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Novela negra y fascismo: nadie asesina en las dictaduras
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Novela negra y fascismo: nadie asesina en las dictaduras

En los fascismos del siglo XX convivían las premisas de la impunidad de estos regímenes para asesinar por motivos políticos mientras la calle respiraba una seguridad insólita

Foto: Mussolini lee el periódico en Villa Feltrinelli en 1945.
Mussolini lee el periódico en Villa Feltrinelli en 1945.

En los totalitarismos de carácter fascista del siglo XX existían varias premisas contradictorias, entre ellas la absoluta impunidad de estos regímenes para asesinar por motivos políticos mientras, en teoría, la calle respiraba una seguridad insólita, tan maravillosa como inexistente.

Buena prueba de ello la tenemos en los primeros tiempos de la España franquista, donde los medios de comunicación debían andarse con mucho ojo a la hora de informar de crímenes y episodios relativos a la crónica negra. Como ejemplo baste el homicidio de Carmen Broto en la Barcelona de la inmediata posguerra. La muerte de esa joven rubia peinada con el estilo de Veronica Lake levantó ampollas al estar vinculada con el empresario teatral Juan Martínez Penas, pero si se convirtió en leyenda fue por la escasez de noticias en los periódicos, perfecta lanzadera para abonar el mito de un suceso donde podía estar implicado hasta el vecino de cada uno, sin olvidar al obispo Modrego, el estraperlista Muñoz Ramonet, las señoras de buena vida y hasta altas instancias gubernamentales cuando, en realidad, todo se debió a la frustración por no poder asaltar una caja fuerte. Todo este cóctel de disparates y rumorología fue bien aprovechado por Juan Marsé en 'Si te dicen que caí', corrosiva por incluir en su título un verso de 'Cara al sol' y demoledora por su retrato de las cloacas de esos años grises y demasiado desconocidos.

La contención a la hora de comentar ciertos temas de carácter escabroso hizo de 'El caso', semanario publicado entre 1952 y 1997, el vehículo idóneo para desafiar la censura, pues a través de la criminalidad podían criticarse aspectos políticos y todas las chapuzas de ese período histórico, si bien los diarios continuaron en su labor de ocultación mientras predominó la autarquía, como en otro asesinato célebre en la Ciudad Condal, glosado en prensa con el silencio sobre el lugar exacto de los hechos para no perjudicar la imagen del Hotel Ritz, santo y seña de los ricos visitantes de la capital catalana en aquel lejano 1956.

Mussolini y el amarillo

El Franquismo pudo tomar muchas referencias de la Italia fascista. Mussolini podía ordenar el asesinato de los líderes de la oposición como Giacomo Matteoti, cuyo cuerpo fue encontrado a mediados de agosto de 1924 en las afueras de Roma, mientras las urbes permanecían impolutas de fechorías cotidianas. Cuando estas generaban alarma social se inventaba un culpable para proseguir con la sacrosanta normalidad y reforzar la creencia en un sistema impoluto en pos de asegurar el bienestar de los ciudadanos.

Entre 1924 y 1927 fueron violadas y asesinadas siete niñas en Roma, y el hallazgo de los cuerpos cerca de algunas de las Basílicas más importantes de la Cristiandad dio aún más resonancia a tanta sordidez. El cabeza de turco fue el fotógrafo y mediador laboral Gino Girolimoni, quien pese a quedar exculpado de los hechos al cabo de pocos meses devino en la cultura popular romana sinónimo de pederasta. El verdadero culpable nunca fue arrestado, si bien existían pruebas suficientes para arrestar al pastor protestante británico Ralph Lyonel Bridges, a salvo por la voluntad del gobierno fascista de mantener sus estupendas relaciones con su homólogo del Reino Unido.

placeholder Gino Girolimoni, el martirizador de niñas.
Gino Girolimoni, el martirizador de niñas.

Cualquier atisbo de sangre en forma de homicidio rutinario era puesto en la picota casi de inmediato. En 1929 la editorial Mondadori dio inicio a su famosa serie gialla, y de este modo el amarillo de sus portadas definió a todo un género entonces en sus pinitos formales y bien popular por los clásicos anglosajones, donde destacaba la omnipresente Agatha Christie. Sin embargo, el primer noir auténticamente italiano se inspiró en el modelo de Georges Simenon y su inefable comisario Maigret. En 1935 Augusto de Angelis publicó 'El caso del banquero asesinado', editado por primera vez en España este otoño de la mano de Siruela.

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Portada de 'El caso de...'

La novela reviste aspectos de interés tanto por el contexto como por su calidad literaria. Si la enmarcamos en esa década de esplendor fascista comprobaremos cómo no se aparta de lo que, a posteriori, se catalogó como trama de teléfonos blancos al ambientarse en domicilios de alta alcurnia, aquí localizados en Milán tras una noche de ópera en La Scala, cuando el comisario Carlo de Vincenzi de la Brigada Móvil recibe la visita de su viejo amigo Giannetto Aurigi, aficionado al juego y derrochador de dinero pese a su buena reputación, ostentosa hasta al punto de valerle el compromiso marital con una joven de estupenda familia venida a menos.

