concluir: “el cine ha muerto”.
"La vieja puta, la marrana sentimental y embustera, la vieja alcahueta madre de todos los sueños y encantamientos que el hombre es capaz de proyectar en este mundo: la novela”. Así definía en 1994 en un artículo de irónico título -'El paladar exquisito de la cabra'- Juan Marsé (Barcelona, 1933) el género que lo consagraría como autor, a él, que no le importan los premios -“la literatura no tiene nada que ver con los premios”-, sino el texto, a él para quien la corrección forma parte inherente de la escritura, a él que acaba de presentar 'Colección particular' (Lumen), una selección de sus mejores relatos de madurez, como dice Ignacio Echevarría editor de la edición y que, además firma el prólogo.