El problema surge cuando se halla en su apartamento el cadáver de su prestamista, el banquero Garlini. De Vincenzi, protagonista de quince novelas con mucha fortuna en su país de origen, basa sus métodos en el intento de comprender la psicología de todos los implicados en el rompecabezas, renuncia a las deducciones propias de Sherlock Holmes y cultiva un estilo propio bien armado de paciencia. En su debut para el lector centra toda su carga en una habitación, donde recluye a los candidatos hasta dar en el clavo con la inestimable ayuda de un subalterno, la presencia de un mayordomo y la ironía de incluir en el elenco a un torpe investigador privado proveniente de Gran Bretaña.

De América al mañana

De Angelis fue acusado de antifascismo tras la caída de Mussolini, el 25 de julio de 1943. Pasó unos meses entre rejas y murió pocos meses después en Bellagio tras ser agredido por un partidario de la República de Salo.

Su suerte corrió casi paralela a la de los gialli, secuestrados entre 1941 y 1946 al ser juzgados por las autoridades como elitistas y peligrosos para la moral pública, además de tener claras influencias anglosajonas, un riesgo para cualquier producto cultural en aquel instante, como sufrió en sus carnes Elio Vittorini con su antología Americana, prueba de fuego italiana en el intento de algunos de reivindicar el legado estadounidense por su literatura cercana al escucha la vida sin épicas marchitas. Esos mismos condicionantes inspiraron a Luchino Visconti para realizar 'Ossessione', su ópera prima cinematográfica, inspirada en 'El cartero siempre llama dos veces', de James M. Cain, e indudable precedente del futuro neorrealismo por el rodaje en exteriores, unas actuaciones desprovistas de retórica, la desnudez del paisaje y temáticas centradas en el día a día, aquí con una historia de amor con el previsible crimen pasional para romper el triángulo.

Con la conclusión de la Segunda Guerra Mundial las aguas volvieron a su cauce y llegó la hora de ajustar cuentas. Entre los más entusiastas para condenar sin ambages el largo ventennio fascista figura el ingeniero y escritor Carlo Emilio Gadda, quien en 1946 publicó a lo largo de cinco entregas en la revista 'Letteratura quer pasticiaccio brutto di via Merulana', traducido al castellano como 'El zafarrancho aquel de via Merulana', recuperada este año por Sexto Piso.

placeholder Carlo Emilio Gadda en una foto de archivo.
Carlo Emilio Gadda en una foto de archivo.

La obra fue publicada por vez primera de manera íntegra en 1957 y se constituyó como una peculiar tormenta literaria al vender, algo notable entonces y ahora en cualquier lugar del Planeta, unos miles de ejemplares. Lo anómalo residía en el tour de force de Gadda, quien a través del lenguaje se posicionaba políticamente, y eso en Italia supone afrontar sin miedo alguno el sinfín de dialectos urbanos para integrarlos dentro de una expresión cultural de alto voltaje.

'El zafarrancho...' es una de las novelas negras más elaboradas de toda la historia del género, constituyéndose como un artefacto más afín al experimentalismo de Joyce que a las convenciones populares más típicas de los grandes nombres de este tipo de narrativa. La síntesis del libro es sencilla, no así su contenido, complejo y repleto de referencias, largas parrafadas casi en el abismo y una recursividad salvaje al hilvanar la investigación con monólogos, diálogos endiablados, juegos topográficos y la promesa de una segunda parte para dar con el asesino, sólo intuido y nunca confesado.

placeholder Un fotograma de 'Un maledetto imbroglio'.
Un fotograma de 'Un maledetto imbroglio'.

En este sentido Gadda ejecutó una sinfonía para desmontar todos los tópicos de giallo. La acción esencial se desarrolla en el número 219 de la via Merulana, una avenida romana entre Santa Maria Maggiore y San Giovanni in Laterano. El piso donde se roban unas joyas y poco después aparece una noble degollada en su apartamento parece parodiar la manía por los espacios centrales de tantos escritores de novela negra. Ese inmueble de postín sobrevuela toda esa magnífica y alambicada prosa, y sin embargo es sólo una excusa para navegar en otros mares proclives a mostrar las miserias de la dictadura y la existencia de un universo a omitir para evitar la crítica social, el tercer mundo del primer mundo anunciado más o menos en las mismas fechas por Pier Paolo Pasolini.

El inspector Ingravallo de Gadda es bien distinto al interpretado por Pietro Germi en 'Un maledetto imbroglio', película casi perfecta y antípoda de su inspiración por la dificultad de adaptarla para la gran pantalla. El policía de celuloide tiene más aristas y los secundarios tienen otro cuajo por la obligación de dar cuerpo a cada personaje, algo muchos menos necesario en la novela, donde el escritor lombardo quería desarrollar más bien un sentimiento colectivo en su afán de destrozar al monstruo totalitario, incapaz pese a tantos aspavientos de derrotar esa afición italiana por lo truculento.

En los totalitarismos de carácter fascista del siglo XX existían varias premisas contradictorias, entre ellas la absoluta impunidad de estos regímenes para asesinar por motivos políticos mientras, en teoría, la calle respiraba una seguridad insólita, tan maravillosa como inexistente.

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